En busca de la verdad perdida
Diálogo entre la filosofía de Leonardo Polo y los planteamientos de Michel Foucault, Fabrice Hadjadj y Jordan Bernt Peterson
Raiders of the lost truth. Dialogue between Leonardo Polo, Michel Foucault, Fabrice Hadajadj and Jordan Bernt Peterson
Andrés Carrascosa Gil
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
Recibido: 22/02/22 Aceptado: 06/04/22
Resumen
Este trabajo establece un diálogo acerca del concepto de verdad según el pensamiento de Leonardo Polo y tres pensadores contemporáneos. En primer lugar, se realizará un análisis del planteamiento del pensador francés Michel Foucault a través de su obra Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. En segundo lugar, se describirán los principales puntos de confluencia con la obra La fe de los demonios (o el ateísmo superado) del filósofo francés Fabrice Hadjadj. En tercer lugar, se analizará la obra Las doce reglas: un antídoto al caos del psicólogo canadiense Jordan Bernt Peterson.
PALABRAS CLAVE
Verdad, postverdad, L. Polo, M. Foucault, F. Hadjadj, J. B. Peterson
ABSTRACT
This article establishes a dialogue around the concept of truth presented in Leonardo Polo’s thought and three contemporary thinkers. First, this article will perform an analysis of the french thinker Michel Foucault through his work "Discipline and punish: the birth of the prison". Second, it will describe the main points of confluence with the book "Faith of the demons (or atheism surpassed)1" written by the french philosopher Fabrice Hadjadj. Third, it will analyze the book "The twelve rules" written by the canadian psychologist Jordan Bernt Peterson
KEYWORDS
Truth, post-truth, L. Polo, M. Foucault, F. Hadjadj, J. B. Peterson
A lo largo de la historia del pensamiento se han ido desarrollando diferentes respuestas ante las preguntas sobre la verdad. Las respuestas ofrecidas por las diferentes corrientes filosóficas acerca de la verdad no son en absoluto indiferentes, sino que afectan de manera radical al ser humano y a su desarrollo histórico en la sociedad y en la cultura.
En los albores de la modernidad, durante el siglo XIV algunos filósofos consideraron que el intento de fundamentar racionalmente el dogma teológico era improcedente. Criticaron a la escolástica del siglo XIII por haber creado obras filosófico-teológicas en las que los datos de la razón y los de la fe se complementaban mutuamente. Guillermo de Ockham, padre de la filosofía moderna, criticó a la escolástica del siglo anterior por colocar la razón al servicio de la fe. Para él, ello suponía una intromisión filosófica intolerable que comprometía la verdad revelada. Consideró que la razón había invadido campos que no le correspondían y había degradado la teología considerando demostrables verdades que según él debían ser exclusivas de la fe como, por ejemplo, la existencia de Dios o la inmortalidad del alma.
Para Ockham ninguno de los mandamientos era ley natural, pues Dios, en virtud de su omnipotencia (cuestión medular en el planteamiento ockhamista), hubiera podido crear cualquier mundo en el que lo que hoy parece natural no lo fuera y viceversa.
Tanto histórica como filosóficamente, Guillermo de Ockham guarda una estrecha relación con la irrupción del protestantismo. La formación filosófica de Martín Lutero era de corte nominalista, un movimiento intelectual, muy parecido a la realidad de nuestro tiempo histórico, que planteó que no podemos conocer la esencia de las cosas, sino que sólo podemos conocer lo exterior y que vamos nombrando a las cosas para ponernos de acuerdo (de ahí deriva su nombre nominalismo). El nominalismo tiende al escepticismo y al descreimiento incluso de la misma realidad. Dado que el intelecto no puede conocer la realidad interna de las cosas, simplemente nos pondremos de acuerdo acerca de la exterioridad empírica de las mismas. En palabras del historiador Alberto Bárcena «el primer paso hacia el relativismo moral, que convertido ya en dictadura, asola occidente, lo dio aquel fraile agustino que rechazaba la enseñanza moral de la Iglesia2». Conviene señalar que sin el antecedente del nominalismo ockhamista difícilmente puede comprenderse la génesis de ese primer paso.
La teología católica considera que el pecado original lastra la naturaleza humana. Ello, al parecer, no está exento de cierta dosis de paradoja, porque la tradición litúrgica pascual lo considera una felix culpa, que nos abrió la posibilidad de la redención, la manifestación encarnada de la Palabra divina, segunda Persona de la Trinidad que nos hace verdaderamente libres. Esto es así porque Dios puede asumir el mal para cambiarle de signo. «Obviamente Dios no puede ser pecador, pero puede asumir el pecado y sus efectos, para cambiarlos de signo, para dotar de sentido a lo que carece de él, es decir, dotarle de sentido desde sí, puesto que él es la Verdad irrestricta, sin por ello perder sentido alguno3». Lutero consideraba que como consecuencia del pecado original, la razón humana, había quedado irremediablemente oscurecida. Esta concepción antropológica pesimista dio pie en el plano político a que surgiese la monarquía absoluta que luego merced al contrato social rousseauniano, se revistió de forma democrática. En la ilustración Rousseau partiendo de un error teológico, en cierta manera contrario al de Lutero, de considerar al hombre bueno por naturaleza4, estableció en su obra El contrato social «la tiránica infalibilidad de la voluntad general; y también la sobrecogedora necesidad de obligar a las personas a “ser libres», ajustando su pensamiento a la voluntad general5». Hoy podríamos traducir la voluntad general rousseauniana por el concepto foucaultiano de régimen de verdad que en la era de la postverdad es el régimen de lo políticamente correcto (este punto se verá detalladamente en el siguiente apartado). «La clave hermenéutica de la libertad en la filosofía moderna es la de autonomía, lo cual es un despropósito porque implica despersonalización6».
El fruto del mal entendimiento de la libertad como autonomía de la voluntad, desvinculada de todo, pura autodeterminación humana, es la progresiva despersonalización del hombre. En efecto, sin el reconocimiento de una realidad íntima que nos es dada y que desborda lo que uno es, se produce el aislamiento del alma. «El gran efecto de la Reforma fue el aislamiento del alma. Ése fue su fruto: de él emanan todas sus consecuencias7». Frente a dicha realidad íntima uno no puede rebelarse porque si uno se rebela, tal rebelión conduce inexorablemente al fracaso. «Tal despropósito era teórico en la filosofía moderna es práctico y generalizado en la sociedad postmoderna8». Es un concepto de libertad desvinculada del orden del ser. Pero para desvincular la libertad del orden del ser, primero fue decisivo desvincular la verdad del orden del ser, es decir, «romper el puente de unión entre el pensamiento humano y la realidad extramental, entre la razón y los sentidos9».
Con la esperanza de que la filosofía de Leonardo Polo pueda iluminar algunas de las claves del pensamiento actual se analizarán tres autores contemporáneos a los que se pondrá en conversación con el pensamiento poliano: Michel Foucault, Fabrice Hadjadj y Jordan Bernt Peterson.
La postverdad fue la palabra del año del diccionario de Oxford en 2016 y está muy relacionada con el filósofo que se va a analizar en este punto: Michel Foucault. Se trata del autor más célebre de la filosofía contemporánea continental (o, a menos, el más vendido). Se va a presentar su pensamiento desde su obra principal: Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. La terna foucaultiana es poder-saber-verdad. Pasaremos a continuación a analizar cada uno de esos tres elementos tratando de ponerlos en diálogo con la filosofía de Leonardo Polo.
Empezaremos por el elemento principal: el poder. Foucault se mostró interesado en analizar cómo funciona el poder. «Hay que cesar de describir siempre los efectos del poder en términos negativos: excluye, reprime, rechaza, censura, abstrae, disimula, oculta. De hecho, el poder produce; produce realidad11». Para este autor, la concepción de poder era entendida tradicionalmente como algo negativo. Foucault pretende darle un giro a la cuestión y comenzar a expresar el poder en términos positivos: el poder produce realidad. Para Foucault el poder es un motor ontológico. Así, el saber y la verdad remiten al poder (están subordinados al mismo). Si la realidad que nos rodea es un mero producto del poder, aquello que somos, aquello que llamamos incluso saber o verdad no son sino un mero efecto del poder.
Para Foucault el poder fluye y se constituye a través de las palabras. Aquí, podría señalarse que el poder de la Palabra de Dios Creador de la teología cristiana se transfiere ilícitamente, de manera impropia, al hombre. El hombre y su palabra van a crear la realidad. La palabra no es simplemente descriptiva sino que es performativa. Para Foucault, la palabra, atravesada por el poder, crea la realidad. Recuerda al relato bíblico del Génesis, «seréis como dioses» y lo que Polo denominaba la «pretensión de sí»: la curvatura de la voluntad sobre sí misma.
¿Dónde se aplica el poder? Para Foucault no hay esencia ni hay acto de ser en el hombre, lo único que hay es el cuerpo. Las marcas del poder quedan registradas en el cuerpo, el cual, se va formateando a las exigencias del poder. Si uno piensa en la sexualidad, por ejemplo, Foucault encuentra que la configuración distintiva y con unos ciertos rasgos los hombres y con otros determinados rasgos las mujeres es una expresión del poder, una marca del poder. Para Polo, en cambio, la naturaleza, la vida recibida, presenta dos expresiones tipológicas básicas: hombre y mujer. En Foucault se puede vislumbrar la pretensión de identidad de dimensiones jerárquicas exclusiva de la realidad divina. Se percibe el eco del conflicto nuclear del pensamiento ockhamista acerca de la omnipotencia divina. El matiz novedoso radica en que dado que Foucault es heredero de la idea de la muerte de Dios nietzscheana, el conflicto se ha trasladado al hombre: la omnipotencia humana.
Veamos ahora el saber. El poder se halla en íntima relación con el saber. «No existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo relaciones de poder12». El origen del saber constituido en este campo no es el amor a la verdad sino la necesidad de reforzar el poder. Para Foucault no existe saber fuera del poder y tampoco existe poder fuera del saber. Polo, que acostumbraba y recomendaba a detenerse a pensar en lo obvio, ante dicha tesis seguramente se interrogaría acerca de cómo es conocida.
Foucault comienza su estudio del conocer con Aristóteles: «Todos los hombres tienen, por naturaleza, el deseo de conocer; el placer causado por las sensaciones es la prueba de ello, puesto que, aun al margen de su utilidad, nos complacen por sí mismas, y las sensaciones visuales por encima de todas las otras13». Aristóteles señala que el deseo de conocer está inscrito en la naturaleza humana. Para Aristóteles la prueba de ello son las sensaciones que son placenteras que causa el conocimiento (incluso el conocimiento inútil). El conocimiento queda justificado porque nos complace. Para el estagirita el deseo de saber es constitutivo y propio de la naturaleza humana.
Foucault sostiene que en verdad tras el conocimiento y el deseo de conocer, no está el placer que proporciona el conocimiento. Sospecha que detrás del conocer siempre hay una voluntad de poder. Detrás de esto está, sin duda, el legado de Friedrich Nietzsche: «En algún rincón perdido de este universo cuyo resplandor se difunde en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el cual animales inteligentes inventaron el conocimiento. Ése fue el instante de la mayor mentira y la suprema arrogancia de la historia universal14».
En el planteamiento de Foucault el conocimiento y el saber no son sinónimos. Para él la categoría real que hay que utilizar es el saber, porque el saber se articula con el poder, cosa que el conocimiento no, porque el conocimiento es una ficción. Según Foucault, cuando reconocemos esto, nos liberamos del conocer y empezamos a hablar del saber. El conocimiento es voluntad, es una invención de nuestra voluntad, no estaba en nuestra naturaleza, fuimos nosotros con nuestra voluntad de saber que es una voluntad de poder, los que inventamos el conocimiento.
«Hay que admitir más bien que poder produce saber (y no simplemente favoreciéndolo porque le sirva o aplicándolo porque sea útil); que poder y saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo relaciones de poder15».
Tras haber analizado el poder y el saber veremos ahora dónde queda el tercer elemento de la terna foucaultiana: la verdad. Aristóteles, el filósofo realista más destacado de la antigüedad, desarrolló una concepción adecuacionista de la verdad: «Decir que el ser no existe, o que el no-ser existe, he aquí lo falso; y decir que el ser existe, que el no-ser no existe, he aquí lo verdadero16». Según esta acepción el decir sobre el ser se debe adecuar a lo que el ser es, en caso contrario mi decir sobre el ser será falso. «No porque creamos que tú eres blanco, eres blanco en efecto, sino porque eres en efecto blanco, y al decir nosotros que lo eres, decimos la verdad17». El decir se adecua a la cosa porque la cosa existe de manera extramental. Cuando yo me adecuo en mi juicio a la cosa, hay una verdad en mi enunciado. Es la concepción del sentido común sobre qué es verdad y qué es mentira, enunciada brillantemente por el filósofo griego.
Leonardo Polo comparte con Aristóteles una filosofía realista, es decir una filosofía que «descubre las diversas realidades existentes tal como son, es decir, aunadas, vinculadas según un orden jerárquico18». Ambos entienden que hay una realidad externa, cognoscible, mucha de ella al margen de nuestra voluntad. A diferencia de Foucault, ambos autores sostienen que existen elementos de la realidad que están al margen del poder productivo del hombre.
Para Foucault hay que sacar a la verdad del conocimiento para saber que detrás del saber no hay verdad, sino que tan sólo hay meras relaciones de poder. En otras palabras, la verdad es una ficción del poder. El poder genera la verdad, pero el poder necesita esa verdad que genera para poder seguir ejerciendo ese poder; esa es la lógica, la imbricación total entre la verdad y el poder. La verdad siempre es una mera construcción del poder.
Foucault estudia en su obra el funcionamiento del panóptico. Se trata de un modelo arquitectónico de prisión ideado por el filósofo utilitarista inglés Jeremy Bentham en el s. XVIII. Mediante el panóptico, gracias a la disposición circular de las celdas de los prisioneros y a la presencia de una torre de vigilancia situada en el centro de ese círculo, un solo guarda puede vigilar a los reos sin ser visto. Dado que el reo desconoce cuándo se le vigila y cuándo no, el poder funciona de manera automática sin la necesidad de su ejercicio de manera efectiva en cada momento. «El Panóptico funciona como una especie de laboratorio de poder. Gracias a sus mecanismos de observación, gana en eficacia y en capacidad de penetración en el comportamiento de los hombres19». Respecto del panóptico Polo consideraría que «pensar que el hombre se puede explicar como se explica el comportamiento de un pato es sostener que no es persona. Realmente esto es una calumnia; a veces nuestra época nos tienta por ese lado. Es una tentación diabólica. El diablo pretende demostrar que el hombre es un error de Dios, que Dios se equivocó al crearlo. Por eso el diablo es asesino y engañador20».
Foucault utiliza la palabra régimen para vincular la verdad con la política. El régimen de verdad hace 2 cosas: obliga a manifestar la verdad y manifiesta lo que es la verdad (la serie de reglas y procedimientos que según Foucault dan efectivamente con la verdad). «El verdadero suplicio tiene por función hacer que se manifieste la verdad21». Ante esta sentencia resulta difícil no recordar los hechos relatados por Aleksandr Solzhenitsyn en su obra Archipiélago Gulag22. Solzhenitsyn narra la represión política en la URSS, y nos habla de una industria penitenciaria, en la cual tras ser detenidos, los presos eran sometidos a torturas para que «confesaran» delitos que no habían cometido.
El planteamiento foucaultiano es incompatible con el mensaje de Cristo «la verdad os hará libres23». Para Foucault toda verdad es una ficción del poder. Aparentemente Foucault con su crítica a la verdad pretendía alcanzar una mayor libertad con la progresiva desaparición de las relaciones de poder establecidas. Sin embargo, en la era postmoderna, una vez «superada» la noción de verdad, percibimos que las relaciones de poder no solo no han desaparecido, sino que, de hecho, se han visto notablemente reforzadas. Una vez «superada» la verdad, en un régimen de postverdad como el régimen postmoderno de lo políticamente correcto, cabe preguntarse: ¿no queda el hombre inerme frente a un uso tiránico del poder político?
Ante la crítica a la verdad presente en la obra Vigilar y castigar, una lectura poliana plantearía primero que se pueden distinguir al menos tres dimensiones suficientemente distintas de la verdad24. Los tres niveles en orden jerárquico creciente son: el nivel de las verdades conocidas, las que presentan lo que conocen nuestros actos de conocer, lo conocido; el nivel del conocer humano, las verdades de los actos de conocer, superior a la verdades conocidas; y el nivel de la persona humana, fuente de donde nacen los actos de conocer.
Paralelamente, Polo señala que todo mal conlleva falta de conocimiento en el nivel en el que incide, porque comporta pérdida de dicho conocer. Son posibles tres ataques suficientemente distintos contra cada uno de estos órdenes. Respecto de las verdades conocidas, el error más usual es el relativismo. Respecto de la verdad del conocer está el error típico del agnosticismo, que niega no ya la verdad de lo conocido sino del mismo conocer humano. En tercer lugar, el error más grave contra la verdad es la negación de la persona humana. Algunos pensadores postmodernos y entre ellos de manera destacada Foucault dicen que por debajo de nuestras funciones no hay un quién. La persona es para Foucault un mero efecto del poder. La negación de la verdad presente en la filosofía de Foucault, es la más drástica posible e implica consecuentemente a cada uno de los tres niveles de negación de la verdad.
Frente al relativismo cabe señalar que cualquier crítica contra la verdad es siempre una autocrítica. Si la verdad es relativa, ¿por qué el relativismo se manifiesta de modo categórico? A su vez, cualquier crítica contra la verdad del conocer, supone siempre, a parte de una autocrítica, un desconocimiento, es decir se pasa no por conocer demasiado sino por ser ignorante. Afirma su incapacidad de conocer asegurando que su conocer es solvente. Incluye algo más grave, está jugando con verdades que son más capitales, se pone en juego no sólo las verdades conocidas sino la verdad del conocer humano, es mucho más deshumanizante que lo anterior. Por último, un postmoderno como Foucault afirma que no hay sujeto, no hay verdad personal. Contra esto cabe argumentar que el error solo lo cometen las personas. Con todo, por muchos errores que cometa la persona no se ahoga en los errores que comete, por lo menos mientras vive, porque uno puede rectificar. Ahora bien, si uno se empeña obstinadamente en seguir por esos derroteros, uno se va despersonalizando progresivamente, cosa que es bastante más grave que deshumanizar su conocimiento, porque se está perdiendo el sentido único e irrepetible personal que él es.
Cualquier crítica contra la verdad personal es, en rigor, una despersonalización; está perdiéndose uno como persona. Como la libertad es personal, si uno no quiere ser la libertad que es y está llamada a ser, al final va a ir perdiendo el sentido personal y, al final, si se empeña en ese propósito, lo va a lograr. Pero el hecho de poder lograr la despersonalización no implica que uno tenga el poder de crear algo de la nada (dicho poder es exclusivamente divino), sino más bien, se refiere al poder de descrear. En definitiva, ¿qué es lo que crea el poder en cuanto elemento clave de la filosofía de Foucault? Lo que crea no es otra cosa que la nada. Sobre este último asunto ofrecerá luz la reflexión de F. Hadjadj que se verá a continuación.
El ensayo La fe de los demonios (o el ateísmo superado) es, en palabras de su autor, más que un tratado sobre demonología, un ensayo sobre el combate de la fe. En él Hadjadj, habla del problema del mal y de las sutilezas del fariseísmo, en opinión del autor, una postura mucho más perniciosa que el ateísmo. A lo largo del libro, en repetidas ocasiones, Hadjadj muestra su preocupación ante la posibilidad de caer en dicho fariseísmo. En lo referente a la verdad, el filósofo francés, resalta el vínculo, la tensión inherente de la verdad. Contra ese vínculo con la verdad, actúa el mal a través de la farisaica tentación de autosuficiencia.
El diálogo que aquí se propondrá con los escritos de Leonardo Polo se centrará en las siguientes tres ideas que se han seleccionado como principales en el libro de Hadjadj: la metafísica del mal, la tensión de la verdad y la fe teologal.
Pasamos a analizar el planteamiento acerca de la metafísica del mal. Hadjadj se detiene en su ensayo a reflexionar sobre la pregunta acerca del ser del mal. «Dios es la Causa primera del ser. Toda obra buena, es decir, abierta a la plenitud del ser, la realizamos, pues, con él, bajo su impulso último. Por el contrario, a la obra mala, es decir, desviada por una carencia de ser, el Creador le confiere su parte de positividad, pero su parte de negatividad, propiamente pecaminosa, no procede más que de mí, criatura sacada de la nada y capaz de aniquilar en mí el influjo del ser […]. Y esa desviación se debe sólo a mí mismo. Tal es la delectación que procura el mal: yo no puedo ser causa primera del ser, pero puedo ser causa primera de la nada25». Esta perspectiva permite esclarecer la verdadera naturaleza nihilista del poder ontológico que presenta Foucault (de la cual se habló en el apartado anterior). Para Hadjadj, «la culpa [el mal] no produce nada real. Solamente no sigue el orden requerido. No pertenece a la creación, sino a la descreación26». Por otra parte, el planteamiento de Hadjadj implica que Dios no puede albergar en su ser el mal. Conviene señalar que ante la misteriosa pregunta sobre el origen del mal muchos pensadores han sostenido la postura de culpar a Dios de haber creado el mal. Ante esto, Polo sostiene que «es evidente que esta tesis es gnóstica, y blasfema, pues equivale a negar la omnisciencia, la omnipotencia y la santidad divinas27».
Hadjadj relaciona la inclinación al mal presente en el hombre con la tentación de autosuficiencia: «ser un mundo que se basta a sí mismo: de ninguna forma se podría expresar mejor lo que nos tienta, lo que nos fascina en el pecado28». El pecado es la pretensión de independencia respecto del ser divino. Vemos que esta exposición es coherente con las principales claves teológicas presentes en Leonardo Polo. Polo en reiteradas ocasiones señala que una persona sola (creada o increada) es una tragedia ontológica: «una persona única sería una desgracia absoluta porque estaría condenada a carecer de réplica; por otro lado, una persona no puede tener como réplica más que otra persona29». En el caso de las personas creadas, Polo sostiene que la fuente de su sentido personal es Dios. De hecho, dado que la persona humana es creciente hacia el ser divino, Polo la designaba con el adverbio «además». De manera que para Polo el pecado supone renunciar al carácter de «además», porque implica «desistir de crecer en orden a Dios y declinar el buscar en el ser divino el sentido personal30».
Esta autosuficiencia conlleva implícitamente referir la verdad a sí en vez de al ser divino. Denota, por tanto, un carácter ciertamente farisaico. «Una sinceridad absoluta que en última instancia refiere la verdad a sí, en lugar de a la Verdad misma. […]. Lo que califica radicalmente su mal es exactamente esa pretensión de ser padre de sí mismo en vez de hijo de Dios, de hablar desde su propio fondo en vez de desde la Palabra. Diciéndolo de otra forma: Satán ama el don de sí. Ése es su orgullo más sutil: el don de sí hasta el extremo de querer dar sin haber recibido, de hablar sin haber escuchado, sino partiendo únicamente de lo que proceda de sí solo y sin importar si, como consecuencia, no acaba dando más que la nada31». Se puede concluir en este apartado que «la subordinación de la persona a su esencia, fruto de lo que Polo llama “pretensión de sí», conlleva la pérdida del ser personal y el solipsismo del “yo»32». Vemos de nuevo que para las personas creadas la verdadera fuente del sentido personal está en Dios: es la única fuente de riqueza capaz de desbordar a la criatura y albergar su sentido personal. El mal corrompe la relación con Dios y oscurece, por tanto, la búsqueda del sentido personal.
Analizaremos ahora la tensión de la verdad. Bajo esta expresión Hadjadj se refiere a que la búsqueda de la verdad implica una tensión, comporta un compromiso vital. «En el fondo, sólo merece invectiva el que no busca […]. Es difícil, sin embargo, confesarse a uno mismo que ya no se busca […]. Despedimos sin remordimientos de conciencia todo saber que nos comprometa en cuerpo y alma33». Hay aquí una clara alusión acerca de la naturaleza de la verdad como algo que nos vincula y nos compromete y que, a su vez, nos hace permanecer en tensión, concentrar nuestra atención estando despiertos y vitalmente ligados a ella. Tanto la renuncia a la búsqueda como la pretensión de haberla alcanzado de manera autosuficiente, supone una pérdida de tensión que Polo llamaría una fe detenida, y por tanto en pérdida, en barrena, en decrecimiento.
Respecto de la tensión de la verdad Hadjadj señala que «el hombre vivo, sobre todo si está en oración, de rodillas e inmóvil, está en tensión hacia la energía más alta. Eso mismo ocurre con la Verdad tal como es captada por nuestra inteligencia. Para nosotros, siempre está en tensión (es decir, a la vez ofrecida y reclamando, junto con nuestra atención, cierta tensión en el enunciado)34». Reconocer la verdad implica dejarse vincular personalmente por ella.
Para Hadjadj la tensión de la verdad es creciente cuanto más simple y elevada es la realidad que atisba la inteligencia. «Llegar a la verdad acerca de un tema (no hablo de captarla confusamente) reclama tiempo y estudio y es algo que sólo puede ser refractario a la instantaneidad del eslogan. Hasta el enunciado de una verdad simple en sí misma, para nosotros, es siempre complejo, y tanto más complejo cuanto más simple es esa verdad, pues no está formada por elementos diversos que nuestra inteligencia podría componer o dividir según su costumbre. […]. Ahora bien, esa tensión se va haciendo más fuerte a medida que nos acercamos a realidades más simples. Los enunciados de la fe católica están ahí para facilitar la adhesión a la verdad simplicísima de Dios (como los diversos rasgos están ahí para hacernos conocer el rostro único e indivisible de una persona)35».
Respecto del carácter de dualidad presente en la realidad antropológica Hadjadj señala: «sólo el Eterno es absolutamente uno. La creación está, pues, del lado de lo que sale de la Unidad absoluta. El dos es nuestra morada. […] el presente siempre está abierto a un porvenir radical, en donde puede darse la impensable recaída o la remisión inesperada. […]. El Génesis comienza por el dos porque nuestra habitación es doble: la pasajera y la eterna, Y el lapso entre una y otra es el tiempo de la gracia ofertada. Querer todo desde ahora o trasladar todo al porvenir, estar demasiado seguro de la propia salvación o bien demasiado seguro de la propia perdición, es pretender una unidad que no es nuestra y es –presunción o desesperanza que consiguen helar la fuente– rehusar la sorpresa de Lo que viene. ¿No es ése el pecado del ángel? Mejor que recibir, tras un periodo de prueba, la bienaventuranza divina, prefirió darse una felicidad inmediatamente accesible y forzosamente inferior36». Se puede entrever que Hadjadj se refiere aquí al trascendental metafísico que Polo denominaba identidad originaria y muestra nuestra distinción como criaturas respecto de dicho trascendental.
«Puesto que consiste en mantener ese dos unido, la verdad es siempre, por lo tanto, trinitaria: está uno, el otro y su relación. Es el dos del dúo. Pero el diablo se presenta para que se rompa la relación y el uno se alce contra el otro. Es el dos de lo dual. Así pues, el número dos es el de la prueba: o bien se va hacia menos que dos, en la separación o en la confusión (pero como el Uno en sí nos está negado ese menos que dos vale por una división indefinida); o bien se va hacia más que dos, en la apertura hacia un tercero inaprensible. Porque, ¿qué es esa relación que puede unir las cosas más diversas, incluso reunir también al piadoso y al pecador? O mejor, ¿quién realiza esa relación? Ben Sirá habla de las obras del Altísimo y también de su gloria. Eso significa que lo que en última instancia realiza la unidad en la diversidad es precisamente aquel que es el misterio en persona, el Espíritu creador y redentor del universo. Ahora bien, ese misterio no permite que uno se quede en el simple conocimiento. Exige que se pase al reconocimiento, es decir, a lo que se sustenta en los reencuentros y la acción de gracias. La razón última de las cosas no es una razón, sino un amor. Los seres sustentan su existencia y su comunión en un don absolutamente gratuito, sin otro motivo que el mismo37». Aquí Hadjadj explora las implicaciones del trascendental de la metafísica clásica de la verdad. Habla de la verdad como estructura trinitaria. Como se va a intentar mostrar a continuación, Hadjadj parece intuir la propuesta poliana de reformulación y ampliación del elenco de los trascendentales metafísicos medievales con los trascendentales antropológicos.
El planteamiento implícito en Hadjadj es coherente con el poliano. Polo afirma que «a Dios corresponde por antonomasia el sentido principal del ser, por ser la Identidad originaria. Sin embargo, también Dios es un ser personal con el que el hombre coexiste38». Hadjadj parece vislumbrar el nexo de unión existente entre los trascendentales personales polianos (libertad co-exitencial, conocer personal y amor personal), su apertura referida al Ser personal y su no viabilidad de manera aislada. A su vez, establece la preponderancia del amor, expresada de manera concreta en el orden creatural, en la gratuidad del amor. Un conocer que se quede en el simple conocimiento, quedaría detenido y por tanto, en palabras de Hadjadj, disminuiría porque «o bien se va hacia a más o bien se va hacia menos». Hadjadj señala que para que sea posible la unión, el nexo de conversión, entre el trascendental verdad (relativo al intelecto personal) y el trascendental bien (relativo al amar personal) debe pasarse al reconocimiento, que es precisamente el nexo unitivo y de apertura entre ambos trascendentales. En efecto, si uno se queda en el mero conocer, un saber que no implica un vínculo íntimo en su ser creatural, se enfría el nexo unitivo entre el intelecto personal y el amar personal y la apertura hacia la fuente del sentido trascendental se angosta.
Veamos ahora el tercer punto, la fe teologal. Según Hadjadj: «creer en Dios (acusativo) implica ir hacia Él, y como lo que nos hace salir de nosotros mismos para tender hacia el otro es el amor, puesto que el que ama tiene puestos su corazón y su espíritu intencionalmente en su bienamado más que en sí mismo, sólo la caridad divina nos da el creer verdaderamente en Dios. Desde su punto de vista, los demonios no creen en, sino fuera de Dios, es decir, sin amor39». Esa fe de los demonios, que es el título del libro, recuerda principalmente a la fe farisaica, es decir una fe falseada, no una fe teologal. La fe teologal es una gracia divina: «se trata nada menos que de una gracia del Señor contra los trabajos forzados del Faraón: es la Verdad que viene por bondad a tomarnos, y no nosotros los que la tomaríamos por la fuerza. Porque esa Verdad es la del encuentro y la comunión, no la de la proeza y la independencia40».
Respecto de la autosuficiencia farisaica, señala Hadjadj que «el que testimonia con suficiencia, testimonia contra sí mismo, sea cual sea la veracidad de su testimonio, porque el verdadero testigo de la Verdad no puede ser autosuficiente: signo puro, debe ser transparente para Aquel de quien da testimonio, que él reconoce como mayor y ante el cual se humilla y desaparece para que otro pueda ir a su encuentro. Ahora bien, lo que proporciona esa transparencia del signo es la opacidad misma del amor, de ese amor que ama al Otro en él mismo, más allá de lo que se conoce de él, más allá de la sola transparencia intelectual41».
Para Polo la verdadera fe teologal es la aceptación de la actuación de la gracia divina que eleva el conocer personal y se incardina, por tanto, en el nivel del acto de ser personal humano. Desde una perspectiva poliana, se podría señalar que una fe autosuficiente (una fe falsificada), no sería una verdadera fe teologal sino una fe «cosificada» incardinada en el nivel de conocimiento racional del ámbito del disponer, en la esencia cognoscitiva humana. Esto es así porque reconocer la verdad, es implicarse personalmente con ella, entra en el terreno de juego de la antropología trascendental. Nos eleva, nos hace libres y a la vez nos vincula con ella. Quien compromete su vida en testimonio de la verdad, crece hacia quien alberga la verdadera fuente de sentido personal. En el siguiente punto se va a analizar al escritor Jordan Bernt Peterson quien manifiesta notablemente dicho crecimiento porque es un ejemplo de ese compromiso vital en testimonio de la verdad frente a lo políticamente correcto.
Jordan Bernt Peterson es un psicólogo clínico canadiense, escritor, crítico cultural, y profesor emérito universitario de psicología. En 2016 saltó a la fama por su oposición a un proyecto de ley del gobierno canadiense que pretendía imponer la ideología de género en todos los ámbitos (también en el universitario) especialmente a través de la regulación del lenguaje. Peterson criticó el carácter ideológico de dicha pretensión ya que a su juicio atentaba contra la libertad de expresión constituyendo una manifestación totalitaria de lo políticamente correcto. Se convirtió así en el epicentro de un acalorado debate. Lejos de arredrarse ante el acoso mediático, concedió numerosas entrevistas que rápidamente alcanzaron millones de visualizaciones en las plataformas digitales. A su vez, escribió el libro Las doce reglas: un antídoto al caos. El capítulo del libro en el que Peterson expone su planteamiento acerca de la verdad es el octavo: «Regla 8: Di la verdad, o por lo menos no mientas». El binomio presente a lo largo de dicho capítulo es la mentira y la verdad. Peterson afirma que «ir a lo fácil o decir la verdad no son solamente dos opciones distintas. Son dos caminos diferentes que atraviesan la vida. Son dos formas totalmente distintas de existir43». Seguidamente se pondrá en diálogo el planteamiento de Peterson referido a dicho binomio con el pensamiento de Leonardo Polo.
Se comenzará con el primer elemento del binomio: la mentira. Polo sostiene que «su constitutivo material es el enunciado falso (en esto coincide con el error); pero a ello se añade su carácter voluntario, que es su constitutivo formal (querer que el lenguaje no se adecúe con la verdad). Un tercer constitutivo consecuente o final es intentar engañar para obtener algún provecho44». Peterson señala que, dado que la mentira es un acto voluntario, una persona sabe cuando miente, y que mentir tiene profundas consecuencias tanto a nivel individual como a nivel social: «cuando un individuo miente, lo sabe. Puede que quiera ignorar las consecuencias de sus acciones, puede que sea incapaz de analizar y articular su pasado y que así no lo entienda, puede incluso que olvide que ha mentido y no sea por tanto consciente. Pero en ese preciso instante, cuando cometió cada uno de los errores en cuestión o cuando obvió cada una de sus responsabilidades, sí que lo era. En ese momento sabía lo que estaba haciendo. Los pecados de los individuos corrompen el Estado45». Respecto de esto último, Polo señala que «una sociedad de personas que no viven la veracidad, que prescinden de la comunicación como conectivo social se desmorona46».
Peterson sostiene que la mentira, una vez representada, tiende a expandirse enturbiando la realidad: «lo que consigues ver de una mentira cuando la representas (y la mayor parte de las mentiras no se cuentan, se representan) es en realidad una ínfima parte de lo que es realmente. Una mentira está conectada a todo lo demás. Produce el mismo efecto en el mundo que una simple gota de aguas fecales vertida dentro de la mejor botella de champán. Hay que concebirlo como algo vivo, algo que se expande47». Polo, en consonancia con lo anterior, afirma que «la mentira nunca está justificada y no sólo por consideraciones de tipo moral individual, sino porque desintegra la organización; es el gran corrosivo de la vida social48».
En lo que se refiere al uso del lenguaje sin veracidad Peterson señala que: «puedes utilizar las palabras para manipular el mundo y hacer que te proporcione lo que quieras. Es lo que viene a ser “actuar políticamente». Es tergiversar. Es la especialidad de aquellos que carecen de escrúpulos, ya sean comerciantes, vendedores, publicistas, donjuanes, utópicos cargados de eslóganes o psicópatas. Es el tipo de discurso al que la gente se lanza cuando intenta influir y manipular a los demás49». Se trata por tanto del tercer constitutivo de la mentira que mencionaba Polo: intentar engañar para obtener algún provecho. Polo afirma que «no se miente porque sí (no hay una tendencia natural a la mentira), sino porque se cree que es más ventajoso que decir la verdad50». Pero dicha creencia es errónea porque por muy ventajoso que pueda resultar en un momento dado articular una mentira, ello supone un decrecimiento en la intimidad humana, una pérdida a nivel trascendental (del acto de ser), el nivel antropológico más elevado y, por tanto, el más valioso.
Más allá de ese tercer constitutivo, Peterson sostiene que la mentira acaba afectando a la propia vida, a nivel íntimo, personal: «si te traicionas a ti mismo, si dices cosas falsas, si escenificas una mentira, lo que haces es debilitar tu carácter. Si tienes un carácter débil, te avasallará la primera adversidad que surja, e inevitablemente surgirán. Intentarás esconderte, pero ya no podrás hacerlo en ningún sitio. Y entonces acabarás haciendo cosas horribles. Tan solo la filosofía más cínica e inútil insiste en que la realidad puede mejorarse por medio de la falsificación. Una filosofía semejante juzga de la misma forma el Ser y lo que puede llegar a ser, y ambas cosas le resultan fallidas. Acusa a la verdad de resultar insuficiente y a las personas honestas de dejarse engañar. Es una filosofía que al mismo tiempo propicia y justifica la corrupción endémica del mundo51».
Para ambos autores, cuando uno miente, uno se aleja de la verdad no por un problema del conocer sino por un problema de la voluntad: «no se trata, pues de una visión. Es, por el contrario, ceguera voluntaria. La peor clase de mentira. Es algo sutil, algo que siempre se escuda en algún tipo de racionalización sencilla. La ceguera voluntaria es la negativa a saber algo que podría saberse. (…). Es la negativa a reconocer un error para seguir aplicando el plan. (…). El error requiere el sacrificio que supone corregirlo, con lo que un error grave necesita un sacrificio igual de grave. Aceptar la verdad es un sacrificio, y si has estado rechazándola durante mucho tiempo, entonces has acumulado una deuda enorme en lo que se refiere a sacrificios52». Acorde con esto, el profesor Sellés señala que «cuesta decir la verdad, supone un esfuerzo. Decirla siempre conlleva sacrificio. Pero al proferirla se gana más que en fortaleza, en audacia53».
En la referente a la verdad y la ganancia que una vida de cara a ella conlleva, Peterson señala que «mientas sigues viviendo de acuerdo con la verdad, a medida que se te revela, tendrás que aceptar los conflictos que esa forma de Ser irá generando y deberás lidiar con ellos. Si lo haces, seguirás madurando y haciéndote más responsable de maneras sutiles (que no hay que subestimar) y de otras más significativas. Cada vez te acercarás más y más a tus nuevos objetivos, formulados con mayor sabiduría, y cada vez sabrás mejor como formularlos cuando vayas descubriendo y rectificando tus inevitables errores. Tu concepción de lo que es importante se irá refinando cada vez más a medida que incorpores la sabiduría de tu experiencia. Dejarás de tambalearte y caminarás de forma cada vez más directa hacia el bien, un bien que nunca podrías haber comprendido si hubieras seguido insistiendo a pesar de todas las pruebas de lo contrario en que llevabas razón, toda la razón, desde el principio54». En palabras de Polo «la verdad es alegre, ya que es preferible a cualquier otro objetivo vital, y reclama sinceridad de vida, búsqueda. Conviene empezar de una buena vez sin prisas; importa no ser escéptico, no renunciar a la tarea de buscarla y servirla, por más que parezca utópica o inalcanzable. Buscar la verdad lleva consigo ser fiel a ella, no admitir la mentira en uno mismo55». Es decir, que buscar la verdad implica vivir en coherencia y en fidelidad a la verdad y supone una ganancia siempre creciente de sentido personal.
Respecto de la perennidad y el provecho de la verdad escribe Peterson que «la verdad construye edificios que pueden resistir en pie durante miles de años. La verdad da ropa y alimentos a los pobres y hace que las naciones disfruten de prosperidad y seguridad. La verdad reduce la terrible complejidad de una persona a la simpleza de su palabra, de tal forma que pueda estar a nuestro lado y no en contra de nosotros. La verdad hace que el pasado se quede de verdad en el pasado y consigue sacar el mayor provecho de nuestras posibilidades futuras. La verdad es el mayor recurso natural, aquel que nunca se puede agotar. Es la luz en las tinieblas56».
Peterson afirma que la verdad en cuanto a trascendental está relacionada con el Ser: «la verdad siempre emana permanentemente renovada del manantial más profundo del Ser57». Se intuye aquí una jerarquía de trascendentales en la cual el trascendental prioritario es el ser. Dicha tesis es coherente con la filosofía poliana: «lo más importante es mantener la primacía del acto de ser: sostener que el trascendental primero es el ser58».
De los tres pensadores contemporáneos que en este trabajo se ha tratado de poner en diálogo con la filosofía de Leonardo Polo, Michel Foucault es el pensador que más se le distancia en sus planteamientos en lo referido a la teoría del conocimiento. Para Leonardo Polo la verdad carece de sustituto útil, mientras que Foucault, como otros muchos autores modernos y contemporáneos, la subordina al poder. Se trata de un peculiar voluntarismo, en el cual el poder humano es el motor ontológico. Foucault, heredero de la idea de la muerte de Dios nietzscheana, traslada el conflicto medular de la filosofía ockhamista acerca de la omnipotencia divina al hombre: la omnipotencia humana. Realiza un ataque a las tres dimensiones de la verdad: la verdad conocida, la verdad de los actos del conocer y la verdad personal humana. Se trata, por tanto, de un relativismo, un agnosticismo y una despersonalización. La persona para Foucault es un mero efecto del poder. Por otra parte, el concepto foucaultiano de régimen de verdad, en la era de la postverdad es el régimen de lo políticamente correcto que en nuestros días ha adquirido una influencia hegemónica a nivel sociocultural.
En cuanto a la perspectiva acerca del mal que ofrece Fabrice Hadjadj, permite esclarecer la verdadera naturaleza nihilista del poder ontológico que presenta Foucault. Por otra parte, el planteamiento implícito en la obra de Hadjadj vislumbra el nexo de unión entre los trascendentales personales polianos (libertad co-exitencial, conocer personal y amor personal), su apertura referida al Ser personal y su no viabilidad de manera aislada. Respecto de su jerarquía establece la preponderancia del amor, expresada de manera concreta en el orden creatural, en la gratuidad del amor.
Por último, Jordan Bernt Peterson es un pensador que ha sufrido en primera persona el acoso intimidatorio del dominio que ejerce lo políticamente correcto a nivel sociocultural. En notable paralelismo con Sócrates, manifiesta biográficamente como en la medida en que se establece un compromiso vital en testimonio de la verdad, se crece hacia quien alberga la verdadera fuente de sentido personal. En consonancia con la teoría del conocimiento de Leonardo Polo establece que el trascendental primero es el Ser.
Señalaba Polo que «la filosofía es el amor a la verdad, la búsqueda de la verdad. La filosofía se ocupa de la verdad de modo global, sin restricciones. Lleva consigo una actitud sin la cual el amor a la verdad no aparecería, o estaría condicionado por otros intereses; el amor a la verdad tiene que ser sincero, auténtico59».
La coherencia entre los escritos de Fabrice Hadjadj, Jordan Bernt Peterson y Leonardo Polo, es palpable y resulta particularmente elocuente. Desde los comienzos de la era cristiana, los Padres de la Iglesia han podido apoyarse y consumar una síntesis muy acertada entre las enseñanzas de la sabiduría antigua griega y romana y la teología cristiana. En el fondo, esta coherencia, desmonta el planteamiento ockahmista, porque muestra que la filosofía está naturalmente abierta a cuestiones teológicas, por ejemplo, a los 10 mandamientos, que son la expresión de la moral «natural» humana. Como expone brillantemente el profesor Juan Luis Lorda, «los primeros cristianos se quedaron asombrados al comprobar hasta qué punto lo que enseñaban coincidía con muchos preceptos de la sabiduría antigua griega y romana (…) Al pensar en estas coincidencias, los cristianos se acordaban de que la ley de Dios está metida en el fondo de la realidad, porque el mundo ha sido creado por Dios. Por eso la ley de Dios no es algo superpuesto y extraño a la conciencia humana, sino que es como un ideal de vida. Por esto le llamaron “ley natural», es decir la ley o estructura íntima o sentido de las cosas y de las personas60».
Como señalaba el profesor Modesto Santos Camacho, «recuperar la relación intrínseca de los conceptos de bien, norma y virtud que constituyen la verdad y el significado moral de la acción humana es el desafío más importante de la ética contemporánea61». Para favorecer dicha recuperación es clave un diálogo auténtico entre la razón y la fe. La simbiosis entre razón y fe es uno de los pilares fundamentales de la grandeza del occidente cristiano (y parte del oriente) que permitió el desarrollo de una civilización única en la historia de la humanidad. Para revivificar dicha relación armoniosa las aportaciones de Leonardo Polo manifiestan un enorme potencial.
ARISTÓTELES, Metafísica, I.
ARISTÓTELES, Metafísica, VII.
ARISTÓTELES, Metafísica, X.
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Andrés Carrascosa Gil es Graduado en Medicina, Facultativo Especialista de Área en Anestesista y Reanimación y Terapéutica del dolor. Actualmente, es estudiante de Grado de Filosofía en la UNED.
Líneas de investigación:
Leonardo Polo, Francisco Canals.
Email: andrescarrascosa@hotmail.com
1 Téngase en cuenta que en el momento de redacción del presente artículo el libro de Fabrice Hadjadj con título original “La foi des démons (ou l’atheisme dépassé)” todavía no ha sido traducido al inglés.
2 BÁRCENA, A., 2019, p. 82.
3 SELLES, J. F., 2019, p. 185.
4 Con cierto humor chestertoniano podría afirmarse como la creencia en la inmaculada concepción de todos los hombres.
5 DE PRADA, J. M., 2021, p. 26.
6 SELLES, J. F., 2019, p. 254.
7 BELLOC, H., 1942, p. 321.
8 SELLES, J. F., 2019, p. 254.
9 SELLES, J. F. y GALLARDO, F., 2019, p. 151.
10 El enfoque del análisis de la obra Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión que aquí se presenta es deudor principalmente de las clases del escritor y politólogo argentino Agustín Laje.
11 FOUCAULT, M., 2003, p. 198.
12 FOUCAULT, M., 2003, p. 37.
13 ARISTÓTELES, Metafísica, I, 980a 21.
14 NIETZSCHE, F., 1990, p. 16.
15 FOUCAULT, M., 2003, p. 37.
16 ARISTÓTELES, Metafísica, VII, 1011b 26.
17 ARISTÓTELES, Metafísica, X, 1051b 3-8.
18 SELLES, J. F. y GALLARDO, F., 2019, p.157.
19 FOUCAULT, M., 2003, p. 237.
20 POLO, L., 2015, p.196.
21 FOUCAULT, M., 2003, p. 54.
22 Archipiélago Gulag fue publicado en 1973, dos años antes de la publicación de la obra de Michel Foucault que aquí se analiza.
23 Jn, 8:32. «y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
24 Este enfoque es deudor del capítulo 7 del libro Teoría del conocimiento de SELLES, J. F. y GALLARDO, Pamplona, Eunsa, 2019. Así mismo, es también deudor de la conferencia ¿Qué es el hombre?¿Alma y cuerpo? Conversando con Juan F. Sellés. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=zzmsLPxk6_k.
25 HADJADJ, F, 2009, p. 88-89.
26 Ibid., p. 128.
27 POLO, L., 2021, p.141.
28 HADJADJ, F., 2009, p. 133.
29 POLO, L., 2018, p. 55.
30 SELLES, J. F., 2019, p. 200.
31 HADJADJ, F., 2009, p. 107.
32 SELLES, J. F., 2019, p. 187.
33 HADJADJ, F., 2009, p. 19.
34 Ibid., p. 149.
35 Ibid., p. 150.
36 Ibid., p. 153.
37 Ibid., p. 154-155.
38 POLO, L., 2021, p.192.
39 HADJADJ, F., 2009, p. 69.
40 Ibid., p. 114.
41 Ibid., p. 176.
42 El enfoque del análisis del pensamiento de Polo en este punto es deudor del artículo de SELLÉS J. F., La veracidad-sinceridad según Leonardo Polo, Cuestiones Teológicas, 2020, pp. 167-184.
43 PETERSON, J. B., 2020, p. 268.
44 POLO, L., 2019, p. 385.
45 PETERSON, J. B., 2020, p. 274-275.
46 POLO, L., 2019, p. 361.
47 PETERSON, J. B., 2020, p. 292.
48 POLO, L., 2019, p. 387.
49 PETERSON, J. B., 2020, p. 268.
50 POLO, L., 2019, p. 362.
51 PETERSON, J. B., 2020, p. 272-273.
52 Ibid., p. 273-274.
53 SELLÉS J. F., 2020, p. 181.
54 PETERSON, J. B., 2020, pp. 288-289.
55 POLO, L., 2015, p. 28.
56 PETERSON, J. B., 2020, p. 294.
57 Ibid., p. 294.
58 POLO, L., 2021, p. 189.
59 POLO, L., 2015, p. 27.
60 LORDA J. L., 2015, pp. 11-12.
61 SANTOS, M., 2001, p. 463.
© Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, vol. XXVIII Nº1 (2023), pp. 135-154. ISSN: 1136-4076
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