¿Tiene razones el corazón?
Los marcadores somáticos de Damasio a la luz del debate sobre racionalidad práctica.1

Does the Heart Have Reasons? Damasio’s Somatic Markers in the Light of the Debate on Practical Rationality

Andrés Crelier

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(AADIE-CONICET, Argentina)

Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina)

Recibido:16/4/2024 Aceptado:7/6/2024

Resumen

El trabajo propone un examen crítico de la hipótesis de Damasio sobre los marcadores somáticos en El error de Descartes a la luz de distinciones conceptuales recientes sobre racionalidad práctica. Luego de realizar una introducción general (I) y de reconstruir la hipótesis damasiana de los marcadores somáticos (II) se ponen de relieve algunos de sus problemas conceptuales (III). Se analiza entonces esta hipótesis desde la distinción entre racionalidad interna y externa (IV) y desde una distinción entre tipos de razones explicativas (V). Finalmente, se discute la idea pascaliana de que existen «razones en el corazón» bajo una luz crítica que recoge argumentos vertidos a lo largo del trabajo (VI).

PALABRAS CLAVE

Damasio - marcadores somáticos - racionalidad interna y externa - razones explicativas

Abstract

The article puts forward a critical examination of Damasio’s somatic-markers hypothesis in Descartes’ Error by means of conceptual distinctions from the debate on practical rationality. After the introduction (I) and the reconstructing of the Damasian hypothesis (II) the paper highlights some of its conceptual problems (III). It subsequently approaches the hypothesis from the distinction between internal and external rationality (IV) and from a distinction between types of explanatory reasons (V). It finally discusses the Pascalian idea that the heart has reasons in a critical light by means of several arguments developed in the preceding sections (VI).

KEYWORDS

Damasio - Somatic Markers - Internal and External Rationality - Explanatory Reasons

  1. La perspectiva pascaliana sobre las razones del corazón
    actualizada por Damasio

    En El error de Descartes (1994),2 Antonio Damasio desarrolla una propuesta teórica encuadrada en la noción pascaliana acerca de que el corazón posee razones que la razón ignora.3 Ciertamente, Pascal formuló esta idea en el contexto de preocupaciones de índole religiosa, en tanto consideró que la razón es insuficiente para sostener la fe (Desmond 2015). Pero su perspectiva, que transcendió el contexto teológico, contiene una crítica seminal a la razón autónoma cartesiana. Según esta crítica, existen «razones» más allá de la razón o fuera de su dominio. Para Pascal, se trata de «principios» evidentes en el terreno del «corazón», que conforman un conocimiento no racional (Chamberlain 2022, p. 14). Luego de él, esta perspectiva ha sido representada por pensadores como David Hume, quien va más lejos aún al plantear que la razón es sierva de las pasiones (Bittner 2001).

    Damasio retoma y actualiza esta mirada anti-cartesiana a la luz de investigaciones empíricas de los años 1990 sobre el funcionamiento del cerebro, las emociones y los diversos sesgos que los psicólogos han venido descubriendo como trasfondo de los procesos de razonamiento. Para este autor, el conjunto de elementos que intervienen en un razonamiento es más amplio que el dominio de lo que tiene explícitamente en mente quien razona de manera fría, neutral, objetiva y no sesgada. Abarca también las emociones, los sentimientos y las pasiones encarnadas en los estados del cuerpo (o reproducidos en el cerebro). En este dominio emocional anidarían razones adicionales que inciden fuertemente en los procesos de deliberación, incluso si no ingresan finalmente en la conciencia explícita de quien delibera, al menos qua razones.

    Resulta importante entender, ante todo, cómo son concebidas las emociones en este contexto.4 Siguiendo la tradición de William James, Damasio entiende que las emociones son estados del cuerpo que involucran cambios y alteraciones diversas, los cuales han sido provocados por pensamientos específicos (entendidos a su vez como imágenes). A diferencia de James, no cree que las emociones sean la percepción de esos estados sino que las identifica con los propios cambios corporales (causados por pensamientos).

    Dada esta manera de entender las emociones, es tentador proponer una crítica como la que realiza Hacker (2004). Esta consiste en señalar que las condiciones de identidad de una emoción no se reducen a los estados corporales y a los pensamientos que los han estimulado, sino que involucran esencialmente el objeto de la emoción (que puede ser un suceso presente o pasado, una persona, etc.), así como las circunstancias que la rodean. Por ejemplo, el orgullo puede ser acerca de un logro obtenido, el arrepentimiento acerca de una acción anti-social realizada en el pasado y el miedo acerca de una amenaza real o imaginaria. Sólo mediante la referencia a un objeto y en el marco de determinadas circunstancias, las emociones poseen condiciones de identidad y es posible evaluarlas como adecuadas o inadecuadas. Así, si el objeto del arrepentimiento es una acción pasada que amerita una censura social, la emoción correspondiente resulta justificada, caso contrario (si no amerita una condena social) el individuo que la experimenta puede ser objeto de crítica.5

    El hecho de que las emociones sean evaluables –algo sobre lo cual existe consenso (Scarantino & de Sousa 2021)– las ubica ya en el terreno de la racionalidad, de modo que surge una coincidencia con Damasio. En conexión con el tema pascaliano, si las emociones pueden ser evaluadas de acuerdo a su corrección o adecuación, puede afirmarse que contienen razones para adoptar decisiones adecuadas fruto de una deliberación.

    Si la ira está justificada, será una buena razón para agredir o defenderme, si el arrepentimiento está justificado, será una buena razón para pedir disculpas, y así sucesivamente. En este sentido, puede afirmarse que las emociones vehiculizan razones prácticas. Pero adviértase que hemos llegado a esta conclusión al apartarnos de la noción que tiene Damasio de las emociones. Estas no serían, como piensa este último, meros estados corporales causados por un pensamiento, sino estados mentales que poseen un objeto y condiciones específicas de adecuación.

    Si bien la línea de crítica abierta por Hacker me parece sólida, y resulta complementaria de mi propia indagación en este trabajo, el derrotero que propongo es más indirecto. Admitiré la concepción de Damasio sobre las emociones tal como él la propone, y la someteré a una indagación a la luz de conceptos provenientes del debate reciente sobre razones prácticas. La potencial contribución de este derrotero consistirá en echar luz sobre esa propuesta desde diversos ángulos que permiten actualizar el debate.

    Luego de reconstruir la hipótesis damasiana de los marcadores somáticos (2) y de poner de relieve algunos problemas conceptuales que se presentan de manera inicial (3), enfocaré esta hipótesis primero desde la distinción entre racionalidad interna y externa (4), y luego desde una distinción entre tipos de razones explicativas (5). Eso me permitirá volver a tratar la idea pascaliana de que existen «razones en el corazón» bajo una luz crítica que recogerá los argumentos vertidos a lo largo del trabajo (6).

  2. La hipótesis de los marcadores somáticos.

    Un objetivo central de El error de Descartes es entender de manera empíricamente adecuada los procesos de razonamiento, en especial los más complejos realizados por individuos humanos normales. Estos procesos consisten en deliberaciones en las cuales el individuo considera un abanico de opciones a seguir, y cuyo resultado son decisiones de acción verbal o no verbal. Todo ello supone que quien delibera tiene, en alguna medida, un conocimiento de la situación, de las opciones y de las posibles consecuencias de las decisiones.

    Damasio cree que en el modo tradicional de entender la deliberación práctica, sobre cuya caracterización general podemos estar de acuerdo, se ha dejado de lado el papel de las emociones y los sentimientos. Así, se ha considerado que los razonamientos, en su sentido más genuino, consisten en procesos de pensamiento libres de emociones y sesgos, no interrumpidos ni influenciados por las emociones o los estados corporales. Frente a este modelo, Damasio recupera la idea pascaliana de que las emociones y el cuerpo tienen un lugar constitutivo en los razonamientos.

    Entiende a las emociones como estados corporales causados por un pensamiento, y a los pensamientos en un sentido imaginístico. Como vimos en la sección anterior, ambas nociones resultan controvertidas, pero dejaré de lado la discusión correspondiente para concentrarme en la hipótesis que representa el tema principal de este trabajo.

    Puede afirmarse que la orientación general de la argumentación de Damasio en el libro citado decanta, en gran medida, en la hipótesis de los «marcadores somáticos» (Damasio, 1994, pp. 173 ss.). Para introducirla, este autor hace primero referencia a procesos biológicos relativamente simples y heredados, que le permiten al organismo seleccionar y activar respuestas conductuales de manera rápida y eficiente. Esto sucede, por ejemplo, cuando baja el nivel de azúcar en la sangre o un objeto se dirige rápidamente hacia nosotros, lo cual genera respuestas veloces, automáticas y en general no conscientes. En contraste con esto, los procesos de decisión más complejos e intrincados, relacionados por ejemplo con el objetivo de decidir qué carrera universitaria estudiar o cómo construir un edificio de cierta cantidad de pisos, son extremadamente ramificados y desligados de mecanismos biológicos diseñados evolutivamente para fines específicos. Damasio afirma que estos procesos suelen considerarse como parte del dominio de la racionalidad más fría y nada pasional, en todo caso apoyados en la lógica formal u orientados por la regla abstracta de la utilidad máxima.

    Sin embargo, Damasio piensa que esta concepción de la racionalidad se ajusta más a los pacientes con daño en el córtex prefrontal que a los individuos normales, y para mostrarlo reseña un corpus de información empírica disponible al momento de editar su libro, incluyendo investigaciones diseñadas por el propio equipo de trabajo para revisar las hipótesis en juego. A su modo de ver, la evidencia empírica indica que la concepción tradicional y «fría» no es un modo realista de concebir la deliberación compleja, ya que si así fuera los procesos de toma de decisión serían mucho más engorrosos de lo que son, y llevarían en muchas ocasiones a consecuencias perjudiciales, teniendo en cuenta las limitaciones de memoria y conocimiento que típicamente tiene quien delibera.

    En relación con esta clase de procesos deliberativos complejos Damasio propone entonces su hipótesis de los marcadores. Para este autor, los razonamientos involucran opciones que se encuentran asociadas, en nuestra memoria, con resultados deseables o indeseables, de modo que se hallan previamente ligadas con sensaciones de bienestar o malestar, placer o displacer. Dado que, según él, estas emociones son estados del cuerpo, Damasio habla de marcadores «somáticos», y dado que estos estados involucran una orientación relevante para el curso de los razonamientos, en el sentido de que poseen una valencia positiva o negativa en relación con ciertas opciones y decisiones, los considera «marcadores».

    Vista de cerca, la noción misma de marcador posee dos aspectos un tanto diferentes. Primero, los marcadores iluminan opciones que merecen ser tenidas en cuenta en la deliberación a raíz de las consecuencias que pueden traer. Segundo, asignan a estas consecuencias una valencia positiva o negativa, de acuerdo con el bienestar o malestar asociados con ellas. Estos dos aspectos se resuelven en una respuesta activa, en tanto los marcadores encienden alarmas que nos apartan de determinadas líneas de acción o funcionan como incentivos para ponerlas en práctica.

    Esto resulta particularmente útil cuando los escenarios de la acción son complejos, lo cual es usualmente el caso en la vida social de los humanos. Así, Damasio considera que los marcadores pueden «proteger» a quien delibera de adoptar consecuencias que podrían ser negativas. Es por eso que su funcionamiento ha sido identificado con la capacidad de la intuición, que guía la deliberación y la acción de manera parcialmente inconsciente y cuasi-automática, dando lugar a cursos de acción que en ocasiones resultan sorprendentemente apropiados.

    Se trata entonces de sensaciones corporales generadas por emociones «secundarias», que están asociadas con escenarios futuros, y que disuaden o motivan a adoptar cursos de acción particulares. Aunque en ocasiones Damasio afirma que los marcadores son esenciales para cierto tipo de razonamientos, como las teorías sobre la propia mente y la de los demás (ibid., pp. 212 ss.), piensa que no deliberan por nosotros sino que nos asisten para lograr una deliberación eficiente.6 Para ello pueden operar de manera inconsciente, es decir, sin que el individuo incorpore explícitamente en su reflexión los sesgos que favorecen una decisión determinada, y que son el producto tanto de una historia evolutiva como del aprendizaje social del individuo. Pero aún así se trata de un mecanismo que controla el abanico de opciones de acción, guía la atención del organismo, y sesga la planificación y la acción subsiguientes.

    Luego de su activación, quien delibera puede seguir evaluando costos y beneficios, y realizando inferencias deductivas con frialdad y racionalidad en el sentido tradicional, pero el conjunto de las opciones habrá sido reducido de antemano mediante la presencia de las emociones correspondientes. A su vez, es posible que los tenga en cuenta en los razonamientos mismos en relación con los fines perseguidos, de modo que pasen a formar parte del propio proceso de deliberación evaluativa, pudiendo ser decisivos para tomar una decisión que involucra no sólo bienestar sino también displacer, como hacer ejercicio físico para mejorar el estado de salud, estudiar una carrera universitaria o someterse voluntariamente a una cirugía programada.

    Finalmente, si bien los marcadores tienen su origen en la maquinaria evolutiva de las emociones primarias, son moldeados en gran medida (como vimos) por la educación y el aprendizaje social, dando lugar a emociones que Damasio considera secundarias. En tanto forman parte del cuerpo, su localización cerebral es el córtex prefrontal, donde suceden los procesos de deliberación y decisión ligados estrechamente con el sistema sensorio-motor. Este mecanismo permite explicar no sólo la deliberación normal sino la filogenia humana, e incluso los eficientes mecanismos de decisión en organismos no humanos presuntamente carentes de conciencia y racionalidad explícita.

  3. Una crítica inicial a la hipótesis de Damasio.

    Antes de realizar un examen crítico de la posición de Damasio con la ayuda de distinciones conceptuales del debate sobre racionalidad práctica, en esta sección pondré de relieve una serie de ambigüedades presentes en la hipótesis de los marcadores. De hecho, la explicitación de estos problemas será un buen punto de partida para proseguir la indagación crítica.

    En primer lugar, la propuesta de los marcadores parece oscilar entre dos tesis diferentes: la de que estos mecanismos favorecen la deliberación, por un lado, y la de que la hacen posible, por el otro. Así, la idea inicial parecía ser que los marcadores aceleran y hacen eficiente un proceso que podría desarrollarse sin ellos. Pero Damasio también piensa que los marcadores proveen criterios valiosos para el razonamiento (por ejemplo, ibid., p. 199); de modo que al ofrecer un marco normativo para la deliberación, la harían posible. El problema es que se trata de dos concepciones que difícilmente resulten compatibles, porque hacer posible la deliberación no es hacerla más eficiente, y hacerla más eficiente supone que ya existe un proceso en cierta medida autónomo.

    En segundo lugar, la consideración de cuál puede ser la justificación de la validez de una deliberación conlleva también problemas.7 Aquí Damasio se limita a mencionar la relevancia de la cultura en la que se han terminado de establecer los contenidos de los marcadores, y sostiene que si ésta es una cultura «saludable», los marcadores heredarán ese rasgo, que conlleva entonces un aspecto encubierto de moralidad (incluso podríamos hablar de racionalidad en el sentido moral) (ibid., p. 200). Damasio también desplaza la cuestión de la validez hacia el terreno evolutivo de la supervivencia, ya que serían valiosos y «racionales» en tanto mecanismos que la favorecen. Sin embargo, sugerir que la validez de los marcadores depende de la cultura o de su valor evolutivo no ofrece una respuesta satisfactoria a la pregunta acerca de por qué podemos afirmar que la cultura o los mecanismos evolutivos ofrecen normas justificadas, y en tal medida resultan de relevancia para justificar los resultados de una deliberación.

    En tercer lugar, vimos que para Damasio los marcadores favorecen la deliberación, pero a medida que presenta su hipótesis queda claro que también la pueden perjudicar. Esto sucede en aquellos casos en que los marcadores favorecen una acción incorrecta o cuando la presencia de emociones perturba un razonamiento que debería llevarse adelante con frialdad para no perder su eficacia (ibid., pp. 191, 195). Si bien Damasio admite la ambigüedad que estoy señalando, parece insistir en la idea de que los marcadores favorecen la deliberación, lo cual crea pues una tensión. En todo caso, esta tensión se alivia si se considera que estamos ante una función biológica, diseñada evolutivamente, que podría en ocasiones (o de manera regular) no cumplirse.

    En cuarto y último lugar, supongamos que los marcadores tienen la función biológica de favorecer la deliberación, y además supongamos que esto es lo que regularmente hacen. Aún así, hay dos nociones de «favorecer» diferentes que este planteo confunde. Por un lado, esta expresión puede aludir a que los marcadores automatizan procesos de razonamiento, que se vuelven así más eficientes en cuanto a tiempo de deliberación y consecuente gasto energético. Por el otro, puede significar que los marcadores le aportan a la deliberación razones en algún sentido válidas. Sin embargo, se trata de dos funciones diferentes, que pueden cumplirse de manera independiente una de la otra. Así, los marcadores podrían aportar razones valiosas que, en un razonamiento concreto, dificulten llegar a una decisión de manera rápida y eficiente. O, alternativamente, podrían acelerar procesos de razonamientos que lleven a resultados desastrosos. Esto último podría suceder si las circunstancias culturales han cambiado y lo que era antes una respuesta eficiente se ha transformado en entorpecedora de otros propósitos. Un ejemplo de esto es el contexto de la vida urbana contemporánea, en el cual aquellos marcadores somáticos presumiblemente evolucionados para evitar peligros infrecuentes provocan reacciones de estrés innecesarias y poco saludables.

    Estamos pues ante un abanico de críticas que surgen de una primera aproximación a la propuesta damasiana, y resulta provechoso encauzarlas mediante alguna idea general que nos permita continuar con la indagación. A mi modo de ver, para ello resulta útil verlos a partir de su caracterización como mecanismos que poseen dos caras, que de manera simplificada llamaré corporal y racional. Por un lado, forman parte de lo corporal y de lo emocional (el «corazón» en la mirada pascaliana), más allá de su consideración explícita por parte de quien delibera. Esta dimensión corporal contiene mecanismos que eventualmente favorecen la supervivencia y el bienestar de individuos que, como los humanos, viven en contextos sociales y culturales muy complejos; pero que también pueden perjudicarlos si el contexto ha cambiado. Por el otro, los marcadores tienen incidencia en (y pueden pasar a formar parte de) los propios procesos de deliberación, y en tal medida aportan perspectivas que pueden ser evaluadas en los razonamientos, aportando razones válidas y favoreciendo en algún sentido a los razonamientos. Esta pertenencia a la racionalidad es una cara contrastante con su pertenencia al terreno de las emociones.

    Recuperando las críticas anteriores a la luz de esta doble cara, los marcadores hacen posible el razonamiento (plano corporal) al que a la vez asisten (plano racional); la fuente de su validez (plano racional) no se explica de manera convincente (en tanto se alude a factores extra-racionales); como parte de la dimensión emocional (plano corporal) pueden favorecer pero también perjudicar a las deliberaciones (plano racional); y, por último, se explican mediante la noción de «favorecer» la deliberación, que puede significar tanto que automatizan los procesos de razonamiento (plano corporal) como que aportan razones valiosas (plano racional).

    El problema general es pues la estrecha relación entre ambas facetas de los marcadores, que son como las dos caras de una misma moneda. En la sección siguiente, exploraré una noción de racionalidad que sea lo suficientemente amplia como para incorporar tanto la cara corporal como la racional de los marcadores somáticos.

  4. Los marcadores como parte de la racionalidad externa.

    En su aspecto corporal, los marcadores se ubican en el ámbito emocional, en tanto para Damasio las emociones son un entramado de cambios y reacciones del cuerpo, causados por los pensamientos, pero que pueden permanecer ajenos a los procesos explícitos de deliberación. Resulta entonces pertinente considerar este aspecto en términos de factores externos respecto de los razonamientos conscientes y explícitos del individuo. Pero, a su vez, incluso en las emociones corporizadas los marcadores poseen una cuña dentro de la racionalidad misma, en tanto tienen una incidencia en las deliberaciones prácticas.

    Teniendo en cuenta ambas caras, podría afirmarse que los marcadores representan una suerte de «racionalidad» que sigue siendo «externa». En tanto conllevan potenciales razones y sesgan las deliberaciones en un sentido determinado, su naturaleza es de algún modo racional, pero en tanto esas razones son corporales y no explícitamente consideradas por el individuo, se trata todavía de una racionalidad externa a sus deliberaciones.

    Como es sabido, la distinción entre racionalidad interna y externa forma parte del debate contemporáneo sobre significados de racionalidad práctica (Kacelnik 2006). Para introducirla en un sentido adecuado, resulta útil tener a la vista que la oposición entre explicaciones internistas y externistas se ha utilizado en los terrenos más diversos, con el objeto de explicar el contenido semántico de la mente o el desarrollo evolutivo de los organismos, entre otros (Godfrey Smith 1998). Su aplicación ha generado posiciones teóricas incompatibles, como sucede por ejemplo en el terreno de la agencia racional, donde se han propuesto nociones contrapuestas sobre cómo entender las razones prácticas en su aspecto normativo (Finlay & Schroeder 2017). Pero esta contraposición conceptual también ha servido para elaborar concepciones distintas, y no necesariamente incompatibles, de fenómenos como la racionalidad.

    En este último caso, se han presentado nociones externistas e internistas con objetivos explicativos diversos (Hacker 2011, cap. 6; Glock 2019). Las primeras aluden a estándares o normas externas al agente, que se utilizan especialmente para evaluar sus patrones de conducta. Son independientes del sistema cognitivo del individuo, es decir, del hecho de que éste las incorpore en sus procesos de razonamiento, o que cuente incluso con las capacidades requeridas para una deliberación compleja. Existen diversos paradigmas dentro de este enfoque; uno de ellos es el darwinista, según el cual una conducta es racional si sirve para maximizar el fitness en el sentido de la supervivencia y la capacidad reproductiva del individuo. Otro es el (neo) aristotélico, que asume la normatividad de estándares sociales referidos a la felicidad o a la buena vida.

    Las normas de acción propias de la racionalidad externa son de naturaleza objetiva, de modo que pueden colisionar con las preferencias y razonamientos de una criatura que es capaz de deliberar y elegir entre diferentes opciones en base a sus propios fines, es decir, con su racionalidad en sentido interno. Así, las estrategias perseguidas por una criatura que busca alimentos que contienen un exceso de azúcares pueden ser racionales desde cierto punto de vista, en tanto ésta elige los mejores medios para obtener un objetivo en base a sus preferencias.8 Pero en tanto estas estrategias, que conforman una racionalidad en sentido interno, ponen en riesgo la salud y eventualmente el bienestar del individuo, colisionan con normas externas en un sentido que puede ser tanto darwinista (la supervivencia) como aristotélico (el bienestar que proporciona la salud).

    Intentemos ahora aplicar esta distinción a la hipótesis de Damasio. Resulta claro que los marcadores se oponen a las características propias de la racionalidad interna, donde se ponen en juego razones que son consideradas de manera explícita por el individuo que delibera. Como hemos visto, las razones vehiculizadas por los marcadores son parte de las emociones y sentimientos vividos a nivel del «cuerpo», y pueden permanecer inconscientes. Conforman en todo caso sesgos pre-conscientes, que inciden en las deliberaciones y pueden hacerse eventualmente explícitos.

    En este respecto, parece natural entender que los marcadores forman parte de una racionalidad en el sentido externo. El aspecto externo está representado por el hecho de que han sido seleccionados por haber cumplido un papel relevante en la supervivencia de la especie, y han terminado formando parte de mecanismos que se hallan fuera del control racional de los organismos. El aspecto racional, por su parte, se advierte en que vehiculizan de todos modos razones, las cuales pueden entrar en colisión con las deliberaciones explícitas, es decir, con la racionalidad en un sentido interno.

    Sin embargo, ubicar a los marcadores somáticos exclusivamente en el terreno de la racionalidad externa no resulta completamente satisfactorio. Como hemos visto, estos mecanismos tienen una incidencia relevante en los procesos de deliberación, sirven para guiar la decisión y la acción; más aún, pueden hacerse explícitos y ser evaluados en su corrección, no sólo por terceros sino por el individuo mismo que delibera. De hecho, Damasio pretende explicar especialmente las deliberaciones complejas, las cuales no pueden concebirse como resultado de mecanismos biológicos heredados que actúan de manera cuasi rígida, sino que suponen que el agente evalúa los escenarios y factores más diversos (incluidos los estados del cuerpo que contienen ya «marcas» o sesgos).

    Por otro lado, si esta incidencia en la deliberación puede ocurrir sin que los marcadores formen parte de manera plena de la racionalidad en sentido interno, ¿no surge la posibilidad de una deliberación en base a razones que se desarrolle en un terreno inconsciente o subpersonal, como si el cuerpo, a través de sus estados emocionales, fuera capaz de deliberar antes y con independencia de las capacidades mentales del individuo?

    A mi modo de ver, estas dificultades conducen a la conclusión de que la distinción entre racionalidad interna y externa no resulta de utilidad para comprender la hipótesis propuesta en El error de Descartes. En todo caso, sirve para poner de relieve que los marcadores forman parte, a la vez, de una racionalidad interna y de una externa. En la sección anterior vislumbramos una ambigüedad semejante, que ahora se recrea a la luz de dos nociones de la racionalidad. Por un lado, su aspecto corporal los relaciona con factores externos a la deliberación, pero que pueden ya ser considerados parte de la racionalidad en tanto involucran sesgos y potenciales razones para actuar. En tal medida, serían parte de una racionalidad externa. Por el otro, el hecho de que puedan también formar parte de las razones a la luz de las cuales el individuo delibera y actúa los acerca a la racionalidad en el sentido interno. En la próxima sección, exploraré otra opción teórica que podría ser de provecho para entender la noción de Damasio y resolver acaso esta ambigüedad.

  5. Los marcadores como razones explicativas

    Para intentar comprender la naturaleza de los marcadores somáticos entendidos como parte de la racionalidad en algún sentido determinable, pondré en escena la noción de «razón explicativa», propia del debate reciente sobre agencia racional (Alvarez 2017). Esta clase de razones podría ofrecer un indicio acerca de cómo es posible que la racionalidad externa pueda ser a su vez parte de la interna.9

    Resulta útil ver cómo se ha llegado a proponer la idea de «razón explicativa» a partir de los antecedentes del debate. En lo que constituye una referencia clásica, Davidson ha afirmado lo siguiente: «Una razón racionaliza una acción sólo si nos lleva a ver algo que el agente vio, o pensó que vio, en su acción; algún rasgo, consecuencia o aspecto de la acción que el agente quería, deseaba, apreciaba, consideraba valioso, útil, beneficioso, obligatorio o agradable» (Davidson 2009 (1963)).10 Davidson formula con esto las condiciones de lo que, según él, son explicaciones adecuadas de la acción. Se trata de explicaciones de tercera persona que hacen inteligible la acción sólo si captan también el punto de vista del propio agente, lo que éste ha visto como valioso, deseable, etc.

    Esto último sugiere una distinción que nos aleja un tanto de Davidson, según la cual podríamos tener dos clases de explicaciones que hacen inteligible la acción de un agente intencional (Alvarez 2017). Las primeras, que llamaré razones explicativas1, cobran valor explicativo a partir de expresar (siguiendo a Davidson) lo que el agente ha visto como una razón para actuar; las segundas, que llamaré razones explicativas2 (tomando ahora distancia de Davidson) hacen inteligible la acción pero refieren a aspectos que no han motivado al agente mismo. En este último caso, las razones que hacen inteligible la acción de terceros puede mencionar hábitos, modos de vida o rasgos de la personalidad.11

    Estas dos clases de explicaciones obedecen a intereses un tanto diferentes. Si nos interesa saber qué motivó a un agente a actuar, indagamos sobre las razones a la luz de las cuales efectivamente ha actuado; pero si nos interesa explicar su acción con independencia de las motivaciones, podemos hacerla inteligible tomando cierta distancia de éstas y buscar factores que la hagan comprensible para nosotros. Las respuestas a la pregunta por qué alguien ha actuado y a la pregunta sobre qué lo ha motivado a actuar no necesariamente coinciden. Por ejemplo, el hecho de que Juan sabe que hay una conferencia importante explica que haya ido hoy a la universidad, pero esa no es la razón que lo ha motivado a actuar, la cual está representada por el hecho de que la universidad ofrece una conferencia importante (Alvarez 2018). En términos ontológicos, se alude o bien a un estado mental, o bien a un hecho del mundo.

    Con esta distinción entre tipos de explicaciones en mano, podemos volver a la indagación de los marcadores somáticos, que evidentemente hacen inteligible la acción, y preguntarnos si éstos se ubican dentro de un tipo u otro de razones explicativas. Para ver si son razones explicativas2 –es decir aquellas que no captan el punto de vista del agente– es conveniente destacar que entre los supuestos explicativos que nos hacen inteligible una conducta se pueden incluir las emociones, las cuales hacen inteligible muchas decisiones de acción basadas en razonamientos.

    Claramente, estamos con esto en el terreno de marcadores somáticos, que no siempre involucran aspectos de la situación que el agente ha visto o ha percibido como valiosos y que en tal medida motivan su acción (y la explican en base a ello). Recordemos que para Damasio los sesgos introducidos por los marcadores pueden ser inconscientes, y que eso no los vuelve menos operativos. Como afirma correctamente, muchas explicaciones de la conducta aluden a factores que forman el trasfondo emocional de nuestra vida mental. Por ejemplo, podemos decir que Juan decidió ir al cine por la emoción positiva que esta opción genera en su estado de ánimo. Pero la emoción correspondiente no ha formado parte de su deliberación, ya que (podemos pensar) Juan fue motivado por la invitación de un amigo, de modo que esa fue su razón motivadora. De manera similar, a la pregunta: «¿Por qué Juan se fue tan temprano de la fiesta?», se puede responder: «porque se sentía deprimido», y es perfectamente posible que Juan mismo no haya tenido en cuenta su propio estado de ánimo cuando se encontraba deliberando acerca de si quedarse más tiempo o no en la fiesta.

    Por otro lado, es posible también que estas mismas razones hayan sido tenidas en cuenta por el agente para tomar sus decisiones, y que nuestras explicaciones capten esa circunstancia. Así, la explicación puede aludir a que Juan se puso a deliberar si sería mejor irse o quedarse, y en esa deliberación tuvo intervención un estado anímico tan pregnante que Juan mismo lo tomó en cuenta como una razón para actuar. Vemos así que el papel de las razones explicativas puede ser meramente causal, o puede ser causal en virtud de ofrecer una razón que el agente incluye eventualmente en sus deliberaciones. Esto último es lo que tiene en mente Davidson y ha sido incorporado al debate sobre agencia. Allí resulta claro que las emociones son actitudes sensibles a los juicios, es decir, que pueden ser juzgadas como apropiadas, correctas, adecuadas a una situación o contexto (por ejemplo Hacker 2004 y Scanlon 2000).

    Llegados a este punto, vemos que la distinción entre dos tipos de razones explicativas sirve para dejar en claro que existen, de hecho, dos roles diferentes que los marcadores pueden cumplir, como parte de explicaciones en dos sentidos diferentes. Pero se abren las siguientes preguntas: ¿en los dos casos se trata de «racionalidad» en algún sentido aceptable del término? O, más precisamente. ¿las razones que no podrían formar parte de explicaciones1, son «racionales»?

    A mi modo de ver, se puede dar una respuesta positiva a estas preguntas. Las acciones fruto de una deliberación pueden ser siempre evaluadas en tercera persona como pertinentes o no (por ejemplo en el sentido aristotélico de una ética de las virtudes, o en un sentido objetivo que aluda a normas de salud y bienestar). Así, resulta «racional» que Juan se haya ido de la fiesta si se sentía deprimido, o que haya ido al cine si estaba de buen ánimo. Esto es así, a pesar de que las explicaciones correspondientes aluden más bien a causas, y que no se puede responsabilizar al agente en base a esas razones, sino en todo caso en base a razones mencionadas en explicaciones1.

    Estas consideraciones nos permiten acercar los enfoques que utilicé en esta sección y la anterior, en el sentido de que uno de los roles explicativos que hemos descrito pertenece a una racionalidad interna, y el otro a una externa. Se podría decir que estamos reeditando una misma indagación desde distintos ángulos, volviendo a su vez a dificultades que han surgido ya en una primera aproximación crítica a la hipótesis de los marcadores.

    En el contexto de la presente sección, la cuestión es si una misma razón puede cumplir los diferentes roles asignados por las explicaciones en los dos sentidos aquí tratados, o si en cada caso se trata de razones en sentidos diferentes. Respecto de los marcadores somáticos, ¿puede un mismo marcador cumplir ambos roles en base a que su «naturaleza» sea la misma, de modo que sólo cambie el hecho de que se lo utilice en distintos tipos de explicación?; ¿o las explicaciones ponen en juego dos tipos muy diferentes de marcadores, y cada uno de ellos resulta apto sólo para una clase de explicación, de modo que se los debe entender alternativamente como parte de una racionalidad interna y de una externa? A mi modo de ver, la segunda de las alternativas es la correcta, lo cual pone en cuestión el planteo de Damasio, tal como intentaré argumentar en la siguiente y última sección.

  6. ¿Posee el corazón razones para deliberar y tomar decisiones?

    Al inicio de este trabajo hice referencia a la conocida frase de Pascal acerca de que el corazón posee razones que la razón desconoce, una perspectiva que ha estado presente en la tradición filosófica, por ejemplo en la tesis de Hume acerca de que la razón es esclava de las pasiones. A mi modo de ver, el planteo de Damasio sobre los marcadores somáticos puede entenderse como una actualización de esta misma idea. En El error de Descartes, el lugar del corazón es ocupado por los marcadores somáticos, que serían vehículos de razones que, en ocasiones, quien delibera desconoce.

    Mi propósito ha sido evaluar la versión damasiana con ayuda de distinciones conceptuales provenientes de debates recientes sobre agencia racional, y es el momento de juntar diversas nociones usadas a lo largo de este trabajo. A la pregunta sobre si podemos efectivamente sostener la tesis pascaliana tal como ha sido actualizada por Damasio, ofreceré una respuesta negativa desde los diferentes ángulos desde los cuales enfoqué la cuestión.

    Como hemos visto, Damasio propone la idea de marcador somático para explicar deliberaciones complejas, en las que el sujeto considera diversos cursos de acción de acuerdo con una meta pre-establecida. Las opciones que el individuo tiene en cuenta suelen estar asociadas con consecuencias deseables o indeseables, ligadas en la memoria con sensaciones de bienestar o malestar. Estas asociaciones somáticas forman parte de emociones secundarias, que «marcan» (o destacan) opciones adecuadas para alcanzar una meta beneficiosa. Los marcadores permiten así que la deliberación sea más eficiente, y en tal medida han sido considerados como parte de la intuición que guía la acción cuasi-automática en contextos complejos.

    ¿Podemos afirmar que lo marcadores poseen razones que quien delibera no necesariamente conoce? Ante todo, exploré la idea de que estos marcadores pertenezcan a una suerte de racionalidad «externa» respecto de los procesos de deliberación consciente, o mejor, respecto de las razones a la luz de las cuales el sujeto ha actuado. Su aspecto externo da cuenta de que no forman parte de dichos procesos, y su aspecto racional da cuenta de que pueden dar lugar a elecciones prácticas justificadas.

    El problema que se puso en evidencia es que el aspecto externo es racional en un sentido muy diferente al de la racionalidad interna. Recordemos que la racionalidad externa está representada por normas o estándares como el fitness o el bienestar en sentido objetivo (por ejemplo darwinista, aristotélico o neo-aristotélico). Si bien se trata de normas que pueden brindar buenas justificaciones de las acciones realizadas, resultan independientes de los fines y preferencias de los individuos, así como de las deliberaciones que dan lugar al modo en que el agente persigue sus metas.

    Se puede alegar que el hecho de que ambos tipos de racionalidad puedan entrar en colisión, por ejemplo cuando las metas y medios del individuo entran en conflicto con su fitness o con una medida objetiva del bienestar, da cuenta de que poseen una naturaleza compartida. Pero, a mi modo de ver, esta colisión no revela una tal naturaleza común. Si el conflicto de normas es observado por una tercera persona, entonces es el observador el que «nivela» las razones, por ejemplo al advertir que las elecciones del individuo atentan contra su propia salud y bienestar. Por el contrario, si el conflicto es asumido por el propio agente, entonces las razones en juego ya no son externas, sino que han sido incorporadas en su propio proceso de deliberación.

    En este último caso, el sujeto ha adoptado a las razones objetivas como propias y las ha incluido en sus razonamientos como razones válidas, que juegan un papel relevante para elegir medios y fines (como la salud o la felicidad en sentido objetivo). Pero en ninguno de los dos casos el cuerpo (el «corazón») porta razones en el sentido que interesa, el interno, sino en todo caso estándares de bienestar que se convierten en razones sólo si son adoptados por el sujeto que delibera. En sentido estricto (o si se quiere «interno»), si este no las adopta en cuanto razones, no podemos decir que hay ya razones en el corazón.

    Algo similar sucede si enfocamos el tema con ayuda de la distinción entre dos clases de razones explicativas. Las primeras mencionan las razones a la luz de las cuales alguien ha actuado, y las segundas son indiferentes a esas motivaciones, aunque traigan a colación los hábitos, la personalidad del agente o su trasfondo emocional. Vimos que los marcadores pueden cumplir los roles de ambas clases de razones, de manera que son explicaciones que pueden hacer inteligible la acción en cualquiera de los dos sentidos.

    Pero también quedó en evidencia que se trata de dos roles diferentes. Así, cuando los marcadores forman parte de explicaciones que hacen inteligible la acción en base a lo que ha motivado al agente, forman parte de una racionalidad interna. Por el contrario, cuando hacen referencia a factores que el propio agente no tiene en cuenta en sus deliberaciones, deben ser vistos como parte de una racionalidad en sentido externo. Su papel en este caso es causal, ajeno a los motivos a la luz de los cuales el sujeto ha deliberado y actuado, aunque esta causalidad pueda ser jugada por factores íntimamente ligados con la subjetividad del agente, como su propia personalidad, hábitos y emociones.

    ¿Por qué entonces ha surgido una y otra vez la intuición de que las emociones, el corazón, el cuerpo, etc., poseen ya una suerte de racionalidad, algo que se ha expresado a veces mediante nociones como las de «sesgo» o «prejuicio», entre otras? A mi modo de ver, hay al menos tres razones para ello. La primera es que muchos factores que influyen en la acción parecen constitutivamente ligados con la deliberación, aunque se trata de factores que más bien habría que considerar como habilitantes, como tener una personalidad determinada o hábitos (incluyendo estados emocionales habituales que forman parte del carácter). Si bien estos factores explican la acción, no forman necesariamente parte de las razones a la luz de las cuales el agente delibera y obra (y si llegan a formar parte, entonces ya no son meramente parte del cuerpo o del «corazón»).

    La segunda razón tiene que ver con el hecho de que las emociones poseen un objeto y circunstancias apropiadas, que representan de hecho sus condiciones de identidad y en cierto modo las normas que rigen su adecuación. De este modo, se hallan asociadas en la memoria con razones acerca de cuáles son esas circunstancias y objetos apropiados. Estos aspectos cognitivos y normativos refieren pues a perspectivas del mundo y normas que rigen la adecuación de las emociones. Pero por más estrecha que sea esa relación entre las emociones y las normas que las rigen, sólo podemos hablar de razones una vez que han sido adoptadas por el agente, así como sólo podemos hablar de recuerdos si estos pueden ser efectivamente actualizados y recordados.

    La tercera tiene que ver con el uso del lenguaje. En cierto modo, algunas dificultades teóricas que estoy considerando se relacionan con un «mal uso» instalado en el lenguaje corriente, que puede exponerse por medio de una analogía. Según esta, podemos hablar de «adoptar un/a hijo/a», cuando en rigor se adopta un/a niño/a que, antes de ser adoptado, no puede ser llamado hijo/a, a pesar de que el uso lingüístico nos sugiera que en cierto modo ya lo era antes de la adopción. De modo semejante, el sujeto puede adoptar como razones consideraciones que, antes de esa adopción, no eran en rigor razones (en el sentido de la racionalidad interna), aunque hayan sido cuestiones significativas para el individuo incluso antes de esa adopción. Las razones forman parte de una relación, y en tal medida sólo son razones una vez que constituyen un relatum de la relación, y no lo son fuera de ella. Sólo el sujeto que delibera establece esta relación, y no una «parte» de él mismo como el cuerpo o el «corazón».

    Para terminar, creo que Damasio ha tenido razón en señalar un falencia en Descartes, quien ha ignorado el hecho de que las emociones tienen un aspecto cognitivo o racional. En este sentido, las emociones albergan potenciales razones que pueden incorporarse en una deliberación. Sin embargo, creo que Damasio no ha estado igualmente atento al «error de Pascal», consistente en creer que los aspectos cognitivos de las emociones ya son racionales en un sentido pleno.

    En tal medida, no es adecuado hablar de razones encarnadas sino de factores causales que se pueden transformarse en razones. Si es así, el corazón no posee razones que la razón no conoce, posee en todo caso causas que la razón no conoce. Al conocerlas, y si las considera adecuadas o justificadas, el agente las puede transformar en razones que lo motivan a actuar. Por cierto, teniendo en cuenta estas advertencias, podemos seguir afirmando que el corazón posee razones, pero se trata de razones en un sentido muy diferente del que usamos cuando explicamos una acción racional (nuevamente en el sentido de la racionalidad interna). La mirada pascaliana y humeana hace un uso filosófico ambiguo y sugerente, pero equivocado, de la metáfora del corazón y sus razones. A través de la actualización que hace Damasio de esta misma mirada, es posible poner esta ambigüedad de manifiesto.

  7. Referencias bibliográficas

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    Andrés Crelier es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (AADIE-CONICET, Argentina), y Profesor de Filosofía Contemporánea en la Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina). Actualmente (septiembre a diciembre 2024) realiza una estadía de investigación en la Universidad de Constanza (Alemania) en el marco de un programa de la DAAD (Deutscher Akademischer Austauschdienst, Alemania).

    Líneas de investigación:

    Filosofía de la mente, con especial referencia a los animales no humanos.

    Publicaciones recientes:

    Attributing Psychological Predicates to Non-human Animals: Literalism and its Limits. Rev.Phil.Psych. 14, 1309–1328 (2023). https://doi.org/10.1007/s13164-022-00643-z .

    Wittgenstein y la atribución de estados mentales a animales no humanos: enfoque de las habilidades o contextualismo de la forma de vida. Diánoia, Universidad Nacional Autónoma de MéxicoVol. 67, Núm. 88 (2022).

    Email: pcrelier@mdp.edu.ar andrescrelier@gmail.com

1 El presente artículo ha sido elaborado en el marco del Proyecto de Investigación «Razones: aspectos ontológicos, epistémicos y motivacionales», financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina (11220200101432CO).

2 Mis referencias serán a la edición original en inglés. Hay traducción al español (Damasio 1996).

3 Blas Pascal, Pensamientos, 474-479; Orbis, Barcelona 1984, p. 162-163.

4 Más allá de este marco, existe un abanico teórico muy amplio acerca de cómo entender las emociones y su relación con los distintos aspectos cognitivos de la mente, cuyo tratamiento excede los límites de este trabajo (Scarantino & de Sousa 2021).

5 Aquí me limito a aceptar la tesis según la cual las condiciones usuales y suficientes para identificar emociones requieren que estas tengan un objeto, sin afirmar que esto último es también una condición necesaria para una tal identificación. De hecho, no resulta incoherente pensar que podemos identificar una emoción propia, como el miedo o la ira, a partir de las sensaciones corporales e independientemente de su objeto. Si bien las emociones requieren un objeto posible, este podría sernos desconocido, al menos de manera provisional.

6 Puede afirmarse que la función de los marcadores consiste en introducir sesgos, y de hecho se los denomina «biasing device» (ibid., p. 174). En este sentido, se conectan naturalmente con el debate sobre los sesgos implícitos en la cognición (Brownstein 2019). En este trabajo, me centraré sin embargo en la propuesta de Damasio sin acercarme a la problemática de cómo entender en general los sesgos presentes en la deliberación racional.

7 Utilizo aquí «validez» en un sentido laxo, que incluye las ideas de una deliberación moralmente buena, deductivamente válida, eficiente para lograr un fin o adecuada para la supervivencia, entre otras.

8 Vale aclarar que aquí se trata de las preferencias adoptadas por el individuo, lo cual no es siempre el caso. Las preferencias de un organismo pueden estar determinadas evolutivamente o socialmente, y pueden ser instanciadas en la acción individual más allá de sus elecciones e incluso de sus capacidades racionales. Así. el estudio de la racionalidad económica y biológica, que considera el plano de las preferencias y su maximización, se desarrolla al nivel de la conducta sin suponer ninguna clase de racionalidad interna (Kacelnik 2006). Ambas clases de preferencia, las adoptadas por el individuo y las que éste de algún modo «hereda», pueden entran en colisión con su normas objetivas relativas por ejemplo a la supervivencia y al bienestar.

9 En el debate correspondiente, se suele considerar que la distinción entre tipos de razones concierne a su naturaleza (u ontología), pero en mi presentación seguiré inicialmente a Alvarez, quien prefiere hablar de papeles o roles que las razones pueden cumplir (Alvarez 2010). Estos roles pueden consistir en que forman parte de explicaciones de la acción, de justificaciones de la misma, o de las motivaciones que el propio agente reconoce como tales. La idea de que se trata de roles resulta adecuada en el contexto de la presente discusión porque no excluye la idea de que la naturaleza de las razones podría ser la misma en diferentes roles. Es decir, permite pensar (con Damasio) que una misma razón puede formar parte de las emociones encarnadas y de los procesos explícitos de razonamiento, aunque esos papeles se cumplan de manera sucesiva. En términos del debate, se admite con esto que una misma razón sea parte de una explicación en tercera persona y que sea también lo que ha motivado al agente a actuar (si éste la ha adoptado como razón).

10 La traducción me pertenece.

11 Esta distinción sólo se ocupa de agentes intencionales, aunque también ofrecemos explicaciones que ofician de repuesta a la pregunta «por qué» sucedió un fenómeno natural. Estas últimas comparten con la segunda de las variantes aquí mencionadas el hecho de que la razón aludida no es del agente, pero se diferencian porque no explican la conducta de un agente intencional sino de un fenómeno natural. Si explicamos que el árbol cayó porque un rayo lo partió durante la fuerte tormenta, la caída del rayo no ha sido la razón del árbol para caer (sino su causa) (Alvarez 2010).

© Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, vol. XXIX Nº1 (2024), pp. 19-37. ISSN: 1136-4076

Departamento de Filosofía, Universidad de Málaga, Facultad de Filosofía y Letras

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