Rafael Rodríguez Tranche (2019). La máscara sobre la realidad. La información en la era digital. Madrid: Alianza editorial, 239 pp. Reseña de Vicente J. Benet (Universitat Jaume I).

 

Todos recordamos el revuelo que produjeron al final del verano de 2015 las fotografías tomadas por la periodista Nilüfer Demir del cuerpo de Aylan Kurdi, el niño ahogado junto a una playa turca cuando intentaba escapar con su padre y hermanos de la miseria y de la guerra. Casi inmediatamente se convirtieron en un intenso catalizador de emociones colectivas y fueron asumidas como símbolo de la tragedia humana que estaba ocurriendo cerca de las costas europeas. De entre las diferentes capturas del hecho, un par de ellas fueron inmediatamente compartidas tanto por las redes sociales como por los medios de comunicación convencionales, ocupando titulares de prensa y de los informativos televisivos. Los medios reubicaron y podaron gráficamente lo que en principio eran unas imágenes más complejas (en las que, por ejemplo, se incluía a otros personajes presentes en la playa cuando fueron tomadas) para centrarse en lo que se consideraba esencial: el frágil cuerpo infantil tendido sobre la arena mojada. Como consecuencia de esta operación de selección y de su rápida migración por diversos soportes, la imagen también mutó en su manera de reflejar y dar sentido al hecho que había registrado. Pasó de ser documento del naufragio de una embarcación de refugiados a convertirse en una alegoría más general y, por lo tanto, abstracta. De este modo la imagen, seccionada para condensar todo su sentido en el exánime cuerpo del niño que clamaba por la compasión, remediada en una circulación intensa por pantallas y portadas de periódicos, desgajada de un espacio y tiempo concretos para configurarse como síntesis sublimada del sufrimiento y del dolor de los inmigrantes y los refugiados, había asumido una autonomía que acabó por convertirla en icono panmeditático (siguiendo la expresión utilizada en su libro por Rafael R. Tranche). Reproducciones de la imagen del niño brotaron por doquier en graffitis urbanos, esculturas hiperrealistas y también alegóricas, piezas artísticas (gran parte de ellas innegablemente kitsch), viñetas en prensa y revistas, carteles, belenes navideños de plastilina… la mayor parte de las veces con bienintencionados fines de denuncia de una realidad que ocurría y sigue ocurriendo a las puertas de Europa. Algunas de estas reelaboraciones de la imagen original fueron emplazadas además en organismos internacionales, como la sede de la FAO (una escultura alegórica de Aylan junto con un ángel llorando fue inaugurada por el Papa Francisco) o frente al Banco Central Europeo (la que sirve de portada al libro) hasta producir un efecto que, a juicio de Rodríguez Tranche, es representativo del papel de las imágenes en el mundo actual: “con cada nueva apropiación, la imagen parecía desgastarse y perder su capacidad de agitación a medida que no producía efectos prácticos. Lo que indica que se convirtió en moneda de cambio para un interés circunstancial, volátil, transformando finalmente el icono en significante vacío.” (p. 195)

No cabe duda de que lo ocurrido con la imagen de Aylan Kurdi en sus primeros momentos de circulación mediática no es algo singular. Desde los orígenes de los medios de comunicación, ciertas imágenes han acabado asumiendo un valor alegórico que la ha desgajado del hecho concreto representado por variadas razones. La fotografía de Joe Rosenthal con los marines izando las barras y estrellas en Iwo Jima, o el miliciano abatido en Cerro Muriano de Robert Capa pueden ser casos comparables por su potencia imaginaria, por su interpretación emocional y también por su abundante e inmediato recorrido por diferentes medios y contextos, además de la copiosa literatura que generaron. Incluso el sufrimiento vinculado a la infancia también ha dado casos memorables, como la foto de Kevin Carter de un niño famélico acechado por un buitre en Sudán. Pero, más allá de la fuerza alegórica de ciertas imágenes, el libro de Rafael R. Tranche dirige su atención hacia algo aún más sintomático que ocurre en la experiencia actual de la realidad digital y que supone un salto cualitativo con respecto a estos precedentes. La circulación y mutación panmediática de las imágenes, una vez rebasada su función informativa, documental e incluso alegórica, se dirige a una dimensión diferente. Si las imágenes alegóricas anteriores a las de nuestro presente digital no perdían, a pesar de todo, una conexión con su contexto y, por lo tanto, mantenían agazapado su valor documental; si además su sentido no se agotaba en la circulación puramente emocional; encontramos en el nuevo paisaje mediático una pérdida de ese eslabón que, en cierto modo, remite a su función social y política. En palabras de Tranche: “… la muerte de Aylan Kurdi nació despolitizada desde el momento en que su interpretación y recepción fue formulada en clave emocional. En este sentido, no operó como símbolo sino como esclusa de todo el cuadro geopolítico, social e ideológico al que pertenecía. Es un icono, pero de nosotros mismos. De nuestra incapacidad para detener el dolor de los demás a pesar, o precisamente por eso, de sentirlo.” (p. 209)

El libro de Rafael R. Tranche propone, por lo tanto, una reflexión crítica sobre el modo en que el universo de la hiperconexión y la remediación han diseñado un nuevo espacio de conocimiento y de vinculación emocional con la realidad. Dos son los elementos en los que se centra en su atención a la hora de desentrañar este estado de cosas. Por un lado, en los dos primeros capítulos del libro, observando la remodelación actual del discurso informativo y el tipo de relatos sobre la realidad que propone. Por otro lado, en los otros dos capítulos, en el papel que asumen las imágenes, cada vez más autosuficientes, en esos flujos informativos. En ambos registros, el valor del estímulo emocional ante el que se pretende una respuesta inmediata y simplificada es interpretado en relación con sus consecuencias sociales y políticas. Como avisa el autor desde el inicio: “Este no es un libro sobre los medios de comunicación, sino sobre cómo estos filtran la realidad y sobre el nuevo estatus que ha alcanzado la información, entendida como una mercancía y capital simbólico … que circula para predisponer; toda vez que el adoctrinamiento y la propaganda parecen haber decaído como consecuencia del aparente declive de las ideologías…” (p. 15)

En el ámbito del discurso informativo, los procesos de remediación, la digitalización y la omnipresencia de las redes sociales han producido una serie de fenómenos que han transformado profundamente tanto la producción como el consumo de las noticias. Tranche recorre motivos desarrollados por la bibliografía reciente sobre los medios informativos, fundamentalmente la dedicada a las repercusiones neurobiológicas, conductuales, de atención y de concentración producidos por la inabarcable diseminación, la apremiante inmediatez, la abrumadora acumulación y la laberíntica lectura hipertextual con las que nos topamos cada vez que nos desplazamos por las diferentes interfaces. Otra cuestión es el carácter agente en la producción de noticias de los propios usuarios y, consecuentemente, algunas consecuencias vinculadas a ello: el predominio del suceso y la infopinión, la emergencia de los webactores, los prosumidores que participan una conversación plural y desjerarquizada (configurando un constante chat informativo) más que en el establecimiento de relatos explicativos. De este modo, en el discurso informativo hegemónico actual predominan los contenidos emocionales, los comentarios centrados en el detalle (o en la mera anécdota) más que en la comprensión compleja de la realidad. La consecuencia de todo ello es una banalización del mensaje periodístico resultado de “una época hiperindividualista donde trasciende más lo que le ocurre a uno que lo que afecta al cuerpo social.” (p. 72) Consecuentemente, la noticia se emplaza entre el suceso y el comentario (la infopinión mencionada antes), se desgaja de los hechos y de la verdad (la caracterización de la posverdad es la clave de esta lectura política), y acaba por convertirse, prácticamente, en un señuelo circulando por un flujo incesante en la que se debe conseguir que el usuario o consumidor sólo detenga su atención, al menos por un instante.

El análisis de la función de las imágenes desarrollado en los capítulos tercero y cuarto incide en su papel dentro de esta lógica discursiva. Las imágenes, aparte de configurarse como índices del valor de consumo, moldean de manera decisiva la experiencia de la realidad. Como saben la mayoría de los usuarios de redes sociales, el intercambio de la experiencia actual existe sólo en la medida en que se hace imaginaria. Esta incesante dinámica reproductiva y consumidora produce, tal como se describe en el libro, algunos de los fenómenos más preocupantes de la actualidad que se derivan de la penetración de la imagen digital en lo público y en lo privado, espacios cuyas fronteras parecen cada vez más desdibujadas. La hipervisibilidad vinculada a la lógica del panóptico o la videovigilancia, en la que participamos como prosumidores, incluyen nuevas formas de control y poder del que los usuarios forman parte casi siempre de manera irreflexiva. Particular interés tienen para Rafael R. Tranche las imágenes del dolor y del sufrimiento ya que en ellas se condensa de manera sintomática no sólo el problema de su función política, sino también ética. La generalización de una posición de lo que se denomina como digital bystander conduce a una conclusión irrevocable: en su circulación por las interfaces, las imágenes depuran casi todos sus sentidos complejos y se ofrecen predominantemente a la lectura emocional. Puesto que esta es también la predisposición del discurso informativo y la estructura de la remediación y los interfaces están orientadas hacia ello, la posición del usuario o consumidor acaba por someterse a un perverso bucle desactivador. El decurso esencialmente emocional de la información contemporánea “…no invalida otras reacciones subsiguientes (que irían de la indignación sedentaria a la contestación), pero (…), en buena medida, intentaría desactivarlas o, al menos, determinarlas. En este sentido, la agenda de la actualidad vendría redefinida por una estructura cuya finalidad sería suscitar un mapa de emociones diversas (…) Aquí, la ausencia de jerarquía no es percibida ni añorada, al ser suplida por estímulos más intensos que rápidamente reclaman atención.” (208)

A pesar de que el autor diga en el prólogo que no quiere proyectar una visión catastrofista o apocalíptica, sin duda el panorama que deja su lectura es predominantemente tenebroso. La elevación teórica desde la que se sitúa el libro de Tranche hace que, en ocasiones, su lectura busque la simplificación máxima de los fenómenos del paisaje informativo con el fin de resultar pedagógico o, al menos, eficaz de cara a su objetivo. Porque, como hemos visto, es un libro que busca asumir una posición política ante el modo en que se está configurando el discurso informativo y el flujo de las imágenes en la sociedad contemporánea. Nos encontramos en un momento en el que ya podemos atisbar las consecuencias de lo que algunos profetas de principios de siglo como Negroponte, Manevich o Rifkin describieron desde una posición predominantemente optimista. Somos ya capaces, por lo tanto, de observar cómo la democratización de la información y la posibilidad de expresión de voces que no conseguían ocupar el espacio público con los medios tradicionales han servido para configurar nuevas formas de control y dominación. Con la finalidad de describir este proceso desde algunos de los síntomas más acuciantes, Tranche renuncia a adornar su texto con un copioso cuerpo de citas académicas e incluso abandona la utilización de las imágenes para ilustrarlo. Todas sus referencias son suficientemente conocidas o accesibles en la red. Ante ellas, este profesor de la Universidad Complutense de larga trayectoria no renuncia al análisis formal de estas imágenes de manera exhaustiva y rigurosa, una tarea donde demuestra una pericia excepcional. En su trabajo analítico, intenta devolver a las imágenes además a su naturaleza documental y a los contextos de producción y recepción que las explican. Y desde esta labor reconstructiva, desde la defensa del valor de la imagen más allá de su lectura emocional, surge la ejemplar función pedagógica y también política pretendida por el texto. Porque más allá de los límites de lo académico o de la discusión entre especialistas, el libro persigue ante todo formar parte del debate público. Y merece conseguirlo.