María Rosón (2016). Género, memoria y cultura visual en el primer franquismo. Madrid: Cátedra, 334 pp. Reseña de Alberto Berzosa Camacho (alberto.berzosa@gmail.com).

La historiadora María Rosón aborda en este libro uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de España, el periodo comprendido entre 1938 y 1953, en el que la luz se apagó para los españoles debido no solo a los efectos de la guerra, el hambre y la represión generalizadas que se extendieron por la geografía nacional durante aquellos años, sino también debido a la disciplina militar con que el régimen franquista pilotó desde entonces un nuevo Estado que inspirándose en los principios del nacionalcatolicismo, sirvió para someter a un férreo control legal y moral al pueblo español durante las siguientes décadas. Más allá de las particularidades determinadas por el contexto, la forma en que Rosón se acerca al periodo dista mucho de las aproximaciones conocidas hasta ahora. En primer lugar, porque lo hace a partir del análisis de materiales de la cultura visual del momento, es decir, de las fotografías —individuales u organizadas en álbumes—, revistas, boletines informativos, propagandas y películas que circularon en esas fechas ante los ojos de los españoles y españolas. Y en segundo lugar porque la autora describe en su texto las formas en que las personas se relacionaron durante el primer franquismo con todas esas imágenes que alimentaron el imaginario popular. Gracias a ello ofrece una faceta nueva de la sociedad española de posguerra que habla, entre otras cosas, de la existencia de formas alternativas de sociabilizar entre mujeres, de la aparición de flujos de placer estético y erótico, de una población capaz, no solo de interactuar, sino sobre todo de apropiarse de las referencias culturales de su tiempo, de la posibilidad de imaginar y poner en práctica propuestas de género diferentes a las que marcaban las costumbres de la época y de la creación de redes de afecto y espacios íntimos de resistencia ante la intransigencia del cuartel-convento en que se estaba convirtiendo por norma general España.

La lectura de Género, memoria y cultura visual en el primer franquismo resulta especialmente estimulante al comprobar la habilidad que tiene María Rosón para hacer emerger ante los ojos del lector y la lectora los múltiples mecanismos que en aquel tiempo sirvieron para perfilar determinados modelos de lo femenino y lo masculino. Así, de la mano de la autora descubrimos universos expresivos muy diferentes. Algunos, por ejemplo, nos sumergen en la incipiente sociedad del espectáculo, que ofrecía a las españolas (aunque también a muchos españoles) una gran variedad de modelos de mujeres fuertes, sofisticadas, internacionales y modernas, ya sea desde la pantalla cinematográfica —en películas como Reina Santa (Rafael Gil, 1946)— o a través de las revistas especializadas, como Primer plano, con los que se promovían alternativas a los roles femeninos de buena mujer y mejor esposa a los que la educación oficial franquista las había relegado. Otras veces, la autora nos invita a asomarnos a los entresijos de la Sección Femenina de Falange Española para ver cómo desde aquella institución se ponían en valor prototipos de mujeres masculinizadas, sin ataduras familiares, y cómo estas llegaron a constituir en circunstancias concretas, como las que proporcionaba el espacio privilegiado del Castillo de la Mota, comunidades femeninas independientes y empoderadas, libres de cualquier tipo de injerencia masculina; eso sí, siempre que ocurriera en el marco de lo privado, de los espacios interiores como los dormitorios, los salones y —en general— las murallas del castillo. El espacio público estaba reservado a los varones. Para ellos también hay espacio en el relato de Rosón, que clasifica sus fórmulas performativas entre la camaradería —siempre bajo la sospecha de la homofilia—, el culto al cuerpo y su vínculo a las máquinas y a la potencia militar. Además de la ya mencionada capacidad analítica de la autora, la importancia de este libro radica desde mi punto de vista en el valor que se concede a las imágenes creadas por las personas para su consumo íntimo, para la escritura de su biografía en términos visuales, algo que sirve a lo largo del texto para denotar gustos, deseos y afinidades, formas de presentarse ante los demás, tradiciones sociales, tendencias estilísticas al mostrar una pose u otra, un fondo u otro en cada instantánea. Pero el empleo de estas imágenes también permite, como en el caso del álbum de Esperanza Parada, situar en el centro del debate modos de socialización basados en la amistad, la solidaridad y el disfrute de las vivencias comunes, como estrategias todas ellas de resistencia ante la asfixia del patriarcado triunfante bajo el franquismo. La elaboración de álbumes fotográficos se revela según Rosón como una práctica especialmente importante para las mujeres españolas de posguerra, puesto que era entre las páginas de estos cuadernos dónde podían construir discursos propios sobre sus vidas, dar rienda suelta a sus fantasías y sentar las bases para la elaboración de futuras genealogías feministas. Al sacar a la luz estos materiales e insertarlos en un discurso tan sólido como el que presenta en su libro, María Rosón sitúa la producción de imágenes hecha por las mujeres durante el primer franquismo en la senda de una cultura visual propiamente femenina que, según la teoría visual feminista (Claire Johnston, Alexandra Juhasz y Sophie Mayer, entre otras), se construye como discurso desde los años setenta a base de elementos que aquí se reconocen sobradamente, como la reivindicación de la intimidad como lugar desde el que construir una tradición propia, la elaboración de un narración propia, especialmente en lo que respecta a lo autobiográfico o la importancia de las experiencias comunes, la amistad y solidaridad como formas de socialización y resistencia.

El presente libro muestra luces en tiempos de sombras, habla de realidades alternativas cuando la imposición y la represión eran la norma, de afectos y emociones en un país en que se estilaba el ordeno y mando, es por tanto un libro que hace historia con las fórmulas de microresistencia  a las que daban pie las imágenes que fluían entre la población de la época. Pero además, Género, memoria y cultura visual en el primer franquismo tiene una virtud que pocos ensayos demuestran, la de cerrar el círculo, es decir, no sólo mostrar una de las dos caras de la moneda, sino enseñar las dos al mismo tiempo, señalando no solo cómo se hablaba de género a los españoles y españolas, sino analizando también el modo en que las personas asimilaban esos discursos y los hacían suyos produciendo sus propias maneras de ser, comportarse y mostrarse como mujeres y hombres.