Lorna Arroyo y Miguel Márquez (2014). Missions and World Civilizations. Valencia: MarkArroy Photo con la colaboración de UNESCO Heritage, 309 pp. Reseña de Carmen Guiralt Gomar.

 

Missions and World Civilizations, de Lorna Arroyo y Miguel Márquez, es un trabajo de fotografía documental que, como su nombre en inglés ya indica, se caracteriza por su dimensión internacional. A lo largo de 309 páginas y 334 fotografías, en blanco y negro y con una calidad técnica impecable, los autores han capturado con su arradornte  del color les ayuda, al mismo tiempo, a evitar caer lo desgarradorcámara a las personas más desfavorecidas de partes remotas del mundo, así como los esfuerzos —en materia de educación, desarrollo y sanidad— llevados a cabo por distintas misiones en los continentes asiático, africano y americano.

Éste es, pues, y ante todo, un proyecto solidario, donde el protagonismo recae sobre los seres humanos. Editado por los autores con la colaboración de UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), se inicia, por ello, con una presentación del presidente de UNESCO-Valencia José Osuna. Tras ella, consta el prólogo, «El Grano de lo Real», a cargo de Javier Marzal Felici y Hugo Doménech Fabregat, especialistas en fotografía y docentes de la Universitat Jaume I de Castellón. Después, una introducción de los autores: «Miradas Personales…». A continuación, comienza el libro propiamente dicho, estructurado en cuatro grandes bloques: India, Tailandia, Malí y Haití. La obra condensa la labor a pie de campo de Arroyo y Márquez en esos países durante cerca de cinco años, desde 2007 hasta finales de 2011, quienes afirman: «Salimos a conocer algunos de los lugares más indómitos y relegados del planeta… para ofrecer un testimonio de la situación de sus pueblos, sus gentes y los que allí combaten la pobreza, la exclusión, la intolerancia y cualquier otra forma de violación de los derechos humanos» (p. 21).

El libro no es un mero trabajo fotográfico, aunque ésta es su principal razón de ser. Aparte de las secciones preliminares señaladas, cada capítulo posee una introducción adecuada destinada a situar en su contexto las fotografías que se incluyen en páginas sucesivas y da cuenta de las circunstancias en que se tomaron; sobre todo, de cuál era la situación del país y sus problemas más apremiantes en esos momentos. Asimismo, las fotografías aparecen acompañadas de textos que no se limitan al acostumbrado y breve pie de foto, sino que, en gran número de ocasiones, lo sobrepasan. Dichos pasajes escritos, de carácter informativo-descriptivo, enriquecen notablemente la correcta apreciación de las imágenes y ponen de relieve que lo importante en Missions son las personas y las historias que se relatan.

En la obra se produce un conflicto indiscutible y continuo entre la sublime belleza de las fotografías y el contenido doloroso e incómodo que transmiten, circunscrito con mayor énfasis en los textos. En lo que atañe a las imágenes, aunque son duras, hay que decir que no se recrean en lo desgarrador. El rechazo deliberado de los autores del color les ayuda a soslayar el horror y lo macabro, un firme propósito que se descubre como antepuesto desde el inicio. Tal y como apuntan Marzal y Doménech, destaca «el extraordinario cuidado que ambos fotógrafos muestran para evitar explotar la dimensión morbosa que un trabajo de estas características podría llegar a promover» (p. 14). Las instantáneas de Missions rechazan de plano cualquier inclinación lacrimógena o sensiblera. Se impone el realismo y las dosis necesarias de objetividad de la labor del fotoperiodista para capturar los hechos y acontecimientos con los que se encuentra.

Retomando el hilo de la disyuntiva que se produce en Missions entre el placer estético que surge de la contemplación de las fotografías y el intenso sentimiento de malestar que provocan, es preciso señalar que esto último conduce al despertar de la conciencia social, otra de las ambiciones de los fotógrafos. Deleite visual y toma de conciencia sobre la injusticia y el sufrimiento en que se hallan sumidas las vidas de infinidad de personas, ésos son los dos parámetros del libro y las emociones contrapuestas que suscita. Y dicha reflexión se cierne sobre sus dos tipos de protagonistas: los fotografiados y los misioneros. Los primeros son personas (no siempre anónimas) cuya existencia está marcada desde la infancia por las más severas circunstancias, como la prostitución infantil en Bangkok (Tailandia) o los que mueren en las calles de Beranés (India), a la vista de todos, sin un techo que les cobije y sin recibir la menor atención. Los segundos son los auténticos protagonistas del libro para los autores; a ellos está dedicado y le proporcionan su título. Es más, Arroyo y Márquez describen su obra como: «Un proyecto que, en esencia, pretende mostrar el trabajo de algunas personas que decidieron dedicar su vida a salvar a otras personas, y lo están consiguiendo» (p. 20). A este respecto, ofrece un lugar a la esperanza. El compromiso de estos misioneros es descrito continuamente por los autores como diario, silencioso y discreto, «la labor muda de los misioneros» (p. 21). Brindan su apoyo a los más necesitados en zonas lejanas, aisladas y peligrosas, y han acogido a los artífices a su paso por esos territorios. Missions, empero, no es un libro religioso, ni siquiera se le aproxima.

Es lógico que el lector se pregunte por qué no han colaborado en él organizaciones laicas dedicadas al apoyo y desarrollo de los menos favorecidos, tales como UNICEF y ACNUR, entre muchas que todos conocemos. La respuesta nos la proporcionan Arroyo y Márquez en las páginas introductorias al capítulo de India, que supone, a su vez, una explicación de la génesis de todo el proyecto fotográfico: «El objetivo inicial era, por tanto, mostrar en igualdad de condición el trabajo que desarrollan en terreno hostil las entidades de carácter religioso y civil. Sin embargo, las segundas en ningún momento consintieron que testimoniásemos junto a ellas su labor, pese a nuestra constante insistencia» (p. 25). Esa negativa tajante a permitir que fotógrafos profesionales dieran cuenta de su ejercicio resulta, cuando menos, sospechosa. Con relación al capítulo de Haití y el devastador seísmo que en 2010 asoló al país dando lugar a una de las catástrofes humanas más graves de los últimos tiempos, los autores actúan como observadores distantes de los hechos y emisores de la población cuando indican que: «Veinte meses después del terremoto prácticamente nada ha cambiado en el aspecto de Puerto Príncipe. La presencia de los cooperantes de las ONGs se divisa siempre a distancia, en camionetas o coches de gran cilindrada. Según los haitianos, su acción más destacada es la del alquiler de coches y casas grandes, lo que despierta muchas críticas entre la población» (p. 263). Por todo lo expuesto, no es difícil para el lector extraer conclusiones lógicas y evidentes acerca del por qué estos organismos gubernamentales no quisieron colaborar.

La ordenación de los cuatro capítulos se estructura en consonancia con el itinerario de los autores por los países mencionados. Así, Missions avanza de forma cronológica según los desplazamientos. Pero avanza también en su plasmación de la tragedia, en su descripción fotográfica y escrita de la injusticia y en cuanto a la dureza de las imágenes, que va in crescendo.

«India. El punto de partida», sección fotografiada en 2007, es la más lírica y poética del conjunto. Se compone de 67 fotografías a lo largo de 60 páginas. Está ubicada casi exclusivamente en Beranés, en sanscrito Varanasi, ciudad sagrada del hinduismo donde concurren de forma potencial la vida y la muerte, y cuya separación es incluso física, marcada por las escalinatas (ghats) del río Ganges (Maa Ganga). Un lugar en el que «casi todo acontecimiento privado sucede en público. Porque en Varanasi la gran mayoría de las personas duermen, comen, se asean y mueren en las calles, como cualquier animal» (p. 25). Las fotografías suponen un contraste efectivo entre el atractivo exótico de las construcciones arquitectónicas que bordean el río y los mendigos que guardan turno para recibir la única comida del día; personas ignoradas que agonizan en público a la vista de todos; cadáveres que flotan mientras los niños nadan; la pobreza, el hambre y la lepra.

«Tailandia», integrado por 82 fotografías y 68 páginas, es uno de los capítulos más sensibles, dado que se centra en la prostitución infantil y la venta de menores a las mafias por familias empobrecidas. Las niñas tailandesas son arrojadas a la explotación laboral y sexual en negocios de pornografía que trafican con vidas humanas y les conducen, en última instancia, hasta la muerte, por causa del VIH/SIDA. Con todo, este bloque es uno de los más alentadores en cuanto a resultados y a la existencia de soluciones al problema. Las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y de María, oriundas de San Sebastián, a través de su fundación Baan Marina, situada en la ciudad de Chiang Mai, al norte del país, se dedica desde 1965 a acoger a niñas humildes de la zona para evitar que caigan en las redes de prostitución. En la fundación, en régimen de internado, las muchachas combinan durante dos años la enseñanza secundaria con la formación profesional textil. De tal forma que, cuando finalizan el programa, son emplazadas en talleres de corte y confección en la ciudad y, a veces, llegan a abrir sus propios negocios. Todas consiguen ser independientes económicamente. Por ello, las últimas imágenes de esta sección, con las jóvenes aprendiendo el oficio de modistas en la fundación y después ejerciéndolo como microempresarias en los talleres de Chiang Mai y Phayao, proporcionan un atisbo de optimismo.

No sucede lo mismo con la parte dedicada a «Malí», constituida por las mismas fotografías y páginas que la anterior. A pesar de los esfuerzos en materia de protección y educación de la orden de los Padres Blancos de Malí y Cáritas Malí, el panorama aquí es mucho más desalentador. Niños de todas las edades y, en especial, los adolescentes conocidos como niños de la calle dominan este capítulo y no parece haber un futuro para ellos. Estos jóvenes de entre 8 y 15 años sobreviven ejerciendo la mendicidad en los suburbios de las grandes ciudades como Bamako sin la protección de ningún adulto, muchos están enfermos de SIDA y «han formado sus comunidades paralelas en edificios abandonados» (p. 159).

La última sección se refiere a Haití, con 103 instantáneas y 90 páginas. Arroyo y Márquez no quisieron viajar al país justo a continuación del terremoto de enero de 2010, cuando el lugar era motivo de atención internacional y acaparaba los medios, sino casi dos años después, con objeto de testimoniar la situación y las pretendidas mejoras en algunas de las ciudades más dañadas, como Puerto Príncipe, la capital. Como hemos avanzado, registraron con su cámara que todo seguía exactamente igual, y las fotografías de este capítulo dan buena prueba de ello. Son varias las misiones activas en la zona: los Hermanos Franciscanos, CENTI, la fundación La Main Divine (FMD) y Wings of Hope. No obstante su dedicación, las imágenes revelan una miseria extrema, escombros, destrucción, personas solas y lisiadas, enfermos de cólera y VIH/SIDA. Lamentablemente, muchos son niños —huérfanos, abandonados, con miembros amputados y/o contagiados.

Conviene precisar que la disposición cronológica de los capítulos y fotografías que integran el libro actúa en detrimento del deseo manifiesto de los autores de dejar constancia de los cambios y mejoras, logros y resultados de los misioneros, dado que Missions concluye con imágenes que, esta vez sí, podríamos calificar de desgarradoras: las de los enfermos mentales de Wings of Hope en la ciudad de Fermathelas y las del Hospital General de Puerto Príncipe. «Cuando uno de los países más pobres del mundo ha sido azotado por uno de los peores terremotos de los últimos siglos y la hambruna o enfermedades infecciosas… siguen matando gente, sobre todo niños, parece lógico pensar que a las enfermedades mentales no se les preste demasiada atención» (p. 278), expresan los autores sobre la importante e inusual labor que perpetra Wings of Hope. Son las instantáneas más duras de toda la obra. Pero las del Hospital General le van a la zaga; no hay medidas higiénicas, ni agua potable, ni medicinas, y éste aparece lleno de suciedad, telarañas y basura.

De las fotografías en general cabe destacar su gran expresividad y enorme pericia técnica. Con frecuencia nos sorprenden gentes cuya situación es verdaderamente dramática y desesperada y, aun así, sonríen a cámara. Arroyo y Márquez indican que «la fotografía también puede ser intrusiva y desconsiderada» (p. 19). Aunque otras veces los desfavorecidos quieren ser fotografiados, porque saben que sólo así se conocerá su historia, su situación, y podrá enmendarse. Desde el punto de vista técnico, son imágenes muy arriesgadas, realizadas en condiciones difíciles, muchas veces en interiores nocturnos, sin apenas luz y prescindiendo por completo del flash. Consisten en una combinación de medios analógicos y digitales de diferentes formatos.

La edición es impecable, con instantáneas y texto ensamblados con especial cuidado. Quizá el único reproche que podría hacérsele es la falta de precisión en dos de los capítulos —«Tailandia» y «Malí»— acerca de cuándo se tomaron las fotografías. Se realizaron en 2008 y 2009, respectivamente.

En definitiva, Lorna Arroyo y Miguel Márquez han plasmado con sus fotografías el dolor para provocar la denuncia social. Pero también para promover el cambio. Han testimoniado el presente para cambiar el futuro. Y es por ello que Missions finaliza con un «Directorio de las misiones», donde se facilitan sus señas de contacto para que todo aquel que quiera ayudar lo pueda hacer. Los fotógrafos mencionan en la obra una cita de la periodista estadounidense Amy Goodman, que dice así: «el deber del informador es ir donde está el silencio» (p. 21). Eso es justo lo que ellos han hecho. Además de su indiscutible belleza y calidad, Missions cumple ese cometido sobradamente.

Carmen Guiralt Gomar. carmenguiralt@yahoo.es.