FILOSOFAR SIN EL MARTILLO.
LA CONCEPCIÓN NIETZSCHENA DE LA MUJER
To Philosophise Without the Hammer:
the Nietzschean Conception of Women
Paulina Rivero Weber
Universidad Autónoma de México
Resumen: La relación entre Nietzsche y las mujeres puede analizarse desde diferentes perspectivas: la mujer como metáfora en la obra de Nietzsche, las relaciones de Nietzsche con las mujeres de su época, o lo que este filósofo pensaba en torno a lo que debe y no debe ser una mujer: esa es la perspectiva que presenta este texto. Tomando en cuenta de manera particular, la séptima parte de Más allá del bien y del mal, así como La mujer griega, El nacimiento de la tragedia y Ecce homo, se analiza lo que Nietzsche pensó de la mujer y se concluye que existió en él una fuerte misoginia. El texto cierra intentando responder algunas preguntas, desde las cuales sea factible leer hoy en día a Nietzsche como mujer.
Palabras clave: mujer – misoginia – emancipación - feminismo
Abstract: The relationship between Nietzsche and women can be analyzed from different perspectives: the woman, as a metaphor in Nietzsche’s work; Nietzsche’s relationships with the women of his time, or the question of what this philosopher thought about what a woman should or should be: that is the perspective presented in this text. This paper takes into account in a particular way, the seventh part of Beyond Good and Evil, as well as The Greek Woman, The birth of tragedy and Ecce homo. From that point of view, what Nietzsche thought of the woman is analyzed, and it is concluded that there is a strong misogyny in this thinker. The text closes trying to answer some questions, from which it is feasible to read Nietzsche as a woman today.
Keywords: woman – misogyny – emancipation – whip
¡Oh, Nietzsche! ¡Tú, mente elevada y sacerdotal, profundo conocedor y sin embargo, completo ignorante en cuestiones simples de la verdad! Puedes hablar con Dios y los dioses, con las estrellas, el mar, con las mentes y los espíritus. Simplemente no puedes hablar ni con ni sobre las mujeres.
Hedwig Dohm 1
Hay verdades que elegimos no escuchar. Por muchos años, cada vez que una alumna me preguntaba: ¿no le molesta la misoginia nietzscheana? Yo respondía que no había tal. Insistía en que se trataba de un autor que personificó sus más elevados ideales, en mujeres. «La verdad se representa como una mujer en Así habló Zaratustra, y lo mismo sucede con la sabiduría». Esa era mi respuesta y a través de las metáforas de la mujer en la obra de Nietzsche, zanjaba la cuestión.
Pero el verdadero conocimiento y amor a la filosofía, reclama ver a nuestros pensadores como son: leer y enfrentar lo que escriben en lugar de optar siempre por el matiz que todo disimula. Después de todo, solo así se puede ser fiel al radical espíritu nietzscheano que desenmascaró tantas verdades sagradas.
Es por eso que para hablar de la relación entre Nietzsche y la mujer, en este escrito he optado por realizar una distinción clara de los diferentes niveles desde los cuales se puede realizar la asociación entre este filósofo y las mujeres. De otro modo, lo que Nietzsche pensaba sobre las mujeres se confunde con las metáforas de la mujer o incluso se confunde con el trato que mantuvo con las mujeres más ilustres de su época, y eso es un error. Distingamos, pues, al menos tres niveles diferentes, tres categorías desde las cuales podemos hablar sobre este tema.
La primera posibilidad para abordar este tema nos ubicaría en un nivel existencial. Es la que eligió Elizabeth F. Nietzsche para su último libro, Nietzsche y las mujeres de su tiempo2, a saber: hablar de las mujeres con las que el filósofo tuvo contacto o incluso con las que creó fuertes lazos de amistad o de amor a lo largo de su existencia. Para ello sobra material, pues él estuvo rodeado de mujeres a lo largo de toda su vida, desde la más temprana infancia hasta el largo periodo en que permaneció postrado antes de morir. La pérdida de su padre hacia los cinco años, lo dejó exclusivamente en manos femeninas: madre, abuela, tías y hermana se encargaron de forjar en su mente una primera imagen de la mujer. Luego, como sabemos, conoció y trató muy de cerca a muchas de las mujeres más interesantes, innovadoras, intelectuales e importantes de su sociedad3. De ahí que, un análisis actual de ese tema, resultaría sin duda iluminador y podría conducir, aun hoy, a nuevos caminos en los estudios nietzscheanos. Pero esa perspectiva, plausible y deseable, no es la que presentaremos en este texto.
La segunda posibilidad nos ubica en el nivel metafórico y consiste en analizar el empleo de la figura de la mujer como metáfora a lo largo de su filosofía. Esta es sin duda la forma de proceder más interesante desde el punto de vista de la filosofía, pues nos permite comprender la eterna pugna nietzscheana entre el valor de la vida y el valor de la filosofía: en su Zaratustra, Nietzsche se referirá a ambos valores de manera metafórica a través de la imagen de la mujer. Pero la pugna entre el valor de la vida y de la filosofía viene de lejos; desde su primera obra, El nacimiento de la tragedia, se emplean otras metáforas para hablar de ellos. En ese libro, Sócrates fue presentado como el responsable de un cierto tipo de saber: el padre del racionalismo y asesino de la expresión más vital, que era la tragedia dionisíaca. Ésta, se presenta como un saber vital, resultado del juego de fuerzas entre el drama apolíneo y el coro dionisíaco. Ese saber y esa forma de vida es aniquilada a la par que concluye la tragedia griega por el llamado «racionalismo socrático». Esas dos fuerzas, la fuerza vital dionisíaca que llama a vivir, y la fuerza socrática que nos hace capaces de pensar y conocer, entraron en pugna desde entonces y continuaron presentes a lo largo de toda su obra4.
Como lo adelantaba, en Así habló Zaratustra la vida y la sabiduría se representan metafóricamente a través de dos mujeres, una celosa de la otra5. El hecho de que Nietzsche emplee la figura de la mujer como un tropo de sus más elevados valores es, por supuesto, una veta muy fructífera para hacer filosofía y para hablar de cualidades que Nietzsche consideraba «femeninas», las cuales en Así habló Zaratustra son presentadas como las necesarias para la nueva filosofía. Pero esa metáfora es muy compleja y puede conducir a disimular o incluso hasta negar de la misoginia nietzscheana. Con eso, se desviaría la atención en torno a una tercera posibilidad para relacionar a Nietzsche y las mujeres, que es la que pretendemos plantear en este escrito.
Esa tercera posibilidad para el abordaje de este tema remite a un nivel ideológico, a saber: pone sobre la mesa lo que el filósofo creía y pensaba acerca de la mujer en general. Ya que ese es el camino que tomaremos en este escrito, nuestra intención será buscar solamente lo que Nietzsche dice, sostiene y argumenta sobre lo que la mujer es o no es, y sobre lo que la mujer debe o no debe ser. Por no encontrar un mejor nombre, he llamado a esa tercera vía el nivel ideológico.
* * *
Son varias las acotaciones que haré antes de entrar en dicha cuestión. En primer lugar, hablar de la misoginia nietzscheana no es fácil porque es un tema plagado de lugares comunes. Por lo general se ejemplifica su odio a la mujer con uno o dos fragmentos que no son difíciles de debatir, porque se pueden interpretar fácilmente como metáforas. Por eso es necesario, como diría Carol Diethe, ir «más allá del látigo»6 para des-encubrir la opción que más se ha ocultado y de la que menos nos gusta hablar: la concepción que Nietzsche tuvo no solo de la mujer de su tiempo, sino de la mujer como tal.
Comencemos por hacer palpable un antecedente que, como se verá, de entrada da cierta luz en torno al tema que nos ocupará. Nietzsche no es un pensador preocupado por la lógica de sus escritos, lo usual en él, como en Platón, es encontrar múltiples respuestas al mismo problema y que, en ocasiones, una respuesta puede ser la refutación de otra: «Me transformo demasiado rápido: mi hoy contradice mi ayer»7. La lógica argumental y la coherencia total del pensamiento nunca fueron parte de sus pretensiones: él optó por lanzar aforismos que, como relámpagos, iluminan a la perfección hasta el último detalle de la noche oscura. Para él, ese esfuerzo deductivo que no deja a su paso un solo hueco argumental, no era propiamente lo constitutivo de la filosofía. En ese sentido tenía cierto desprecio por la lógica argumental: a su filosofía, no le preocupan los «huecos argumentales», ya que él se consideró como filósofo, un hombre de «piernas largas» que podía ahorrarse todo el camino para llegar de un solo paso de la cima de una montaña a otra, y desde ahí, cruzar hasta la siguiente cima. Todo esto le llevó -o quizá deba decir: le permitió a Nietzsche- contradecirse constantemente. Pero más que tratarse de una serie de contradicciones, su pensamiento, como lo ha señalado Luis Enrique de Santiago8, es una puesta en escena de un constante experimentar: la filosofía fue para el un constate experimento con el pensamiento, una búsqueda libre que, como tal, se permitió a sí misma llevar a cabo constantes y diferentes experimentos con el pensamiento.
Traigo a cuenta lo anterior porque no puede dejar de llamar la atención que en su concepción de la mujer Nietzsche no experimenta, no cambia ni llega a mayores contradicciones: sus ideas permanecen rígidas, como si su conocida capacidad crítica no pudiera cruzar ese umbral. Es como si precisamente en ese tema no se hubiese permitido filosofar ni con martillo ni con diapasón, como si no hubiese podido ir al fondo del asunto, como lo hizo siempre. Porque quizá podamos encontrar contradicciones entre el nivel del análisis metafórico y nivel que he llamado «ideológico», pero si nos ubicamos únicamente en este último nivel, que indica lo que realmente Nietzsche pensaba de la mujer, ahí sí no existe contradicción alguna: desde sus escritos iniciales de la época de El nacimiento de la tragedia hasta los escritos posteriores a su Así habló Zaratustra, como Más allá del bien y del mal, o incluso sus escritos más tardíos, como Ecce homo, lo que Nietzsche pensó de la mujer fue siempre, esencialmente, lo mismo.
Pero lo significativo no es solamente que sus ideas sobre la mujer no cambiasen y que por lo mismo se conservaran sin contradicción alguna: lo grave es que esas ideas, son las propias de su tiempo, son las que defendía la sociedad más conservadora de su tiempo. Él, que dinamitó la filosofía al cuestionar hasta el último de los valores sobre los que ella se sostiene; él, que cuestionó a fondo no digamos ya todos los valores de su época y de la filosofía misma, sino que cuestionó y sospechó sobre lo que implica el hecho mismo de valorar; él, el más feroz crítico de la cultura que, como solemos decir, «no dejó títere con cabeza», en lo que respecta a la concepción de la mujer, no solo no fue crítico, sino que se convirtió en el más obstinado y descarado defensor de la visión establecida por la sociedad: ¿y la dinamita? Lo que para Nietzsche debe ser y no debe ser una mujer, está clarísimo, no existe duda ni contradicción alguna; no pasa por ese efecto dinamita que derriba las concepciones vigentes de la época. En este tópico Nietzsche fue el más conservador de todos los hombres conservadores, el más retrógrado entre todos los retrógrados, sí: fue el misógino par excellence. Como lo dice Carol Diethe en su biografía de Elizabeth Förster-Nietzsche: «Si Nietzsche fue “dinamita” (en sus términos) en muchos tópicos, su visión de la mujer no se encuentra en esa categoría […] incluso en su día, él representó a la vieja guardia»9.
Pero aun antes de pasar a examinar algunas de sus más radicales ideas, debemos revisar varias cuestiones. Por ejemplo, debemos preguntarnos si no acaso, acusar de misoginia a un pensador alemán del siglo XIX podría ser injusto: después de todo, en el siglo XIX ¿quién no fue misógino sin siquiera saberlo? Y a lo anterior debemos agregar que es una verdad indudable: históricamente, Alemania en su conjunto se mantuvo muy atrasada a nivel cultural en este tema. Inglaterra y Francia, por mencionar solamente dos países, se encontraban bastante más avanzados que Alemania en lo que respecta no solamente a la concepción de la mujer, sino al trato y al lugar que comenzaban ya a otorgarle en sus sociedades. En ese sentido, acusarlo de misoginia, ¿no implicaría descontextualizar a Nietzsche? Mi respuesta es negativa: no, no implica descontextualizarlo, porque estamos hablando del filósofo que desenmascaró a través de una critica de la cultura las cuestiones más difíciles e intocables de su época: la religión, los filósofos, sacerdotes, periodistas, historiadores, músicos, políticos: hablamos del filósofo que, como ya decía, llevó a cabo la crítica más radical a todos los elementos de su sociedad y que, en el caso de las mujeres, como mostraré aquí, fue el representante radical de la más vieja y rancia guardia patriarcal: pensaba en torno a este tema como un anciano retrógrado. ¿Cómo comprender esto?
Hay quienes consideran que durante su infancia Nietzsche tuvo un gran respeto por su madre, quien parece haber sido considerablemente estricta en la formación de sus hijos. Llama la atención la severidad que se adivina en la forma en que Nietzsche se dirige a su madre ya en la época de Schulpforta, en donde ya adolescente, por ejemplo, suplica su perdón como si lo pidiera a la mismísima diosa del juicio final, por el terrible pecado de haber tomado una cerveza. No hace falta pensar mucho para caer en la cuenta sobre el tipo de educación que debió haber recibido Nietzsche por parte de esa joven viuda cuya belleza a los 23 años era digna de notarse y cuyos impulsos y deseos tuvo que reprimir al grado en que Goch, por ejemplo, llegue a decir que se trataba de una madre «dañinamente fría y calculadora»10. Son muchos los datos que nos pueden hacer pensar que, en efecto, Nietzsche tuvo una educación muy severa.
Por otro lado, las leyes de su época, en efecto, idealizaban el papel de la madre y de la esposa a la vez mantenían a raya a la mujer, como madres y esposas y nada más. Pensemos simplemente en un hecho: en toda Alemania no existía una sola escuela para mujeres como Schulpforta, la que le dio a Nietzsche su formación básica y mucho menos existían Universidades que les ofrecieran la posibilidad de una profesión. Digo lo anterior precisamente para no descontextualizar a Nietzsche de su época: se trata de un tiempo y un lugar considerablemente conservador y misógino, y sería injusto perder de vista este hecho. Pero insisto: ¿y la dinamita? ¿No dinamitó acaso prejuicios aún más fuertes?
Hagamos pues el intento de ir, como decía más arriba, «más allá del látigo», porque al hablar de la misoginia nietzscheana lo primero que suele venir a la mente es ese látigo que «no hay que olvidar» cuando se va con las mujeres11. Ya Elisabeth Förster-Nietzsche se refirió a él haciendo hincapié en que es una mujer vieja la que da ese consejo a Zaratustra, de modo que no es opinión de este último ni de Nietzsche. E incluso, si elegimos creer a su hermana, Nietzsche se estaría refiriendo a ella misma.12 No es ahí en donde aparece lo que este filósofo piensa de la mujer: definitivamente si vamos a enfrentar la misoginia tal cual, la que aparece sin máscaras en su obra, tenemos que dejar de acudir a metáforas y buscar lo que dice de manera expresa, clara y directa sobre la mujer.
Quizá la primera expresión respecto al papel de la mujer la encontramos en el pequeño fragmento que dedica Nietzsche a La mujer griega13. Recordemos de manera previa la valoración que Nietzsche tuvo por mundo griego, en el cual el papel de la mujer era no digamos secundario, sino más bien casi nulo. Poco antes de publicar El Nacimiento de la tragedia, dejó escrito: «La mujer griega, como madre, debía vivir en la oscuridad, puesto que el impulso político, unido a su fin supremo, así lo exigía. Ella debía vegetar como una planta, en un círculo estrecho, como un símbolo de la sabiduría mundana epicúrea»14. Por su brevedad, o quizá por no haberse publicado en vida, suele tomarse ese breve texto a la ligera. Pero no olvidemos que dicho escrito salió de la mente del mismo joven, que, por esa misma época, escribió la que algunos consideran su más importante y visionaria obra: El nacimiento de la tragedia. De manera que debemos concluir que ya desde los mismísimos inicios de su pensamiento, Nietzsche consideró que la finalidad más elevada de la mujer era vegetar como planta. La idea no es precisamente digna para cualquier mujer, pero dejemos que surjan las ideas del Nietzsche maduro.
La misoginia nietzscheana encuentra su más radical expresión, sin máscaras ni metáfora alguna, en Más allá del bien y del mal. No quiero decir con eso que solamente en esa obra aparezca su radical misoginia, sino que ahí es en donde anuncia, con bombo y platillos, «sus verdades» acerca de la mujer. En particular ahondaré en la séptima parte de la obra. Aclaro que no analizaré todas las expresiones misóginas del mencionado escrito, pues un análisis al respecto se llevaría mucha tinta; se podrían escribir varios volúmenes sobre ese tema. Lo que me propongo hacer es algo un poco más modesto; de entre todos aquellos parágrafos de esta obra en los que expresa su misoginia, traeré a colación solamente los que me parece que resultan, de la manera más evidente, inaceptables.
Comencemos por decir que Más allá del bien y del mal es una obra compleja. Inicialmente pensada como una segunda parte de Humano, demasiado humano o como una posible segunda parte de Aurora, Nietzsche termina publicándola como un libro independiente, el cual, como él mismo lo reconoció, resultó un libro terrible, un libro, decía, «muy negro»15. El Prefacio16 a la obra de Kilian Lavernia, hace notar la cercanía que este libro guarda con Así habló Zaratustra, trayendo a colación lo que el filósofo comenta a Burckhardt en una carta, en la cual considera que Más allá del bien y del mal «dice las mismas cosas que mi Zaratustra, pero de otra manera, de una manera muy diferente»17. Sin embargo, me parece encontrar una diferencia radical precisamente en el tema que nos atañe: la concepción de la mujer. Quizá no debamos olvidar que entre una obra y la otra, se encuentra un hecho fundamental en lo que respecta a la mujer: el fuerte golpe que recibió Nietzsche de parte de aquella mujer de la que se enamoró profundamente: Lou Salomé. Pero no adelantemos conclusiones apresuradas y vayamos a la obra.
Nos ubicamos ahora en la sección séptima de Más allá del bien y del mal, concretamente en el parágrafo 23218. Ya el parágrafo anterior, 231, había realizado una especie de corte al interior de esta séptima parte de la obra, al anunciar con toda claridad que, después de abundar en atacarse a sí mismo, podría al fin permitirse expresar algunas verdades sobre la «mujer en sí», y agrega que lo hace «suponiendo que se sepa que, de ahora y en adelante, serán solo eso –mis verdades–». Vayamos a ellas.
Por otro lado, ¿a qué responde ese deseo? La sospecha nietzscheana es doble: primeramente, a nivel individual, algo tiene que estar mal en una mujer que no desea cumplir con su papel natural o «instintivo», como él preferiría llamarlo: sexualmente algo anda mal con una mujer que desea emanciparse en lugar de dedicarse a la crianza de los hijos: «Cuando una mujer tiene inclinaciones doctas, normalmente hay algo en su sexualidad que no va bien»20.
Lo anterior es digno de llamar la atención, porque a primera vista Nietzsche pareciera estar cayendo es una «falacia naturalista». Y en efecto, podría pensarse que, a través de su llamado al instinto, Nietzsche tiene la concepción de que «lo natural» en la mujer es dedicarse a la casa y a la crianza de los hijos. Pero la realidad es que, lo que está defendiendo, son los valores establecidos por la sociedad en la que le tocó vivir: lo increíble es que, el más radical crítico de los valores, cuando se refiere a la mujer, se torne en su más fiero y reaccionario defensor. ¿A qué debe dedicarse una mujer? A la casa y a la crianza de los hijos.
«Un hombre […] que tiene profundidad, tanto en su espíritu como en sus deseos, incluida esa profundidad de benevolencia que es capaz de severidad y dureza y fácilmente confundida con ellas, siempre debe pensar en las mujeres como lo hacen los orientales: debe concebir la mujer como posesión, como propiedad que se puede cerrar con llave, como algo predestinado al servicio y a lograr en eso su perfección. Aquí debe basarse en la tremenda razón de Asia, en la superioridad de Asia en los instintos, como lo hicieron antiguamente los griegos, que fueron los mejores herederos y alumnos de Asia: como es bien sabido, desde la época de Homero hasta la época de Pericles, como su cultura aumentado junto con el alcance de sus poderes, también se hicieron gradualmente más severos, en una palabra, más orientales, contra la mujer. Todavía vale la pena reflexionar sobre cuán necesario, cuán lógico, cuán humanamente deseable era esto»22.
Y nos preguntamos qué debe suceder con una mujer que tenga «profundidad”, tanto en su espíritu como en sus deseos. Bueno, ésta siempre debería pensar en sí misma como una propiedad del hombre que la haya elegido. Eso es lo «humanamente deseable» para Nietzsche; que la miujer sea una propiedad de alguien más. En el fondo lo que hubiera hecho feliz a Nietzsche hubiese sido el retorno al reconocimiento del poder absoluto del Pater familias, aquel cuyo patrimonio era la casa con todos los seres que habitaban: niños, esclavos y mujeres eran por igual una pertenencia del ciudadano romano. Parece imposible pensar en una cosificación más burda que aquella en la que la mujer es rebajada a estatus de pertenencia, de cosa que se puede encerrar con llave: una pertenencia más que se posee para uso propio.
«La estupidez como cocinera; la mujer como cocinera; ¡la escalofriante desaprensión con la que se atiende a la alimentación de la familia y al señor de la casa! Si la mujer fuera una criatura pensante, entonces haría milenios que debería haber descubierto como cocinara los mayores hechos fisiológico, como debería haberse apoderado de las artes curativas»25
Las artes curativas… ¿es posible que Nietzsche ignorara que precisamente las mujeres que se adueñaron de «las artes curativas» fueron perseguidas, encarceladas, quemadas vivas, ahogadas o muertas a través de las muchas formas de crueldad de sus congéneres antepasados? No lo creo… en fin: para él la mujer no debería ser cocinera, no porque merezca ser algo más o algo diferente, sino porque la cocina es importante: desde ahí se nutre, se alimenta al señor de la casa y a la familia, y la mujer ciertamente no es capaz de realizar esas labores: es censurable relegar a la mujer a la cocina pues ni eso sabe hacer, su insensatez en la cocina ha sido un mal que ha perjudicado la evolución del ser humano, que en Nietzsche quiere decir, por supuesto, el ser humano varón.
Solo esa expresión, «la mujer mal constituida» es una bofetada para cualquier ser humano medianamente capaz: ¿acaso podemos estar de acuerdo en que la mujer solo deba dedicarse a tener hijos, criarlos y nada más? Porque en el ámbito de las ideas, Nietzsche así lo creyó.
¿Qué esperaba Nietzsche obtener si hubiese logrado casarse con Lou? Todo ese intelecto que tanto valoró en ella, ¿se hubiera convertido en un ave enjaulada bajo llave? ¿Para eso quería casarse con semejante mujer más que emancipada?27 Existe una franca contradicción, por supuesto, entre un nivel existencial y su pensamiento. Existe también una contradicción entre sus metáforas de la mujer como representantes de la vida y la sabiduría y su pensamiento. Pero no hay, en cambio, contradicción al interior de su pensamiento sobre la mujer: lo único que Nietzsche no solo no criticó, sino que defendió a ultranza, fue la concepción más tradicional y misógina de la mujer.
Ese sería un comienzo normal, natural, para cualquier texto nietzscheano. Enseguida podría también continuar diciendo: «Pero ha llegado el momento de acabar con esta absurda suposición, de dinamitar una tradición, de acabar con una concepción rígida y grotesca de la vida». Nietzsche, el gran crítico de la cultura, aquel que fue la voz más severa e hizo volar en pedazos las concepciones de la justicia, la humildad, la máscara, la mentira, el bien y el mal, concluye el aforismo recientemente citado de la siguiente manera: «Hasta hora las mujeres han sido tratadas por los hombres como aves que, desde una altura cualquiera, han caído desorientadas hasta ello –pero como algo que debe enjaularse para que no huya volando»29. Entonces tenemos un dato más: la mujer sí es capaz de volar y esto no se le escapa a nuestro filósofo. Pero para eso está el hombre: para encerrarla e impedir que ella vuele: solo así podrá dedicarse a lo que debe: la crianza de los hijos.
Hemos analizado tan solo algunos de los muchos ejemplos que pueden encontrarse en Nietzsche. Hoy en día, al leer estas barbaridades -pues lo son- a ratos resulta inevitable que se asome una risa o hasta una carcajada. Lo único que puede detener esa risa es saber que, concepciones como esta, en las cuales enraíza el odio a la mujer, son las mismas que comparten quienes maltratan o asesinan hoy en día a cientos de mujeres en las más diversas latitudes: son mujeres que sufren desde la mera segregación, hasta brutales golpes, violaciones y muerte solo por ser mujeres: eso es precisamente lo que define un feminicidio.
Y me adelanto a una crítica evidente. Se me dirá que un feminicida no mata por haber leído a Nietzsche y es verdad. Pero lamentablemente no es necesario que un feminicida lea a Nietzsche; la filosofía no actúa en la inmediatez, no mueve palancas ni tornillos en la misma medida en que no impulsa al pueblo a la acción inmediata. Pero a la larga y a través de muchos rodeos, la filosofía permea la sociedad y reaparece en discursos que incluso pueden ser completamente ignorantes de la historia de la filosofía. Por eso, estos textos nietzscheanos no deben movernos a la risa: aún para ella existe un límite ético. Nietzsche fue un defensor de la misoginia, fue un misógino radical: y cuesta mucho esfuerzo aceptarlo, pues ¿cómo va a ser un misógino radical quien mantuvo relaciones con tantas mujeres tan ilustres? O ¿Cómo va a ser misógino un pensador que tomó la mujer como una metáfora de la verdad y la vida? Quien diga eso olvida lo que Nietzsche pensaba de la verdad y olvida que a la vida, el Superhombre nietzscheano la doma con el látigo.
¿A qué debe movernos, pues, esta violenta concepción de Nietzsche acerca de la mujer? Quizá comprenderla saque a la luz un posible lugar más en donde es factible que anide la misoginia actual. No deja de ser tentadora la explicación que relaciona esta explosión de su misoginia con haber sufrido, como sufrió, por el abandono de una mujer de la cual se enamoró: Lou Andreas-Salomé. Hay quienes más bien consideran que no encontró la manera de recuperarse de la educación que le dio su madre, cuyos rigores y cuyas concepciones de la sexualidad, del bien y del mal, lastimaron en extremo al niño y al joven, como ya lo adelantaba al inicio de este texto. La realidad es que nunca sabremos bien por qué el filósofo que fue dinamita, el más grande critico de la cultura y de todas sus expresiones, no pudo tener una mirada crítica ante la subordinación y el maltrato de la mujer en manos del hombre. Habrá también quien crea que este es un aspecto más del cual Nietzsche no logró emanciparse de Schopenhauer, y de ahí su misoginia.
Pero explicar el origen de su misoginia no es la finalidad de este escrito, de modo que, independientemente de lo que ocasionó su odio a la mujer, ante este desolador panorama me quedan tres preguntas que intentaré responder. La primera, es: ¿cómo hemos podido leer a Nietzsche como mujeres, sin detenernos en notar lo que él mismo pensaría de nosotras, mujeres estudiosas, con una carrera universitaria, defensoras de la libre elección de la mujer con respecto a su vida? ¿En qué momento pasamos de frente sin detenernos en su propuesta de la mujer como propiedad del Übermench? Una respuesta tan lamentable como verídica, es que las mujeres estamos acostumbradas a ser excluidas, esto es: no es increíble, sorprendente o inusual que se excluya a la mujer en la vida diaria o en la filosofía; cuando ésta habla «del hombre», o dice que «todo hombre es mortal», estamos acostumbradas a creer que en la expresión «hombre», se incluye a la mujer. Pero no es así: para muchos filósofos esa expresión incluye únicamente al varón, y si las mujeres debiésemos dejar de leer a ciertos pensadores por eso, me temo que deberíamos dejar de lado a muchos clásicos del pensamiento, no solo a Nietzsche.
Coincido también en otra respuesta a esa misma pregunta: la de Carol Diethe. Para esta filósofa es tal la magnitud de la liberación que propicia el pensamiento de Nietzsche, es tal el enriquecimiento que su crítica de la cultura ofrece al lector, que, de manera quizá demasiado generosa, las mujeres hemos «perdonado» o pasado por alto su misoginia. Pero hacerlo es un error. No se ama más ni se entiende mejor a un pensador cuando se pasan por alto sus más lamentables errores o sus más barrocas confusiones. Es necesario poner estas cartas sobre la mesa si se quiere comprender, amar y respetar a un filósofo como Nietzsche. De otra manera no es a Nietzsche a quien leemos, sino a una idealización de su persona y de su pensamiento.
Mi segunda pregunta es la siguiente: ¿Cómo un pensador que emplea metafóricamente a la mujer para expresar sus más elevados valores –la vida y el saber– puede ser misógino? Una posible respuesta apunta a que, por encima de esos dos grandes valores, para Nietzsche solamente estaba el Übermench, cuya labor –y aquí hay una clave importante– es «domar» a la vida y a la sabiduría: no olvidemos que el superhombre debe marcar con el látigo el ritmo al que desea que la vida dance… ¿Y la supermujer? No hay: ella debe permanecer como la mujer griega: vegetando en la oscuridad como una planta. Nos creíamos incluidas en la expresión Übermench: no, nunca lo estuvimos. El famoso látigo sirve para domar no solamente a la mujer, sino a la vida: ambas, para Zaratustra, han de bailar al son del látigo blandido por el superhombre, que es quien manda: no la vida ni la mujer.
La tercera pregunta es más simple: ¿Cómo leer a Nietzsche siendo mujer? Esa pregunta me la han hecho muchos alumnos y alumnas. Creo que queda respondida en el epígrafe que he elegido para este artículo: debemos aceptar que Nietzsche era un inválido emocional en lo que toca a las mujeres. A su misoginia no es necesario mal-decirla, sino simplemente, decirla: dejar de pasar por alto el hecho de que este pensador no consideró que la mitad de la humanidad fuera capaz de crear nuevas tablas de la ley y decir la verdad: él no consideró que la mujer pudiese superarse a sí misma como lo puede hacer el hombre: aceptar que este fue un límite infranqueable para su filosofía, con el cual, simplemente, no pudo lidiar.
Debemos decirlo: Nietzsche fue un misógino retrógrado y radical. Solo así será posible una filosofía de la aurora que incluya a la mitad de la humanidad que, por inaudito que pudiera parecer, también él dejó de lado.
BEHLER, Diana. (2010). «Nietzsche’s view of woman in classical greece», en Nietzsche-Studien, 18 (2010), pp. 359–376.
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MARTON, Scarlett, Les ambivalences de Nietzsche. Types, Images et Figures féminines. París: Editión de la Sorbonne, 2021.
FÖRSTER-NIETZSCHE, Elisabeth, Friedrich Nietzsche und die Frauen seiner Zeit. Hamburgo: Severus, 2014. [Edición esp, Luis Enrique de Santiago Guervós, Friedrich Nietzsche y las mujeres de su tiempo. Prólogo, Paulina Rivero. México: UNAM, 2023 (en prensa).
SCHIRNHOFER, Resa von, «Vom Menschen Nietzsche», ed. Hans Lohberger en Zeitschrift für philosophische Forschung, 22,1969 [1937], 250-60. [Trd. esp. de Luis E. De Santiago Guervós, en Estudios Nietzsche, 19 (2019), pp. 201-237]
1 Marianne Adelaide Hedwig Schlesinger (1931-1919) fue el nombre original de Hedwig Dohm, quien hoy es considerada como una de las primeras teóricas del feminismo y también de las primeras luchadoras por el voto de la mujer. En 1902 publicó su obra Die Antifeministen (1902), argumentando en pro de la igualdad jurídica del ser humano, en donde se encuentran múltiples referencias a la concepción nietzscheana de la mujer La obra ha sido traducida al castellano por la Editorial Ethos en Argentina como Las antifeministas. Un libro de defensa..
2 Elisabeth Förster-Nietzsche, Friedrich Nietzsche und die Frauen seiner Zeit (1935). Hamburgo: Severus, 2014. [ed. esp. Luis Enrique de Santiago Guervós, prólogo Paulina Rivero, México: UNAM, 2023 (en prensa)]
3 Entre ellas mujeres que lucharon por la emancipación de la mujer, como Malwida von Meysenbug, Meta von Salis, etc. Sobre el tema ver Carol Diethe, Nietzsche’s Women: Beyond the Whip. Berlín: Walter de Gruyter, 1996.
4 Cf. Paulina Rivero Weber, Nietzsche: verdad e ilusión, tercera edición, UNAM-Itaca, México 2011.
5 Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, II, «La canción del Baile» y III, «La otra canción del baile», en OC IV 135ss. y 212ss. [Citamos a Nietzsche por la edición de la Sociedad Española de Estudios sobre F. Nietzsche con las siglas: Obras Completas I-IV, (OC) dir. Diego Sánchez Meca, Madrid: Tecnos, 2011-2016; Correspondencia Friedrich Nietzsche. I-VI (CO), dir. Luis Enrique de Santiago Guervós. Madrid: Trotta, 2005-2012; Friedrich Nietzsche, Fragmentos Póstumos I-IV (FP), dir. Diego Sánchez Meca. Madrid: Tecnos, 2006-2010.
6 Carol Diethe, op. cit., p. 63 ss. Ver también la reciente monografía de Scarlett Marton, Les ambivalences de Nietzsche. Types, Images et Figures féminines. París: Editión de la Sorbonne, 2021, p. 39, donde ya nos pone sobre aviso de la ambivalencia que generan los textos de Nietzsche cuando aborda sus ideas sobre el papel de la mujer.
7 Así habló Zaratustra, I, «Del árbol de la montaña», OC IV 94.
8 Luis Enrique de Santiago Guervós, ««Nietzsche’s self-interpretation within his own work: a philosophical experiment», en New Nietzsche Studies, Vol. 8, Ns 3 y 4 (Winter 2011/Spring 2012), pp. 1-19.
9 Carol Diethe, Nietzsche’s sister and the will to power. Illionis: University of Illionis Press, 2007, p. 113.
10 Klaus Goch, Nietzsche über die Frauen. Frankfurt am Main and Leipzig: Insel, 1992, pp. 40–41, citado en Carol Diethe, Nietzsche‘s Women, op. cit., p. 20.
11 El texto de Así habló Zaratustra I, «De las viejecitas y de las jovencitas»: «Y así dijo la viejecita: “¿Te diriges a las mujeres?¡No olvides el látigo!». OC IV 110.
12 Cf. Elisabeth Förster-Nietzsche, Nietzsche y las mujeres de su tiempo, op. cit. (tr. esp. de Luis Enrique de Santiago). En la introducción al libro dice la hermana de Nietzsche: « […] en mayo de 1883, mi hermano se reunió conmigo en Roma, y, en esta ocasión, me entregó la primera parte de Zaratustra. Topé entonces igualmente con el capítulo donde la viejecita da a Zaratustra el siguiente consejo: “¿Te diriges a las mujeres? ¡No olvides el látigo!” – “Oh, Fritz” grité yo con terror, “¡la viejecita soy yo!”. Mi hermano se echó a reír y dijo que no quería delatar a nadie.»
13 FP I 7 [122], pp.177-181, 2ª ed. Este fragmento corresponde a las secciones de El nacimiento de la tragedia 13 y 15.
14 Ibid., p. 178.
15 Carta de Nietzsche a Köselitz, del 21 de abril de 1986, CO V 166.
16 Cf. OC IV prefacio (Kilian Lavernia), p. 288.
17 Carta de Nietzsche a Jacob Burckhardt del 22 de septiembre de 1886, CO V 221.
18 OC IV 392. Cf. también FP III, 37 [17], p. 820.
19 Ibid.
20 Más allá del bien y del mal, § 144, OC IV 349.
21 Ibid.
22 Ibid., § 238. OC IV 395. Las cursivas son nuestras.
23 Ibid., § 232, OC IV 392.
24 Ibid., § 233. Cf. Scarlett Marton, op.cit., p. 153.
25 Ibid., § 234.
26 Ecce Homo, «Por qué escribo tan buenos libros» 5, OC IV 815.
27 Cuando Nietzsche conoce a Lou von Salomé en Roma en 1882 aspiraba a tener a su lado a una «joven que fuera inteligente y suficientemente educada para poder trabajar conmigo. Estaría dispuesto a un matrimonio de dos años», carta de Nietzsche a Franz Overbeck, 17 de marzo de 1882, CO IV 199.
28 Más allá del bien y del mal, § 237, OC IV 395.
29 Ibid.
ESTUDIOS NIETZSCHE, 23 (23), pp. 135–149. ISSN: 1578–6676.
© Sociedad Española de Estudios sobre Friedrich Nietzsche (SEDEN)
Recibido: 10/4/2023 Aceptado: 1/5/2023