La dimensión comunicativa de los objetos: imaginarios y sistemas simbólicos como mediadores del recuerdo en la cultura material

 

The communicative dimension of objects: imaginaries and symbolic systems as mediators of memory in material culture

 

Carlos Andrés Arango-Lopera

Universidad de Medellín, Colombia

caarango@udemedellin.edu.co

 

María Catalina Cruz-González

Universitat Oberta de Catalunya, España

mcruzgonza@uoc.edu 

Resumen:

Se presenta una investigación sobre las relaciones imaginarias entre los habitantes de la región Oriente antioqueño, en Colombia, y sus objetos favoritos, desglosados en tres generaciones: hijos, padres y abuelos. Se parte de una reflexión filosófica, antropológica y semiótica de los objetos, donde se revisan los marcos conceptuales clásicos en la materia y se los pone en diálogo con trabajos contemporáneos de corte sociológico, comunicativo y estético. Se emplea una metodología mixta: primero, desde lo cuantitativo se definen variables de análisis como generación, entorno, tiempo con el objeto y sistema simbólico; en segunda instancia, se correlacionan las generaciones y el entorno de proveniencia de los objetos con los sistemas simbólicos en los cuales estos actúan. Al final, se reflexiona sobre la pertinencia y actualidad de las tradiciones teóricas de estudio de los objetos para mirar las implicaciones de la supuesta virtualización/digitalización del mundo en relación con lo que muestran los resultados empíricos del estudio.

 

Abstract:

An investigation is presented on the imaginary relations between the inhabitants of the Oriente antioqueño region, in Colombia, and their favorite objects, broken down into three generations: children, parents and grandparents. It is based on a philosophical, anthropological and semiotic reflection of the objects, where the classical conceptual frameworks in the matter are reviewed and put in dialogue with contemporary works of sociological, communicative and aesthetic nature. A mixed methodology is used: first, from the quantitative analysis variables are defined as generation, environment, time with the object and symbolic system; second, the generations and the environment of origin of objects are correlated with the symbolic systems in which they act. At the end, we reflect on the relevance and topicality of the theoretical traditions of object study to look at the implications of the supposed virtualization/digitization of the world in relation to what the empirical results of the study show.

 

Palabras clave: Objetos; semiótica; sistema simbólico; cultura material.

Keywords: Objects; Semiotic; Symbolic System; Material Culture.

1. Introducción

Este trabajo explora las configuraciones imaginarias de la cultura material, a partir de un estudio en la región Oriente, del departamento de Antioquia, Colombia. La aproximación a los objetos y, particularmente, al tipo de relaciones que las personas tejen con estos, se toma como una ocasión para discutir los vínculos emocionales que los sujetos contemporáneos establecen con los objetos, sus imaginarios y sus memorias. Este tipo de indagaciones adquiere una condición especial en el contexto de la sociedad actual, en la que los imaginarios de virtualidad, digitalización y desmaterialización del mundo aumentan en intensidad. Así que el estudio ofrece una mirada que, por momentos, parece una mirada al pasado.

El entorno donde se realizó el trabajo tiene unas connotaciones especiales. Colombia es un país que carga un lastre de por lo menos setenta años de violencia, en la cual se identifica un número amplio de actores armados. Son muchas las raíces de dicha violencia, pero, sin duda, uno de los factores que la acrecienta es la lucha por el territorio. Esa lucha es clave en la configuración material e imaginaria del Oriente antioqueño, región que acoge 23 municipios ubicados en cuatro zonas: Altiplano, Embalses, Bosques y Páramos.

Un factor clave en la transformación de la región es su cercanía a Medellín, capital del departamento de Antioquia, la cual ha motivado mega-obras cuyo diseño y ejecución obedecen marcadamente los intereses de la capital más incluso que los intereses propios de la región: Medellín-Bogotá (iniciada en 1963), embalses y represas para la generación de energía eléctrica para el país (1972) y el Aeropuerto Internacional José María Córdova (1975), el cual conecta a Medellín con el mundo (Atehortúa-Sánchez, 2019, 2020; Unidad Móvil de Derechos Humanos del Oriente antioqueño, 2009). Hay que resaltar que estas obras, si bien se sitúan en el ámbito geográfico del Oriente antioqueño han sido creadas para satisfacer necesidades de Medellín y el país, con lo cual se remarca una situación polémica en cuanto a la equidad en el impacto que estas han tenido en la región (Montoya-Gallego y Carmona-Londoño, 2018; Montoya Gallego, 2016).

Debido a estas intervenciones, el Oriente antioqueño ha resultado clave en el mapa del conflicto armado colombiano, pues en su geografía se incluyen territorios cuya explotación produce amplia riqueza en los ámbitos agrícolas y de generación de energía, atractivos para grupos armados ilegales como guerrillas, paramilitares y delincuencia común, que han encontrado en la región un fortín de sus operaciones.

La suma de estos factores ha suscitado una transformación acelerada del territorio, cuya tradición rural se encuentra desde hace décadas atropellada por los procesos de urbanización. Estamos entonces ante una zona donde lo rural y lo urbano se entremezclan mediante lógicas no siempre planeadas, organizadas y consensuadas con la población.

El enmarque teórico que se propone en este trabajo toma como referencia esa situación de ruralidad interrumpida, y desde allí instala sus coordenadas conceptuales, como se desarrolla en la siguiente sección.

 

2. Marco teórico

Las investigaciones sociológicas de finales del siglo anterior señalaron con gran preocupación lo que sería el futuro virtual de la humanidad. Expresiones como “sociedad de la información” (Castells, 2002), “sociedad del espectáculo” (Debord, 2014 [1967]), “sociedad de la imagen” (Lipovetsky & Serroy, 2009), aparecieron como denominaciones de ese futuro. Ahora que ese futuro es el presente, la pregunta por la supuesta virtualización del mundo adquiere nuevos matices, pues existen ya las condiciones para contrastar esas especulaciones con lo que el mundo real nos muestra.

Baricco (2018) señala la confluencia de dos mundos cuya diferenciación y mutua exclusión era posible establecer aún finalizando el siglo pasado. Paralelo al mundo físico, ese que siempre había sido nuestro entorno habitual, creció un mundo digital, el autor toma los primeros videojuegos como mundos independientes, conformados por datos, en cuya matriz se encontraba el lenguaje binario de unos y ceros. Sin embargo, los videojuegos, primera avanzada de los mundos digitales, corrían en paralelo y no afectaban al mundo real.

Un cambio trascendental, señala Baricco, se produce con la incursión del primer iPhone. El teléfono tradicional, el de toda la vida, devino un dispositivo smart, de forma que esos mundos digitales (ejemplificados en las redes sociales, las aplicaciones, los mapas y la tecnología GPS) empezaron a confluir con el mundo real.

Las voces de alerta sobre esa convergencia entre lo digital y lo real han ocupado las vitrinas de las librerías y los títulos de innumerables foros académicos. Berardi (2017), por ejemplo, habla de una nueva era del capitalismo, caracterizado por un mercado en el que no se intercambian bienes físicos, sino signos. Nacach (2019) habla de un capitalismo de cristal, Sibilia (2013) cuestiona la condición del hombre postorgánico, mientras el colectivo TIQQUN (2015) se pregunta por la calidad de la experiencia del mundo una vez que este se aplana en pantallas.

Estas son apenas algunas voces que revisan las condiciones de posibilidad de lo humano en un ámbito no físico, estudios en los cuales el matiz apocalíptico resalta, y que ha dado lugar a un nuevo campo de estudios: las humanidades digitales (Cantón, 2021; Renó et al., 2021; Rodríguez Díaz et al., 2021; Trigo, 2021; Vinek, 2018).

Desde esa perspectiva, pareciera que la pregunta por los objetos implica mirar por el espejo retrovisor

Cada técnica es incorporada de modo relacional desde la seguridad que brinda lo ya conocido, así como el ordenador parece ser una versión especularmente aumentada de la máquina de escribir y el automóvil, la transmutación mecánica del carruaje, lo que funciona como sonda es precisamente el cliché, lo conocido, lo ya estabilizado. (Roncallo-Dow, 2011b, p. 134)

Su estatuo sería diferente ahora en el contexto del capitalismo de ficción (Verdú, 2006, p. 103); no obstante, una revisión de los estudios clásicos sobre los objetos podría sugerir que, de fondo, la relación entre los humanos y su entorno material no ha cambiado en lo esencial. Ya en 1964, Barthes (1997) recordaba que jamás nos conectamos con objetos en estado puro: siempre hay una dimensión, que sería la dimensión del significado, en la que los objetos no son simplemente útiles para el accionar humano (p 246).

Para comprender este asunto es necesaria una inspección somera por esos estudios clásicos.

2.1. Etimologías del objeto

Esposito (2016) puntualiza que la tradición del pensamiento occidental se funda sobre la diferenciación entre personas y cosas: una cosa sería aquello que no es una persona, y viceversa. Así que pensar los objetos es un ejercicio que contiene un trabajo ontológico, que le permite decir a Dorfles (1972) que el objeto es “una extrinsecación de la propia constitución físico-psíquica humana” (p. 56). Pese a esta centralidad de la diferenciación entre personas y cosas, la ontología de los objetos no se ha actualizado en lo esencial. En ese sentido, destaca la aportación de Graham Harman (2016), filósofo que ha identificado cuatro dimensiones del objeto: el objeto real, el objeto sensual, las cualidades reales y las cualidades sensuales del objeto, en un entramado que acoge las filosofías de Heidegger, Leibnez y Husserl.

Sin embargo, esas inspecciones filosóficas no logran esconder una realidad tangible mucho más inmediata en la experiencia cotidiana: los objetos extienden capacidades humanas, a tal punto que nuestra experiencia del mundo pasa por la experiencia con los objetos; asunto que no se devela hasta que estos se rompen o se extravían, momento en el cual acatamos cómo nuestro día a día se constituye como una continuidad mediada por los objetos. Allí, Lefebvre (1971) señala que la cotidianidad es el entramado de objetos que devienen bienes. Esa continuidad del mundo envuelve, para Simondon (2007), una tecnicidad: una tendencia técnica que está presente en el día a día de las personas. Jesús Ibañez (2014) muestra que los objetos “se contraen en lo real y se expanden en lo imaginario” (p. 18).

Por esa instalación de los objetos en la interacción de los humanos con su mundo, no sorprende que la vena semiótica es la que más ha explorado los objetos. Para Medina (2009), “el objeto en la cultura es un factor generador de sentido” (p. 13); Sanín (2008) menciona que los objetos se insertan en la dinámica de una cultura material. Estos trabajos, como la mayoría de los que abordan la temática, se remiten a los estudios de Baudrillard (1981) y Barthes (1997), ya clásicos en la materia.

Allí se pueden leer afirmaciones como

La calidad específica del objeto, su valor de cambio, pertenece al dominio cultural y social, su singularidad absoluta, por el contrario, es algo que tiene como campo el ser poseído por mí; lo cual me permite reconocerme en él como ser absolutamente singular. (Baudrillard, 1981, p. 103)

Por ejemplo, Barthes (1997) procura una semántica en la que diferencia dos grandes aproximaciones a los objetos. De un lado, los esfuerzos taxonómicos, presentes en las enciclopedias, los almacenes y los talleres mecánicos, donde los objetos se encuentran indexados, clasificados y ordenados de acuerdo a fines preestablecidos. De otro lado, la aproximación simbólica, donde se asume que cada objeto es el significante de un significado, es decir, una porción de materialidad que remite a un sentido para las personas que se vinculan con ellos.

Uno de los puntos en los que coinciden Barthes y Baudrillard es la doble articulación de la función del objeto con su parte significativa. En principio, el objeto cumple una función, es un útil; pero en su vinculación con las personas, con sus anhelos y sus tareas, se desprende una capa significativa: “el objeto sirve para algo pero también para comunicar información” (Barthes, 1997, p. 247).

Así, desde lo filosófico (Esposito, Harman), lo antropológico (Dorfles, Augé), lo semiótico (Barthes, Baudrillard, Medina, Sanín), queda claro que no se puede hablar de los objetos como objetividades materiales externas a los seres humanos (Roncallo-Dow, 2011; Vizer & Carvalho, 2016).

2.2. Cosa, objeto, signo: la cultura material

Esa multidimensionalidad de los objetos lleva al trabajo de reconocer las múltiples capas de existencia que rezuma en ellos. Incluso antes de devenir objetos, estos son cosas. Para Martín-Serrano (2008), el proceso (industrial) de convertir cosas en objetos es la mediación. Pero, una vez convertidas las cosas en objetos, la mediación tecnológica se torna en una mediación cognitiva: los objetos sobrevienen signos. Aquí es donde se encuentra la raíz del concepto “capitalismo semiótico”. Porque en ese vector de encuentro entre los objetos y las personas ocurre la significación: el proceso por el cual las personas otorgan significados a los objetos con los cuales se relacionan.

Un intento de síntesis de las reflexiones sobre el objeto, muestra claramente que la filosofía se ha encargado de reflexionar la cosa (Heidegger, 2009; Roncallo-Dow, 2011a). Esposito (2016) muestra los vaciamientos a los que la cosa se ha visto sometida: la economía, que extrae de ella una mercancía, y el lenguaje, que la convierte en palabra. Ahí aparecen entonces las mediaciones de las que habló Martín-Serrano (2008): el sistema tecnológico que transforma las cosas materiales en objetos mercantiles, y la mediación cognitiva, el capitalismo semiótico, que las prepara para ser intercambiadas como signos.

Reconocer ese encuentro significativo entre las personas y sus objetos, no obstante, requiere trascender la noción de mediación cognitiva, pues más allá de los aspectos mentales, racionales y de intercambio de información, en el vínculo de las personas con sus objetos, en últimas, lo que se desenvuelve es la continuidad de su propio mundo. En ese vector lo emocional se hace presente e ignorarlo es tanto como asumir que los humanos somos únicamente seres racionales.

Sanín (2008) propone que es necesario pensar esa relación desde la perspectiva del consumo. Pero no se trata de una noción de consumo como acto económico, recordando con Esposito (2016) lo económico como una de las sustracciones de la cosa. El consumo ha de mirarse como un proceso de apropiación:

(...) el consumo consiste en el conjunto de dinámicas socioculturales en torno a la adquisición, el uso y el desecho de la cultura material, definición que permite comprender cómo desde las puestas en práctica de la cultura material, a través de esos tres momentos, los objetos son apropiados desde cada una de sus dimensiones para convertirse en objetos redefinidos funcionalmente, transformados estructuralmente, y resemantizados comunicativamente. (Sanín, 2008, p. 11)

En esa línea, Bourdieu (2010) sugiere entender el consumo como un procedimiento de decodificación (p. 232), es decir, como un asunto comunicacional. Las investigaciones de Eva Illouz (2020), por ejemplo, señalan cómo el consumo, los gustos y las preferencias, entran a jugar un papel decisivo en la conformación de las relaciones sexoafectivas e incluso se tornan determinantes en su finalización.

No se podría entonces pensar el consumo como un acto mecánico o una simple transacción de adquisición de bienes. Bauman (2006) y Lipovetsky (Lipovetsky, 2006b, 2006a) y García Canclini (2004, 2012) lo han mostrado abiertamente. Esto hace pensar que objetos y personas se afectan mutuamente: “Las sociedades restringen a ambos mundos (el de las cosas y el de las personas) de forma similar y simultánea, motivo por el cual construyen objetos del mismo modo que construyen individuos” (Koppitof, 1991, p. 85).

Esa fusión de horizontes le hace a Verdú (2006) emplear la expresión sobjetos: mientras en el capitalismo avanzado las personas son cosificadas, los objetos inician sus rutas de personalización, tomando atributos de individualidad propios de la personalidad (humana). En la misma línea, Ferraris (2008) afirma que los objetos también cambian a las personas (p. 64).

Una puerta de salida a esos intrincados encuentros la ofrece Sanín (2008), para quien el objeto, al ser multidimensional (que, como se ha mostrado envuelve lo filosófico, lo antropológico y lo semiótico), debe ser leído multidimensionalmente. Para ello retoma las diferenciaciones clásicas entre lo funcional y lo semiótico del objeto (retrotraído desde Barthes y Baudrillard) para proponer un modelo triádico: al objeto se lo debe leer en clave funcional, estructural y comunicativa. En la primera dimensión, se considera la labor útil del objeto, aquello para lo que fue diseñado; en la segunda, se miran “los modos de transformación, ya sean físicos o simbólicos que se han implementado en la figuración y configuración de su forma” (p. 36); y en la dimensión comunicativa se analiza “el conjunto de emociones y afecciones que una persona puede llegar a sentir” (p. 45) al relacionarse con el objeto.

En suma, estas tres dimensiones le dan lugar a la cultura material, en el entendido de que los grupos humanos construyen modos particulares de relación con su entramado físico, que se materializa en los objetos.

 

3. Metodología

Este trabajo acopió una base de datos de 156 objetos, pertenecientes a 52 habitantes de 9 municipios del Oriente antioqueño (Cocorná, El Carmen de Viboral, El Peñol, El Retiro, El Santuario, Guarne, La Ceja, Marinilla, Rionegro y San Vicente). A cada habitante se le pidió indicar un objeto principal en tres personas cercanas: una persona de la generación jóvenes (hasta 30 años), una de la generación padres (hasta 60 años) y una de la generación abuelos (61 años en adelante).

El criterio para la selección de la muestra sigue los lineamientos de Silva (2006)  para las investigaciones sobre imaginarios urbanos, en los que se prefiere la diversidad y aleatoriedad de los datos sobre la segmentación estadística.

Cada una de estas 156 personas fue entrevistada para reconocer su historia personal de los objetos. Cada objeto fue registrado en una ficha de análisis. La suma de las fichas fue sistematizada en una matriz de análisis, con base en la cual se elaboran los siguientes resultados. La investigación se definió en dos vertientes: un análisis cuantitativo descriptivo y un análisis cuantitativo correlacional.

El primero de ellos hace énfasis en la especificidad de variables en un determinado contexto. Para tal fin, se establecieron las siguientes categorías de análisis:

●      Generación: Hijos, Padres o Abuelos

●      Municipio: A cuál municipio del Oriente antioqueño pertenecían

●      Entorno: Rural o Urbano

●      Sexo: Femenino o Masculino:

●      Edad: Se especificaba la edad del habitante

●      Lo que más le gusta del objeto

●      Si remite o no a algún recuerdo

●      ¿Qué recuerdo?

●      Tiempo con el objeto: se hicieron rangos de tiempo (0-5 años, 6-10 años, 11-15 años, 16-20 años, 21-25 años, 26-30 años, 31-35 años, 36-40 años, 41-45 años, 46-50 años, 51-55 años, 56-60 años, 61-65 años, 66-70 años, 71-75 años, 76-80 años)

●      Sistema simbólico: Vanidad, Tecnológico, Salud, Religioso, Misceláneo, Literatura, Hogar, Educación, Deportivo, Ciencia, Arte

●      Función primaria: descripción y uso literal del objeto

●      ¿Tiene función connotativa? Sí o No

●      ¿Cuál?

Después de la recolección de datos se procedió a sistematizar los resultados a través de frecuencias y porcentajes.

En segunda instancia, se hizo un análisis correlacional, el cual busca conocer la relación o grado de asociación que existe entre dos o más variables (Hernández Sampieri & Mendoza Torres, 2018). En nuestro caso, la correlacional se hizo a través del programa SPSS y las variables generación, sistema simbólico, si se remite o no a un recuerdo y el entorno.

 

4. Resultados y discusión

A continuación, se presentan, inicialmente de manera descriptiva, los hallazgos del estudio. La repartición de la muestra fue uniforme en las tres generaciones (F1).

En cuanto al entorno de proveniencia de los objetos, el urbano es predominante frente al rural, lo cual va a tener una relación directa con el sistema simbólico tecnológico, ya que en la ciudades es más frecuente su uso que en el campo (F2).

 

F1. Generación. Elaboración propia

F2. Entorno de proveniencia de los objetos. Elaboración propia

En cuanto a los objetos más frecuentes, se pueden evidenciar el teléfono móvil (5.8%), el anillo de matrimonio (5.1%), el televisor (4.5%), el ordenador (3.2%), el libro (2.6), la cámara (2.6%), el peluche (2.6%) y el rosario (2.6%). Esto propicia un claro acercamiento simbólico frente al uso que le da el habitante a sus objetos (F3).

Por otro lado, la relación del objeto con el usuario determina que está condicionado con un recuerdo, un sentimiento, una comunicación e, incluso, una estética que le permite generar significaciones en sus relaciones sujeto-objeto (F4).

 

F3. Objetos. Elaboración propia

F4. ¿Qué les gusta de los objetos? Elaboración propia

Así mismo, el sistema simbólico predominante es el tecnológico, seguido del religioso; estos dos sistemas tienen una relación con la generación, sobre todo, los hijos con los abuelos (F5).

La principal función connotativa de los objetos fue la evocación de recuerdos, generando así una mediación con la nostalgia, la cual va a variar según el uso de cada generación. Es decir, para los hijos son un almacenamiento de recuerdos, para los padres entrevé el sacrificio que significó adquirir esos objetos y para los abuelos son un pretexto para no perder la interacción familiar en un espacio real, no virtual (F6).

 

F5. Sistemas simbólicos. Elaboración propia

F6. Funciones connotativas. Elaboración propia

Ahora bien, en cuanto a las correlaciones que se hicieron, se puede observar en primera instancia que el cruce entre generación y sistema simbólico, tiene un resultado equitativo frente al tecnológico, en especial con los hijos y los padres, los abuelos por su parte y cultura, suben un punto frente a lo religioso (F7).

 

F7. Cruce de las variables generación y sistema simbólico. Elaboración propia

Así mismo, el cruce entre generación y recuerdo, determina que los padres y abuelos hacen uso de la nostalgia más que los hijos, ya que sus objetos no remiten constantemente al recuerdo (F8).

F8. Cruce de las variables generación y recuerdo. Elaboración propia

Finalmente, en otra correlación que se hizo frente al entorno y el sistema simbólico, se puede determinar que en el entorno rural, el sistema religioso sigue siendo predominante y en el sector urbano, el tecnológico es bastante alto en comparación con el religioso.

La lectura cuantitativa de los datos permite ya una primera aproximación: leer al Oriente antioqueño en clave de los objetos más frecuentes muestra un imaginario en transformación: el móvil, por ejemplo, aparece con más frecuencia en los abuelos (55.6%) que en hijos (33.3%) y padres (11.1%). Si en principio se diría que el móvil caracteriza a la generación de los jóvenes, estos datos muestran a los abuelos más empoderados de dicho aparato. Al respecto, las entrevistas permitieron identificar que el dispositivo sirve a los abuelos para comunicarse con sus hijos y nietos (que viven en otros municipios o países), almacenar fotos y contar con una verdadera enciclopedia portátil de lo familiar.

El anillo de matrimonio, como era de esperar, está como objeto privilegiado en la generación de los abuelos y los padres, por partes iguales. Sin embargo, el televisor no aparece ni una sola vez como objeto favorito en la generación de los jóvenes.

Así que, si de un lado los abuelos lideran su favoritismo por el móvil, los jóvenes se decantan por objetos del sistema simbólico tecnológico como el ordenador, la cámara fotográfica, la tablet y el teléfono móvil. Si se tiene presente que la generación de los padres prefiere el anillo de matrimonio y el televisor, se tiene que esta generación aparece como una generación pertenece, imaginariamente, a vínculos relacionados con el pasado. En otras palabras, abuelos y jóvenes lideran la preferencia por dispositivos más modernos, mientras los padres, generación intermedia, no logran del todo entrar en las interacciones digitales que impulsa el teléfono móvil. Se precisa recordar: no es que no lo usen, es que no lo prefieren frente a, por ejemplo, el televisor.

El teléfono móvil merece, pues, una atención especial. Todos los objetos terminan siendo espejos de sus usuarios (Baudrillard, 1981), así que la indagación por el teléfono móvil implicaría preguntarse qué es lo que este espeja en cada generación. Aquí un concepto clave lo propone Byung-Chul Han (2021): vulnerando la etimología de objeto, que ya supone una cierta resistencia, el teléfono móvil no solo no parece oponer resistencia, sino que se ofrece como un objeto que se deja tocar, que complace y que satisface los deseos del usuario. Al no ofrecer resistencia, la conclusión del filósofo es que la experiencia del mundo se aplana, se empobrece, mediante el uso del teléfono móvil.

Sin embargo, cabría preguntarse si este aplanamiento aplica igual para ambas generaciones. Si la razón de los abuelos para portar el teléfono móvil es su posibilidad de revisar fotos que estuvieron a punto de perderse, y lo usan en conversaciones con sus congéneres, en las que mencionan sus cuitas familiares, cabe cuestionar que esto sea un aplanamiento, como lo quiere Byung-Chul Han. Al contrario, pareciera que el uso que estos hacen del móvil registra su ingreso al capitalismo de cristal que mencionaba Nacach (2019) mediante el uso de la memoria familiar.

Imaginando a un grupo de abuelos que se encuentran en un café a compartir las fotos que desde otras ciudades envían sus hijos y nietos, mostrando vídeos de sus propios paseos, y escuchando canciones que se fueron en discos de 78 revoluciones, cuesta aceptar, así no más, estas palabras de Byung-Chul Han (2021): “Las cosas nos permiten ver el mundo. Ellas crean visibilidades, mientras que las no-cosas las destruyen” (p. 113). El móvil, que para Byung-Chul Han es el ejemplo favorito de las no-cosas, reingresa en esta generación como un objeto que otorga visibilidad a su memoria.

El tecnológico, en todo caso, no es el único sistema simbólico que, mediante sus objetos, habita la generación de los abuelos. A su lado, un amplio número de objetos religiosos hacen su aparición: camándulas, rosarios, biblias e imágenes de santos completan su colección. No sorprende que sea la generación más vinculada a lo religioso, desde el punto de vista de sus objetos favoritos, pero sí que en su mayoría estos teléfonos llegaron como un regalo (de sus hijos, la generación de los padres en este estudio) y ahora conviven codo a codo con el imaginario religioso. Por eso hablamos de un imaginario en transformación.

Parte de esa transformación se lee en la Figura 7. Mientras lo religioso hace su presencia en abuelos y padres, los jóvenes apenas lo señalan. Y, si bien las tres generaciones se reparten proporcionalmente en el sistema simbólico tecnológico, los objetos que allí aparecen son diferentes: teléfonos móviles en jóvenes y abuelos, televisores en padres y abuelos.

Si se estableciera un parangón, donde lo religioso se liga más al pasado rural y lo tecnológico más a la modernidad urbana, se diría que los padres se quedan rezagados en cuanto a los dispositivos digitales, mientras los jóvenes hacen su avanzada allí y los abuelos los siguen. Al haber una presencia proporcional entre objetos religiosos en abuelos y padres, lo que esto marca respecto al imaginario es claro: los padres se quedan en las referencias imaginarias de sus progenitores (la generación de los abuelos en este estudio), mientras los abuelos incursionan en la tecnología vía teléfono móvil. Que se trata de una incursión novedosa queda evidenciado en el hecho de que tan solo una persona de la generación de los abuelos tiene el dispositivo hace más de 10 años, mientras que el resto lo tiene hace un máximo de cinco. Y, como ya se mostró, los jóvenes saltan entre una diversidad de objetos tecnológicos, mientras los abuelos se aferran al móvil y al televisor.

De otro lado, los motivos por los cuales prefieren sus objetos también dan coordenadas claras de interpretación de estos datos. Para los abuelos, los objetos favoritos se constituyen como tales porque ven en ellos valores como la comunicación, los recuerdos y lo sentimental; para los padres, los criterios son el entretenimiento, los recuerdos, el valor sentimental y la antigüedad del objeto. Para los jóvenes la valoración es diferente: sus objetos favoritos lo son en la medida en que permiten inspiración, imaginación, información y comunicación, mientras que el evocar recuerdos aparece en poquísimas respuestas.

Se aprecia entonces un imaginario más dinámico en los jóvenes, mientras los padres prefieren la nostalgia, y los abuelos la comunicación (con su familia, como ya se dijo) y los recuerdos.

 

5. Conclusiones

El objeto tecnológico vislumbra una diferencia en los modos de proveer connotaciones en cada generación: para los hijos son una plataforma de inspiración e imaginación, para los padres entrevé el sacrificio que significó adquirir esos objetos y para los abuelos son un pretexto para no perder la interacción familiar.

Los objetos cumplen una función que trasciende, en mucho, su funcionalidad, y conectan con aspectos como el recuerdo, los sentimientos, lo religioso y lo familiar, si bien la presencia de estos factores en cada generación es diferente.

En un ámbito teórico, la reflexión sobre los objetos aún requiere una evolución que permita otras lecturas más amplias y se abra a nociones menos apocalípticas. Si bien el mundo digital gana presencia, los seres humanos seguimos siendo seres corporales con vinculaciones físicas al mundo. Sin embargo, es evidente que la transformación física y social del entorno tiene implicaciones en los modos como se configuran esas relaciones con los objetos. En ese sentido, la visión apocalíptica resta profundidad al inmenso entramado de formas relacionales entre las personas, sus seres queridos, sus labores y los objetos que les sirven para estos fines.

Bajo esa línea, la fotografía, análoga o digital, sirve como dispositivo que media el pasado cercano o lejano y el sentir de cada generación. Como sostiene Goyeneche-Gómez (2009) “la fotografía [invoca] la imagen de la familia tradicional constituida por un apellido heredado, una cadena de recuerdos, unas referencias espaciales (…), unas referencias temporales sobre la propia historia familiar y unas referencias de clase y estatus” (p. 155). Esto es determinante para la construcción de una identidad, es decir, la individualidad del sujeto se ve impregnada por la colectividad de la familia y su pasado. Lo que muestran estos resultados es cómo el dispositivo ancla la posibilidad de la memoria, asunto que ocurre de maneras diversas en cada generación.

Con esto, cabe pensar en el futuro de la fotografía con relación a las nociones de dispositivo y archivo. El dispositivo no es neutral: su materialidad misma propone y propicia mediaciones. Y es en el ámbito de esas mediaciones donde conviene indagar por la forma como las generaciones median sus memorias, y cómo esas memorias no solo hablan de un recuerdo o unos recuerdos en particular sino de unas formas de habitar el mundo.

De cierta forma, se trata de lo que ya, desde una perspectiva más clásica, refería Walter Benjamin (1989): la pérdida del aura, que deviene cuando el sujeto tiene la necesidad de adueñarse del objeto en la proximidad más cercana, quitarle su envoltura. Desde esta idea hay que cuestionar el uso funcional de los álbumes fotográficos familiares, superada su materialidad física, y convertidos ahora en repositorios digitales, móviles y efímeros. Esto es fundamental porque el recuerdo y la memoria dependerán de ese adueñamiento, no solo a través de los álbumes sino también en la construcción de una imagen digital.

Advertimos entonces un doble movimiento: el de los objetos que resisten en su existencia física, almacenados en las casas de sus dueños para evocar recuerdos, y el de su presencia digital en fotografías que se intercambian en las comunicaciones privadas de la familia. Por un lado, el objeto se re-materializa, persiste en su existencia objetual, material, física; pero por el otro, muta a una imagen digital que se intercambia en chats familiares, se publica en redes y permanece inmanente en las nubes de datos.

Con ese doble recorrido, finalmente, cabe pensar que los objetos siguen brindando una clave de acceso a la cultura material, y esta, por mucho que tiene evidentes consistencias físicas, sigue siendo una pauta de acceso a lo imaginario.

 

Referencias bibliográficas

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