Pau Martínez Muñoz (2015). Mateo Santos. Cine y anarquismo. Valencia: Pau Martínez Muñoz, 199 pp. Reseña de Javier Moral.
Frente a las dificultades para divulgar investigaciones que trabajen temas alejados de los focos mediáticos, la autoedición se erige en una inestimable alternativa. Ese es el caso del último libro de Pau Martínez Muñoz, notable historiadora del cine cuya dilatada trayectoria se ha dedicado a evaluar y reivindicar –o a la inversa, reivindicar y evaluar- las múltiples aunque dispersas propuestas que, en el marco de los movimientos libertarios españoles de la primera mitad del s. XX, intentaron gestar otra forma de concebir lo cinematográfico.
El esfuerzo de la autora, y la necesidad de proyectos de estas características, es especialmente relevante si tenemos en cuenta la generalizada carencia de estudios académicos que aborden una senda importante de nuestro cine, si no esencial, vinculada a la colectivización de la industria cinematográfica desde planteamientos anarquistas.
Tal es el objetivo de Mateos Santos. Cine y anarquismo, autoedición de exquisita maquetación, entre cuyas virtudes destaca la claridad didáctica y la productiva utilización de material documental. En ella, la autora sigue la pista a la poliédrica y escurridiza figura de Mateo Santos Cantero (1890-1964) a través de medio mundo: desde San Sebastián a París, pasando por México. Y lo hace para perfilar una solvente semblanza de este periodista, poeta, novelista y cineasta que, inmerso en el epicentro del torbellino histórico que arrasó nuestro país con la contienda fratricida, murió en tierras mexicanas en el más completo de los olvidos.
Mateo Santos, que comenzó a forjar su temprano carácter literario en revistas de su Mancha natal, pronto se trasladó a Madrid y luego a Barcelona, donde formó parte de los más importantes cenáculos intelectuales y literarios de la efervescente bohemia de la Ciudad Condal (de la que dio buena cuenta el propio Mateo en su primera novela, La Venus de Nieve, 1925). En las páginas de Los Miserables (1913-1915), “semanario insurgente y romántico” codirigido por Àngel Samblacant, pudo el joven escritor madurar su conciencia literaria y política, haciendo gala de un temperamento y un posicionamiento ideológico que lo condujeron a prisión. Acusado de “excitación a la sedición” por su denuncia de la pasividad del gobierno español ante la Primera Guerra Mundial, el periodista fue encarcelado en 1916 durante ocho meses.
Con el inicio de la década de los años 20, momento de consolidación de un periodismo especializado en cine que intentaba trascender tanto la mera explicación argumental de las películas como su dependencia de las empresas que las patrocinaban, Mateo Santos comenzó a colaborar de manera asidua en publicaciones como El Espectador o La Gaceta literaria, hasta comenzar a dirigir en 1926 Popular Film (1926-1937), una de las más notables revistas cinematográficas del periodo en la que estuvo al frente hasta 1934, año en que fundó Cinefarsa (1934-1936), semanario dedicado al cine y el teatro.
Es precisamente a lo largo de la década de los años 30, cuando Mateo Santos se dedicó en exclusividad al universo cinematográfico, haciéndose un importante hueco en él. Junto a sus labores como director y articulista de Popular Film, se convirtió en el promotor y presidente de la Asociación Cinematográfica Española (ACE, de explicita orientación libertaria y próxima al Cinéma du Peuple francés), a la vez que se lanzó a la realización cinematográfica. No en vano, además de un pequeño cortometraje titulado Córdoba (1934), debemos a Mateo Santos la realización de tres documentos audiovisuales esenciales sobre la Guerra Civil: Reportaje del movimiento revolucionario en Barcelona (1936), que inauguró en palabras de la autora “la producción sistemática de películas documentales, reportajes y noticiarios como medio de información y propaganda durante la Guerra Civil por iniciativa de las organizaciones obreras anarquistas” (p. 82), Barcelona trabaja para el frente (1936), de idénticas intenciones que la anterior y de notable factura formal, y Forjando la victoria (1937), que continúa aún hoy desaparecida.
Culmina el volumen con una breve pero cuidada antología de textos de Mateo Santos, a través de los cuales podemos seguir los derroteros cinematográficos –e históricos- de la convulsa España del periodo. Entre ellos, los debates sobre la “artisticidad” del cine en virtud de su capacidad para expresar la “realidad estilizada” (p. 154), su función política y social (“la importancia política, social y pedagógica del cinema, no puede ser más manifiesta y evidente”, p. 164), la progresiva conciencia de la necesidad de generar un cine capaz de responder a los retos revolucionarios que imponían los acontecimientos: “estamos decididos a contribuir, en la medida de nuestras fuerzas, a que el cinema hispano no siga desligado y como un miembro aparte de la gloriosa revolución que está llevando a cabo el proletariado español” (p. 171), así como la constatación de dicha imposibilidad: “el cine español iniciado a raíz del 19 de julio, tiene su etapa histórica. […] Pero no se supo o no se quiso encauzar y se malograron las mejores iniciativas y se enfriaron los entusiasmos más ardientes, ante la incomprensión de algunos y la falta de espíritu revolucionario de otros” (p. 171)
Que los trágicos vientos de la historia hicieron imposible la culminación de tan noble proyecto, hace todavía más valioso el esfuerzo de Pau Martínez por rescatar la figura de este honesto intelectual cuya periplo vital se erige en dolorosa metáfora de todos aquellos hombres y mujeres que vieron truncadas sus vidas por la barbarie franquista. Españoles como Mateo Santos que, tras la derrota, tuvieron que huir dejando atrás a unas familias a las que nunca más volvieron a ver, que malvivieron en campos de concentración como los de Argèles-sur-Mer en Francia y que, ante el desencanto por una intervención internacional que nunca llegó, se vieron obligados a emigrar a tierras mexicanas para no regresar nunca más a su tierra natal.
Javier Moral, Universidad de Murcia.