Cuando el mundo es hosco, cuando se destruye a sí mismo, apresurado hasta tal punto que la niñez pierde su infancia, y asume y se asemeja a la vida adulta, y se masacra así el tiempo de la vida, se afecta su experiencia, su aprendizaje y su narración, el resquemor resultante puede ser acallado de una buena vez por la complicidad del silencio adaptativo […]. Carlos Skliar (2019, p. 11)
Queremos dar la bienvenida al volumen 3, número 2 de julio 2022 de Márgenes, Revista de Educación de la Universidad de Málaga. Ya es un habitual en nuestros números abrir su contenido con un editorial cuyo objetivo es –además de presentar artículos y textos variados que tratan de ser cuidados y resultar provocadores–, señalar y rescatar aquellos temas o asuntos que nos parecen importantes porque conciernen al mundo educativo, pero también al mundo en general.
Es por ello que, para este número hemos decidido empezar este editorial haciendo alusión a las palabras, concisas y directas del pedagogo, pensador e investigador argentino, Carlos Skliar; entre otras cosas, porque los debates que abre en torno al sentido de la escuela, pero también en torno a la sociedad, nos parecen relevantes dado su compromiso por rescatar el valor de las diferencias; también por sus acertadas reflexiones en torno a la hiperactividad con la que nos movemos en una sociedad cada vez menos atenta a las cualidades propias y más estrechamente ligada a la productividad, esto es, la rapidez por hacer y tener.
Y como no puede ser de otro modo, nos sentimos responsables –por la parte que nos toca–, de este mundo que habitamos como docentes e investigadoras/es. Responsables, porque confiamos en poder hacer educación (y visibilizarla) de otros modos. Si algo nos caracteriza, es el hecho de que ponemos todo el empeño en seguir caminando, cuidando los pasos que damos; tratando de no perder el horizonte que nos guía desde que iniciamos esta andadura. Y es que muchas veces nos encontramos paseando por senderos que, aunque no son tan reconocidos, dominantes o veloces, para nosotros son de gran valor, porque permiten degustar el mundo a la misma vez que lo estamos construyendo. Porque nuestro objetivo está en eso… en el camino, en rescatar y visibilizar lo que sucede en los “entres”.
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Volvamos a las palabras de Skliar, pues encierran una crítica a nuestros modos de vida sumidos bajo la lógica de la prisa compartida. Nos resulta interesante poder dialogar sobre esto, porque lo que plantea el autor nos abre a pensar una lógica de vida “aceptada” que acalla otros modos de vivir en el mundo y que, precisamente, porque es repetida por todas y todos –sin pensarlo demasiado (o nada)–, se silencia y se asume. También es interesante como, cuando menciona ese “mundo hosco”, alegando la premura con la que la niñez deja de ser infancia, nos advierte de la construcción de una narratividad acelerada de lo que es la vida para los niños y las niñas. Y eso repercute en el modo en el que conformamos nuestra idea de infancia, adolescencia y juventud hoy, pero sobre todo, en cómo los acompañamos para crecer y hacerse adultos en este mundo.
El acontecer de la vida, por si aún no nos habíamos dado cuenta, transcurre de un modo vertiginoso; queremos crecer muy deprisa (queremos llegar rápido a las metas, ser los mejores, los más creativos, los más eficientes, etc.) al menor tiempo y al menor coste. Pero eso, paradójicamente, nos consume; el aliento se acelera, nos sentimos bloqueados, surge el hartazgo por las cosas que hacemos y vemos, corriendo el riesgo de que se apague el sentido con el que iniciamos nuestros proyectos. La paradoja es peligrosa, pues la celeridad con la tendemos a vivir (de ahí que el autor señale lo de que la niñez pierda su infancia) se une a que no queremos envejecer. Y ahí hay un círculo delicado que nos sitúa fuera de los caminos, de lo que cuesta, de aquello que requiere tiempo para ser y madurar. Resulta curioso cómo queremos que el tiempo cunda, pero que no pase…
Visto así, el mundo se nos muestra poco acogedor y afable para otros menesteres que requieren de un hacer más lento, sosegado, calmado. ¡Qué hay de esos encuentros entre amigas, amigos, colegas por el simple hecho de verse! Y qué de esas conversaciones infinitas, sin Google, ni traductores que nos hagan el trabajo de ponernos ahí, en ese lugar (a veces incomodo) que la relación con otro u otra distinta nos coloca. ¡Qué hay de esos momentos de soledad, de lectura, de papel y lápiz, de tableros de juegos de mesa…! Y qué de esa vida estudiosa, de ese cultivo por el pensar, por degustar el saber, las palabras…
Autores, como Hartmut Rosa (2020) nos advierte de cómo tendemos a percibir el mundo como punto de agresión, precisamente por esa insistencia en reproducir valores más bien ligados a esa idea de producción y rendimiento, como añadiría también Byung-Chul Han (2018). Y es que “ninguna imagen parece acercarse siquiera a componer con nitidez el cuadro de la velocidad y la urgencia en el que vivimos (Skliar, 2019, p. 25). Y eso, queridas lectoras y queridos lectores de Márgenes, empieza a preocuparnos. El vértigo del “Ya”, del “para antes de ayer”, ese lenguaje que apresura el hacer, que atrapa los instantes, nos inquieta.
Sinceramente, nos preocupa como nuestro ámbito educativo (en todas sus vertientes), parece tender hacia la necesidad del desempeño continuado (y fundamentalmente, productivo) de tareas; algunas, con el fin de acumular méritos, otras en nombre de palabras que se nos convierten en modas: innovación, inclusión, tecnologías, etc.; otras relacionadas con investigar cada vez más y más rápido (¡cuánto más y en menos tiempo, mayor reconocimiento!). Y así, nos vemos involucrados en miles de proyectos, solicitando convocatorias que se nos solapan, resistiéndonos a decir algún que otro “no”, o un “no puedo”, o un “no lo necesito”. Porque realmente parece que sí lo necesitamos. Lo necesitamos para (sobre)vivir en este mundo del “todo al peso”, de lo que cuenta es cuánto tengo.
Sí, nos preocupa seguir silenciando esta vertiginosa espiral de vida académica, personal y profesional. Pero, no porque no queramos hacer nada, sino porque lo que queremos es reivindicar que este nuestro trabajo, ya sea en el ámbito de la educación que sea (escuela, centros socioeducativos, institutos, universidades) requiere de tiempo. Tiempo adecuado para cada cosa, para que aquello que realicemos no pierda su sentido y se convierta en un buscar una solución rápida o cubrir el expediente. En este mismo sentido, indica la filósofa Marina Garcés (2016) como
En el día a día de nuestras vidas personales y colectivas todos hemos podido experimentar aquella sensación tan desasosegante de que hacemos muchas cosas, que hay mucha actividad, incluso demasiada, pero que no pasa nada. “Por favor, qué pase algo…”, nos decimos muchas veces en voz baja, como susurrando una oración, esperando la salvación de un acontecimiento real que interrumpa el movimiento sin fin de un mundo hiperactivo. (p.61)
Así, queremos reivindicar la necesidad de volver a cuidar el estudio u otras artes de las que nos habla Bárcena desde ese sentido que nos cuenta el autor: “cultivar las cosas que valen por sí mismas”. Queremos acabar con el utilitarismo en educación, con el mercado educativo, de lo que se consume con avidez y ambición y no se comparte, ni se realiza desde la idea de lo común. Nos manifestamos en contra del individualismo (¡A ver quién llega antes!) a costa de cualquiera cosa (perdiendo el sentido); y de lo que se ofrece para ser consumido (aunque lo indiquen los baremos). La meritocracia nos engaña y como decía Skliar más arriba, nos hace cómplices de un silencio adaptativo.
Y entonces, el tiempo que es algo tan preciado, se convierte en un ¡no tengo tiempo! Pero, en realidad, es un tiempo cronológico, medible y cuantificable, que llenamos de cosas que, paradójicamente, no nos dejan tiempo fenomenológico para degustarlas. Sentimos, desde hace ya tiempo, que gastamos nuestra vida en cosas, algunas de ellas verdaderamente innecesarias y sin sentido, solo por el hecho de seguir, de continuar, de no re-pensar lo que nos pasa…
… Si no tenemos tiempo de “parar” un rato a contemplar lo que somos, donde vivimos, qué necesitamos… es fácil caer en el abismo de la hiperactividad y la productividad, por el hacer y el hacer y el hacer. Y el mundo que camina hacia el futuro, nos absorba de manera desmesurada, silenciando nuestra voz interior, esa que se fragua a fuego lento, la que necesita un par de respiros (o más…) para pausar el frenesí por el avance, por las cosas inmediatas.
En este sentido, vemos artículos en nuestro número, como el de Holda María Espino, que abre el pensar educativo al trabajo que realizan docentes de México a través de la telesecundaria para cuidar la relación que establece la escuela con las madres de su alumnado adolescente. Una cuestión relevante, con marcado carácter pedagógico, que se sale del habitual investigar para resolver conflictos con jóvenes. Este y otros textos nos definen. Definen cómo es importante rescatar otras formas de indagación y otros temas educativos que son tan importantes y que pueden quedar silenciados por el habitus dominante en el ámbito de la investigación en educación.
Queridas lectoras, queridos lectores de Márgenes. Si algo tenemos claro es que necesitamos encontrar la atmósfera adecuada para detenernos, para así paladear una buena lectura, un buen discurso, una buena conversación. Porque como dijo Gloria Fuertes “La gente corre tanto porque no sabe dónde va, el que sabe dónde va, va despacio, para paladear el ir llegando.”
¿Tienes tiempo para detenerte con nosotras y con nosotros en los Márgenes?
Garcés, M. (2016). Fuera de Clase. Textos de filosofía de guerrilla. Galaxia Gutemberg.
Han, B. C. (2018). La sociedad del cansancio. Herder.
Rosa, H. (2020). Lo indisponible. Herder.
Skliar, C. (2019). Como un tren sobre el abismo o contra toda esta prisa. Vaso Roto Cardinales.