Introducción:
treinta años después de Damasio
(y a cuatrocientos de Descartes)
Camilo José Cela Conde
Este número de Contrastes está dedicado a reflexionar acerca de la publicación, hace tres décadas, del libro de divulgación de Antonio Damasio Descartes’ Error (1994). La aparición del libro de Damasio levantó una polvareda en el mundo de la filosofía muy superior a la producida por los numerosos experimentos científicos que había llevado a cabo con anterioridad (dirigidos con frecuencia por su mujer, Hanna Damasio), pese a que éstos se planteasen a menudo la relación que existe entre las conexiones cerebrales y los procesos cognitivos. Pero se sabe la importancia que tiene el medio elegido para diseminar los resultados. Las revistas del grupo de Nature figuran entre las publicaciones de mayor impacto científico. En una de ellas, Nature Neuroscience, publicó el equipo de Hanna y Antonio Damasio en el año 2001 un artículo que abordaba las respuestas de neuronas individuales a estímulos visuales emocionales registrados en la corteza prefrontal ventral humana (Kawasaki et al, 2001). Ni que decir tiene que pasó en la práctica desapercibido para el mundo de la filosofía. ¿Por qué tuvo entonces un eco tan grande Descartes’ Error? Lo apuntan varios de los contribuyentes a este número de Contrastes: porque en la crítica que hace Damasio al planteamiento cartesiano es la concepción misma de la mente humana la que está en juego.
Como es harto sabido, el intento de Descartes de mantener el mundo físico en el plano sujeto al mecanicismo determinista le llevó a tener que postular una instancia separada del cuerpo para la mente y sus capacidades, imposibles de explicar, según el filósofo francés, desde la lógica del comportamiento de los demás animales –sometidos al mecanismo causa/efecto. Semejante paso supuso el nacimiento del dualismo mente/cerebro. Con resultados que conocemos bien. La paradoja a la que llevaba el dualismo cartesiano –¿mente y cuerpo como entidades separadas por completo?– fue imposible de resolver de manera interna, en términos metafísicos, por la filosofía. Ha sido la neurociencia la que nos ha dado las claves para poder entender la relación estrecha que existe entre mente y cerebro. Si me permite una autocita del capítulo con el que contribuyo a este conjunto de reflexiones, la neurociencia nos aclaró que «la entidad a la que llamamos ‘mente’ en el lenguaje común no es otra cosa que un estado funcional del cerebro». Semejante afirmación lleva a esperar que por procedimientos científicos quepa conocer cuáles son las redes cerebrales que correlacionan con un determinado estado cognitivo, es decir, con un pensamiento. Pero convendría hacer algunas matizaciones para reivindicar el papel que han tenido los filósofos en ese logro tan fundamental.
La mente como estado funcional del cerebro es una propuesta que puede atribuirse en particular a Rodolfo Llinás (Llinás 1987, por ejemplo). Sin embargo se trata de un axioma básico dentro del funcionalismo computacional, y los orígenes de esa escuela de pensamiento no son neurocientíficos. Muy al contrario, el funcionalismo computacional, desde Putnam a Chomsky, aborda las relaciones existentes entre mente y cerebro recurriendo a una vía de conocimiento que cabe denominar «natural» pero es ajena a la ciencia. Algunas propuestas, por mucho que sean abordables de forma naturalista –y se aparten, por tanto, de terrenos como el religioso– no pueden ser descritas en términos científicos; sólo mediante proposiciones de sentido común. Un ejemplo es el propio concepto de «ser humano» que, de acuerdo con la distinción epistemológica de Putnam seguida por Chomsky (Putnam 1988, por ejemplo), no equivale a Homo sapiens de la misma manera que «agua» tampoco equivale a H2O. De acuerdo con Chomsky (1980), cuando establecemos la relación que existe entre mente y cerebro interponemos la intuición de que al contemplar un elemento exterior, como unas nubes que aparecen en el cielo, se están relacionando tres cosas –el objeto exterior, unos procesos cerebrales y el conocimiento que se expresa y transmite–; tres instancias distintas que no pertenecen al mismo orden de explicación. Para Chomsky, el mundo físico y el propio cerebro pueden explicarse de manera científica. Pero a las sensaciones humanas, al conocimiento mental, sólo podemos acceder en términos de sentido común (Chomsky, 1998). El difícil acomodo entre naturalismo y ciencia tiene un ejemplo excelente en la incapacidad que tenemos de ofrecer, hoy por hoy, una explicación científica de los quale (un asunto abordado también en este libro).
Quizá el punto de encuentro de mayor interés para la filosofía y la ciencia sea el terreno de las emociones y varios de los capítulos de este libro abordan esa cuestión a través de la hipótesis de los marcadores somáticos de Damasio. Sea como fuere, el simple hecho de que Chomsky se haya declarado tantas veces «cartesiano» pone de manifiesto que quizá Descartes cometiese un error del que todavía no podemos librarnos por completo.
Chomsky, N. (1980). Rules and Representations. Oxford, Blackwell.
Chomsky, N. (1998). Una aproximación naturalista a la mente y al lenguaje. Barcelona, Prensa Ibérica.
Kawasaki, H., Adolphs, R., Kaufman, O., Damasio, H., Damasio, A. R., Granner, M., Howard, M. A. (2001). Single-neuron responses to emotional visual stimuli recorded in human ventral prefrontal cortex. Nature Neuroscience, 4(1), 15-16.
Llinás, R. (1987). ‘Mindness’ as a Functional State of the Brain. In C. Blakemore & S. Greenfield (Eds.), Mindwaves. Thoughts in Intelligence, Identity and Consciousness (pp. 339-358). Oxford: Basil Blackwell.
Putnam, H. (1988). Representation and Reality. Cambridge, MA, MIT Press.
© Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, vol. XXIX Nº3 (2024), pp. 1-3. ISSN: 1136-4076
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