¿MOVIMIENTO MODERNO O MODERNIDAD?

MÁLAGA Y LA ARQUITECTURA DE LA LEY SALMÓN

 

MODERN MOVEMENT OR MODERNITY?

MALAGA AND THE ARCHITECTURE OF THE SALMON LAW

 

Carlos Sambricio (Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid)

csambricio@hotmail.com

 

Recibido: 18 junio 2021    / Aceptado: 09 julio 2021

 


Resumen: Haber mitificado la arquitectura del denominado Movimiento Moderno ha dado pie a una singular confusión: el olvido de que fue la opción de quienes, tras el análisis y el debate -derivados de los cinco primeros congresos del CIAM- centraron su reflexión tanto en qué debía ser el existenzminumun como en definir una nueva propuesta de gestión de la ciudad. A determinada historiografía española le ha bastado identificar gestos formales con otros existentes en algunos proyectos centroeuropeos para reclamar la presencia del citado Movimiento Moderno en perdidas localidades españolas. Así, se han glosado piezas descontextualizadas (un kiosko de la música, la fachada de un cine, una gasolinera…), afirmándose que tales ejemplos eran reflejo y continuación de la vanguardia centroeuropea. Quienes así han actuado olvidan que el racionalismo arquitectónico, en la década de 1920 y 1930 fue, básicamente, teórico, y rara vez se tuvo conocimiento de él en España por cuanto casi nunca las revistas profesionales de aquellos años dieron noticia -si bien hubo profusión de imágenes-. Pero un análisis sobre lo que sucedió en los CIAM, sobre las distintas opiniones y polémicas, sobre cómo se encararon en Europa los problemas constructivos derivados del uso de nuevos materiales; de cuáles fueron los programas de necesidades de las nuevas viviendas; sobre el paso de la vivienda unifamiliar a los bloques en altura; cual debía ser la política del suelo; cual la política de transportes; qué debía ser un plan comarcal y qué un plano de urbanismo a nivel regional… apenas nada se dijo.

Palabras clave: Ley Salmón, racionalismo, Málaga, DOCOMOMO, modernidad

Abstract: The mythification of the architecture of the Modern Movement has led to a singular confusion: forgetting that it was the choice of those who, after analysis and debate -to which the meetings of the first five CIAM congresses were dedicated- focused their reflection on what the existenzminumun should be and how to define a new proposal for the management of the city. A certain Spanish historiography has only had to identify formal gestures with others existing in some Central European projects to claim the presence of the aforementioned Modern Movement in lost Spanish localities. Thus, decontextualised pieces (a bandstand, the façade of a cinema, a petrol station...) have been glossed over, claiming that such examples were a reflection and continuation of the Central European avant-garde. Those who have acted in this way forget that architectural rationalism in the 1920s and 1930s was basically theoretical, and it was rarely known in Spain because the professional magazines of those years hardly ever reported on it -although there was a profusion of images-. But an analysis of what happened in the CIAMs, of the different opinions and controversies, of how the construction problems derived from the use of new materials were tackled in Europe; of what the programmes of requirements for new housing were; of the transition from single-family dwellings to high-rise blocks; what the land policy should be; what the transport policy should be; what a regional plan should be and what an urban planning plan at regional level should be... hardly anything was said.

Keywords: Ley Salmón, Rationalism, Málaga, DOCOMOMO, Modernity o


 


Cómo citar este artículo: 

Sambricio, C. (2021). ¿Movimiento moderno o modernidad? Málaga y la arquitectura de la ley Salmón. Revista Eviterna 10, 117-127 /

DOI: https://doi.org/10.24310/Eviternare.vi10.12889

 

1. Introducción

Haber mitificado la arquitectura del denominado Movimiento Moderno ha dado pie a una singular confusión: el olvido de que fue la opción de quienes, tras el análisis y el debate -derivados de los cinco primeros congresos del CIAM- centraron su refle­xión tanto en qué debía ser el existenzminumun como en definir una nueva propuesta de gestión de la ciudad. A determinada histo­riografía española le ha bastado identificar ges­tos formales con otros existentes en algunos proyectos centroeuropeos para así reclamar la presencia del citado Movimiento Moderno en perdidas locali­dades españolas.

            De este modo, se han glosado piezas descontextualizadas -un kiosco de la música, la fachada de un cine, una ga­solinera…-, afirmándose que tales ejemplos eran reflejo y continuación de la vanguardia centroeu­ropea. Quienes así han actuado olvidan que el racionalismo arquitectónico, en la década de 1920 y 1930 fue, básicamente, teórico, y rara vez se tuvo conocimiento en España, por cuanto casi nunca las revistas profesionales de aquellos años dieron noticia -si bien hubo profusión de imágenes-. Pero un análisis sobre lo que sucedió en los CIAM, sobre las distintas opiniones y polémicas sobre cómo se encararon en Europa los problemas cons­tructivos de­rivados del uso de nuevos materiales; de cuáles fueron los programas de necesi­dades de las nuevas viviendas; sobre el paso de la vi­vienda unifamiliar a los bloques en al­tura; cuál de­bía de ser la política de suelo; cuál la política de transportes; qué debía ser un plan comarcal y qué un plano de urbanismo a nivel regional… apenas nada se dijo.

            Cabría argumentar, y con razón, que tampoco en otros países la opinión de aquel impreciso Movi­miento Moderno fue ley, por cuanto -frente a la arquitectura de una vanguardia comprome­tida- lo que si hubo fue un cambio en las formas, perviviendo durante tiempo gestos de mo­dernidad con un pasado más o menos próximo pero difícil de abandonar. Si apenas nadie entendió en Es­paña aquella situación sobre lo debatido en aquellos congresos, si es cierto que tan­to las revistas profesionales como las dedicadas a la vida social dieron información de las novedades alemanas, austriacas, holandesas, francesas o italianas, intentando convencer a la burguesía española la necesidad de ‘modernizarse’, tal como macha­conamente reitera­ra la publicidad de la época. Pero no confundamos el afán por la modernidad con la ar­quitectura del Movimiento Moderno: es decir, con la vanguardia de los CIAM.

2. Disensos en política urbanística durante la II República: la Ley Salmón

Si en la I Guerra Mundial, los países en lucha vivieron, en palabras de Paul Auster (1992, p. 56), la sensación que «una cultura milenaria se desintegra […] no quedan pilares ni puntales, ni siquiera ci­mientos […] el mundo ha perdido su sentido»; para una España neutral ante la contienda, «la guerra de 1914 fue una lluvia de oro» (Araquistain, 1930, p. 147-148). Aquella bonanza apenas duro una década: primero, como consecuencia del crack de 1929; luego, en 1931, tras la proclamación de la II República, la crisis económica supuso la caída de la producción y un significativo incre­mento de los precios agrarios e industriales, lo que conllevó un fuerte paro obrero, el cierre de miles de empresas y una excepcional contracción de la renta nacional. Ante la fuga de capitales de quienes recelaban del nuevo go­bierno y el retraimiento en in­versiones de los que buscaban el hundimiento económico del nuevo sistema político, el gobierno de Azaña optó por afrontar proyec­tos de estado que, por su importancia y escala, fueran capa­ces de reactivar la economía, fomentar el empleo y, en consecuencia, alejar un paro obrero que identificase republicanismo con miseria económica.

            Desde esta idea, Inda­lecio Prieto, ministro de Obras Públicas, propuso tres grandes proyectos a aquel go­bierno: la transforma­ción de Madrid a partir del desarrollo de un plan comar­cal en el que la prolon­gación de Castellana se convirtiese en eje articulador siguiendo la propuesta de Zuazo de 1929; ordenar, en Alicante, el es­pacio residencial y de ocio que se conocería como Playa de San Juan; y, por último, coordinar la activi­dad de las distintas confederacio­nes hidrográficas en lo que se denominó Plan Nacional de Obras Hi­dráulicas. Frente a esta política, la reacción de la derecha fue clara: contrarios a las actuaciones planteadas, su alternativa fue eliminar impuestos en obra nueva; primar la res­tauración o rehabilitación, bus­cando con ello revalorizar los solares situados en los Centros históricos; conseguir venta­jas fiscales; y, ob­tener el compromiso de los sindicatos de no demandar en adelante ni nue­vos incrementos salariales ni tampoco convocar huelgas, sintiéndose así liberados de la pre­sión a la que los habían sometido du­rante el periodo anterior.

            Para conocer la realidad edilicia y urbana de aquellos años -cuáles las obras construidas, dónde y con qué características- convendría analizar las tablas municipales de índices de valores, así co­mo las de arbitrios de solares y sus in­crementos. Pero, y por encima de todo, interesa conocer cuál fue la polí­tica de suelo de la derecha española, cuáles las opiniones de Goicoe­chea, Sainz de los Terreros, Calvo Sotelo o Salmón; del mismo modo que se hace preciso analizar -centrándonos ahora en lo que suce­diera en Andalucía-, la política de las cámaras de propietarios de las capitales de provincia, así como los criterios mantenidos por el Cuerpo de Arquitectos Municipales de España (CAME)[1]. Por otra parte, la prensa es clave para comprender la situación de aque­llos años por cuanto son testimonio de cómo, no solo Barcelona o Madrid, sino cual­quiera de las capitales andaluzas, reclamó in­sistentemente la exención de im­puestos al tiem­po que publicaban numerosos artículos sobre el paro obrero, exigiendo medidas paliativas.

            Las elecciones legislativas de 1933 abrieron las puertas a fomentar la actuación del privado en contraposición a la política aplicada en los años anteriores, centrada en dar respuesta a las clases menos favorecidas construyendo vivien­das ultrabaratas y en la potenciación de las obras institucionales. Las cifras que sobre el paro obre­ro ofrecía el Instituto Nacional de Previsión en 1933-1934 eran signifi­cativas, máxime si estudiamos estas por sectores[2], conscientes del significativo in­cremento que experimentaron los precios de los materiales de construcción. Por todo ello, en junio de 1935, el Consejo de ministros presentó la Ley de Pre­visión contra el Desempleo en la que se definían las competencias de la Junta contra el Paro; al mes siguiente se aprobó la llamada ley Salmón -en referencia a Fede­rico Salmón, ministro de Trabajo- con la que se pretendía eliminar el paro al favorecer la construcción de vivien­das de alquiler.

            Lo singular de aquella legislación fue su voluntad por dar respuesta arquitectónica a lo que se pre­sentaba como problema nuevo: blo­ques en altura de viviendas en alquiler para la clase me­dia, dentro del Casco histórico y no en el límite de este, posibilitando un tipo de vi­vienda mo­derna ajeno tanto al existenzminimun de­batidos en los congresos de ar­quitectura contemporánea como al pastiche historicista que había caracterizado la arquitec­tura de los ‘antimodernos’. Es decir, frente a las políticas sobre vivienda social definidas por el go­bierno de Azaña, la derecha española, tras ganar las elecciones de 1933, propuso una polí­tica de vivienda que beneficiara a la clase media, ‘voto cautivo’ mediante el cual se confia­ba llegar al modelo italiano de Estado corporativo que se pensaba alcanzar tras haber deja­do a la patria «depurada de masones judaizantes» (Gil Robles, 1933). La sorpresa viene cuando opinio­nes tan cualificadas como las de Oriol Bohigas o Juan Antonio Cortés han presentado tal arquitec­tura con el impreciso término de ‘arquitectura del racionalismo’, basándose solo
-como más adelante se señalará- en la imagen urbana de esta.

            Nombrado Federico Salmón en mayo de 1935 ministro de Trabajo, Sanidad y Previsión Social con 34 años, nada sabemos de sus anteriores preocupaciones por temas de vivienda y urba­nismo, por lo que debemos cuestionar­nos sobre el equipo artífice de la propuesta. Si desde 1907, el ideó­logo en temas de suelo de la derecha española -quien en tal año redactara el  proyecto de ley de Coloniza­ción In­terior y luego, en 1924, formali­zara el Estatuto Municipal- fue José Calvo Sotelo, desde mediados de la década de 1920 tres personas habían colaborado asiduamente con él: Eduardo Gallego, ingeniero militar y di­rector de La Cons­trucción Moderna; Luis Sainz de los Terreros, quien en 1934 publicó en dicha revista varios artículos señalando cómo la construcción moderna estaba influenciada por el marxismo, recurriendo a la historia de la arquitectura para hacer ver como esta refle­jó siempre creencias y costumbres de cada época, evidenciando cuanto si el marxismo in­fluía en la arquitectura, esta hacia lo propio en las costumbres; y, el administrativista José Gascón y Marín.

            Sainz de los Terreros jugó un papel más ‘visible’ -o radical, tanto da-, crítico con determinada arquitectura, rechazando no solo formas sino, sobre todo, pro­gramas de necesidades en la vivienda que pudieran trastocar un tipo de vida ligado a la ‘tradición’ (Sainz, 1934a). Como político, buscó difundir el ideario de su partido, Renovación Española (1934b), dando a conocer, por ejemplo, la opinión general de la CEDA sobre el problema de la vi­vienda en Sevilla (1934c) o exponiendo el Plan de Extensión para Madrid (1935) presentado por esta coalición. Sin embargo, y por encima de sus opiniones, la figura emergen­te en los años finales de la dictadura de Primo de Rivera y primeros de la II República fue José Gascón y Marín, próximo al círculo de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas que presi­diera Herrera Oria y, en la cual, el ministro Salmón jugaba un más que importante papel.

            Si la pretensión del gobierno de Lerroux fue ‘rectificar’ las reformas del anterior gabinete de Azaña -que no anularlas- con el objetivo de incorporar a la República la derecha repre­sentada por la CEDA, desde Renovación Española Sainz de los Terreros dedicaba su tiempo a dictar conferencias en las que ex­po­nía el programa político de dicho partido sobre la arquitectura -o destacaba cuánto las cons­trucciones modernas estaban in­fluencia­das por el marxismo-. La opinión de Gascón y Marín se reflejó en las Cámaras de la propiedad, en la prensa afín a los cedistas o, incluso, en las revistas profesio­nales editadas por las em­presas constructoras. Si, de forma unánime, unos y otros in­sistían en presentar como única so­lución al problema del paro la concesión de beneficios fiscales a los pro­pietarios de fincas antiguas dispuestos a edificar -contrarios, en consecuencia, a los gran­des proyectos de Estado-, el espíritu de la ley Salmón no difería tanto de lo que había sido el Estatuto Municipal: si, en 1924, se cedía a los ayuntamientos competencias para elaborar planes cuya intención primordial era favorecer los intereses de los propietarios de suelo urbano, en 1935 la ley buscó básicamente atender las inversiones de una clase media, dando respuesta ar­quitectónica a un problema nuevo, el de construir bloques de viviendas en altura dentro de los Centros históricos para la clase media. Y lo notable de la propuesta fue asumir que fueran viviendas que, por sus características, no debían tener nada en común con las ‘casas baratas’ de 1924 ni con las viviendas mínimas debatidas en los CIAM, así como tampoco con las grandes construcciones que caracterizaban a la alta burguesía.

            Frente al pastiche de quienes reclamaban una poco antes inventada ‘arquitectura popular’, gravitaba en la Andalucía un joven Pedro Bidagor que, tras estudiar con Prieto Moreno la arqui­tectura del granadino Albaicín, señalaría como, por encima de todo, «la arquitectura po­pular responde a problemas funcionales que hay que seguir teniendo en cuenta» (1935-1936, pp. 440-445). Que dos arquitectos que apenas tres años más tarde jugarían cruciales papeles en el gobierno fran­quista asumieran la orteguiana idea de cuanto ‘la tradición cambia’ mientras que ‘lo popu­lar se mantiene’, suponía asumir una realidad: ‘tradición’ y ‘popular’ eran distintas formas de afrontar lo cotidiano de manera tal que -frente a un pretendido ‘estilo nacional’-, era factible asumir el rostro de la anhelada modernidad en la vivienda, ajustando un no variable pro­grama de necesidades a los nuevos problemas funcionales. Ajustar no significaba sustituir, por cuanto tal cosa habría sido participar del espíritu de quienes pretendían trastocar un tipo de vida ligado a la ‘tradición’. Era preciso, conforme con las imágenes que ofrecía la publi­cidad -no solo en las revistas profesionales sino, sobre todo, en aquellas que se preocupa­ron de la ‘vida cotidiana’-, posibilitar un tipo de confort acorde con la imagen del piso ideal.

            Era preciso introducir en los cuatro espacios básicos de la vivienda -cocina, baños, piezas de estar o, incluso, dormitorios- aquel primer menage industrial constantemente pu­blicitado -aparatos eléctricos, calentadores de agua caliente, lámparas, suelo de linóleum, mobiliario, decoración, vestuario…-, posibilitando a su ocupante vivir en un piso no ya de 40m² -superficie de las casas ultrabaratas propuestas por el alcalde de Málaga, Fernando Guerrero Stra­chan (1928)- sino en superficies próximas a los 110 m².

            Por primera vez y para una burguesía que buscaba ser moderna, el concepto de confort se identificó con un deseo inalcanzado, buscando hacer ver cuanto lo importante era ajustarse a la moda, entendiendo esta como canto a lo efímero y, en consecuencia, opuesta a quienes concebían el interior de la vivienda como palmatoria de objetos ‘artísticos’ no por su capacidad en despertar sensa­cio­nes sino por rememorar un pasado que no se quería dar por liqui­dado, configurando muebles, cua­dros, di­vanes, relojes, espejos, porcelanas y todo tipo de bibelots o ambientes oníricos, inspi­rados en his­torias familiares que propiciaban ensoñaciones. Pero, además, era preciso mostrar a la ciudad cuanto la fachada de aquel contenedor de sueños -viejas formas de vida trasvertidas- destacaba y se diferenciaba de lo que habían sido las viviendas hasta entonces destinadas a la burguesía decimonónica.

            Si en Francia, el primer Salón des Arts Ménagers celebrado en 1923 buscó crear de­manda por parte del gran público -tanto de equipamientos para el hogar como de un moderno mo­bilia­rio-, en una España en crisis económica el deseo de vivir ‘como en otros países’ fue so­lo demanda de una minoría que, si bien introdujo equipamientos y mobiliario en sus viejas viviendas, fue tanto indiferente como ajena a la idea que afirmaba que ‘la vivienda es una má­quina para vi­vir’. Se buscó la ‘comodidad’ del antiguo programa de necesidades, cuestionándose la efi­ciencia de una arquitectura que forzaba abandonar usos tradicionales, conscientes de cuanto -como al poco señalara Gutiérrez Soto (1939, p. 41), aquel que fuera uno de los grandes arquitectos de la gran burguesía-:

«Para la vivienda mínima sólo es admi­sible un cuarto de estar; éste tiene una función múl­tiple: allí se come, allí se trabaja, juegan los niños, se reúne la familia y sus amigos; de aquí la impor­tancia de dar a esta pieza una superficie relativamente grande y subdi­vi­dida, más o menos marcada­mente, según su múltiple función: el sitio para comer, el rincón para traba­jar, la zona para circular; por ser esta pieza la representa­ción del ho­gar, debe estudiarse con todo ca­riño, para lograr un lugar atrayente y alegre, pleno de luz y sol».

3. ¿Modernización o modernidad? A propósito de nueva documentación de archivo. El caso de Málaga

Retomando a Roger Griffin, convendría distin­guir ‘modernización’ -entendida como conjunto de procesos de la sociedad occidental desenca­dena­dos por una serie de cambios ideológicos, políticos, culturales, so­ciológi­cos, instituciona­les y tecnoló­gicos-, de ‘modernidad’, que denota los efectos -tanto objetivos como subje­tivos- pro­duci­dos por las fuerzas modernizadoras. Si ‘lo cotidiano’ implicaba la infinita acu­mulación de acciones de tejer y des­tejer hábitos y rutinas, la contradicción aparece cuando la arquitec­tura propiciada en 1935 por el gobierno de la CEDA repita en fachada la experien­cia centroeuropea de aque­llos años, trazando las plantas de viviendas desde obso­letos pro­gramas de ne­cesidades. Como ridiculizara Luis La­casa, crítico con lo que en­tendía era falsa moderni­dad, en palabras recogidas por Sambricio (2014):

Un com­pañero mío, animado de los propósi­tos más verdaderos, pro­yectaba a mi lado un edi­ficio. Se trataba de una vivien­da y empezó a tantear la planta se­gún el pro­grama dado, y, des­pués ...de plan­tear distintas solucio­nes, dio con una que con­side­ró la pro­cedente, tan nor­mal, tan co­rriente, como hubiera sido la de otro compa­ñero cualquie­ra, aunque no hubiera estado impregna­do de tan nobles y moder­nos pro­pósi­tos como el que nos ocupa. ...Según los principios racionalistas, so­bre aquella base hori­zontal debiera le­vantarse el volu­men corres­pondiente de ma­nera fatal, inapelable y pre­cisa... pe­ro mi sorpresa fue grande cuando vi que en lugar de levantar los volú­menes de ma­nera au­tomática... vi que mi compañero empezaba nuevamente con tan­teos aco­plando los cu­bos, subiendo o ba­jando el ni­vel de las terrazas... y pude advertir que entre tanto plano apare­cía también un cilindro, aun­que luego me he ente­rado, cosa que me extra­ñó, que se llevan también los cilindros, claro que sin abusar de ellos.

            ¿Hubo un ‘estilo Salmón’? Bohigas planteó en su día como este fue el ‘es­tilo representati­vo’ de los años de la República. Cierto que hubo voluntad por ‘adecentar’ y ‘moderni­zar’ pero no olvidemos que la Ley Salmón se aplicó cuando Madrid y Barcelona debatían so­bre cómo transformar el Centro histórico, cuál debía ser la ex­tensión de la ciudad y cuáles las pautas que fijasen sus planes regionales; y que, frente a lo que en reali­dad era un único pro­yecto, la respuesta de la derecha fue llevar a fachada el gesto de la modernidad mientras que, en el interior de las viviendas, se obviaba el debate esbo­zado por la vanguardia europea.

            Cabe polemizar sobre cuanto se ha señalado: el problema radica en que hasta ahora no sabíamos si, aprove­chando la Ley Salmón, se construyeron cien, mil o cien mil nuevas viviendas. Ni Alonso Pereira ni Bohigas comentaron nunca cuántas se levantaron, ni quiénes las edificaron, ni dónde, ni cuá­les fueron sus características.

            Al haber tenido la fortuna de localizar en el Archivo del Ministerio de la Vivienda la documentación sobre la Ley Salmón, encontramos que en enero de 1936 -inmediatamente antes que el Frente Popular recuperara el poder y paraliza­da las inversiones en casa de alquiler para la clase media, fomentando en su lugar la construcción de viviendas ultrabaratas-, habían sido apro­bados 2.345 proyectos y que, en los momentos previos a la su­blevación militar de julio, la cifra alcanzó los casi 2.800 en toda España (1936a)[3].

            Pero hay más: analizando la documentación sorprende ver que, a finales de 1935, de los 170 millones presupuestados por el gobierno a tal fin, solo se em­plearon 65, lo que refleja cómo desde el mismo se boicotearon medidas que aparen­temente debían corregir el paro obrero existente.

            Luego, aparecen otros temas de interés: en primer lugar, el des­equilibrio que hubo en el número de proyectos presentados en las distin­tas provincias al advertir cómo las ciudades con mayor nivel de vida fueron donde -al am­paro de la Ley Salmón-, se edificó mayor número de viviendas mientras que, en aquellas otras donde la burguesía tenía menor capacidad adquisitiva, el número cayó en picado. De haberse tratado de viviendas obreras, la realidad habría sido otra. En este sentido interesa no sólo comparar el número de solicitudes aprobadas en Madrid o Barcelona con las de Sevilla o Málaga, sino también contrastar las llevadas a término en estas dos últimas provincias con las ejecutadas en Jaén, Cádiz o Huelva.

            Se presentaron 29 solicitudes en Córdoba; 1 en Almería; 5 en Granada; 275 en Málaga y ninguna en Jaén, Cádiz o Huelva. La documentación localizada no sólo detalla en cada ex­pediente el nombre del promotor, la localización y el nombre del arqui­tecto, sino que con­tiene copia de los planos presentados. Analizando la documentación se advierte, en primer lugar, que pocas veces aparecen -a diferencia de cuan­to ocurre en Madrid- sociedades in­mobi­liarias; en segundo lugar, que rara vez -excepto en el caso de Málaga-, el pro­motor pri­vado buscó operaciones de envergadura, beneficiando por lo general la ley a quienes inver­tían sus ahorros en la construcción de una casa de alquiler mediante la cual disponer de una renta segura. Actuaron allí donde había suelo disponible y en ocasiones fueron los propios arqui­tectos los promotores de las obras[4]. Málaga fue, frente al resto de las capitales andaluzas, la excepción: no sólo por el significativo número de pro­yectos presentados sino, también, porque fueron varios los pro­motores que buscaron actuar en grandes lotes de manzanas.

            En la ciudad, se llevaban desarrollando obras urbanísticas de calado. Por ejemplo, el Plan de Ensanche de Daniel Rubio, de 1929, se formuló con intención de definir la expansión de la ciudad, prolongando la Alameda y articulando, con el eje de esta, un siste­ma radial ordenador del posterior desarrollo urbano al oeste de la ciudad[5]; y, el Ayuntamiento ya había presentado en 1928 la propuesta para construir 2.550 viviendas ultrabaratas (1926). En esos momentos, Málaga se caracteriza tanto por su crecimiento demográfico -en 1930 era la quinta ciudad más poblada de España-, como por censar el 30% de la pobla­ción provincial, lo cual tuvo como consecuencia una fuerte demanda de viviendas para la burguesía que buscaba estar presente en dicha ciudad. A diferencia de Sevilla, donde la in­dustrialización del campo determinó que la oligarquía agraria presente en el consejo muni­cipal dificultara la construcción de viviendas sociales, el desarrollo económico de Málaga forzó tanto la demanda de viviendas para la clase media, alejado de lo que el propio Moreno Villa (1935b) descalificara al tachar las casas baratas construidas tras la ley de 1924 como «cuchitriles y pocilgas».

            Frente a una historia de la ‘modernidad construida’, cabría reclamar una ‘historia de la re­cepción de dicha modernidad’: solo a través de lo que fueron las ‘revistas de sociedad’ po­dremos entender cuanto, frente a las viviendas concebidas para las clases altas, las especia­les características económicas de Málaga posibilitaron la difusión de un ideal de confort, for­zando el sueño de una burguesía que se quería moderna. Cierto que hubo ejemplos de ar­quitectura extemporánea, como lo fuera por ejemplo del edificio para la sucursal del Banco de España, de Yarnoz (1935c; 1936c), o que Gutiérrez Soto proyectara el Mercado de Mayoristas, al poco travestido en arquitectura franquista. En un lúcido trabajo, Vera Vallejo (2012, p. 105) ha se­ñalado cómo una ‘nueva historia’ «ha empezado a reescribirse mediante el análisis de una serie de obras y artífices que no habían gozado de los parabienes de la historiográfica nacio­nal, a pesar de que sus trabajos coincidieron temporalmente con la tradición moder­na»; o, lo que es lo mismo, señalando la necesidad de entender aquel momento no desde la excepcionalidad de una obra[6] sino desde la historia de la recepción. Un proceso que, según el referido autor, está «sobreponién­dose a la multitud de estudios parciales e individualizados de la época centrados en la producción más reciente, [proponiendo] una visión de conjunto de la modernidad regional».

4. Conclusiones

En consecuencia, basta señalar que, frente a los bloques de vivienda en altura de alta densidad -y, por tanto, de baja renta de alquiler-, hubo actuaciones dentro del Centro histórico de Málaga apro­vechando sola­res todavía no construidos. Así, por ejemplo, se actuó en las calles hermanos Oliver, Granadillos, Vicente Espinel, Haití, Olletas, Bailén, Camino de Antequera, Sotomayor, Malasaña, Pa­saje Dolores Ruiz, Carretera de Cádiz, España, La Unión, Vicente Gómez de Cádiz, Mariano de Cavia y Osorio Valdés, así como en la avenida de la Paloma; por el contrario, en Sevilla, tan solo se presentaron proyectos en las calles san Jacinto, Feria, Don Pedro Niño, Re­caredo o Gravina.

            Habría, junto a todo lo anterior, un punto nuevo sobre el que abrir una línea de reflexión no esbozada hasta el momento: la ‘modernidad’ programada en 1935, conforme a los plan­teamientos realizados en 1935 por Federico Salmón (2020), sería el antecedente de las pautas im­puestas en 1952 por Julián Laguna como Presidente de la VI Asamblea Nacional de Arqui­tectos; sus directrices avalaron las posiciones de quienes, como se apuntaba en el inicio del presente trabajo, buscaron ser alternativa a lo impuesto en la V Asamblea celebrada en 1949.

            Tras el cambio de gobierno de 1951 y en puertas del III Congreso de Falange Espa­ñola, el grupo de economistas próximos al diario Arriba -la línea dura de esta formación política- reclamaron la necesidad de industrializar el país, entendiendo que la construcción de vi­viendas sociales debía ser responsabilidad falangista y criticando, en consecuencia, -como años des­pués señalara Juan Velarde-, la política de Girón de Velasco de ‘social-democrática’. Sabemos cuánto los acuerdos tomados en la Asamblea de 1952 fueron valorados por el go­bierno no solo como éxito, sino convirtiéndose en pauta para la política de vivienda de los años cincuenta; primero, al ser la base de la Ley de 1954 de Renta Limitada; y, luego, al nombrar Comisario de Ordenación Urbana de Madrid a Laguna, quien autorizará un tipo de actuación -los denominados ‘poblados dirigidos, de absorción, mínimos y agrícolas’- alternativos al ‘Gran Madrid’ definido apenas ocho años antes por Bidagor.

            Que Salmón y Laguna centra­ran su atención en la vivienda de la clase media quizá se entienda si tenemos en cuenta que ambos pertenecían a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas; con lo cual, una de las grandes cuestiones planteadas a quien estudie la arquitectura del primer franquismo -el abandono de la retórica falangista y la adopción de la incipiente modernidad presente tanto en los citados poblados madrileños como en las barcelonesas Viviendas del Congreso Eu­carístico, edificadas en 1953- quizá pudiera encarar su análisis desde una nueva perspectiva.

5. Referencias bibliográficas

(14 de enero de 1936b). El Sol, p.4.

(26 diciembre 1935a). Diario Abc, p. 27.

Araquistain, L. (1930). El ocaso de un régimen, Madrid, Editorial España.

Auster, P. (1992), ‘Los fundamentos del dadaísmo’. En El arte del hambre (pp. 54-60). Barcelo­  na, Edhasa.

Bidagor, P. (1935-1936). Arquitectura popular y vivienda unifamiliar. Nuevas Formas.

Gil Robles, J. M. (17 de octubre de 1933). El Debate.

Guerrero Strachan, F. (10 de octubre de 1928). El Sol.

Gutiérrez Soto, L. (1926). El Estatuto Municipal y las contribuciones especiales, Revista de Obras Pú­blicas p.16.

Gutiérrez Soto, L. (1939). Dignificación de la vida. Ponencia presentada en la Asamblea Nacional de Arquitectos. Madrid, Servicios Técnicos de F.E.T. y de las J.O.N.S. Sección            de Arquitectura, pp. 39-56.

Ley contra el Paro. Obras promovidas (4 enero 1936a). El Debate, p.7.

Moreno Villa, J. (1 noviembre 1935b). Casas baratas. El Sol, p.1.

Otamendi Machimbarrena, J. (15 de junio de 1934). La Construcción Moderna.

Pérez Salmón, M. D. (2020). Federico Salmón Amorín, una biografía política (1900-1936). Madrid, CEU

Sainz de los Terreros, L. (1/15 de junio de 1935) Madrid. Plan de extensión presentado por la minoría de la CEDA. El Debate.

Sainz de los Terreros, L. (1934a). Las construcciones modernas están influenciadas por el marxismo [reseña de conferencia], La Construcción Moderna 10, p. 163.

Sainz de los Terreros, L. (1934b). Renovación española y la arquitectura, La Construcción Moderna 15 y 17.

Sainz de los Terreros, L. (3 de mayo de 1934c). La CEDA ante el problema de la construcción en Sevilla. La Unión.

Sambricio, C. (2014). Luis Lacasa vs. José Luis Sert: el Pabellón de España en la Exposición de 1937. Ponencia presentada en el Congreso In­ternacional de Historia de la Arquitectura Moderna Española (pp. 61-80). Pamplona, Universidad de Navarra.            Recuperado de: http://www.unav.edu/documents/29070/376778/actas09.pdf)

Vera Vallejo, I, (2012). ‘Primeros atisbos de lo moderno, 1927-1936’. En Méndez Baiges, M. (Dir.). Arquitectura, ciudad, y te­rri­torio en málaga (1900-2011). Málaga, Geometría pp. 103-134.

Yarnoz, J. (1936c). La Construcción Moderna 2, p.13.

Yarnoz, J. (30 de diciembre de 1935c). Edificio en Málaga para la sucursal del Banco de España (Paseo de Cervantes). In­formaciones, p.8.

 

 



[1] No solo la CEDA, también las inmobiliarias reclamaron del nuevo gobierno financiación para así fomentar la edi­ficación de bloques en altura para alquiler. En un importante documento, intuyendo lo que luego seria la Ley Salmon, Otamendi (1934) presentó una instancia al Ministerio donde, en su exposición, abría puertas a posterior ac­tuación.

[2] Sobre el paro en el sector de la construcción véanse las estadísticas publicadas en Hormigón y Acero (31.05.1935 y 30.06.1935) y contrástense con los datos ofrecidos por La Construcción Moderna (15.01.1935).

[3] Pocos días antes, Abc (1935) había señala­do cómo en Madrid se habían construido 617 casas. La documentación locali­zada en el Archivo del Mi­nisterio de la Vivienda cifra los expedientes existentes en 2960 y la Memoria de la Junta Interministerial para Mitigar el Pa­ro, de 1943, señaló como el total no superó los 2131, de los cuales 917 correspondían a Madrid. En las mismas fechas Sainz de los Terreros, decano entonces del COAM, señaló como en 1936 se invertirían 2 millones diarios en las construcciones urbanas para Madrid (1936b).

[4] De la Hoz, en Córdoba; Talavera o Espe­lius, en Se­villa.

[5] Proyecto redacta­do al poco que Benjumea, Werner y Jiménez Lombardo presentaran su Plan de Mejoras de la ciudad.

[6] Reclamar la presencia del ‘racionalismo de vanguardia’ en Sevilla y citando como prueba la casa Duclós, resulta, cuanto menos, patético.