Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga
HISTORIAS MÍNIMAS

Desempolvando legajos. La reconversión epistemológica y el legado de Ángel I. Pérez

Dusting off files. The epistemological reconversion and the legacy of Ángel I. Pérez
J. Ignacio Rivas*
Recibido: 23 de junio de 2022  Aceptado: 5 de septiembre de 2022  Publicado: 30 de septiembre de 2022
To cite this article: Rivas, J. I. (2022). Desempolvando legajos. La reconversión epistemológica y el legado de Ángel I. Pérez. Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga, 3(3), 220-224. https://doi.org/10.24310/mgnmar.v3i3.15010
DOI: https://doi.org/10.24310/mgnmar.v3i3.15010

*ORCID: 0000-0001-5571-2011
Catedrático de Didáctica, Dpto. de Didáctica, Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Málaga (España). i_rivas@uma.es


RESUMEN:

Se relata mi experiencia con Ángel I. Pérez en los comienzos de mis estudios de Pedagogía. Tiempos de transformaciones que supusieron un cambio en los posicionamientos epistemológicos heredados del franquismo, que tuvo a Ángel como uno de sus artífices principales. Sitúo este cambio en relación con la ausencia de debate epistemológico en el escenario pragmático neoliberal actual y la necesidad de recuperar esta preocupación. 

PALABRAS CLAVE: epistemología educativa; cambio político; ruptura epistemológica

ABSTRACT:
My experience with Ángel I. Pérez at the beginning of my Pedagogy studies is recounted. Times of transformations that supposed a change in the epistemological positions inherited from the Franco regime, which had Ángel as one of its main architects. I place this change in relation to the absence of epistemological debate in the current neoliberal pragmatic scenario and the need to recover this concern.

KEYWORDS: educational epistemology; political changes; epistemological breakdown

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Legajo: Atado de papeles, o conjunto de los que están reunidos por tratar de una misma materia.

Hace 45 años que iniciaba mis estudios de Pedagogía, en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación (Sección Ciencias de la Educación), de la Universidad Complutense de Madrid. Escasamente dos años después de la muerte del dictador y con el ánimo y el objetivo de contribuir al cambio emergente de lo que conocemos como transición. Más allá de las lecturas de prensa amarilla con las que quieren convencernos hoy día, acerca de la ejemplaridad con la que se llevó a cabo, la realidad que vivimos nos evoca tiempos conflictivos, con muchos miedos, algunos muertos, muchas manifestaciones en la calle, amenazas de todo tipo y un gobierno acorralado por su propia incompetencia. Para muchos de nosotros y de nosotras también fueron tiempos de esperanza, en los que intentábamos abrirnos a nuevos mundos que cambiaran el color grisáceo del franquismo y su mediocridad casposa. En mi caso, pensaba que la educación y la universidad eran un buen lugar para ello.

Pasado este tiempo, uno desearía que los logros hubieran sido más profundos, tanto desde el punto de vista de las prácticas educativas, como de sus políticas, sus modelos o de sus instituciones. Sin querer caer en el pesimismo estéril, la realidad nos habla de una situación complicada, con caminos de ida y vuelta y una “revolución educativa” pendiente. El imperio de la tecno-ciencia, la protocolización y la burocratización, así como el énfasis de las políticas educativas en la estandarización y la homogeneización, son los dueños del tablero. El pensamiento educativo hegemónico actual, se erige desde el pragmatismo neoliberal, centrado en el “cómo ser buen docente en 10 pasos”, la amenaza de las “buenas prácticas” como nuevo catecismo y la deificación del pensamiento tecnocrático. El debate sobre el sentido de la educación, sus fundamentos, sus posiciones epistemológicas, ontológicas y éticas, está ausente de este escenario. Lo cual supone un vacío importante en la reflexión sobre la acción educativa y su sentido con relación a la sociedad contemporánea. El principio de eficacia se impone al de significación y relevancia, que supone un debate distinto sobre los fundamentos.

Si miro hacia atrás, los años finales de los 70 y los primeros de la década de los 80 fueron testigos de un buen número de docentes que entendían la educación de otra manera, y un grupo de estudiantes con necesidad de mirar la educación fuera de las constricciones religiosas y autoritarias presentes hasta entonces. La necesidad del cambio era evidente y había profesorado dispuesto a propiciarlo. Así, en mi primer año de carrera, entre la variedad de asignaturas que me tocaron en suerte, apareció Psicología General, impartida por un tal Ángel Pérez Gómez, profesor no numerario y no muy lejano generacionalmente. Las primeras lecturas que nos ofrece son Vygotsky y Luria, con los que empezamos a adentrarnos en una visión materialista de la psicología, acompañado con sus disertaciones sobre las teorías evolucionistas y los principios del método científico en investigación. Entre la oferta de lecturas también aparece su libro “La herencia, un refugio conservador: cuestiones de psicología genética” (Fernando Torres Editor).

Parte de nuestros cimientos se removieron con esta lectura ya que representó una ruptura con algunas creencias, bienintencionadas pero ingenuas, acerca de la educación. Representaba una visión diferente del sujeto y del aprendizaje, que problematizaba las bases de la acción educativa. De alguna manera, se daba sentido a las intuiciones que me llevaron al mundo de la educación, convirtiéndose en una parte importante de mi biografía intelectual, que iniciaba en aquellos momentos.

Su lectura adquirió más relevancia en tanto que Ángel se implicó en el movimiento pedagógico-estudiantil que iniciamos en la facultad, con la creación de la “Asociación de Pedagogía”, con la que intentamos zarandear las prácticas meramente transmisivas que se estaban llevando a cabo. Con su apoyo iniciamos una evaluación del profesorado, que presentamos en público en la I Semana de Pedagogía que organizamos, que fue capaz de generar un debate en la facultad entre todos los estamentos. De alguna forma, además de profe, Ángel se convirtió en uno de nuestros colegas con los que compartimos acciones, reuniones múltiples y algún que otro encuentro festivo. El cambio epistemológico lo vivimos acompañado del cambio en la relación de autoridad. Para ser honesto, fueron varios los docentes que nos acompañaron en este camino, destacando, sin duda, a José Manuel Esteve.

Para finales de ese curso, en el año 1978, publicó el segundo de sus libros: Las Fronteras de la Educación. Epistemología y Ciencias de la Educación (editorial Zero). En él se hacía una revisión de los fundamentos epistemológicos de la educación y la aplicación del método científico en la investigación educativa. Si bien era una mirada positivista, abrió las puertas de la reflexión sobre el carácter científico de la educación, debate aún no resuelto, pero que no despierta el mismo entusiasmo que entonces. El pragmatismo neoliberal reinante anula esta posibilidad.

Un concepto estaba presente en el libro, del que Ángel además, nos hablaba en clase: La ruptura epistemológica, término acuñado por Bachelard, que recogen posteriormente Bourdieu, Chamboredon y Passeron en su libro “El oficio de sociólogo” (1968, s. XXI). Esto es, buscar la fisura en la praxis social (y educativa en nuestro caso) que nos permita ir más allá de la evidencia, superando los espacios comunes para avanzar hacia otra nueva visión del mundo con la que mejorar en su comprensión. En mi caso el principio ideológico que alimenta esta idea me ha seguido a lo largo de toda mi trayectoria, buscando siempre esa fisura sobre la que construir un mundo nuevo, en mi propia reinterpretación del término.

Otras obras posteriores de Ángel fueron conformando esta “ruptura epistemológica” que conformaron una parte importante del legajo que reconstruye mis orígenes intelectuales en educación. En primer lugar, Lecturas de aprendizaje y enseñanza (1981, Zero), coordinado con Julián Almaraz y posteriormente sus colaboraciones con Gimeno en los manuales que abrieron las ventanas de la educación, hacia una reforma lamentablemente inconclusa: La enseñanza, su teoría y su práctica (1983, Akal) y Comprender y Transformar la enseñanza (1991, Morata).

No creo mentir si afirmo que estas obras nos abrieron al mundo, al pensamiento educativo progresista del momento, a las nuevas concepciones del currículum de las que seguimos viviendo (y que sobreviven difícilmente), y a la perspectiva cualitativa de investigación, de la que tomamos el testigo para seguir profundizando en ella.

Escribir estas líneas en homenaje a Ángel, lo entiendo también como un ejercicio de reivindicación de la necesidad de recuperar el debate epistemológico. La moral neoliberal imperante en la escuela actual obliga a un ejercicio de reflexión y transformación del pensamiento como el que Ángel, junto con algunos de sus colegas, nos ofreció en aquellos convulsos años. Para avanzar en el camino de la transformación educativa deberíamos desempolvar estos legajos, no tanto por lo que dicen (es difícil resistir el paso del tiempo), sino por lo que representan como estímulo para pensar una educación “otra”. Ayudarme a construir este espíritu de ruptura epistemológica permanente, es mi principal deuda con Ángel Pérez.


Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga