Vélez, L. (2017). Nuestra casa en el árbol. Ediciones Destino.
RESUMEN:
La presente propuesta se articula como recensión reflexiva que quiere acercar la novela de “Nuestra casa en el árbol” a las y los posibles lectores. Se trata de una reseña compuesta en clave pedagógica, donde la voz de quien la escribe procura dejarse decir por aquello que esta historia nos desvela, a través de sus escenas, como potenciales sentidos educativos...
PALABRAS CLAVE: infancia; literatura; formación inicial docente
ABSTRACT:
Briefly, this proposal is articulated as a reflective recession that wants to bring the novel “Our house in the tree” closer to potential readers. It is a review composed in a pedagogical key, where the voice of the writer tries to let himself be said by what this story reveals to us, through its scenes, as potential educational meanings...
KEYWORDS: childhood; literature; initial teacher training
“Nuestra casa en el árbol” acontece como un libro-raíz que abre y hace brotar interrogaciones acerca de nuestra relación con la infancia y con el mundo al que hemos venido a coincidir, y a propósito de la propia vida cuando lo que sucede en ella desmorona nuestra idea de estabilidad y nos deja el polvo de los restos, por si decidimos hacer algo con ello.
La trama de esta historia se abre con la muerte del marido de Ana que, junto con sus dos hijos, Michael (7) y Richard (6), y su hija María (5), decide emprender una mudanza desde España hasta Hamble-le-Rice (Inglaterra), un pequeño pueblo bucólico donde proseguir y dar nuevos sentidos a la vida.
Sin embargo, la muerte de David no es la única muerte que Richard, Michael y María, los protagonistas, están atravesando, sino también la expiración de algo mucho más sutil e ignorado: la propia infancia. En la escuela a la que acuden en España, se les impone la irrelevancia más infértil (listados de contenidos impuestos, descontextualizados y desvinculados de la propia piel) por encima de las incógnitas vitales y cotidianas a las que las niñas y los niños anhelan acercarse. Sin dejar tampoco que la vida escolar se acerque a la incógnita irreductible que ellas y ellos son y pueda surgir algo de ese encuentro.
¿Dónde habita el currículum? Es una pregunta que se encarna silenciosa, casi como reivindicación, en el cuerpo de nuestros protagonistas. Y es que la escuela se les antoja como una emboscada de “verdades” absolutas que Ana, como madre, procura desarticular en reuniones con una maestra. Y, también, en muchas situaciones que plantea a sus hijos, como podemos leer en cada uno de los fragmentos de diario, y que nos desvela cómo esta madre trata de desviar las miradas que imponen esa “verdad” externa, hacia el “verdor” de lo vivido en el interior de sí en relación a sus hijos, posibilitando la frescura de los sentidos nacientes que la infancia inaugura con su presencia arbórea, y que es metafóricamente vivida a través de la ramificación de infinitas preguntas.
¿Hasta qué punto pueden “hacerse presentes” niñas y niños en la escuela?, ¿podemos hacer escuela sin la presencia de la infancia?, ¿es la escuela un lugar que acoge las particularidades propias de cada una de las criaturas que a ella acuden? Estas son algunas de las cuestiones-matriz que subyacen y nos acometen durante toda esta historia que se nos presenta como un reclamo por nuestra responsabilidad pedagógica.
Sin embargo, desde la escuela a la que van nuestros protagonistas, se persiste en la incredulidad más férrea hacia la infancia en su diferencia vital. Un descrédito que tacha velozmente a niñas y niños de tener un pensamiento sin lógica. “Pero la simple vista es desconfiada” (p.5) y no se arriesga a sentir dentro de sí esos otros pensamientos y otras lógicas. Así, “Nuestra casa en el árbol” pone palabras a la dificultad adulta de creer a la infancia como existencia en sí misma.
Porque la mirada de la escuela continúa siendo estrecha, y el dolor cada vez más amplio. Y así lo demuestran las inquietudes de los protagonistas más pequeños, quienes se debaten continuamente en esa lógica reproductiva que les plantea el vivir en un sistema que no los escucha.
Pero a pesar de tan pesada mortificación, la vida se impone más viva que nunca en la historia de esta madre y sus hijos. De modo que, más que colocar un parche superficial a la vida, Ana se torna la herida en sí misma. La herida aquí entendida en su condición afirmativa y vital: como apertura. Y entonces una se para a pensar con Ana si es que quizá el origen del dolor humano, paradójicamente, se halle no tanto en aquello que nos desgarra las expectativas y nos recuerda que somos un cuerpo herido de vida, sino en los intentos frustrados por suturar… por cerrar lo incierto que nos constituye y que nos grita que “la vida es incurable” (p.41).
Es por ello que, en lugar de suturar, el valor de la protagonista radica en cómo se pone a la escucha de lo que “supura”. Al igual que el árbol supura savia, ella advierte un saber desapercibido en la infancia que sus hijos supuran. “Me hacen sabia. Me obligan a profundizar” (p.187).
Así, “Nuestra casa en el árbol” es, en breves palabras, metáfora de la apropiación de sí, de la capacidad de crear algo nuevo, propio y con sentido, que se escapa de la idea de vida en “quit”, de vida empaquetada y codificada según las representaciones de “lo ideal”. Es así, como la propuesta de esta madre de construir una casa de madera en un roble centenario atraviesa la idea de la propia reconstrucción interna, sin censuras, sin limitaciones; con todo lo que el dolor de la lucidez y la tensión de la dificultad posibilitan a ese pensarse en libertad.
En las descripciones de las experiencias vividas en es donde podemos ver cómo Ana, Richard, Michael y María pueden liberar la fuerza vital de esa atmósfera interrogativa que les caracteriza y que recorre toda la novela. Desde una relación con el saber que parte del deseo y la perplejidad, estos personajes perforan el mundo con sus preguntas y se asoman a su misterio como si del agujero secreto de un árbol se tratase. “A una rana, ¿le puede dar miedo otra rana?” (p.224). Hasta lo más minúsculo cobra valor de pensamiento para nuestros protagonistas. Y es que, en una sola pregunta, lo basto del mundo se desata. Aquí la duda no es ya algo anecdótico o una “etapa”, sino un modo de existencia, porque “la realidad no está reflejada en las palabras. Faltan palabras” (p.242).
Con todo, el relato va desenvolviéndose a dos voces, las de Richard y Ana, que se ensamblan como dos tonos cálidos envolviendo la corteza de cualquier árbol. Uniéndose la voz de Michael en los últimos capítulos, a través de sus cartas escritas. Los recuerdos de Richard y los fragmentos de diarios de Ana componen un ensamblaje de memorias vivas, en tanto que nos dan a pensar… La novela, historia de una infancia concreta, y no tanto de “la infancia”, se divide en tres capítulos que, como una enredadera, dejan conectadas todas sus bifurcaciones y nos invita a irnos por las (t)ramas para llegar paradójicamente a las raíces, a lo esencial. Las inquietudes vitales quedan transformadas en literatura. Y la literatura es cuidada aquí como una inquietud vital y transformadora.
Como hilos fundamentales a lo largo de la historia, destacan: (i) lo educativo no está asegurado en un “título de docente”, sino en la disposición íntima de un adulto que compone con la infancia una relación educativa desde la que dejarse trans-formar. Ana, desde su “ser madre”, nos devuelve la sabiduría femenina de ese “entre-dos”, gestando un sentido de la alteridad dentro de sí (ii) la cotidianeidad y sus misterios como reveladores de un currículum apegado a la vida... ¿y si tirásemos del hilo? (iii) la relevancia de cultivar un sentido interrogativo y de atención afinada hacia el mundo para poder estar con la infancia sin cancelar lo que esta trae.
Por último, podría pensarse que introducir una novela en un contexto de formación inicial docente casi resulta un ejercicio de “extranjería”, al tratarse de un lenguaje “ajeno” al pedagógico. Y aquí radica su potencia. Lo literario viene para relanzarnos a lo educativo desde otro lugar, allí donde las vidas contadas nos invitan a re-contar la propia, en clave formativa. A través de las palabras frescas de esta historia, lo que prima no es tanto fijar una teoría, sino dar rienda suelta a la dimensión existencial del oficio educativo: que algo de lo narrado se nos cuele por el cuerpo produciendo efectos de sentido, siendo re-leídos por lo leído.