Shaila García Catalán. La luz lo ha revelado. 50 películas siniestras, Barcelona: Editorial UOC, 206 pp. Reseña de Aarón Rodríguez Serrano (Universitat Jaume I).
Los que hemos tenido el privilegio de seguir el pensamiento reciente de Shaila García Catalán ya sabíamos que la suya era una de las voces más estimulantes y atrevidas de la teoría fílmica contemporánea. De inspiración psicoanalítica y con una sensibilidad indudable para topografiar y reivindicar un pensamiento complejo, la voz de García Catalán ha ido poco a poco asentándose en la escena nacional, principalmente a partir del artículo científico o de la conferencia. Como tantas otras investigadoras surgidas tras el “efecto ANECA”, la suya es una presencia que ha tenido que aprender el recorrido delimitado del artículo y las formas exigidas por la academia menos creativa –de las cuales, va de suyo, Fotocinema es una más que notable excepción-, para sobrevivir en este tablero de juego universitario en el que nos encontramos.
De ahí que La luz se ha revelado sea celebrado como ópera prima, libro mayúsculo, investigación de largo recorrido, y –por fin-, monográfico riguroso salido de su pluma. Y, todo sea dicho, editado valientemente por una de las colecciones que, título tras título, va imponiéndose no únicamente como un pequeño gran referente de la reflexión fílmica, sino como un espacio plural y heterogéneo donde cada monográfico ha respetado la irreductible subjetividad de su autor.
Se equivocará, no obstante, quien confunda La luz se ha revelado con mero ejercicio divulgativo, listadillo cinéfilo o conjunto de reseñas cortas. Por supuesto, sigue escrupulosamente las normas de la colección, pero realizando un ejercicio de apropiación que permite que cada párrafo, cada película sea, indudablemente, un testigo de una cierta experiencia del pensamiento. Algo se intuye ya desde el mismo prólogo –que sitúa, y no por casualidad, a Kafka en su frontispicio- cuando se repasa la nómina de lugares y autores que García Catalán pone sobre la mesa: semióticos, psicoanalistas, teóricos de la literatura, del arte, filósofos. Su recorrido por los avatares de lo siniestro –en tanto concepto– es delicado y deja reposar las contradicciones, las ideas, las idas y las venidas, los tropiezos y las repeticiones. Está el pensamiento, pero ante todo, está la vivencia conjurada en el objeto –el espejo, el recodo, y por supuesto, el cine. A veces puede que todo sea lo mismo: la pregunta por la proyección (de la imagen, del yo, de la vivencia, del inconsciente), anudado en torno a una trayectoria histórica que dará luz –como promete el título– a aquello que necesariamente requiere de un trayecto oscuro, opaco. Lo que me interesa ahora de estas primeras páginas es, al menos, poner de manifiesto la voluntad de un trayecto que pueden recorrer a la vez cinéfilos y académicos, una delgada línea donde la aparición de cada gesto escritural –la modernidad, el postclasicismo…– únicamente se entiende a partir de lo que, bajo él, queda pensado –y lo que queda, en cada caso, recolocado en el contexto de lo impensable.
Comienza, a continuación, la colección de microanálisis. Como en cada caso singular –quien lo sufrió, lo sabe–, cada lector sentirá la carencia de algunos textos en beneficio de otros, aunque vaya por delante que desde un punto de vista historiográfico la relación de films propuestos por García Catalán nos parece impecable. En un delicioso tirabuzón teórico, la autora hace coincidir la publicación de Lo ominoso freudiano como hermano no declarado de El Gabinete del Doctor Caligari (año 1919 en ambos casos) y se sitúa en el punto medio exacto entre ambas propuestas. Comienza, así, su baile entre cine y psicoanálisis, cuidando primorosamente con no aplastar, no dar por sentado, no descuidar al lector –ni a poner en duda su inteligencia. Cierra, por cierto, su primer texto con una frase que ya da cuenta de la claridad y la fuerza con la que sus ideas no van a resultar simplemente “museísticas”, sino que se van a convertir, antes bien, en pensamiento vivo y urgente:
Casi un siglo después de la cinta de Wiene, en Déjame salir (Get Out, Jordan Peele, 2017), los blancos aún siguen hipnotizando a los negros, son relegados como el otro incómodo en pleno régimen de Trump (p. 37).
Poca broma. Y así, mientras el lector va recorriendo los primeros desvelamientos del cine silente y se introduce en el clásico, descubre a la vez que no se le dará una tregua, que cada película impondrá un tratamiento personalizado, un cuidado muy concreto, un estilo, un tono, un punto de vista. No se trata de críticas, ni de reflexiones más o menos azarosas trazadas con escuadra y cartabón, sino de un auténtico encuentro contra la superficie de la película.
En esta dirección, podemos sugerir una breve clasificación de los enfoques que García Catalán incorpora en sus diferentes análisis: datos contextuales –siempre con voluntad interpretativa–, intertextos con la mirada contemporánea, microanálisis de recursos narratológicos concretos y agudísimas apreciaciones que uno se sentiría tentado de calificar como poéticas o literarias. Sirva esta muestra de nuestra lectura particular para que el lector pueda hacerse una idea de lo que aquí queda escrito: “El hombre invisible es inencuadrable, el espectador debe redibujarlo” (p. 43), “Imaginar unos ojos sin rostro nos conduce directamente al espanto” (p. 71), “Ya no necesitamos test: amamos a los replicantes” (p. 109).
Es de justicia señalar aquí el único punto de crítica que nos permitimos achacar al libro: la ausencia de imágenes que reproduzcan los análisis concretos. Sabemos que es una decisión editorial –y comprendemos que gracias a esta pequeña “castración” se permite, precisamente, un mayor número de volúmenes editados al año–, pero nos hubiera gustado ver las imágenes que García Catalán reproduce en sus palabras, seguir su pensamiento a partir de la cadena de frames para apreciar mejor un cierto detalle, o una cierta angulación, o un cierto movimiento de cámara.
Por lo demás, hay también espacio para la sorpresa dentro del libro. El lector puede quedar (felizmente) desconcertado al encontrarse con textos alrededor de películas tan aparentemente distantes como Muerte de un ciclista o como Anomalisa, pero también tropezará con nuevas lecturas de obras tan trabajadas como Vértigo o Blade Runner. Donde reina el deseo de decir (bien) algo nuevo, uno no puede sino quedar sorprendido de la exuberancia con la que las viejas miradas –los textos que uno creía ya conocidos, transitados, incluso analizados– de pronto se convierten en películas desconocidas, repensadas, nuevos territorios a descubrir.
Las últimas páginas del libro son, además, un segundo libro oculto que bien podría ser entendido como una inteligentísima autopsia del estado contemporáneo de las imágenes. Sin moverse ni un centímetro del concepto de lo siniestro, García Catalán dedica sus últimas diez entradas a sendas películas estrenadas desde 2015. Cabría preguntarse si con esta decisión la autora nos sugiere que el cine contemporáneo es, en su más reciente manifestación, la eclosión total de la experiencia siniestra –algo, además, parece quedar apuntado al respecto en el prólogo. Queda esa idea sobrevolando sobre esos textos finales, quizá los más contundentes y apasionados de todo el libro, y sobre ellos también la promesa de que la autora, si todo va bien y los astros editoriales son propicios, pueda volver pronto con un nuevo volumen para ayudarnos a (re)descubrir cuáles son los extraños mundos en los que habitamos.
Casualidades o causalidades, reposa sobre mi mesa en este momento el ejemplar de La luz lo ha desvelado con el primer tomo de El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer. Allí, el alemán dejó por escrito que era precisamente la luz el motor principal del conocimiento y, por ende, la clave para comprender la profundidad de la experiencia estética. Pienso en las revelaciones que García Catalán ha dejado aquí, en negro sobre blanco, y en lo mucho que todavía queda para que desvelemos, sus colegas, siguiendo la notabilísima estela que ha dejado trazada en nuestro pequeño mundillo teórico.