Reflexiones en torno al uso del lenguaje durante el proceso de duelo

Reflections on the use of language during
the grieving process

Beatriz Tovar Hernández

Universidad de Guanajuato

Recibido: 03/09/21 Aceptado: 02/06/22

RESUMEN

El proceso de duelo ante la pérdida de un ser querido es un fenómeno complejo. Diversas teorizaciones se han propuesto para explicarlo. Para entenderlas es necesario situarse por encima de la sistematicidad, del orden lógico pre-establecido por la razón. No hacerlo puede simplificar la comprensión de las vivencias de los dolientes, quienes han perdido a un ser querido. Este artículo propone revisar la teoría del duelo de Elisabeth Kübler-Ross apoyándose en la concepción del lenguaje de Ludwig Wittgenstein. La conjunción tanatología y filosofía permitirá una comprensión profunda de la complejidad entrañada en el dolor ante la muerte de quien se ama.

PALABRAS CLAVE

COMPLEJIDAD, DOLIENTES, DUELO, LENGUAJE

ABSTRACT

The grieving process in the face of the loss of a loved one is a complex phenomenon. Various theorizations have been proposed to explain it. To understand them it is necessary to place oneself above the systematic, the logical order pre-established by reason. Failure to do so can simplify the understanding of the experiences of the bereaved, who have lost a loved one. This article proposes to review Elisabeth Kübler-Ross’s theory of mourning based on

Ludwig Wittgenstein’s conception of language. The conjunction thanatology and philosophy will allow a deep understanding of the complexity involved in the pain before the death of someone you love.

KEYWORDS

COMPLEXITY, MOURNERS, GRIEF, LANGUAGE

  1. Introducción

    El uso del lenguaje durante el proceso de duelo muestra una riqueza significativa peculiar y atípica, propia de situaciones extraordinarias. Esto puede provocar una falta de entendimiento entre quien vive el duelo y quienes tratan de acompañarle en el tránsito de su dolor. El doliente se sitúa por encima de la razón. En su vivencia no hay lugar para pensar y aceptar procesos definidos por los cuales deba transitar. Quienes le acompañan suelen considerar lo contrario. Al estar situados en el ámbito de la razón, no en el del dolor causado por la pérdida, apuestan y validan etapas del duelo bien definidas y sistematizadas. Emerge una ruptura entre el doliente y sus acompañantes. Ruptura que puede ser esclarecida a través de un análisis del lenguaje. Para hacerlo se toma como punto de partida las ideas del segundo Wittgenstein en torno al significado y los planteamientos de Kübler-Ross sobre el duelo. Este análisis filosófico permite entender a profundidad la propuesta de Kübler-Ross así como las malas interpretaciones que, a decir de la propia autora, se han realizado sobre sus escritos. Para lograr lo anterior, el presente trabajo se divide en dos partes. La primera revisa conceptos wittgenstenianos a partir de los cuales posteriormente se analiza la propuesta de Kübler-Ross. La segunda parte analiza las etapas de duelo por las que según Kúbler-Ross transita el doliente; además, incluye diversas citaciones de textos que narran situaciones de pérdida, esto permite entender la fragilidad del doliente mostrada en el uso de su lenguaje.

  2. Conceptos fundamentales del análisis wittgensteniano
    sobre el lenguaje

    Uno de los principales problemas planteados por la filosofía del lenguaje es explicar y comprender qué es el significado. Desde la perspectiva del segundo Wittgenstein el significado de una palabra es el uso que se hace de ella en el lenguaje. En este contexto el lenguaje es entendido como juegos de lenguaje, los cuales son múltiples y cambiantes ya que su «uso» depende de una actividad o forma de vida. Cada juego de lenguaje tiene una evolución diferente, algunos juegos nacerán, otros envejecerán y morirán. Nos dice Wittgenstein en sus Investigaciones Filosóficas:

    Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos periodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes. (Wittgenstein 1988, p. 31)

    La comparación realizada por Wittgenstein permite entender que el lenguaje se modifica, cambia. Es posible generar nuevos usos del lenguaje y también desplazar otros, esto responderá a las necesidades presentadas. Lo implicado en esta idea es la evolución del lenguaje. Conviene advertir que la evolución del lenguaje se da en contextos demarcados por necesidades situadas en lo cotidiano y/o en lo extraordinario. En el primer caso el uso del lenguaje responde a fines perseguidos, valores y costumbres manifestadas por los usuarios de determinado lenguaje. En el segundo caso está marcado por necesidades contingentes, imprevistas e inciertas. De ambos contextos dependen la generación y/o desplazamiento de ciertos juegos de lenguaje. No es posible enmarcar los juegos del lenguaje en un solo contexto, sin embargo, puede verse que en algunos casos pesará más el cotidiano y en otros el extraordinario. La relación entre dichos contextos muestra que la evolución del lenguaje es problemática. El concepto de parentesco permitirá aclarar más este punto.

    La generación de un lenguaje a partir de otro da lugar a múltiples formas de relacionarse. Las más elementales son dos, estos pueden nombrarse a través de la siguiente disyuntiva: uno muere y otro vive o ambos coexisten en el tiempo. En cualquiera de los dos casos hay un parentesco de familia que posibilita el significado y la comprensión. Los juegos de lenguaje no tienen una única característica por la cual se les inscriba en un determinado juego. Su pertenencia se da por múltiples características. Dice Wittgenstein: «[…] diré los juegos de lenguaje componen una familia» (ibid., p. 89). La noción de parentesco es central para comprender la propuesta de Wittgenstein. En el ámbito de las relaciones humanas los parecidos de familia se dan de formas muy diversas, por ejemplo, por semejanzas respecto a la estatura, facciones, color de ojos, temperamento, etc. En algunos casos los parecidos serán muy notorios; en otros, no. La semejanza entre los juegos de lenguaje es similar a los parecidos entre los miembros de una familia. En el caso de los juegos del lenguaje la relación de parentesco se dará a través de las reglas y del contexto al cual se adhieren. A continuación se proponen dos ejemplos para mostrar lo anterior.

    Un juego del lenguaje en el que la intención es enseñar a sumar a un niño, a quien se le plantea el siguiente problema ¿cuál es el resultado de sumar 7+2? Si su respuesta es 12, se le dirá que es incorrecta y se le tratará de explicar de manera más clara en qué consiste la suma, por ejemplo, haciendo uso de los dedos de la mano. Sin embargo, si se le pregunta al mismo niño ¿cuáles son tus números preferidos? Y él responde «7, 2 y 12», se le dirá que su respuesta es correcta. En estos ejemplos se puede ver el uso de los mismos números y en el mismo orden: 7, 2 y 12, pero en distintos juegos, con reglas y contextos diferentes, los cuales acreditan la corrección o incorrección de los números mentados. El segundo ejemplo es el siguiente: solicitar al mismo niño relatar un suceso que incluya tres personas; después pedirle inventar una historia que incluya a las tres personas del suceso relatado. Ambos juegos son semejantes en ciertos aspectos, por ejemplo, mayormente harán uso de verbos. Pero distan mucho en otros, por ejemplo, en su relación con lo real. Si se observa la relación entre los cuatro juegos planteados puede advertirse una gran complejidad. Los cuatro, en mayor o menor grado, son parecidos y distintos entre sí. Como se ha mencionado, su parentesco dependerá de las reglas y del contexto. En este último se incluye el tipo de persona. En los ejemplos anteriores se propuso un niño. El contexto cambiará si se propone un adolescente o un adulto. Por esta razón las reglas y el contexto son centrales para entender el significado.

    La multiplicidad de los juegos de lenguaje y la gran diversidad de reglas aplicadas dan cuenta de la complejidad de las formas de vida. Lenguaje, acción y pensamiento se encuentran intrínsecamente conectados. El uso del lenguaje está íntimamente relacionado con lo que se hace y con lo que se piensa, aun cuando lo pensado solo sea coherente en el pensamiento. Durante la etapa del duelo entra en juego el uso de un lenguaje peculiar, que oscila en contextos muy diferentes entre sí. Caracterizados por la presencia de: la razón y la sin-razón, lo ordinario y lo extraordinario, lo social y lo privado. Este lenguaje se muestra antagónico y contradictorio en sí mismo. En los siguientes párrafos se profundizará sobre las características mencionadas.

    La realidad enfrentada por el doliente es incompatible con quienes le rodean. Por ejemplo en la relación con el médico. Aun cuando este tenga un buen grado de empatía suele ser una persona ajena al dolor del doliente. Es posible afirmar: no juegan el mismo juego del lenguaje. El médico suele situarse en el ámbito de la razón, de la explicación, por ende, en el ámbito de lo ordinario, entonces, es incapaz de entender y ser entendido por el doliente, quien se encuentra en el ámbito de lo extraordinario. En este contexto la razón queda corta, no explica nada, pierde sentido, se vuelve inocua.

    El dolor se sitúa en el ámbito de lo extraordinario, accesible a pocos; incluso puede ser un juego en solitario. El juego del lenguaje jugado durante el duelo en principio y por definición solo es jugado por el doliente, esto no descarta la posibilidad de ser jugado y entendido por otros, solo establece la necesidad de que para su comprensión hará falta jugar el mismo juego. ¿Cuáles son las reglas de este juego? No hay reglas precisas. El doliente entra de imprevisto en una realidad donde debe aprender a jugar un juego que aún se está haciendo. He ahí la principal contradicción. El juego no existe del todo. Durante el proceso del duelo el juego es incierto, sin reglas específicas. Por ello, para el doliente la realidad puede ser incompatible con sus propios pensamientos. Ante tal situación busca coherencia a lo dicho, busca la razón porque necesita de ella, porque de forma repentina, extraordinaria, se ha ausentado de su vida. De forma categórica se puede afirmar: solo se busca lo ausente, lo perdido. El doliente busca una razón que le ayude a entender lo incomprensible. Al hacerlo oscila entre el juego del lenguaje jugado desde su dolor y el juego del lenguaje jugado desde su entendimiento con los otros. Para entender este contexto es importante tener presente que el concepto de razón aparece como una especie de afrenta durante las etapas de negación, ira, depresión y negociación. Esta idea se profundizará en la segunda parte del trabajo, por lo pronto, conviene advertir que durante el duelo la razón muestra una precariedad significativa que impide el entendimiento. El nuevo juego de lenguaje va más allá de la razón. En un sentido semejante Lakoff y Johnson en su libro Metáforas de la vida Cotidiana exponen lo siguiente:

    Qué es lo significativo para mí es cuestión de qué es lo que tiene sentido para mí. Y lo que tiene sentido para mí no depende de mi conocimiento racional solamente, sino de mis experiencias pasadas, valores, sentimientos e intuiciones. El significado no es algo preciso, es cuestión de la imaginación y de la construcción de coherencia. (Lakoff y Johson 1986, p. 258)

  3. Proceso no lineal de las etapas del duelo propuestas
    por elisabeth kübler-ross

    Tomando como punto de partida las ideas sobre el significado abordadas en el apartado anterior se tratará de comprender ¿qué está implicado en las expresiones que surgen en las etapas del duelo? Para empezar, es importante mencionar que existen varias maneras de entender el duelo. Freud en su texto Duelo y Melancolía dice que es una reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga las veces de tal objeto, como la patria, la libertad, un ideal. Las reacciones frente a la pérdida son planteadas por Freud como desviaciones de la conducta normal en la vida, sin embargo, no son consideradas patológicas, pues señala: «Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará.» (Freud 1992, p. 242). La pérdida de interés por el mundo exterior y el extrañamiento de la realidad son característicos del duelo. El problema planteado es cómo asumir nuevamente la realidad. Esto, dice Freud, se hace poco a poco, pieza por pieza y resulta doloroso (ibid., p. 243). Sin embargo, en el duelo normal, según Freud, se «vence la pérdida del objeto.» (ibid., p. 252) Este planteamiento parece sugerir que el duelo es un proceso finito porque la realidad se asume poco a poco.

    Este trabajo se centra en el planteamiento de la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, quien trabajó con enfermos terminales y pudo identificar que viven un proceso peculiar cuando se acerca el final de su vida. En el libro La muerte y los moribundos Kübler-Ross menciona que hay cinco etapas en el proceso de duelo: negación, ira, pacto, depresión y aceptación. Posteriormente planteó esas mismas etapas para dar cuenta del duelo por la pérdida de un ser querido. En el texto Sobre el duelo y el dolor señala que las etapas presentes en la pérdida de un ser querido fueron malinterpretadas ya que fueron asumidas como categorías rigurosas, en un único orden y duración. Kübler-Ross considera que no hay pérdidas ni reacciones típicas ante la pérdida porque todo duelo es singular, al igual que lo es la vida misma. Las etapas de duelo deben ser entendidas como un marco en el que se puede aprender a aceptar la pérdida de un ser querido ayudando a identificar lo que se está sintiendo.

    La negación es la primera etapa identificada por Kübler-Ross como parte del proceso de duelo. Esta se caracteriza porque la pérdida no puede entenderse y por esa razón se niega lo sucedido. Las personas suelen preguntarse si están soñando o incluso pueden negar los acontecimientos. Esto sucede porque durante la etapa de negación el sentido y la coherencia del mundo se sostienen en la persona que ha fallecido o está en el umbral de la muerte. Un ejemplo de la etapa de negación es el narrado por Isabel Allende en su libro Paula cuando un médico le informa que su hija tiene daño cerebral:

    – Aquí hay un error. ¡Tiene que repetir esos exámenes…

    – Usted no sabe lo que está diciendo! ¡Nunca vio a Paula sana, no sospecha cómo es mi hija! Es brillante, la más inteligente de la familia, siempre la primera en todo lo que emprende…

    – Lo lamento mucho… -murmuró tomándome las manos, pero ya no lo oía… (Allende 1996, p. 228)

    En este ejemplo no se comunica la muerte de la persona amada sino una grave enfermedad que podría terminar en ella. De esta forma, se muestra que el duelo no necesariamente comienza cuando acontece la muerte. Puede iniciar ante la tangible posibilidad de su presencia. Cuando se le comunica a la madre la situación en la que se encuentra su hija, su respuesta es de incredulidad porque el orden del mundo, las costumbres, los hábitos y las expectativas cambian de forma radical. La realidad tal y como se presenta no puede entenderse. Dice Kübler-Ross:

    Estamos conmocionados y negamos los hechos…La negación nos ayuda a clarificar el dolor de la pérdida. Hay alivio en ella. Es la forma que tiene la naturaleza de dejar entrar únicamente lo que somos capaces de soportar. (Kübler-Ross 2016, p. 26)

    Para Kübler-Ross al intentar encontrar explicaciones nuevamente se comienza a instaurar la realidad en la que la persona querida ya no está. Esto puede dar paso a sentimientos como la ira, otra etapa de duelo. La ira se manifiesta de maneras muy diversas. Puede ser a través del enojo contra el ser querido fallecido, contra los médicos, la familia. Incluso el doliente puede estar enojado consigo mismo o con Dios. Por ejemplo, C. S. Lewis en su libro Una pena en observación escrito después de la muerte de su esposa muestra un gran enojo contra Dios. Dice:

    Anoche escribí eso. Fue más un alarido que un pensamiento. Veamos si puedo intentarlo de nuevo. ¿Es racional creer en un Dios malo? ¿En un Dios tan malo como todo eso? ¿en el Sádico del Cosmos, en el maligno imbécil? (Lewis 2005, p. 44)

    Señala Kübler-Ross que la ira no tiene por qué ser lógica, ni válida y dice algo muy importante: se presenta cuando «se está lo bastante seguro de que se sobrevivirá.» (Kübler-Ross, op. cit., p. 27) Esto sucede porque la ira puede anclar. Logra situar en la realidad y proporcionar una estructura en tanto se dirige hacia algo o alguien. Permite no encontrarse en el vacío. Esto no necesariamente implica situarse exclusivamente en el ámbito de lo cotidiano. Como pudo advertirse anteriormente, la ira puede darse en contra de lo divino. Equivale a una lucha por situarse en la realidad. En esta etapa es posible asumir hechos situados en la realidad e ideas etéreas alejadas de ella.

    Respecto a la negociación Kübler-Ross dice que se pacta con el dolor, con la vida, o con Dios, para tratar de obtener algo más allá de lo razonable, por ejemplo, más tiempo con el ser querido. La negociación se realiza con lo intangible, lo que visto desde un contexto ordinario se sitúa más allá de la razón. Un ejemplo nos lo proporciona la misma Kübler-Ross quien presenta un relato de un hombre que perdió a su esposa en un accidente. Un conductor los atropelló, él sobrevivió y trataba de negociar con Dios en los siguientes términos: «Déjala vivir. Nunca la forzaré a hacer nada que ella no quiera, seré mejor persona» (Ibid., p. 33)

    Otra etapa del duelo es la depresión. Advierte Kübler-Ross que no es un síntoma de una enfermedad mental sino una respuesta ante la pérdida, sin embargo, algunos dolientes se cuestionan si pueden llegar a perder la razón. En esta etapa los dolientes pueden experimentar la pérdida del sentido de la vida. Savater, por ejemplo, en su libro La peor parte… escrito tiempo después de la muerte de su esposa, escribe lo siguiente:

    … ella decía… «mientras nos tengamos el uno al otro…» ya está, ya no la tengo, ya soy la rueda que gira loca en el vacío tras la rotura de su eje. (Savater 2019, p. 41)

    La pérdida provoca un vacío que agobia, por ello, cualquier actividad resulta pesada. C. L. Lewis dice lo siguiente:

    Y nadie me habló nunca de la lasitud de la pena. Con excepción de mi trabajo
    –donde la máquina parece funcionar como siempre– no soporto el menor esfuerzo. No solo escribir, sino incluso leer una carta me parece demasiado. Hasta afeitarme. (Lewis, 2005, p. 19)

    La impotencia y la tristeza también se presentan en esta etapa de depresión. Roland Barthes en Diario de un duelo escribe lo siguiente, después de haber perdido a su madre:

    Nudo en la garganta. Mi desgarradura se activa al hacer una taza de té, un pedazo de carta, al poner en su sitio un objeto –como si, cosa horrible, yo gozara del departamento arreglado, «para mí», pero este goce se pega a mi desesperación (Barthes, 2009, p. 3)

    Como el amor, el duelo sella al mundo, a lo mundano, de irrealidad, de inoportunidad. Resisto al mundo, sufro de lo que me pide, de su petición. El mundo acrece mi tristeza, mi aridez, mi trastorno, mi irritación. El mundo me deprime. (2009, p. 131.)

    La depresión muestra una etapa en la que suele darse la incomprensión entre el doliente y los otros. Kübler-Ross menciona que en la sociedad la depresión se ve como algo que conviene evitar. Esto no es algo que deba sorprender, desde pequeños se enseña que mostrarse vulnerable no es correcto. Por ejemplo, se dice: «contrólate», «no llores». Tal vez esta sea una razón por la cual, como dice Kübler-Ross, algunas personas son incapaces de estar con quien ha sufrido una pérdida. Es difícil ver el dolor en los rostros de las personas que nos rodean, sobre todo en las amadas o apreciadas. Para mitigar dicho dolor algunas veces se utilizan frases como «tienes que ser fuerte», «tienes que distraerte», «los que estamos aquí necesitamos que estés bien» (Díaz, Losantos, Pastor 2014, p. 35) Tales expresiones pueden lastimar más que ayudar a quien está en un proceso de duelo. Son frases de ánimo que al tratar de anular el dolor corren el riesgo de invalidar los sentimientos. Fernando Savater dice lo siguiente:

    Pero el más notable descubrimiento que he hecho a costa de mi desdicha es la intransigencia general que rodea al doliente. Por supuesto, en el momento de la pérdida y en las jornadas inmediatamente sucesivas no nos falta compasión y muestras de simpatías de cuya sinceridad no cabe dudar. Pero tales manifestaciones afectuosas tienen fecha de caducidad… (Savater, 2019, p. 34)

    La última etapa que Kübler-Ross teoriza es la aceptación. A esta se llega cuando se es capaz de vivir en la nueva realidad en la que el ser querido ya no está. Kübler-Ross señala que la aceptación no consiste en estar de acuerdo con lo ocurrido. La aceptación implica una adaptación al nuevo entorno. Lewis compara la pérdida de su esposa con la amputación de una pierna, lo que se puede llamar «adaptación». Lo expresa así:

    El hombre recuperará su fortaleza y podrá ir cojeando con su pierna de madera. Se ha «recuperado». Pero es probable que durante toda la vida tenga dolores recurrentes en el muñón y quizá sean dolores malos; y siempre será hombre de una sola pierna…De momento aprendo a usar muletas. Quizás me entreguen pronto una pierna ortopédica. Pero ya nunca seré bípedo (Lewis, 2005, p. 66)

    La cita anterior muestra que el duelo no se supera, sólo se acepta. El doliente no volverá a ser el mismo. En algunos momentos incluso puede sentir la presencia de su ser querido, algo parecido a lo que sucede con el llamado «miembro fantasma». Un miembro que después de amputado puede sentirse, por ejemplo, a través del dolor.

    La aceptación implica tener la capacidad de comprender lo significativos que son los seres queridos fallecidos, implica no olvidarlos. En la etapa de aceptación emerge un nuevo juego del lenguaje, en él ya no se da la contradicción del pensamiento, por lo tanto, ya es posible el entendimiento y la comunicación con los otros. Esto no necesariamente indica el desplazamiento del lenguaje nacido en el contexto del dolor. Es posible conjeturar que pasadas las situaciones extraordinarias los juegos del lenguaje no tienden a reducirse sino a enriquecerse. Probablemente el doliente ha aprendido a jugar otros juegos y a usarlos en contextos específicos, porque el dolor nunca se va del todo pero puede contenerse.

    Kübler-Ross indica que no hay un tiempo definido para vivir un duelo. También señala que las etapas que permiten comprenderlo no son lineales ni tienen una duración precisa, es posible «atravesar una, luego otra y retornar luego a la primera» (Kübler-Ross, op. cit. 33) Las reflexiones de Lewis van en el mismo sentido, dice:

    Anoche regresaron todos los infiernos de la pena joven; las palabras enloquecidas, el amargo resentimiento, el temblor en el estómago, la irrealidad de la pesadilla, el hundimiento de las lágrimas. Porque en la pena nada se queda quieto. Uno pasa saliendo de una fase; pero vuelve siempre. Sin pausa. Todo se repite. Voy en círculos. ¿O podré esperar que vaya en espirales? (Lewis, 2005, p 69)

  4. Conclusiones

    Cada persona vive de manera distinta el duelo de un ser querido, no solo por las peculiaridades de su carácter y temperamento, sino también por el momento y la forma en que ocurre la muerte. Si la muerte del ser querido es resultado de un accidente, de un asesinato, un suicidio o una enfermad larga traerá reacciones distintas, pero igualmente dolorosas. Ese dolor, como lo recuerda María Castro, no solo se experimenta como tristeza, por ello, dice: «para algunos es sorprendente percibir otras emociones como el enojo, la culpa y el miedo». (Castro 2013, p. 73) La manera peculiar de reaccionar ante la muerte está relativizada al vínculo afectivo entre el fallecido y el sobreviviente. Estas reacciones dan lugar a distintas expresiones extraordinarias porque el sujeto se encuentra en un estado existencial radical. En la descripción realizada por Platón en el Fedón, cuando Sócrates bebe la cicuta, se muestra entre sus discípulos y amigos diversas manifestaciones sobre la inevitable muerte de Sócrates:

    Hasta entonces nosotros tuvimos fuerza para contener las lágrimas, pero al verle beber y después que hubo bebido, ya no fuimos dueños de nosotros mismos. Yo sé decir que mis lágrimas corrieron en abundancia, y a pesar de todos mis esfuerzos no tuve más remedio que cubrirme con mi capa para llorar con libertad por mí mismo, porque no era la desgracia de Sócrates la que yo lloraba sino la mía propia pensando en el amigo que iba a perder. Critón, antes que yo, no pudiendo contener las lágrimas había salido; y Apolodoro, que ya antes no había cesado de llorar prorrumpió en gritos y en sollozos que partían el alma de cuantos estaban presentes, menos la de Sócrates. (Platón 1998, p. 431)

    La pérdida de los seres queridos tiene la capacidad de cambiar la idea de mundo y de vida de quienes le aman. Tal acontecimiento implica la pérdida de un pilar importante sobre el cual se construye la vida de los dolientes. Para estos el mundo ya no será el mismo, el cambio en su lenguaje implica un cambio en su mundo. Siguiendo la propuesta del parentesco de familia de Wittgenstein es posible afirmar que el juego del lenguaje surgido durante el duelo no desaparecerá por completo, aun cuando el duelo haya sido elaborado. Habrá vestigios de él en los nuevos juegos de lenguaje. Estos nuevos juegos estarán relacionados, emparentados, con las expresiones usadas durante el duelo. Expresiones desconocidas, poco usadas o incomprensibles antes de la muerte del ser querido adquirirán una enorme carga significativa. En ellas el ser querido seguirá presente.

    La elaboración del duelo es una búsqueda por situarse nuevamente en el mundo oponiéndose a la desorientación generada por la pérdida. Los juegos de lenguaje utilizados durante el duelo se construyen «en la marcha». Por esa razón, se sostiene que no hay un único elenco de términos, ni una única gramática que configure los juegos de lenguaje del doliente. Por otra parte, algunas expresiones de los sobrevivientes solo pueden entenderse como testimonios lejanos de su verdadero padecimiento. En varios casos se darán afirmaciones situadas más allá de la razón pero plenamente significativas. Para comprender lo expresado por el doliente es necesario entender su contexto, está hablando desde su dolor y vulnerabilidad. Saber escucharlo implica tener compasión y empatía. Las reglas de los juegos de lenguaje en estos contextos no son estrictas como si tratara de un cálculo aritmético.

    Desde el análisis del lenguaje se advierte la dificultad, en ciertos casos incapacidad, para mentar la realidad presentada, por ello durante el proceso de duelo suele configurarse un lenguaje cercano al artístico. Esto permite comprender el constante uso de metáforas durante el proceso de duelo. Las metáforas permiten dar cuenta de emociones y sentimientos porque como bien señalan Lakoff y Johnson «La metáfora es uno de nuestros instrumentos más importantes para tratar de entender parcialmente lo que no se puede entender en su totalidad.» (Lakoff y Johnson 1986, p. 223). Por otra parte, la presencia del lenguaje artístico también puede advertirse de distintas formas. Por ejemplo, en países como México es común que para despedir a seres queridos se contraten grupos musicales. Los familiares suelen despedir a su ser querido con canciones que dicen lo que ellos en esos momentos no pueden decir debido a su dolor. También suele darse un espacio muy importante a los silencios. Estos pueden aportar significados trascendentales para el entendimiento durante la pérdida del ser querido. Como puede observarse, se trata de un lenguaje donde aparecen recursos estilísticos. Estos, no suelen darse de forma deliberada. El doliente, a diferencia del artista, no tiene la intención de crear sino de comprender lo sucedido. La peculiaridad del lenguaje utilizado durante el proceso de duelo es la de ser un juego donde la comprensión no se fundamenta en hechos bien definidos, sino en hechos confusos, incompletos, borrosos, mentados a través del lenguaje retórico. La muerte se presenta como problema existencial cuando se sobrevive a una pérdida. El doliente está desbordado y al mismo tiempo quebrado porque se encuentra ante los límites de su razón. Incluso se puede aseverar lo siguiente: lo expresado durante un proceso de duelo es creado por quien se encuentra en el límite del mundo. Derrida dice lo siguiente respecto a la muerte:

    La muerte del otro, no únicamente pero sí principalmente si se le ama, no anuncia una ausencia, una desaparición, el final de tal o cual vida, es decir, de la posibilidad que tiene un mundo (siempre único) de aparecer a tal vivo. La muerte proclama cada vez el final del mundo en su totalidad, el final de todo mundo posible, y cada vez el final del mundo como totalidad única, por lo tanto irremplazable y por lo tanto infinita. (Derrida 2005, p. 11)

    Si efectivamente la muerte del «otro» muestra este «final del mundo en su totalidad» (ibid., p. 11) entonces, también muestra el final de ciertos juegos del lenguaje y el surgimiento de un espectro nuevo de significaciones. Estas surgen por la presencia de recursos estilísticos que logran una concreción expresiva y dan cuenta de la situación padecida.

    Se puede afirmar que el individuo vive su pérdida como un quebranto existencial porque se encuentra ante un abatimiento imposible de discernir. El doliente no puede comprenderse; la muerte, lo irremediable, lo irrevocable, está vertido sobre su existencia. Sin embargo, pese a encontrarse en tal estado de fatalidad posee el recurso del lenguaje para recobrarse a sí mismo, como se ha mostrado en los ejemplos de las autobiografías citadas en este trabajo.

    El trabajo de duelo significa trabajar con experiencias que permiten comprender por qué los seres queridos se han ido y por qué, pese a su ausencia, siguen siendo centrales en la vida. En el trabajo de duelo el lenguaje es sumamente importante. A través de él es posible que el doliente observe cambios existenciales sin retorno, los cuales son una especie de parteaguas en su ser-en-el-mundo.

    Las etapas de duelo no se dan en forma lineal, suponen un proceso, por esa razón el tiempo es importante, pero igual de importante es saber que «no lo cura todo», solo da una perspectiva distinta. Permite entre otras cosas valorar a las personas fallecidas y agradecerles el haber compartido su existencia. Por esa razón, Sponville dice «el trabajo del duelo es el trabajo de la gratitud» (Comte-Sponville 1998, p. 167).

  5. Referencias bibliográficas

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    FREUD, S. 1992: Obras completas, Volumen 14 (1914-16) Traducción José L. Etcheverry Buenos Aires: Amorrortu Editores.

    KÜBLER-ROSS 1993: Sobre la muerte y los moribundos. Traducción. Neri Daurella. España: Grijalbo.

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    SAVATER, F. 2019: La peor parte. Memorias de amor. México: Ariel.

    WITTGENSTEIN, L. 1988: Investigaciones Filosóficas. Traducción Alfonso García Suarez y Ulises Moulines. México: UNAM, Crítica, Grijalbo.

    Beatriz Tovar es profesora investigadora en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Guanajuato.

    Líneas de investigación:

    Filosofía del Lenguaje y Epistemología

    Publicaciones recientes:

    TOVAR, B. y TOVAR, C. (2020): Ensayos sobre el fenómeno de la muerte a través de la resignificación de los conceptos: muerte, memoria y discurso. Un estudio sobre las vivencias de los acompañantes de enfermos terminales. Guanajuato: Universidad de Guanajuato.

    Email: tovarhbea@gmail.com

© Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, vol. XXVIII Nº1 (2023), pp. 9-21. ISSN: 1136-4076

Departamento de Filosofía, Universidad de Málaga, Facultad de Filosofía y Letras

Campus de Teatinos, E-29071 Málaga (España)