Elogio del profesor. Jorge Larrosa Bondia, Karen Christine Rechia y Caroline Jaques Cubas (editores) 2020, Buenos Aires, Miño y Dávila Editores. 373 páginas.
ISBN: 978-84-18095-10-8
Los tiempos están cambiando, también para la escuela. Cientos de autores en todos los rincones de la tierra dedican su atención y tiempo a pensar cómo estos cambios impactan en la educación. La llamada cultura del aprender a aprender, las nuevas tecnologías de la información y la mercantilización de los saberes escolares nos invitan a pensar una educación en la cual las funciones del profesor se reducen al recuerdo melancólico y empolvado de la escuela tradicional.
Sin embargo, en este torbellino neoliberal que todo lo arrasa, somos muchos los profesores todavía intentando hacer escuela. El Elogio del Profesor es en este contexto, y en palabras de una maestra de escuela, una caricia al alma. A partir de conversaciones y reflexiones en torno al oficio docente, el colectivo de autores convocados en este texto le otorga tiempo y atención a pensar, una vez más, las formas, los gestos y las materialidades del quehacer escolar.
En estas páginas, Jorge Larrosa, Karen Rechia y Caroline Cubas nos proponen como forma de elogiar al profesor y a su vez a la escuela, una idea majestuosa: la de hacerlos a la misma escuela y al profesor los objetos de nuestro estudio.
El texto se constituye de tal manera que a la vez nos invita y nos transporta. Nos invita a pensar el amor, en tanto amor al mundo como materia de estudio, y pensar el oficio en tiempos de crisis. Nos transporta a la sala de aula, a los aromas y los sonidos (que hoy nos faltan), en un vaivén entre los ejercicios realizados por los autores en Florianópolis en 2018, y la reconstrucción de nuestra propia experiencia docente.
Si en palabras de Hannah Arendt, la educación es "el punto en el que decidimos si amamos al mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él.", el Elogio del Profesor es una forma de celebrar el oficio de quienes seleccionamos un recorte del mundo y lo amamos lo suficiente como para presentarlo a nuestros alumnos y alumnas con fascinación e interés, para invitarlos a dedicar ahí un poco de tiempo a salvarlo.
La escuela, como la presentan los autores, es ese espacio otro, ese espacio que hace del mundo un asunto público, que pone el saber sobre la mesa, al alcance de todos, en palabras de Jan Masschelein, "ese lugar de igualdad por excelencia en tanto que ofrece a todo el mundo la posibilidad de encontrar su propio destino". Una escuela, que no es un centro comercial, ni una plaza, ni una fábrica. Una escuela con tiza, papel y lápiz, con tiempos y ejercicios. Una escuela que se define, en palabras de Jacques Ranciere, por su forma y no por su contenido. Una escuela como refugio, un espacio-tiempo que universaliza y garantiza el tiempo libre, que permite a los hombres y mujeres que la habitan un escaparate del sistema productivo para pensar y amar el mundo, para impedir que el mundo se deshaga. Una escuela como conquista y como bandera.
En ese contexto, es el profesor el que invita a estudiar, el enamorado de su materia, el que se permite profanarla sin fetichizarla, el que a la vez fascina y enamora a otros de su mismo tema. El que habla "a todos en general y a nadie en particular". El que desafía al sistema productivo desde el ejercicio, sin más razón ni motivos que el mero pensamiento. Resuenan en nuestros oídos docentes las palabras "competencias", "aprendizaje significativo" y "aprender haciendo", así como las preguntas de alumnos por la productividad: "Profe, ¿esto para qué sirve?" Las reflexiones de este libro nos animan a afirmar que las materias escolares no son mercancía, no entran en la ecuación del valor, no sirven ni deben servir para nada más que para ser estudiadas.
El profesor que elogia este libro es aquel que hace pública alguna cosa. El que levanta el velo de misterio, autoriza a descubrir y se responsabiliza de que el mundo no le pertenezca a nadie y les pertenezca un poco a todos. El que construye esa igualdad ficticia, y dice: "En estas cuatro paredes (las de la sala de aula) somos todos iguales".
El profesor, elogiado y repensado en estas líneas, restaura su aura de grandeza y se afirma en su camino. La forma dialógica y la diversidad de voces del libro pone en práctica su propia tesis, con la potencia del hacer pública una reflexión nos obliga a detenernos en ella a pensar un poco más. En torno a la vocación del profesor, por ejemplo, se exploran los diversos caminos que ha tomado el concepto, y se propone resignificarlo para considerar la vocación no como algo sacralizado e inevitable, sino más bien como una forma de "valorar la experiencia acumulada a lo largo del camino", de traer al presente lo que aun resiste y parece quedar fuera de él.
Este libro no idealiza la educación, la escuela ni el oficio. Tampoco nos da recetas prefabricadas para nuestro trabajo en el aula. Invocando a María Zambrano, el texto nos propone pensar que "la educación es exigente, pide entrega y no está exenta de sufrimiento", pero es, a la vez un camino marcado por una vocación de amor que salva al mundo en tiempos de arrasamiento y barbarie.
Un elogio y una caricia a este quehacer revolucionario del maestro.