Un camino por el que aventurarse.
Eduardo Rodríguez Merchán In Memoriam
Luis Deltell Escolar
Universidad Complutense de Madrid
Para aprender y enseñar hace falta aventurarse y apostar. El alumno y el profesor deben situarse en el mismo lugar que el explorador. Se trata de actividades relacionadas con el descubrimiento y el riesgo. Esto suena algo poético, tal vez cursi y naíf, pero también representa un riesgo. Quien decide ser estudiante o docente debe saber que con ello acepta asumir un peligro. Lógicamente este reto no conlleva una amenaza física sino moral, científica y estética. Un mal maestro puede acabar con la vocación y el entusiasmo del discente más capaz y privar a la sociedad de un excelente artista, ingeniero, científico, carpintero o cocinero. En cambio, un buen profesor descubre a sus estudiantes un camino sin desbrozar por el que transitar el resto de sus vidas, les ofrece no las herramientas del éxito fácil, sino el regalo de un lugar donde deberá aventurarse en soledad.
La burocracia se empeña en medir la relevancia de los docentes universitarios por sus logros personales y sus publicaciones. Para la administración solo brillan aquellos que atesoran larguísimos currículums plagados de títulos de publicaciones, de subvenciones recibidas y de páginas de eventos dispersos por el mundo. Sin embargo, todo este entramado y parafernalia ministerial no oculta la realidad: un buen profesor únicamente puede medirse por los logros de sus alumnos. ¡Qué extraña profesión la del maestro! Su máximo triunfo no es conseguir transmitir lo que él sabe a un discípulo, sino lograr que este le supera en conocimiento y en talento. Se educa no para repetir la sociedad que conocemos, sino para que la siguiente generación construya una comunidad más sólida y plena que la que la actual. No hay mayor felicidad para el buen profesor universitario que ver el éxito de sus discentes.
Pocos investigadores y docentes presentan un carrera tan dilatada y tan brillante como la de Eduardo Rodríguez Merchán. Su magisterio lo ejerció desde el departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad I de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y su vida docente se relaciona directamente con este centro. Fue durante varios años vicedecano y secretario de la Facultad y en dos ocasiones vicerrector de cultura y deportes de la Universidad Complutense de Madrid en 1994-1996 y 2001-2003, en los equipos de Gustavo Villapalos y de Rafael Puyol.
Aunque durante su carrera como docente impartió muchas materias y asignaturas diferentes su especialidad era la fotografía y el cine, con verdadera dedicación a la filmografías española e iberoamericana. Su cátedra la obtuvo precisamente centrándose en la especialidad de cinematografía. Además, Eduardo Rodríguez Merchán dictó seminarios y lecciones en diversas universidades europeas, americanas y en casi todas las facultades de comunicación de España. Colaboró de forma decisiva en el Ministerio de Cultura y en festivales de cine como la Seminci.
Su tesis doctoral se centró en el fotoperiodismo y la fuerza de la imagen para contar la realidad y desmontar la construcción del relato oficial de los poderosos. En sus lecciones sobre fotografía comenzaba sus cursos diciendo a sus alumnos que después de décadas de estudio, de publicaciones y de libros, aún no sabía qué era la fotografía y este misterio precisamente hacía que dicho arte resultase tan interesante y tan valioso. Uno de sus más queridos e importantes proyectos fue el comisariado de la exposición 25 años después. Memoria gráfica de una transición, que se organizó, como el propio Eduardo Rodríguez Merchán dice en el catálogo de la misma, “con un punto de partida claro: construir un relato en imágenes de la transición política y social que había comenzado exactamente hace 25 años”.
Algunos de sus investigaciones más celebradas fueron las que relacionaron la otra generación del 27 y la industria cinematográfica. En especial la obra Miguel Mihura en el infierno del cine coescrita con su amigo Fernando Lara y editada para la Seminci. Este texto supuso una revaloración del papel del dramaturgo y de la influencia del mismo en la filmografía española. Años después publicará su indagación sobre el hacer de Mihura en una película capital: Bienvenido, Míster Marshall: 60 años de historias y leyendas. Además, coordinó y escribió monográficos sobre cineastas o sobre actores, como la dedicada a Mercedes Sampietro o la titulada José Luis López Vázquez: Los disfraces de la melancolía.
Otro de sus proyectos más relevante fue la dirección del Diccionario del Cine Iberoamericano. España, Portugal y América, del que fue codirector Carlos F. Heredero. Este texto monumental, de casi trecientos autores y que constaba de más de diez mil páginas, representa una de las empresas más arduas y titánicas que se han realizado en entorno a nuestra cultura cinematográfica (me permito aquí escribir la única anécdota personal: entristecido y enfadado Eduardo me contó que una institución académica no reconocía esta enciclopedia como un mérito de investigación. Me pidió que le ayudará a transportar en una carretilla por el barrio de Chamberí los diez volúmenes hasta la puerta de la sede de dicha institución. Por supuesto, yo estaba encantado de participar en esta performance y aparecí en su antigua vivienda como portador, pero con buen criterio él decidió que era mejor olvidar el asunto y que los dos marcháramos a comer a un buen restaurante).
Sería imposible concluir la labor académica de Eduardo Rodríguez Merchán sin mencionar la colaboración con sus doctorandos. Nombrarlos a todos sería imposible en este breve artículo, pero las tesis de Gema Fernández Hoya y de Joanna Bardzinska, que continuaron sus investigaciones sobre la otra generación del 27, representan dos ejemplos de lo sobresaliente de este magisterio. Todos sus estudiantes desde los primeros (Antonio Lara, Carolina Fernández…) hasta los últimos (Carlos Méndez Anchuste, Ignacio Sánchez Hernández…) firmaron excelentes trabajos; su fallecimiento dejó huérfanas algunas prometedoras investigaciones como las de Nuria Navarro y Celia Vega.
Cuando ha pasado medio año de su muerte, sus compañeros y su departamento aún reciben correos de alumnos que muestran su dolor ante la pérdida y relatan con cariño lo mucho que sus lecciones sirvieron para despertar sus vocaciones de fotógrafos, cineastas, directores o, simplemente, buenos profesionales en sus ámbitos. Quienes tuvieron la suerte de ser alumnos de Eduardo Rodríguez Merchán recibieron el regalo de encontrarse no con soluciones o temarios más o menos interesantes, sino con nuevas preguntas y un camino por el que aventurarse.