Miguel Cortés Arrese (2019). Vidas de cine. Bizancio ante la cámara. Madrid: Catarata, ISBN 978-84-9097-589-3. Reseña de Elena Muñoz (Universidad de Salamanca).

En la reciente edición de Vidas de cine. Bizancio ante la cámara, el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Castilla-La Mancha, Miguel Cortés Arrese, presenta un estudio novedoso acerca de la cultura bizantina y sus pervivencias. Anteriores publicaciones como Bizancio. El triunfo de las imágenes sagradas (2010), Estilos de vida en Bizancio (2011), o Constantinopla. Viajes fantásticos a la capital del mundo (2017) dan idea del bagaje que el autor trae consigo para sumergirnos en el sueño contemporáneo del Imperio oriental, esta vez, a través del cine.

En el libro, el cine es el documento que nos aproxima a la historia, pero también espejo que nos enfrenta a nuestro reflejo en negativo, a un acervo de la civilización propia que la memoria artística del Occidente colocó en el lado de lo exótico. Cine así como vehículo que hace presente un pasado remoto en una tierra lejana y que, a la vez que construye, desvela los mecanismos constructores de la identidad a partir de lo que ella excluye. Ni es nueva la investigación sobre el arte audiovisual, ni mucho menos la de la historia bizantina, pero lo original de la combinación de ambas visiones ha hecho que Giorgio Vespignani (profesor de la Universidad de Bolonia en Rávena) califique el monográfico de Cortés como pionero de los filmstudies dedicados Constantinopla.

Vespignani, en su prólogo, resalta la cualidad meta-medial del cine, describiéndolo como manifestación de todas las manifestaciones artísticas, y extraartísticas. Es por ello que, alrededor de media centena de películas obligan en el libro a tratar con literatura, música, teatro, ópera, arquitectura, mosaico, escultura, textiles, gestualidad, religión, liturgia, urbanismo, sentimientos, movimientos sociales, políticas económicas, censura, fronteras, naciones, ideología, individuos, instituciones… El cine se concibe como lente y reflejo de arte e historia, determinados por el contexto y las técnicas de cada producción fílmica. Así añade en síntesis el prologuista, citando a Tarkovsky y a Lehane, que este “arte de nuestro tiempo” es un lugar de “encuentro con el tiempo” en una realidad formada en contacto con las ficciones.

A pesar de la dificultad de esquematizar el contenido de un libro de tales características, pueden distinguirse a lo largo de su lectura distintos ‘escenarios’ de historias ramificadas, con núcleos temáticos no susceptibles de separación neta. A lo largo de más de doscientas páginas, la historia del Bizancio representado en el cine se engrana a la historia del propio arte y el análisis de las representaciones donde intervienen distintos elementos, internos y externos a su composición y su producción; todo ello toma forma en un argumento dividido en capítulos entrecruzados, marcados por los caracteres de los personajes que protagonizan la trama de este relato de relatos, y la enriquecen con sus distintas facetas históricas, sociales y emotivas. Los capítulos dedicados a este surtido elenco, histórico y artístico, enfatizan la comparación de sus Vidas escritas y representadas en el pasado con sus “vidas de cine”:

Simón es el asceta siriaco del drama de los paganos contra los cristianos en la tardoantigüedad, el estilita que combate sus tentaciones penitente en su columna, elevado entre el cielo y la tierra; Luis Buñuel lo imaginó en lucha extrema de religiosidad neurótica frente a un demonio femenino, asceta atemporal en un escenario ubicuo que lo trajo al mundo de la Coca-cola al son de discoteca y tambores de Calanda. Teodora es la magnífica emperatriz del Bizancio más lujoso, cruel y decadente, la esposa de Justiniano que tiene en común con las divas que la encarnaron en el cine y en el teatro el provenir del mundo del espectáculo; Riccardo Freda filmó su biografía de mujer valiente, sensual e inteligente, vistiéndola con la estética de los mosaicos ravenaicos. En tercer lugar, en un capítulo central del libro, que liga cine, icono e historia soviética, Andrei Rublev representa el genio del artista de los iconostasios bajomedievales; su pintura revaloriza la “esencia” rusa en la lírica cromática de Andrei Tarkovsky. Y por último, Francisco de Asís, bien conocido en la cultura del mediterráneo (“el más santo de los italianos y el más italiano de los santos”), es observado en un mundo interior de paz y comunión con las criaturas, alegría y jovialidad paralelas al movimiento hippy de los jóvenes a quienes Franco Zefirelli dirigió su película.

Los cuatro, junto a otros muchos figurantes, dramatizan la vida-marco del auténtico protagonista. Las historias y las imágenes del paisaje bizantino y de sus gentes son modelos que inspiran argumentos, ambientes y localizaciones, actuaciones y vestuarios, bosquejos de planes del rodaje. Bizancio es así convertido en personaje ante la cámara, y dotado de su propia historia fílmica. El libro comienza reflexionando acerca del impacto del arte decimonónico en un cine del este europeo que ha preferido mirar a occidente y heredar la visión peyorativa del desaparecido Imperio oriental, y termina con un capítulo dedicado a “películas que hablan de nosotros”, que reivindican las raíces bizantinas tras la conquista de los otomanos rindiendo homenaje a un “Bizancio después de Bizancio”.

El telón de fondo historiográfico en esta obra es esa larga secuencia elíptica en que “la ciudad de los tres nombres” se va desenvolviendo a saltos desde el antiguo Byzantion de los griegos y los romanos a la Constantinopla cristiana y el Estambul turco. Para ilustrar esta historia vertebradora, el autor recurre al análisis de un corpus documental y bibliográfico muy amplio, que va desde los textos religiosos, las Vidas, crónicas y hagiografías, a las novelas, guiones, libretos, investigaciones de la literatura; Malalas, William Caxton, san Buenaventura; bibliografías de la historia eclesiástica, la del arte y la arqueología, y análisis de piezas clave de la historia bizantina: ciudades, mosaicos, puentes, palacios, basílicas, el Orient Express, la Luna sobre el Bósforo… emblemas del Imperio y objetos mucho menos conocidos, conservados in situ o musealizados, retroceden al origen histórico e iconográfico de los elementos fílmicos.

El autor atiende a cómo el desarrollo del cine, su historia técnica y sus contextos, ata los temas y personajes de las películas a la biografía de actores y directores teniendo en cuenta su formación artística, las circunstancias sociopolíticas y religiosas, venturas y desventuras de las muchas producciones que se analizan o se mencionan: desde los inicios mudos y teatrales del cine hasta la contemporaneidad, de Méliès a Bergman, de los héroes holliwoodienses a las minorías expatriadas, Tirante el Blanco, Amenábar, Agatha Christie, Tintín, James Bond, una gran variedad de obras y directores, que sin embargo tienen en común, de uno u otro modo, el haber dado a Bizancio nueva vida.

Además de considerar los precedentes literarios, visuales o audiovisuales influyentes en esos films que asimismo dejaron huella en la historia del cine y de las otras artes, en el libro destaca una perspectiva complementaria bajo el epígrafe dedicado a El Greco, “primer cineasta”: Si bien la novela, el teatro, la pintura, el mosaico, tuvieron sus efectos en las composiciones fílmicas, el cine ha enseñado a mirar esas representaciones de determinada manera: Buñuel, Pasolini, Eisenstein o Tarkovsky son algunos de los directores impactados por los retratos, el uso del lenguaje gestual del “último gran pintor bizantino”. El criterio fílmico valoró en esas imágenes fijas la evocación del movimiento, la luz subordinada a los encuadres, el avance del montaje en esa pintura como “construcción arbitraria basada en el conocimiento y no en la mirada”.

La edición de bolsillo de Catarata incorpora carteles de los films, fotogramas y bocetos de rodaje, ilustraciones de contenidos centrales de un libro ciertamente difícil de resumir en todas sus líneas maestras. La desbordante implicación de temas, historias, personajes, autores, imágenes, tiempos de Bizancio ante la cámara, se solventa en prosa clara, amena y sugestiva. Es una lectura tan asequible para quienes buscan una obra divulgativa como para aquellos que encontrarán estímulos a la investigación del arte de cualquier época.