Título: Educarse en la era digital
Autora: Pérez Gómez, A. I.
Páginas: 336
Editorial: Morata
Año: 2012
ISBN: 978-84-7112-684-9
País: España
Idioma: Español
“¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido entre el conocimiento? ¿Dónde el conocimientoque hemos perdido entre la información?” (T. S. Elliot, 1963).
Cuando recibí la amable invitación de Ester Caparrós a participar en el homenaje que se le iba a rendir a mi querido compañero y amigo Ángel I. Pérez Gómez me sentí a la vez halagado y agradecido. Y cuando supe que mi tarea consistía en hacer algunas reflexiones sobre su obra “Educarse en la era digital” sentí una nueva satisfacción porque son tantos y tan importantes los motivos que justifican el homenaje, que hubiera sido difícil para mí circunscribirlo a una parcela de su vida profesional. Me hacía una encomienda limitada, aliviando mi deseo de agradecerle todo lo que ha hecho, dicho y escrito por la educación en este país y fuera de él.
Antes de entrar en la tarea encomendada, permítaseme hacer una referencia general de doble signo. El primero se refiere al papel que ha desempeñado Ángel Pérez en la Pedagogía española. Bien se puede decir que hay un antes y un después de su llegada a ella. Su obra es fundamental para dar el salto de una pedagogía pedestre que fundamentó nuestra formación a una pedagogía lúcida, exigente, progresista, crítica y comprometida. Su ejercicio profesional docente, investigador y de gestión han sido siempre un estímulo para colegas y alumnado. El segundo tiene que ver con mi relación con él durante casi medio siglo, tanto en el aspecto profesional como en el personal. Tengo que agradecer en estas líneas todo lo que me ha enseñado y, sobre todo, la amistad con la que me ha honrado durante tantos años.
Su presencia en la red se manifiesta en millones de referencias, ya que es un autor prolífico y un profesional reclamado para tareas de formación en medio mundo. (Por cierto, no sé cuántas personas saben que existe otro Ángel Pérez Gómez, jesuita, autor prolífico, cinéfilo confeso que, para evitar la coincidencia plena, firma como Ángel A. Pérez Gómez (Ángel Antonio Pérez Gómez) y así diferenciarse de Ángel Ignacio Pérez Gómez (Ángel I. Pérez Gómez), catedrático emérito de la Universidad de Málaga. Lo digo porque los rastreos bio y bibliográficos en la red pueden llevar a pintorescas confusiones con su homónimo).
Voy a la encomienda de Ester. Recuerdo que, cuando leí por primera vez el libro, al poco de ver la luz en el mercado en el año 2012, le escribí un correo al autor diciéndole que era lo mejor que había leído sobre nuestra parcela pedagógica en los últimos treinta años.
Ángel Pérez no escribe por escribir. Escribe para satisfacer la necesidad de responder a las nuevas exigencias de la educación. Lo dice él mismo en las primeras líneas del libro: “El presente ensayo es el fruto de una necesidad personal, supongo que compartida, de pararme a pensar, de clarificar y reencontrar el sentido de las turbulencias que rodean mi vida profesional como docente e investigador sobre educación”.
Un enorme caudal de lecturas nutren su discurso. No lecturas cualesquiera, sino de autores y autoras relevantes sobre los temas que trata y de indiscutible pertinencia y actualidad. Lecturas abundantes y bien asimiladas que luego integran su propio discurso. No cita por citar, no encadena las referencias. Hace suyas las obras y las integra en su línea argumental de manera que, aunque esté citando, percibimos el pulso ideológico y literario del autor. Los escritores son como los cerdos, leí en cierta ocasión. Según lo que comen, así será la calidad del jamón. En el caso de los autores y autoras, la calidad de sus escritos depende, en buena parte, de la riqueza de lo que leen. Son veinte páginas de referencias bien apretadas, muchas de ellas de autores de habla inglesa y de un significativo arco temporal. Unas de textos clásicos y otras de rabiosa actualidad en el momento de la escritura.
Su discurso no se nutre solo de lecturas y teorías. Le importa mucho lo que él suele llamar “epistemología de la acción”. Es decir que el análisis de la realidad, de la experiencia y de las experiencias propias y ajenas le permiten establecer una estimulante dialéctica intelectual en la simbiosis de teoría y práctica. De hecho, en el libro aparecen interesantes referencias a experiencias innovadoras en aulas y en escuelas. Su discurso se apoya en la práctica y, atravesado y enriquecido por la teoría, desemboca en la transformación de su racionalidad y de su ética.
Ángel I. Pérez Gómez escribe con párrafos largos, intensos, gramaticalmente bien construidos, de modo que puedes disfrutar de la semántica ayudado por una elegante estructura gramatical. No te permite ni un descanso, no te concede, como lector, ni un momento de relajación. Tienes que estar permanentemente atento, especialmente concentrado porque, de lo contrario, pierdes el hilo argumental. Si aflojas en la atención, no disfrutas de la riqueza, el ingenio y la profundidad del discurso.
El autor tiene un toque literario que siempre me ha cautivado. Y también le ocurre cuando habla. Hay quien es profundo escribiendo, pero no hablando. En su caso no hay mucha diferencia. De forma constante enriquece lo que está diciendo con una concatenación de verbos, de nombres o de adjetivos que hacen más sólido y más rico su pensamiento. Pondré un ejemplo de adjetivación entre miles ya que se trata de una constante en su estilo. En las primeras líneas califica así el contexto digital en el que se produce la tarea de educarse: “…en la compleja, sorprendente, rica, incierta, cambiante y desigual era digital”. Seis adjetivos. Otros autores hubiesen despachado el sustantivo con un solo. O con dos. Lo mismo hace con los verbos. Habla de la cantidad de información que reciben los alumnos y de la importancia de la calidad de lo que se hace con ella: “...la capacidad para entenderla, procesarla, seleccionarla, organizarla y transformarla en conocimiento”. Cinco verbos.
El tema que aborda en la obra no puede ser de mayor importancia y actualidad. Es una característica de sus obras no digo la de estar en la avanzadilla intelectual pedagógica sino la de ser la avanzadilla. Y le ha dado al libro un título sugerente, incisivo, retador. Otros hubieran tenido la tentación de utilizar el infinitivo: Educar en la era digital. Pero el impersonal educarse nos lleva a la esencia del proceso educativo. “Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, las personas se educan entre sí con la mediación del mundo”, dijo certeramente Paulo Freire. Utiliza Holderlin una metáfora que he repetido muchas veces: los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a a los contentes: retirándose. Si las aguas no retroceden, el continente no emerge. La tentación es anegarlos: pensar por ellos, decidir por ellos, responsabilizarse por ellos. Yo mismo me he aproximado a la idea en el título de uno de mis primeros libros: “Yo te educo, tú me educas”.
La era digital requiere aprendizajes de orden superior que ayuden a instalarse críticamente en la incertidumbre y la complejidad. Exige a su vez, desarrollar hábitos intelectuales, en gran medida no conscientes, que preparen para un escenario en el cual casi todo es más accesible, complejo, global, flexible y cambiante; demanda la capacidad de afrontar niveles elevados de ambigüedad, creatividad, capacidad para reconstruir, desaprender, arriesgar y aprovechar los errores como ocasiones de aprendizaje, desenvolverse en la ambigüedad y en la incertidumbre como condición de desarrollo creativo de las personas y los grupos humanos.
Una concepción rica y sugerente del concepto de competencias, tan alejado del simplismo desde el que muchas veces se aborda, centra el quehacer educativo, un quehacer tutorial, alejado del tradicional papel autoritario y transmisor del docente, radicalmente empobrecido y lamentablemente homogeneizador.
Otra característica de los libros de Ángel I. Pérez Gómez, y este no es una excepción, es que tienen una sólida y lógica estructura. Lo primero fundamenta lo que viene después y lo que viene después complementa, enriquece, desarrolla y explica lo primero. En una Primera Parte, en cuatro capítulos, establece las bases de lo que es educarse en la era digital. El autor, a través de un dialogo con múltiples autores, teorías, experiencias y propuestas, como decía, intenta clarificar lo que significa aprender a educarse en el complejo contexto contemporáneo: ¿cómo aprendemos a vivir, pensar, decidir y actuar en la atmósfera densa y cambiante de la era global, digital?, ¿qué papel está ocupando la escuela convencional en este proceso? En la Segunda Parte, de cinco capítulos, desarrolla lo que es necesario para ayudar a educarse. Nos ofrece su visión particular sobre lo que considera una escuela educativa, es decir un espacio público para ayudar a que cada uno de los ciudadanos y las ciudadanas se construya como persona educada, elija y desarrolle su propio y singular proyecto de vida en el ámbito personal, social y profesional.
Antes de todo, un prólogo largo y sustantivo (no es habitual encontrarse con un prólogo de 32 páginas) en el que pone los cimientos del edificio que luego va a levantar y, al final, un breve epílogo que se cierra con una pregunta sobre la tarea de ayudar a educarse: “¿puede concebirse una profesión más abierta, digna, atractiva y absorbente?”. Pregunta que nos remite, en una obra tan rica como esta, al referente estético, poético y emocional del discurso.
Desde el principio al fin hay una preocupación casi obsesiva por la institución escolar. Desde el amor por ella hace una crítica severa de la escuela tradicional, de la escuela “de talla única”, como le gusta decir, con un curriculum extenso y poco profundo, asentada en rutinas y empeñada en la transmisión de conocimientos. Una escuela en la que no es posible educarse, hoy menos que nunca.
Otra cualidad admirable de la obra es la precisión de los conceptos y de las palabras. Es sabido que el lenguaje es como una escalera por la que subimos a la liberación y a la comprensión y por la que, a veces, bajamos a la confusión y a la dominación. Por eso es importante la precisión en el lenguaje. Como habla de la necesidad de educarse, habla luego de la naturaleza tutorial de la función docente, de la evaluación como aprendizaje y de nuevas formas de enseñar y aprender.
Largo o corto no son adjetivos sustanciales para describir cómo es de valioso un libro. Pero, si es bueno, el que sea largo es una interesante cualidad. Aquí tenemos 334 páginas densas y a la vez atractivas y estimulantes. Sin repeticiones, sin concesiones, sin descansos. Un libro que, cuando estás llegando al final, lamentas que se esté acabando.
En “Educarse en la era digital”, Ángel I. Pérez Gómez, reflexiona sobre “cómo ocupamos nuestro tiempo escolar en el aprendizaje de datos, en la apropiación memorística de informaciones y tareas rutinarias de bajo nivel y se nos escapa la tarea de ayudar a formar el pensamiento crítico y creativo, el desarrollo armónico de sus emociones, la búsqueda de su identidad y sentido, la formación de conocimientos, habilidades y actitudes que permitan el compromiso ético y político, la formulación y reformulación sensata y racional de sus modos habituales de conducta y comportamiento”, se puede leer en la contraportada.
Ángel Pérez sabe muy bien que no se puede entender bien el texto sin conocer el contexto, que la educación no se produce en una campana de cristal, en la estratosfera o en el vacío. Hace un análisis certero (en esta y en otras obras) sobre la cultura en la que se instalan las escuelas. Y desde el conocimiento crítico del contexto traza las líneas básicas de lo ha de ser un proceso educativo exigente. La escuela y los profesionales que la habitamos tenemos el apremiante compromiso de ser contrahegemónicos en el seno de la cultura neoliberal.
Y no olvida nunca que la educación, como proceso diferente a la simple instrucción o a la socialización, tiene una dimensión ética que resulta esencial. Por eso escribe lo que escribe y hace lo que hace. Por eso es un profesional comprometido con los valores. Si he dicho que lo que escribe tiene coherencia interna, también digo que hay coherencia entre su obra y su vida. El homenaje no puede ser más justo, más merecido ni más oportuno.