LOS RECURSOS DE LA
DEBILIDAD
LA FIGURA DEL HÉROE
COTIDIANO EN EL CINE ESTADOUNIDENSE
THE
RESOURCES OF WEAKNESS
THE
FIGURE OF THE EVERYDAY HERO IN AMERICAN CINEMA
Francisco Javier Gurpegui Vidal (jgurpegui@iespiramide.es)
Universidad de Zaragoza (España)
Recibido: 19 de mayo de 2024 / Aceptado: 26 de septiembre de
2024
Resumen: El héroe cotidiano es un elemento
narrativo muy importante en el discurso audiovisual. Es el envés del hombre
inútil, figura de raigambre literaria, específica de la modernidad y originaria
de la cultura rusa del siglo XIX. Ambos son descendientes paródicos de los
personajes heroicos y sabios de la literatura premoderna, y representan una resistencia
frente al prosaísmo y pragmatismo de la Revolución Industrial. Su dinamismo
estético y ambivalencia moral los emparentan con una figura originaria de la
literatura tradicional: el embaucador. En el caso del cine estadounidense
distinguimos tres fases: la constitución de la figura durante la Gran
Depresión; un giro pesimista y reflexivo al inicio de la posguerra; y una
proliferación de tendencias con el arranque del siglo XXI. Los trabajos
concretos de algunos actores y actrices dan muestras del potencial de estas
figuras modernas capaces de encarnar una ejemplaridad cívica interclasista y de
abrir la puerta al protagonismo femenino a través de la cotidianeidad. Por otro
lado, la pertenencia del héroe cotidiano a la clase media, inserta entre los
grupos de poder y las clases populares, facilita su ensimismamiento y la
consiguiente falta de conciencia acerca del lugar social que ocupa, así como un
conformismo respecto al status quo.
Palabras
clave: Heroísmo; Modernidad; Narrativa;
Patetismo; Trickster.
Abstract: The ‘everyday hero’ is an important
narrative element in audiovisual discourse, characterized as the reverse of the
useless man, a literary figure, born
in the 19th century Russian culture and typical of Modernity. Both are parodic
descendants of the heroic and wise characters of Premodern literature and they
represent as well the resistance against the prosaism and pragmatism promoted
by the Industrial Revolution. Furthermore, their aesthetic dynamism and moral
ambivalence relate them to a figure originating from traditional literature
such as the trickster. In the case of American cinema, we can distinguish a
phase of constitution during the Great Depression, then a pessimistic and
reflective outlook in the beginning of the post-war period as well as a
proliferation of trends at the turn of the century. The performance of some
actors and actresses show the potential of these modern figures, capable of
demonstrating a civic exemplarity and also opening the door to the issue of
female empowerment in everyday life. On the other hand, the ‘everyday hero’ as
a member of the middle-class, placed between the groups of power and the
working classes, enables him to self-absorption and lack of awareness about his
social role, along with a conformity to the status quo.
Keywords: Heroism;
Modernity; Narrative; Pathos; Trickster.
Cómo citar este artículo:
Gurpegui Vidal, F. (2024). Los recursos de la debilidad. La figura del héroe cotidiano en el cine estadounidense. Revista
Eviterna, (16), 74-91 / https://doi.org/10.24310/re.16.2024.19843
1. Introducción
En
un libro enormemente influyente, Joseph Campbell describe así la tarea del
héroe:
[I]nicia
su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios
sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva;
[…] regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus
hermanos” (1949, p. 35).
Esta es la peripecia que nos viene a la
cabeza cuando hablamos del heroísmo en la narrativa. Los ejemplos que ilustran
los motivos analizados por Campbell pertenecen a épocas y géneros literarios
muy diversos: cuentos tradicionales, epopeyas, sagas familiares, novelas… Partiendo
de un material tan heterogéneo, su análisis resulta coherente y enriquecedor. No
obstante, este estudioso también se ve obligado a generalizar, incluso dando la impresión de
que dicho héroe subyace y vertebra todos los sistemas de creencias mínimamente
consolidados. No en vano Campbell lo llama «monomito» (1949, p. 11), como si el arranque de todas las
culturas se fundamentara en esta figura estética.
Así hemos naturalizado el concepto de
héroe, con independencia de orientaciones ideológicas e incluso más allá del
mundo de la ficción. Nuestra vida política y laboral, nuestra percepción de los
logros personales y colectivos, nuestra idea del prestigio social, todo ello lo
mediatiza una perspectiva acrítica del heroísmo. Una forma de desautomatizar
esta idea consistiría en repensar el camino recorrido hasta llegar a ella. Y
podemos recuperar genealógicamente los avatares históricos del héroe a través
de las narraciones de la literatura y el cine que, como discursos artísticos
que son, atesoran buena parte de la memoria de la humanidad y posibilitan un
diálogo intergeneracional de primer orden (Viñuales Sánchez, 2023a, p. 29) a
escala imposible en otros ámbitos.
2. Marco
teórico/objetivos
Para ello, nos centraremos en la figura
del héroe cotidiano en el discurso del cine estadounidense. Aunque ya se ha
señalado una falta de atención académica respecto al personaje en el ámbito
sajón (Gadsden, 2022, p. 23), existen materiales que posibilitan el trabajo. Nos
sirve de referencia la descripción del objeto a cargo de Pedro Vallín (2019,
pp. 208-235), en un libro de ensayístico y ligero, pero no por ello menos
riguroso y sugerente. Nuestro enfoque teórico y metodológico se basará en los
planteamientos y categorías manejados por Luis Beltrán Almería (2015; 2017;
2021) sobre la historia de la imaginación literaria. Este autor (2017, pp.
18-20) busca desplegar el mapa de una estética histórica que se fragua en las
distintas etapas culturales de la humanidad y que se plasmará en la literatura
universal según tres ejes. Estos serían: la escisión entre la alta y baja cultura;
entre la seriedad y la risa; y las figuras que concretan la imaginación
literaria –el trickster o embaucador, el sabio, el santo, el héroe o el
hombre inútil, por ejemplo–. Más allá de aspectos meramente estilísticos o de
adscripción a escuelas o tendencias, los tres ejes configuran la médula, la ‘forma
interior’, del texto literario. Esta perspectiva, a su vez, es heredera de otro
autor, Mijail M. Bajtin (1982; 1990), cuya mirada trasciende lo literario para
abarcar la cultura y comunicación humanas.
Hacer la historia de la forma interior de
las obras implica una periodización que respete la autonomía del campo
literario a la manera en que opera la historia cultural, recurriendo al
concepto de género textual como instrumento decisivo. Lo cual no está reñido
con el uso de unas etapas históricas fácilmente reconocibles y sancionadas por
la historia general: Prehistoria, Antigüedad, etc…
Ya existen trabajos relevantes sobre el
cine desde el enfoque de Luis Beltrán (Viñuales Sánchez, 2023a) que contemplan
el medio como una prolongación del género novelístico. También hay en nuestro
entorno publicaciones que establecieron las bases de una historia cultural relativa
al ámbito cinematográfico –Benet, 2004–. El cine, al ser un medio que coincide
con la modernidad literaria, atraviesa diversas fases en la construcción del
héroe cotidiano que coinciden con los modos de producción: clásico, moderno y
posclásico (Monterde, 1996; González Requena, 2006). Dichas construcciones
teóricas, paralelamente, también reúnen contenidos y formas, textos y
contextos. Con estas herramientas buscamos trabajar sobre un imaginario de
carácter estético, iluminando indirectamente algunos territorios de la praxis
social.
Dado que partimos del análisis de una
realidad fuertemente patriarcal, utilizaremos para algunos conceptos la
concordancia masculina genérica -por ejemplo, ‘héroe cotidiano’- o aludiremos a
entidades específicamente masculinas –‘hombre inútil’- para perfilar la pugna
paulatina de lo femenino por visibilizarse en la historia.
3. Resultados de la
investigación
3.1. Genealogía del héroe literario
Más que por su origen foucaultiano, con
su negativa a indagar sobre el ‘fantasma del origen’ de las cosas (1980, pp. 9-29),
recurrimos al concepto de genealogía a partir del uso que Beltrán Almería hace
en GENVS. Genealogía de la imaginación literaria (2017). Para nosotros,
establecer las condiciones en las que nace y permanece el héroe literario
implica desnaturalizar el concepto y vincularlo a unas condiciones historias
contingentes y verificables. Implica también abrirse a otros posibles
históricos, otras figuras representativas de unos ideales sociales divergentes.
Por ello es preciso reconstruir su historia con cierto detalle, como haremos a
continuación.
Por definición, la literatura de la
Prehistoria nos resulta inaccesible, aunque podemos construir algunas hipótesis
bien razonadas. Podemos imaginar algunas costumbres del Paleolítico observando
la cultura de los bosquimanos|xam (de Prada-Samper, 2011, pp. XXVII-LXXIV),
cazadores-recolectores que se desplazan, en grupos de 8 a 30 individuos,
buscando recursos de subsistencia, especialmente charcas. Su nomadismo y la
sencillez de su cultura material impiden que una persona tenga más que otras. Favorecen
las decisiones por consenso y mantienen una división social del trabajo no
jerárquica, basada en la caza para los hombres y la recolección de plantas
comestibles para las mujeres.
Este igualitarismo dificulta la aparición
de héroes literarios. El Paleolítico sería el escenario de danzas rituales
corales sin protagonismo individual y de mitos-fábula donde el ser humano se
intentaba defender de la naturaleza o al menos congraciarse con ella a través
de la representación de personajes animalizados (Beltrán Almería, 2017, pp.
37-94). El protagonista de los relatos bosquimanos es el Mantis (de
Prada-Samper, 2011, pp. 327-328), personaje embaucador y pendenciero no
identificable con la mantis religiosa, si bien le salen alas para escapar de
situaciones desfavorables. Es proteico, capaz de convertirse en insecto, eland –antílope–
o liebre. Es el creador y protector de los antílopes. También se lo conoce como
‘Dueño del Chisquero’, porque robó el fuego para dárselo a los humanos. La
Luna como personaje masculino es una sandalia que lanzó una vez al cielo.
El Mantis siempre se equivoca en primera
instancia, pero finalmente se levanta y termina haciendo el bien (Beltrán
Almería, 2017, pp. 47 y 379-381), en un proceso de caída y recuperación que
favorece la supervivencia comunitaria a través de un aprendizaje jocoso. No es
un héroe virtuoso: estamos ante la figura del trickster o embaucador.
Para Carl Jung (2010, pp. 239-256) el trickster tiene una naturaleza
animal y divina, es un héroe negativo que consigue con su simpleza lo que otros
personajes más hábiles no logran. Es alguien que interrumpe con su lógica
caótica las acciones más razonables. Su carácter proteico le facilita cambiar
de forma y sexo. Así, Wakjąkaga, el trickster de los indios
winnebago, junto a sus propiedades
fálicas, puede concebir hijos. Su personalidad pendenciera lo acerca a otros
embaucadores divinos como el Loki escandinavo, el Maui polinesio o el cuervo de
los indios del noroeste de América.
Jung presenta al trickster como un
arquetipo con una influencia cultural decisiva. Su presencia se puede rastrear
en las fiestas medievales vinculadas al carnaval y a la inversión de los
valores. Allí encarna figuras festivas como el obispo de los niños, el papa de
los tontos o el asno oficiando en los sacramentos, todas celebraciones
heredadas del mundo romano; recordemos que Jesucristo fue coronado como un rey
de los judíos burlesco. En este sentido, hay un grafito en una pared de la
escuela de cadetes del Palatino donde Cristo crucificado es un burro. Es un trickster
el diablo, el dios Mercurio, el tonto, el bufón, el loco o el duende. También, algunas
figuras de autoridad como el chamán que se permite gastar bromas y puede ser
objeto de venganza- o el Yahveh del Antiguo Testamento. Al ser un personaje de
apariencia juvenil tiene la capacidad de incorporar los cargos característicos
de un anciano: sabio, mago o rey.
En el Neolítico (Beltrán Almería, 2017,
pp. 37-94), con la llegada de las primeras sociedades agrícolas, organizadas en
castas, se origina la desigualdad. Aparece una literatura que imagina el mundo
del subsuelo y la esfera celeste de las divinidades. Las religiones celestes
imponen leyes basadas en la santidad y la pureza, surgen nuevas figuras como la
perfecta casada y el hombre de bien, tipos ideales que excluyen la maldad. En
consecuencia, ha perdido validez la ambivalencia del trickster, que
ahora tendrá que tomar opciones morales.
Una segunda renuncia del embaucador
vendrá dada por la distinción entre la belleza y la bondad. El personaje
paleolítico tiene un cuerpo grotesco que connota la abundancia, ambivalencia,
alegría y apertura a la naturaleza. Frente a eso, emergerá una nueva figura,
dotada de un cuerpo individual, cerrado en sus fronteras, terminado y separado
del mundo (Viñuales Sánchez, 2023a, p. 449), es decir, canónicamente bella.
Hesíodo (VII a.C.) teorizará en su Teogonía la diferencia entre belleza
y bondad a través del mito de Prometeo, quien pretende traicionar a los dioses
con un sacrificio engañoso a la vista. Por ello, los dioses lo castigan con la
creación de la primera mujer, hermosa pero perniciosa e inútil (Beltrán
Almería, 2017, p. 380). Así el trickster renuncia también a la
ambigüedad sexual, optando por ser hombre o mujer.
De la escisión entre lo bello y lo bueno
provendrán las dos corrientes que vertebrarán la literatura hasta el siglo XIX:
el patetismo y el didactismo. El Neolítico contempla el surgimiento de nuevos
géneros literarios como la epopeya, la tragedia ática o la saga familiar, que
tendrán una versión escrita en la etapa histórica. En la epopeya se subordinan
los valores militares y patrióticos a los familiares. Los valores del pasado
nacional se presentan como incuestionables y se encarnan en un héroe que los cumple
de una vez y para siempre (Beltrán Almería, 2021, pp. 75-79). De la
descomposición de la epopeya surge una estética, el patetismo (Beltrán Almería,
2017, pp. 135-153), basada en un enaltecimiento heroico del personaje.
En una sociedad con grandes desigualdades
y donde las tradiciones ya no son compartidas, la casta gobernante favorecerá
la identificación del público con un héroe para imponer sus valores. No en vano
la palabra ἥρως –‘héroe’– designa en su origen un tratamiento de respeto para
los aristocráticos personajes de Homero y algunos dioses (Chantraine, 1970, p.
417). El protagonista afrontará una serie de aventuras para alcanzar la gloria
y el amor. Los atributos de valor, donosura y modales se unen a la virtud en
una personalidad que unas veces permanece estática como en las divinidades y
otras crece como un destino que se cumple. La belleza sensible destinada a la
vista tiene un importante valor persuasivo (Beltrán Almería, 2021, pp. 65-86).
Si el patetismo despliega la peripecia
externa de un héroe, el didactismo (Beltrán Almería, 2017, pp. 217-259) traza
el desarrollo de un mundo interior, una conciencia. Con el tiempo, los géneros
didácticos se diversifican y llegan a coexistir en dos dimensiones, la seria y
la joco-seria, la dogmática y la no-dogmática. Esta última vendría influida por
el fabulismo tradicional. Así, por ejemplo, al protagonista de la Vida de
Esopo (I a.C.-II d.C.), autor legendario al que se atribuyen las Fábulas
(IV a.C), se lo describe con un cuerpo grotesco y con un comportamiento errático que alterna la
tontería con la sensatez. Si Esopo es un personaje joco-serio, en la Historia
se acaba imponiendo el didactismo serio, cerrado a la apertura dialogal,
opuesto a un contrincante al que se niega la razón. Esto produce una distancia
jerárquica equivalente a la heroificación, pero fundamentada ahora en la figura
del sabio o el santo.
Se consolida así en la Historia la figura
del hombre de bien (Beltrán Almería, 2017, pp. 386-388), que según las épocas o
los géneros se concretará en especificidades como el caballero, el aventurero,
el amante, el cortesano, el sabio o el santo. A veces, tendrá su equivalente
femenino como la amada que cumple las normas cortesanas (o la doncella guerrera
con disfraz masculino), siempre ostentando un estatus superior. Es imposible
postular heroísmo alguno, sabiduría o perfección si no es desde la desigualdad
social y la consolidación de una literatura de alto rango, generalmente,
escrita y seria.
Aunque parezca extraño, estas variantes
del hombre o la mujer de bien descienden de aquel trickster paleolítico
que ha perdido apertura y ambivalencia. Hasta la modernidad literaria del siglo
XIX, estas figuras se adaptarán a los moldes de la literatura escrita e
incorporarán personajes dogmáticos y unidimensionales. También habrá un ‘hombre
de bien’ folclórico, no tan perfecto como el caballero o el sabio, que
mantendrá una cierta ambigüedad moral, como ocurrirá con el Gargantúa
rabelesiano o el Sancho Panza cervantino. Este hombre de bien tradicional
ejercerá como figura de la risa, como el niño, el tonto, el bufón o el loco
(Beltrán Almería, 2017, pp. 388-405). El humorismo mostrará en algunas ocasiones
una apertura carnavalesca hacia lo festivo –en el Renacimiento, en Rabelais o
Cervantes– y en otros momentos será la expresión dogmática del desprecio, como
ocurre en el Barroco o en Quevedo.
La modernidad literaria (Beltrán Almería,
2017, pp. 347-378) arranca con el siglo XIX y llega hasta la actualidad.
Coincide con el despliegue de los medios de la cultura de masas. Ya estamos en
el territorio del cine. La cultura se hace universal y masiva, busca
representar la diversidad humana y criticará los efectos destructores de la
modernidad. La imaginación moderna se opone al prosaísmo y pragmatismo de la
Revolución Industrial, reuniendo las energías del imaginario prehistórico y premoderno.
En un movimiento de desregulación y mixtificación se desestructura la jerarquía
entre la alta y la baja cultura, se expande la tensión dramática y se disuelve
la frontera entre lo cómico y lo serio. Desaparece el tiempo legendario: la
actualidad y su pasado reciente se convierten en tema literario.
El individuo será el escenario de estas
tensiones; la mujer asumirá papeles literarios tradicionalmente encomendados a
los hombres, mientras que el hombre se pondrá en entredicho como héroe
intachable a través de un humorismo prácticamente omnipresente. En este nuevo
contexto, los protagonistas de ficciones tan disímiles como La vida de Pedro
Saputo (1844) de Braulio Foz o Macunaíma (1928) de Mário de Andrade
se nos presentan emparentados con el trickster. Son algo más que una
mera llave para el desorden y la destrucción: son portadores de una nueva
fecundidad. Como es norma en la historia de las formas estéticas, las opciones
en un primer momento descartadas recobran una nueva vitalidad.
Una vez
llegados a este punto, estamos en condiciones de revisar críticamente la
postura de Campbell respecto al trickster, al que otorga un papel
subsidiario y malévolo al anular la energía de su ambivalencia: «Una figura de
payaso que trabaja en continua oposición a los buenos deseos del creador […] es
culpable de los males y dificultades de la existencia» (1959, p. 264). Al igual
que otros autores (citados en Tannen, 2007, pp. 130-131), lo considera una
forma temprana y menos desarrollada del héroe, si bien en alguna entrevista (Campbell,
2010) matizó sus afirmaciones. En sus planteamientos generales, Campbell establece
el héroe patriarcal como arquetipo de lo humano, naturalizando la evolución del
imaginario colectivo y relegando al trickster a una función embrionaria
o de mera transición.
3.2. El hombre inútil, la mujer inútil
La modernidad literaria retomará al trickster
en su faceta folclórica, productora de un caos fecundo. Esta figura rompe las
leyes de su mundo para descubrir una verdad desestabilizadora o para hacer el
mal –o las dos cosas a la vez– (Beltrán Almería, 2017, pp. 397-399). En su
vertiente benefactora, el trickster moderno mantiene el espíritu de la
risa, aun padeciendo una situación de exclusión. Encontramos casos de
transgresión pasiva en el Cosimo Rondó de El barón rampante (1957) de
Calvino o La tía Tula (1921) unamuniana, con su resistencia al
matrimonio. Esta resistencia activa o pasiva hacia las normas se relaciona con
la inutilidad propia de un personaje que no se adapta a los valores de los
nuevos tiempos. Existe, pues, entre el trickster y lo que aquí llamamos
hombre inútil una continuidad, ya advertida por Paul Harman (2013, p. 76) en su
estudio sobre Un día de furia (Falling Down, Joel Schumacher,
1983).
Al hombre inútil se lo define (Beltrán
Almería, 2015, pp. 171-187; 2017, pp. 410-419) como un personaje específico de
la modernidad literaria, perezoso a la hora de asumir nuevos retos y opuesto tanto
a la vitalidad fecunda de la mujer como a la impersonalidad de la burocracia y
al potencial del superhombre. Se considera a sí mismo consciente y rebelde,
aunque su comportamiento real sea pasivo. Ubicamos su momento fundacional en la
novelística rusa del XIX, con autores como Turguéniev –y su seminal Diario
de un hombre superfluo (1850)–, Dostoyevsky o Goncharov –y su novela Oblomov
(1858) –. Como se ha dicho (Otero Íñigo, 2022, pp. 27-28), Rusia presenta una
generación de intelectuales pertenecientes a la aristocracia que no se
identifican ni con el pueblo ni con el zarismo en el poder e incurren en la
abulia y el ensimismamiento, incapaces de comprender un mundo en
transformación.
Casi simultáneamente surgen en los
Estados Unidos otras ficciones de referencia, como Bartleby, el escribiente
(1853) de Herman Melville, o los cuentos de Poe El demonio de la perversidad
(1845) y El hombre de la multitud (1840). En el mismo siglo,
Latinoamérica proporciona ejemplos decisivos como las tres novelas del
brasileño Joaquim Maria Machado de Assis: Memorias póstumas de Bras Cubas
(1881), Quincas Borba (1892) y Don Casmurro (1900). Aunque se
exacerbará en los siglos XX y XXI, existen precedentes como Martin, personaje
de Cándido de Voltaire, un sabio inútil incapaz de actuar o el
protagonista de Viaje alrededor de mi habitación (1794) de Xavier de
Maistre, permanentemente enclaustrado en su casa. Un poco más atrás,
encontramos al cortesano que se aburre y busca motivos de escándalo,
ejemplificado en el Hamlet shakespeareano (1603) o el Don Quijote de la primera
parte (1605).
Algunas variantes de la figura serían el
apático –Leopold Bloom en Ulises (1922)–, el ideólogo fracasado –el
Ramón Villamil de Miau (1888)–, el fugitivo –Andrés Hurtado en El
árbol de la ciencia (1911)–, el soñador –los protagonistas de Juegos de
la edad tardía (1989) de Luis Landero–. Momentos de profundización en el
personaje serían las figuras del hombre inmaduro, mezcla de inútil y loco,
teorizado por Albert Camus en El mito de Sísifo (1942) y desarrollado plenamente
en El extranjero (1942). El hombre inútil vertebra la narración
cinematográfica con ejemplos tan distantes como Memorias del subdesarrollo
(Tomás Gutiérrez Alea, 1968) o muchos de los personajes de Godard y de la nouvelle
vague en general. Más cerca en el tiempo, se encarna en los protagonistas de
Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), Nightcrawler (Dan Gilroy,
2014) o Joker (Todd Phillips, 2019), todos ellos hombres inútiles.
La figura aquí definida se parece
bastante a lo que Pedro Vallín llama hombre escoria, característico del cine
estadounidense:
la
excrecencia final del liberalismo tardío, un subproducto ciudadano que no es
fruto directo de la injusticia del sistema económico, o no solo, sino una
anomalía de la propia construcción de la personalidad en una democracia
liberal: un destilado que combina libertad, suficiencia material y ausencia de
sentido trascendente” (2019, p. 228).
Es un rebelde que instrumentaliza la
libertad para desentenderse del bien común. Desde una especie de ‘aristocracia
premoderna’, pretende estar por encima del plebeyo que exige a la democracia
que cumpla con su deber.
Parece factible identificar al hombre
escoria como la prolongación cinematográfica del inútil. Sin embargo, Vallín
carga contra estas obras dando a entender que promueven una cierta
identificación con los valores de su protagonista (2019, pp. 228-235). Entendemos
que se trata de una lectura excesivamente unilateral, ya que estas figuras
mantienen su ambivalencia. En ocasiones son parte de un diagnóstico social, más
que personajes cuyo ejemplo pretenda ser secundado.
Beltrán Almería (2015; 2017) deja una
cuestión abierta: la posible vigencia de un equivalente femenino. La figura parece
originariamente masculina, ya que se opone a la femineidad, en un momento en
que la mujer asume en literatura papeles activos y de liderazgo. Sin embargo,
si flexibilizamos los criterios, son casos de inutilidad femenina las
protagonistas de Un corazón sencillo (1877) de Flaubert o Doña Berta
(1892) de Leopoldo Alas, dos ancianas al margen del progreso social y,
practicantes de una bondad en apariencia estéril. Otro caso brasileño sería
Macabéa, protagonista de La hora de la estrella (1977) de Clarice
Lispector. Y un precedente sería la Marquesa de Merteuil de Las relaciones
peligrosas (1782). La mujer inútil es una de las puertas de entrada del
protagonismo femenino en la literatura moderna. Otra puerta vendría dada por el
andrógino, una mujer enérgica y fuerte –la mujer fatal, por ejemplo–, con
frecuencia vinculada al hombre inútil (Viñuales Sánchez, 2023b), en una alianza
simbólica que busca superar la dualidad heredada de la premodernidad.
En este contexto, ¿cuál es el lugar del
héroe cotidiano? El inútil de la literatura rusa, denominado también hombre
débil, opera en el campo literario, no directamente político. Tanto él como el
héroe de acción pertenecen a la nobleza, con la diferencia de que el último ya
ha sido satirizado como una especie de soldado fanfarrón que lo lleva a perder
dignificación literaria. No esperamos ayuda de unos héroes perfectos pero
inexistentes, sino de unos hombres buenos pertenecientes al mundo real, capaces
de un ‘heroísmo doméstico’ alejado de las grandes hazañas (Pavel V. Vannenkov;
citado en Otero Íñigo, 2022, pp. 30-32). Este héroe tiene el reto de mantenerse
abierto a las clases desfavorecidas y de esquivar el peligro del
ensimismamiento.
Con la llegada de la Revolución
Industrial, la literatura de la modernidad presentará unos personajes opuestos
al huracán del progreso. El hombre o mujer inútil es el resultado de la
hipertrofia estéril tanto del heroísmo patético –don Quijote– como de la
sabiduría del didactismo –los flaubertianos Bouvard y Pécuchet (1881)–.
La inutilidad, más egoísta en los personajes masculinos, algo más altruista en
los femeninos, es un mecanismo de resistencia simbólicamente útil y moralmente
ambivalente. No son lo mismo la inoperancia autodestructiva de Bartleby, la
torpe bondad del príncipe Myshkin –en El idiota (1869) de Dostoyevski– y
el potencial crítico de Don Quijote, especialmente en su segunda parte (1615),
generador de una ejemplaridad moderna (Gomá Lanzón, 2017, p. 71), a pesar de
hacer el ridículo. Las inútiles del cine tienen algo de heroínas sacrificiales
(Varela, 2023) que se niegan a sí mismas en pro de una causa: un caso del cine
sería la protagonista de Rompiendo las olas (Breaking the Waves,
Lars vonTrier, 1996), heredera a su vez de la Ingrid Bergman de Europa 51
(Roberto Rossellini, 1952).
Nuestro planteamiento se opone
frontalmente al que predomina en los estudios estadounidenses donde entienden
el héroe cotidiano como una derivación del héroe tradicional, bien por parte
del sentido común cotidiano (Gadsden, 2022), bien desde la historia literaria. Para
Denise R. Zeiler (2023, pp. 20-25), la revolución estadounidense imprimió un
sentido de la responsabilidad en la ciudadanía que la llevó a la defensa activa
de las libertades. Por ello la novelística del XIX estaría repleta de
personajes justos y valientes. Lo que en este trabajo entendemos como una
denuncia de los aspectos lesivos de la modernidad, Zeiler lo analiza como su consecuencia
lógica, a pesar de que define la figura en unos términos semejantes a los
nuestros (2023, p. 24).
3.3. Constitución cinematográfica del
héroe cotidiano
En los primeros decenios del cine
estadounidense triunfa un héroe dinámico y luminoso (Bou y Pérez, 2000, pp.
17-108), cuyo mejor exponente sería el Douglas Fairbanks aventurero. A fin de
cuentas, el cine es un arte visual. Y buena parte de ese dinamismo físico se
constata en el cine cómico con personajes -Buster Keaton, Harold Lloyd- que
encarnan figuras de la risa y no excluyen un sentimentalismo más cotidiano –Chaplin–.
El cine comercial presenta series protagonizadas por un mismo actor-personaje
que ni crece ni se desgasta al superar una aventura tras otra. Como había
ocurrido en la novela popular de la modernidad
–Sherlock Holmes, Sandokan, etcétera–. También se presentan casos de héroe
cotidiano vinculados al melodrama como el John Sims de Y el mundo marcha
(The Crowd, King Vidor, 1928). Aunque, habría que esperar a la crisis
del 29 para para la acuñación consciente de esta figura.
En marzo de 1933, con la elección
presidencial de Franklin D. Roosevelt, el gobierno afrontará las consecuencias
de la Gran Depresión con el New Deal. Esta estrategia implicó una fuerte
intervención económica del Estado, así como un significativo rearme moral
basado en la radicalización social del nacionalismo estadounidense. Gobierno,
artistas e intelectuales impulsaron un discurso testimonial que podía recordar
el realismo soviético, pero también una reconstrucción del mito del héroe
individual. Recordemos el reportaje de James Agee Elogiemos ahora a los
hombres famosos (1941), donde las fotografías de Walker Evans exaltaban a
hombres y mujeres de las clases populares. En mayo de 1942, el vicepresidente
Henry A. Wallace pronunciaba la alocución El siglo del hombre corriente,
etiqueta adoptada por el compositor Aaron Copland en el título de su pieza
cívica, Fan fare for the Common Man.
En un momento de «densificación
ideológica» (Girona, 2008, p. 54) de su cine, a partir de 1934, el director
Frank Capra desarrolla la figura del common man de la mano de Robert
Ruskin. Este guionista era admirador de Roosevelt, simpatía política que el
director no compartía. Para Capra, Ruskin escribió el guión de dos películas con
James Stewart –Vive como quieras (You Can't Take It with You,
1938) y Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939)–
y otras dos con Gary Cooper –El secreto de vivir (Mr. Deeds goes to town,
1936) y Juan Nadie (Meet John Doe, 1941)–, que concretaron la
mitología del hombre corriente en unos términos que configuran los rasgos de
nuestro héroe cotidiano, definidos aquí como una evolución del hombre inútil:
a.- El héroe cotidiano no desarrolla una acción
física valerosa ni arriesgada ni se comporta como un santo o un sabio.
Desempeña un trabajo no especialmente prestigioso, que redunda en beneficio de
la comunidad: jefe de exploradores, comerciante de sebo, escritor de tarjetas
de Navidad, músico aficionado, vagabundo y campeón de beisbol venido a menos o
pequeño empresario. James Stewart puede ser senador en Caballero sin espada,
pero eso es un mero accidente y bastante desafortunado en su vida. Aunque
agraciado, su aspecto físico es desgarbado y poco elegante, lo que cuadra
perfectamente con el tono de comedia de estas películas; estamos lejos del
cuerpo apolíneo y acrobático de Fairbanks. El humor impregna de carga satírica
el retrato social y aligera la trama romántica.
b.- Frente a la incapacidad del hombre inútil para
relacionarse de forma estable con una mujer, el héroe cotidiano protagonizará
una subtrama romántica heterosexual –algo preceptivo en el Hollywood clásico–,
dirigida a cuajar en una familia, incluso reforzará los lazos de familias que
no son la suya. La mujer, aun cumpliendo un papel subsidiario, ejerce un papel
activo, muchas veces relacionado con el periodismo, mediando entre el
protagonista y su entorno social.
c.- El héroe cotidiano
también rechazará la impersonalidad del aparato administrativo, por ello mismo luchará
contra su poder destructor encarnado en un hombre poderoso y despiadado. Con la
vista puesta en el bien común, se apoyará en ese mismo aparato para ponerlo de
su parte –el senador de Caballero sin espada disertará durante 23 horas
seguidas para obstaculizar la acción de sus adversarios (01h, 37‘, 23“-02h,
07’, 22”) –, o para utilizarlo como caja de resonancia. Por eso son tan
importantes los foros abiertos donde se gesta la opinión pública y se
despliegan las polémicas: una sesión del Senado, la prensa o los juicios. Todo
ello plenamente inserto en la actualidad del momento.
Tras la guerra, Capra dirigirá ¡Qué
bello es vivir! (It's a Wonderful Life, 1946), donde
se actualizan los temas del New Deal. A diferencia de sus antecesoras, la
película presenta una perspectiva pesimista de la ciudad de provincias que se
prolonga al tono dramático de la película (Girona, 2008, pp. 313-340) más allá
de su final feliz y su comicidad. Ha declinado el impulso patriótico y ha
incrementado el pesimismo sobre las condiciones de los héroes, incluso de los
cotidianos. A diferencia de su hermano soldado, el protagonista –nuevamente
Stewart– se queda en la retaguardia donde las cosas tampoco son fáciles.
Paralelamente, otros directores clásicos
que habían contribuido a la propaganda de guerra filmaron películas
relativamente desencantadas. Ese mismo año, William Wyler filmaría Los
mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives, 1946),
confirmando la importancia del veterano de guerra, cuya sombra se proyectaría
sobre el cine posterior tanto en forma de héroe cotidiano como de hombre
inútil. Justamente en esta época, entre
1945 y 1948, antiguos fascistas italianos constituían el Frente dell’Uomo Qualunque,
partido cuyo ideario exaltaba la figura del hombre de la calle y que tuvo su
traducción cinematográfica en el cine de Luigi Zampa (Quintana, 1997, pp.
101-103).
3.4. El giro pesimista de la posguerra
Situamos en 1945 el giro del héroe
cotidiano hacia una zona sombría, coincidiendo con algunas películas de Capra o
Wyler. Será a partir de entonces cuando el héroe idealista del cine ceda paso
al desencantado detective del cine negro, al héroe crepuscular, al aventurero
individualista (Bou y Pérez, 2000), o incluso se interese por la iniciación del
joven héroe –lo que no deja de ser un testimonio del envejecimiento del héroe
adulto–. Esto se debe en parte a «la evolución de visión que la sociedad
norteamericana tiene de sí misma, y sobre el papel ambiguo que la política, la
guerra y las esferas de poder permiten al individuo con afanes heroicos»
(García Gual, 2000, p. 10), pero también a mutaciones en el campo del cine
relacionadas con la crisis del sistema de estudios, la relajación de la censura
o el desgaste del relato clásico propio de la modernidad (Monterde, 1996;
González Requena, 2006). Esta última circunstancia se asocia a una revisión de
las formas narrativas y a unos personajes desdoblados y condenados a moverse en
la zona de los grises.
Por ello, el héroe de acción va a tener
un reverso sombrío como en Raíces profundas (Shane, George
Stevens, 1953), donde Alan Ladd interpretará a un pistolero desarraigado que
surge de la nada y ayuda al honrado granjero en apuros –el verdadero hombre
común– para desaparecer con destino desconocido. Este anonimato será compartido
por el héroe cotidiano, como ocurre con el Jurado 8 –Henry Fonda– de Doce
hombres sin piedad (12 Angry Men, Sidney Lumet, 1957), capaz de
convencer al resto de la no culpabilidad del acusado, del que solo sabemos que
se llama Davis al final. Si Ulises o en el Capitán Nemo
– ‘nadie’ en latín– esconden su identidad para no ser reconocidos, Juan Nadie o
el Jurado 8 operan desde el anonimato de la ciudadanía corriente.
La actitud reflexiva sobre el héroe
cotidiano se revalida en El hombre que mató a Liberty Valance (The
Man Who Shot Liberty Valance, John Ford, 1962), que desdobla al héroe del
Oeste en el hombre de acción –John Wayne– y el jurista –James Stewart–. El
administrador del territorio tomará el relevo del héroe épico en un momento de
decadencia de la aventura. Igualmente, en Matar a un ruiseñor (To Kill
a Mockinbird, Robert Mulligan, 1962), Atticus Finch, abogado ilustrado y
viudo padre de familia, defenderá a un afroamericano injustamente acusado de
violación. Atticus remite al Ática, donde radica Atenas y su historial
democrático, mientras que Finch significa ‘pinzón’, lo que connota lo rural.
Aquí el hombre de bien se desdobla en un personaje vinculado al folclore como
es el grandón y retrasado Boo Radley que salvará finalmente a los hijos de
Finch.
En esos años se ha hecho más frecuente el
protagonismo femenino. Especialmente en el cine del Nuevo Hollywood, menudean
casos de mujeres inútiles y rebeldes como en Wanda (Barbara Loden,
1970), Raquel, Raquel (Rachel, Rachel, Paul Newman, 1968) o Buscando
al Sr. Goodbar (Looking for Mr. Goodbar, Richard Brooks, 1977),
donde las protagonistas inician una búsqueda que suele terminar en decepción
(Balagué y Latorre, 1978, p. 18). Otros hitos diferentes serían las figuras
andróginas. Norma Rae (Martin Ritt, 1979) narra la peripecia sindical de
una operaria especializada y madre soltera –para escándalo de bienpensantes–.
Con tono de comedia, esta película prefigura un subgénero del heroísmo
cotidiano que eclosiona a fin de siglo y que podríamos denominar ‘David contra
Goliat’. Poco más tarde, Meryl Streep encarnará en Silkwood (Mike
Nichols, 1980) a una trabajadora que denuncia la insalubridad laboral en una
central nuclear en Oklahoma, en una trama con base histórica.
3.5. El héroe posclásico
Mientras se hacía presente en el cine la
segunda ola feminista, a las pantallas estadounidenses también llegaba como
contrapunto «una nueva idea de masculinidad autosuficiente, asociada a menudo a
la rebeldía, al poder fuera de la ley o a la marginalidad» (Iglesias, 2024, p.
7). Así, todavía en la década de 1980, John Rambo –protagonista de Acorralado
(First Blood, Ted Kotcheff, 1982)–, admirado por su violencia justiciera
por el presidente Reagan, se convirtió en prototipo de héroe fascista, en parte
gracias a quienes se referían a él sin haber visto la película. Sin embargo, la
novela original de David Morrell, Primera sangre (1972) presenta a Rambo
como una máquina de matar, víctima a su vez de un entrenamiento maquiavélico y
deshumanizante. Las sucesivas secuelas radicalizaron políticamente al
personaje, pero siempre lejos del héroe victorioso, figura más infrecuente en
el cine estadounidense de lo que se suele pensar. Rambo no está tan lejos del
protagonista de Taxi Driver, otro veterano de Vietnam; ambos son
residuos sociales y presentan desgaste, amargura y una reticencia a la acción
cercana a la inutilidad. Igualmente, el cine de superhéroes, tan de moda en el
siglo XXI, está repleto de personajes traumatizados, burlados por un contexto
adverso que los convierte en monstruos manipulables.
El cine contemporáneo es terreno abonado
para el héroe cotidiano en sus diversas tendencias. Un caso paradigmático que
casi las aglutina todas es Tom Hanks y sus personajes de madurez, luego de una
juventud encarnando figuras de la risa. Como iremos viendo, su trayectoria más
cívica arranca del individualismo inicial para aterrizar en una confianza en
las instituciones estadounidenses (Shaffer, 2021). Es fundacional la
incomprendida y mejor planteada que resuelta Forrest Gump (Robert
Zemeckis, 1994), el relato sobre el idealista e ingenuo, hasta el límite de la
discapacidad. La ingenuidad es requisito para una sabiduría no dogmática,
tengámoslo en cuenta. Fácilmente podría quedarse en el estatus de hombre
inútil, pero su lucha personal lo trasciende. Esta también es la pugna del
inmigrante Viktor Navorski en La terminal (The Terminal, Steven
Spielberg, 2004), atrapado en el limbo de la falta de identidad administrativa;
el héroe ya no quiere ser ni héroe ni anónimo. Aunque no está interpretado por
Hanks, es el caso del soldado que da título a Salvar al soldado Ryan (Saving
Private Ryan, Steven Spielberg, 1998) cuando se interroga en su vejez si
llegó a ser una buena persona y si su vida mereció tanto sacrificio (02h, 40’, 55”).
En Hanks, la tendencia impregna géneros
sin conexión aparente con la cotidianeidad, como el cine negro –Camino a la
perdición (Road to Perdition, Sam Mendes, 2002)–, catástrofes –Sully
(Clint Eastwood, 2016)–, espías –El Puente de los espías (Bridge of Spies,
Steven Spielberg, 2015)– o de aventuras –Capitán Phillips (Captain
Phillips, Paul Greengrass, 2013) – protagonizadas por héroes
medianos que hacen virtud de su código profesional. En algunos trabajos
recientes se renueva la explícita voluntad de reflexión sobre el heroísmo. En Un amigo extraordinario (A
Beautiful Day in the Neighborhood, Marielle Heller, 2019) el presentador de
un programa infantil de mal gusto, redime al reportero que lo entrevista. En El
peor vecino del mundo (A Man Called Otto, Marc Forster, 2022) un
viudo que se intenta suicidar bajo un vagón del metro termina salvando a un
hombre que accidentalmente cae con él (00h, 56’, 20”-00h, 58’, 16”), hecho que
lo convierte en un héroe accidental –otro tipo paradigmático–.
En el cumplimiento del deber, el héroe
cotidiano presenta una tozuda persistencia que adquiere tintes kafkianos o
beckettianos en Esperando al rey (A Hologram for the King, 2016),
donde sufre una eterna espera para ser recibido por los mandatarios saudíes. O
en Náufrago (Cast Away, Robert Zemeckis, 2000), donde la estancia
en una isla desierta nunca oscurece los objetivos afectivos –volver con su
familia– y laborales –entregar un paquete de FedEx– del protagonista.
En Noticias del gran mundo (News
of the World, Paul Greengrass, 2020), un veterano de la Guerra de Secesión
recorre el oeste difundiendo relatos noticiosos, al tiempo que acompaña a una
niña secuestrada por los kiowa a su hogar familiar. Su tarea es la recuperación
del sentido del relato colectivo tras la guerra y la reconstrucción de la
transmisión intergeneracional, tema que vertebra una buena parte del cine
contemporáneo, como vemos en hitos como El oro de Ulises (Ulee’s Gold,
Victor Nunez, 1997), Gran Torino (Clint Eastwood, 2008) o Cry Macho
(Clint Eastwood, 2021).
Otra tendencia es el cine de denuncia
periodística con El cuarto poder (Deadline-U.S.A., Richard
Brooks, 1952) como antecedente de Los archivos del Pentágono (The
Post, Steven Spielberg, 2017). La colaboración entre Ben Bradley, director
del Washington Post
–Hanks– y la dueña del medio –Meryl Streep– desarrolla un argumento que se
mueve entre lo público y lo privado. Poco antes, Spotlight (Tom
McCarthy, 2015), con la denuncia de los abusos en la iglesia por parte del Boston
Globe, había marcado el tono que aprovecharán posteriormente: Al
descubierto (She Said, Maria Schrader, 2022), sobre la denuncia de
los abusos y violaciones cometidos por el productor Harvey Weinstein; y El
estrangulador de Boston (Boston Strangler, Matt Ruskin, 2023), sobre
el desvelamiento de la identidad del famoso asesino por parte de dos
reporteras. Será precisamente el protagonismo femenino de estas películas la excusa
para retratar las dificultades de estas heroínas en la esfera pública y en su
condición de mujeres.
Norma Rae y Silkwood fueron precedentes de
una tendencia del fin de siglo: las ficciones basadas en la historia real que cuentan
una lucha ciudadana frente a un poder muy superior. Aunque A Civil Action
(Acción civil) (A Civil Action, Steve Zaillian, 1998) es anterior,
quizá sea Erin Brockovich (Steve Soderbergh, 2000) la que profundiza en
las marcas del personaje, ya subrayadas en Norma Rae: abogada, madre
soltera, de comportamiento excéntrico y aspecto físico disonante lucha contra
el deterioro medioambiental que padece una pequeña comunidad. Desarrollos
posteriores de este esquema han restado importancia al elemento cómico en
beneficio de la dignificación del protagonista, aunque han persistido los
momentos de comedia y el énfasis en la falibilidad del personaje: Aguas
oscuras (Dark Waters, Todd Haynes, 2019) sobre la contaminación por
teflón; Percy (Clark Johnson, 2020), sobre el monopolio de las semillas;
Worth (What Is Life Worth, Sara Colangelo, 2020), sobre el
reconocimiento de las víctimas del 11-S, etcétera.
4. Conclusiones
Tanto el luminoso héroe de la
premodernidad literaria como los pocos héroes de una pieza del cine estadounidense
pertenecen a un imaginario clasista y patriarcal. Sin embargo, no por ello se
debe deducir que no aporten experiencias y valores básicos para la modernidad y
su perspectiva igualitaria. Es más, antes que negarlos, la modernidad los
comprende y los revisa críticamente. De la locura quijotesca no se debe inferir
una impugnación total de Amadís de Gaula, ya que el hidalgo basa su denuncia en
el cumplimiento de los ideales de la caballería.
Esperamos haber demostrado que el
nacimiento del héroe tuvo unas causas socioculturales concretas y que no hay
motivos para que fagocite al resto de las figuras literarias y estéticas. Queda
para el futuro el estudio de cómo el heroísmo como ideología se filtra en los
discursos cotidianos y en la percepción del mundo de la vida, tarea que algunas
autoras (Gadsden, 2022) ya han iniciado.
La literatura tradicional con su trickster
fecunda a los héroes cotidianos a través de un modelo educativo basado en la
caída y recuperación. En esta influencia tiene especial importancia la
dimensión ambivalente del embaucador como depositario de la unidad originaria
del bien y del mal. El héroe cotidiano no solo es una persona de bien, sino
también un liante que ejerce una acción discordante sobre las acciones
narrativas consideradas normales. Otra figura, específicamente moderna, como es
el hombre –o la mujer– inútil constituye un eslabón decisivo en su
cristalización; también aquí nos encontramos ante una resistencia frente a la
modernidad.
Más que como una adscripción positiva en
sí misma, la vinculación del héroe cotidiano a la clase media –periodistas,
abogados, pequeños propietarios, etcétera– crece en potencial ético y estético
si se la considera como un espacio social donde se cruzan tensiones entre
grupos de poder y clases desposeídas. Esto es más difícil de entender cuando la
clase política e intelectual tiende a presentar la clase media como metonimia –la
parte por el todo– de toda la sociedad, quizá para disfrazarse de pobre y
legitimarse como fermento de un cambio radical sin perder protagonismo.
Otra objeción posible al héroe cotidiano
estadounidense es que protagoniza retratos cotidianos faltos de carácter
conflictual respecto del orden social (Vallín, 2019, p. 235), es decir, se
compromete con la democracia liberal, es reformista antes que revolucionario.
Esta circunstancia corre el riesgo de adormecer las conciencias, si bien habría
que preguntarse si algunos retratos del miserabilismo activan los impulsos
cívicos del público. Una revisión del cine del realismo socialista y/o del ruso
en la actualidad nos proporcionaría paradójicas sorpresas: ni uno era tan
revolucionario ni el otro es tan decadente. Pero eso queda para otra ocasión.
5.
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5.2.
Filmografía selecta
Capra, F. (Director) (1946). It’s a Wonderful Life
[¡Qué bello es vivir!] [Película]. Liberty Films, Inc.
Capra, F. (Director) (1941). Meet John Doe
[Juan Nadie] [Película]. Columbia Pictures Corp.
Capra, F. (Director) (1939). Mr. Smith Goes to
Washington [Caballero sin espada] [Película]. Columbia
Pictures Corp.
Capra, F. (Director) (1938). You Can't Take It with
You [Vive como quieras] [Película]. Columbia Pictures Corp.
Capra, F. (Director) (1936). Mr. Deeds Goesto
Town [El secreto de vivir] [Película]. Columbia Pictures Corp.
Ford, J. (1962). The Man
Who Shot Liberty Valance [El hombre que mató a Liberty Valance] [Película]. Paramount Pictures.
Foster, M. (Director) (2022). A Man Called Otto
[El peor vecino del mundo] [Película]. Playtone, STX Entertainment, 2DUX, SF Studios, SF Productions y Sony
Pictures.
Greengrass, P. (Director)
(2020). News of the World [Noticias del gran mundo] [Película]. Playtone, Pretty Pictures, Universal
Pictures y Perfect World Pictures.
Kotcheff, T. (Director). Rambo: First Blood
[Acorralado: Rambo]
[Película]. Anabasis N.V. y ElcajoProductions.
Lumet, S. (Director) (1946). 12 Angry Men [12
hombres sin piedad] [Película]. Metro Goldwyn Mayer.
Mulligan, R. (Director) (1962). ToKill a
Mockingbird [Matar a un ruiseñor] [Película]. Pakula-Mulligan Production y Brentwood Production.
Nichols, M. (Director)
(1983). Silkwood [Silkwood] [Película]. 20th Century Fox.
Scorsese, M. (1976). Taxi Driver [Taxi
Driver]. Columbia Pictures.
Ritt, M. (Director) (1979). Norma Rae [Norma
Rae] [Película]. 20th Century Fox.
Russkin, M. (Director)
(2023). Boston
Strangler [El estrangulador de Boston] [Película]. 20th Century Studios,
LuckyChap Entertainment y Scott Free Productions.
Soderbergh, S. (Director)
(2000). Erin Brockovich [Erin Brockovich] [Película]. Jersey Films, Universal Pictures y Columbia Pictures.
Spielberg, S. (Director)
(2017). The
Post
[Los archivos del Pentágono] [Película]. Amblin Entertainment, DreamWorks SKG, Pascal Pictures y Participant
Media.
Spielberg, S. (Director)
(2004). The
Terminal
[La terminal] [Película]. DreamWorks SKG.
Spielberg, S. (Director)
(1998). Saving Private Ryan [Salvar al soldado Ryan] [Película]. DreamWorks SKG, Paramount Pictures y Amblin
Entertainment.
Stevens, G. (Director) (1946). Shane [Raíces
profundas] [Película]. Paramount Pictures.
Wyler, W. (Director) (1946). The Best Years of OurLives
[Los mejores años de nuestras vidas] [Película]. Samuel
Goldwyn Company.
Zemeckis, R. (Director)
(1994). Forrest Gump [Forrest Gump] [Película]. Paramount Pictures.