¿Otra vida es posible? La Internacional Situacionista y la revolución del deseo

Is another life possible? The Situationist International and the revolution of desire

Paloma Martínez

Universidad Complutense de Madrid (España)

Fecha de envío: 01-09-2022

Fecha de aceptación: 19-12-2022

DOI: 10.24310/Claridadescrf.v15i2.15198

1. El espectáculo y la negación visible de la vida

Cualquier lector de la obra de Marx que se haya interesado por el legado de Guy Debord se habrá sin duda percatado de que el libro La sociedad del espectáculo, publicado en 1967, comienza con una singular reformulación de las primeras líneas de El capital. Si en su capítulo inicial, dedicado por entero al estudio de la forma mercancía, Marx arranca con la afirmación de que «la riqueza de las sociedades en las que impera el régimen de producción capitalista aparece como una “inmensa acumulación de mercancías”» (Marx, 1972: 49), la tesis que abre el texto de Debord sentencia: «Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos» (SE: 1)1. Tal vez resulte superfluo advertir del reemplazo, en esta primera tesis, de la noción marxiana de mercancía por el concepto de espectáculo. Pero conviene reparar en que aquello que Marx se propone examinar, a saber, la «riqueza» de las sociedades capitalistas como término cuya indefinición permite identificarlo con «lo que hay» o «las cosas» que pueblan tales sociedades, es sustituido en La sociedad del espectáculo por la palabra «vida».

Ello no indica un distanciamiento de este ensayo de la posición marxiana. Por el contrario, Debord no sólo asume con Marx que las cosas, en general, comparecen en la sociedad moderna como mercancías, sino que argumenta que esta forma de manifestación de las mismas se ha radicalizado en su época hasta aproximarse a su «realización absoluta» (SE: 66), es decir, a la casi total ausencia de ámbitos de la realidad todavía no transformados en mercancía. La sustitución del término «riqueza» por el de «vida» revela más bien que el foco de atención de las reflexiones de Debord se ha desplazado con respecto al que orienta la investigación de El capital: puesto que su presente histórico no vendría sino a ratificar la validez de la determinación de las cosas como mercancías, así como la consumación de la tendencia capitalista a la mercantilización de su totalidad, de lo que se trata en 1967 es de analizar en qué se ha convertido la vida humana una vez se asiste a la absolutización de la forma mercancía. Debord lo anuncia ya en su tesis de partida: «en una inmensa acumulación de espectáculos». Por eso el objetivo de este texto se resume en explicar en qué consiste una vida transfigurada en un enorme cúmulo de espectáculos y, con este fin, Debord procede a una pormenorizada delimitación de la noción de espectáculo.

Este desplazamiento teórico de «la riqueza» a «la vida» se sigue en parte de que, a causa de la evolución del capitalismo, en la segunda mitad del siglo XX se constata un cambio sustancial frente a los tiempos de Marx: si en ellos la imprescindible ganancia del capitalista precisaba de una tasa de explotación que se traducía en largas jornadas laborales y paupérrimos salarios para el proletariado, privado de tiempo de ocio y constreñido a un consumo de subsistencia, los incrementos de productividad posibilitados por los avances tecnológicos han propiciado una etapa de prosperidad económica caracterizada por la reducción de las horas de trabajo de los asalariados y por un forzoso aumento de su consumo dirigido a absorber el mayor volumen de mercancías producidas. De este modo, a la exigencia de trabajar para sobrevivir de quienes carecen de medios productivos se agrega en esta fase del capitalismo la obligación de consumir. Tal obligación regiría ya desde épocas anteriores para los poseedores de tales medios, en su caso sujetos a leyes derivadas de la concurrencia tan coactivas para Marx como la explotación que vertebra el régimen de producción capitalista (cf. Marx, 1972: 618). De ahí que el consumo obligado haya devenido en la sociedad del siglo XX un «deber» social no reconocido (SE: 42) en virtud del cual todo el tiempo vital de los individuos se encuentra sometido a los imperativos que emanan de la forma mercancía: a su incesante producción durante la jornada laboral o en la gestión de la empresa capitalista; y al eterno ciclo de su compra y consumo en las horas no invertidas en los procesos productivos.

Que los individuos de esta sociedad y, en especial, las clases trabajadoras no perciban en el consumo un mandato o deber destinado a garantizar el sostenimiento del modo de producción capitalista obedece a la creación de un conjunto de dispositivos de incitación a la compra de mercancías que Debord vincula al concepto de espectáculo. A la vez que «señala el momento en el que la mercancía ha alcanzado la ocupación total de la vida social» (SE: 42), la noción de espectáculo reúne y da razón de una diversidad de fenómenos distintivos de esta etapa del capitalismo cuyo fundamento radica en el carácter fetichista que Marx asigna a la mercancía. Este carácter estriba en que la mercancía, lejos de mostrarse como lo que verdaderamente es, se presenta bajo el rostro de una determinada apariencia que falsea su realidad: dada la necesaria expresión del valor a través del valor de cambio, la mercancía oculta la proveniencia de su valor del tiempo de trabajo abstracto que entraña su elaboración, suscitando la apariencia de que éste brota de sus cualidades físicas y materiales. En tales cualidades intrínsecas a la mercancía se hallaría entonces, a ojos de quienes participan en el mercado, la instancia que arbitra las proporciones de su intercambio al margen de toda acción y mediación humanas (cf. Marx, 1972: 85 y ss.). Según se ha defendido, esta apariencia generada por la mercancía constituye el sustrato sobre el que se eleva y construye la ideología, entendida como el entramado de ideas, representaciones mentales o imágenes en el que habitan los sujetos de la sociedad capitalista y que configura la comprensión que ésta posee de sí misma. Una comprensión que si bien sería «objetiva» y verdadera para sus individuos (cf. Marx, 1972: 90), enmascara la legalidad interna que gobierna su sistema productivo y las relaciones de dominio que éste comporta2. Sobre esta base, la consideración de Debord de que el carácter fetichista de la mercancía «se cumple de modo absoluto en el espectáculo» (SE: 36) evidencia que este concepto remite a la forma peculiar de ideología que se ha instaurado en la sociedad de consumo para satisfacer los nuevos requerimientos de la producción capitalista: en el espectáculo, como «imagen de la economía reinante» (SE: 14), la ideología se ha encarnado en entidades desconocidas en el siglo XIX que amplifican y perfeccionan sus funciones, intensificando su influencia sobre la vida individual y social.

En la relevancia que Debord concede a la noción de «imagen» para definir el espectáculo, ésta conserva el significado de representación mental o idea propio del concepto marxiano de ideología. Por ello cabría decir que el espectáculo nombra la autocomprensión mistificadora o imagen deformante de sí en la que la sociedad capitalista se ve retratada en el estadio de la «abundancia de mercancías» (SE: 40). Pero el contenido semántico del término «imagen» se extiende en el concepto de espectáculo hacia el terreno de la producción deliberada de imágenes que tiene lugar en la publicidad y los medios de comunicación, ya que tales imágenes conforman de manera decisiva la autocomprensión de dicha sociedad por ser objeto de contemplación continuada en el tiempo de ocio o en los trayectos por el entorno urbano. Al igual que la ideología, las imágenes que integran el espectáculo difunden y exaltan, convenientemente idealizado y falseado en sus condiciones materiales, el tipo de existencia que en esta etapa reclama la producción capitalista (cf. SE: 6). El espectáculo justifica así la forma de vida que se impone sobre los individuos y, principalmente, sobre el proletariado, colectivo que Debord, en el contexto del siglo XX, hace confluir con «la inmensa mayoría de trabajadores que han perdido todo el poder sobre el empleo de sus vidas» (SE: 114) por su simultánea sumisión a la explotación del trabajo y el deber del consumo. Pero Debord resalta que esta justificación se ha vuelto permanente y total en la sociedad del espectáculo gracias a la omnipresencia, pública y privada, de las imágenes que la vehiculan (cf. SE: 6). En este sentido, el espectáculo opera como el «exponente general de la racionalidad del sistema» (SE: 15). O, lo que es lo mismo, como un escaparate propagandístico de la presunta racionalidad de un régimen económico que no sólo funciona como un poder autonomizado y ajeno al control de los seres humanos, sino que descansa sobre la irracional dependencia de su gran mayoría del trabajo asalariado en una fase del capitalismo en la que la creciente tecnificación y automatización de la producción han tornado viable, al menos potencialmente, su liberación de la actividad laboral.

Por otra parte, el espectáculo forja el «adorno indispensable de los objetos producidos» (SE: 15): para incrementar el poder de atracción de las mercancías sobre sus eventuales consumidores y asegurar su compra y perpetua renovación, la publicidad y los mass media revisten a las mercancías de imágenes que las fusionan con valores que trascienden su materialidad concreta —como la belleza, la salud o el prestigio social— y actúan como fuentes de motivación de su adquisición al provocar la ilusión de que su posesión equivale, sin más, a la de los valores simbolizados por esas imágenes que se adhieren al cuerpo físico de las mercancías3. En conexión con esta faceta, el concepto de espectáculo alude asimismo a un «sector económico avanzado» (SE: 15) que no se reduce al de la producción de imágenes publicitarias, sino que abarca la fabricación de lo que Debord llama «imágenes-objetos» (SE: 15) en referencia a los productos de la industria del entretenimiento, expresamente diseñados y confeccionados para su consumo durante el tiempo de ocio.

Como tejido ideológico doblemente objetivado en 1) las imágenes mistificadoras que origina el fetichismo de la mercancía y 2) las imágenes creadas con la intención de apuntalar la dinámica estructural del capitalismo, el espectáculo se asimila a «la afirmación de la apariencia» (SE: 10): una proyección que, ocultándola, se superpone a la realidad y la suplanta al exhibirse como la realidad misma en la que acontece la vida de los sujetos de la sociedad capitalista. Ahora bien, a juicio de Debord, esa vida habría sido idénticamente suplantada por una mera apariencia de vida que implica su negación. Es cierto que, bajo el régimen de producción capitalista, la apariencia y la negación de la vida conciernen ante todo a las horas de trabajo del proletariado, que vive en la apariencia de la legitimidad de su posición en el sistema productivo sin conciencia de su explotación y que, en períodos pasados del capitalismo, se resignaba a que el espacio para el disfrute de la vida se restringiera al escaso margen de tiempo que restaba fuera de las fábricas. Pero en la sociedad espectacular apariencia y negación se han esparcido sobre el entero tiempo vital de los individuos: concluida la jornada laboral, las horas de ocio se nutren de las apariencias que impulsan a la compra de mercancías; de las emociones vicarias, fugaces y faltas de anclaje en la propia experiencia que se obtienen con el consumo de programas televisivos; de las imágenes publicitarias que, de antemano, moldean cualquier vivencia —como la del viaje turístico— para acotarla a lo ya previamente anunciado en ellas (cf. SE: 168).

Que en todo ello resida una negación de la vida se debe a que en la sociedad espectacular el ser humano ha sido relegado a un papel de simple espectador en el cual, dice Debord, «cuanto más contempla menos vive, cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo» (SE: 30). Sin embargo, este estado de pérdida y alienación sólo se descubre como tal ante la mirada del crítico de la sociedad capitalista, para quien el espectáculo, que hace patente «el mundo de la mercancía dominando todo lo que es vivido» (SE: 37), comparece como la «negación visible de la vida» (SE: 10): si el espectáculo niega la vida al reemplazarla por sus imágenes, también visibiliza esa negación al plasmar y dar a ver en ellas cómo la existencia de los sujetos de la sociedad espectacular transcurre inmersa en un universo de apariencias que los aboca a la aceptación generalizada del trabajo y el goce degradado del consumo, coartando toda construcción activa y libremente elegida de su trayectoria vital. Pues, desprovistos de esa mirada crítica y mudados en espectadores, tales sujetos han caído presa del espejismo, persistentemente fomentado por la masa de imágenes del espectáculo, de que no hay mayor bien en la vida que la mercancía y de que, en consecuencia, toda su felicidad pasa por su siempre incrementado aprovisionamiento (cf. SE: 44).

Para aprehender en su pleno alcance por qué Debord, a partir de su óptica marxiana, focaliza La sociedad del espectáculo sobre la cuestión de la vida es preciso retrotraerse a diez años antes de la publicación de este libro. En 1957 Debord escribe el «Informe sobre la construcción de situaciones y sobre la organización y la acción de la tendencia situacionista internacional» (RcS), documento fundacional del movimiento que adopta el título de Internacional Situacionista (IS)4. Y entre las tareas que, en su sección final, los miembros del recién fundado movimiento plantean como inmediatas se menciona la siguiente: «Oponer concretamente, en toda ocasión, a los reflejos del modo de vida capitalista, otros modos de vida deseables» (RcS: XI). A fin de dilucidar la envergadura del cometido que aquí se enuncia, en los siguientes apartados de este ensayo se emprenderá un examen de tres aspectos inherentes a su desarrollo. En primera instancia, el problema que los miembros de la IS observan en su actualidad histórica y al que quieren dar solución con el cumplimiento de la citada tarea. En un segundo paso, se estudiará tanto el modo en que la IS intenta llevarla a cabo mediante el proyecto de construcción de situaciones como las insuficiencias que se detectan en el mismo. Por último, se analizará hasta qué punto la IS consiguió materializar las tareas que se adjudica en su fundación a través de la valoración de sus intervenciones e impacto sobre los sucesos de Mayo del 68.

2. Reinventar la revolución: el deseo de otra vida

El espíritu revolucionario que alienta la formación de la IS se acusa ya en las primeras líneas del «Informe sobre la construcción de situaciones», en las que se proclama con contundencia: «Pensamos que hay que cambiar el mundo. Queremos el cambio más liberador posible de la sociedad y la vida en la que nos hallamos» (RcS: III). También en el hecho de que en él se diagnostique un retraso en la acción política revolucionaria en comparación con el progreso de los medios productivos de la sociedad moderna «que exigen una organización superior del mundo» (RcS: III). Como escrito fundacional, el «Informe» parte de la premisa de que el cambio radical que se persigue estaría supeditado al desmantelamiento del régimen de producción capitalista y a la desaparición del trabajo explotado. Pero aun cuando se admite que tal desmantelamiento queda en manos del movimiento obrero internacional, se incide en que la demora de la acción política revolucionaria, fruto de la debilidad de este movimiento por las recurrentes embestidas de las clases dominantes contra él, guarda una estrecha relación con la fase de descomposición ideológica desatada por la crisis de la cultura moderna. A ella se asocia el estado de declive, e incluso de degeneración o neutralización por su utilización comercial, de la fuerza revolucionaria que habrían tenido movimientos de vanguardia como el futurismo, el dadaísmo y el surrealismo. De este último, los situacionistas reprueban su apuesta por lo inconsciente y pasional como fuerza nuclear de la vida apelando a la urgencia de «racionalizar el mundo» (RcS: V) frente a la irracionalidad del modo de producción capitalista.

Ante este escenario los miembros de la IS aspiran a constituirse como un «frente revolucionario en la cultura» (RcS: VIII) o vanguardia revolucionaria cultural cuya acción ha de aliarse con la crítica política para contribuir al eventual acaecimiento de una «nueva revolución mundial» (RcS: VIII). No obstante, se ha de tener en cuenta que el «Informe» emplea el término «cultura» como designación de la «reacción de una época sobre la vida cotidiana» (RcS: III). Como se aclara en el primer número de la revista Internationale Situationniste, principal medio de divulgación de las ideas de la IS desde que sale a la luz en 1958 hasta 1969, esta «reacción» cobra expresión en el terreno de la estética, los sentimientos y las costumbres y estaría condicionada por la forma de vida que decreta la economía (cf. IS, 1: 14)5. Por otra parte, en el «Informe» se anota que la cultura «manifiesta, pero también prefigura en una sociedad dada, las posibilidades de organización de la vida» (RcS: III). Esta particular caracterización de la noción de cultura indica que los situacionistas se ubican en una perspectiva que trata de poner de relieve el influjo de las manifestaciones artísticas, literarias o arquitectónicas —junto al de los sentimientos y costumbres ya afianzados en el colectivo social— sobre la articulación del día a día de las sociedades a las que corresponden tales manifestaciones. Pues su revolución en el terreno cultural tendrá el propósito de intervenir sobre la cotidianidad de la vida social de su tiempo histórico en una dirección opuesta a la de las manifestaciones culturales dominantes, que refrendan y consolidan la posición de poder de la burguesía. Por este motivo, tal intervención coincidirá con la creación y aplicación de «medios de agitación de la vida cotidiana» (RcS: VIII) que obren como un revulsivo de la que diariamente se despliega en las sociedades capitalistas.

Las razones que sustentan esta voluntad de agitación apenas son sugeridas en el «Informe» fundacional de la IS y se irán desgranando en los sucesivos números de Internationale Situationniste, así como en publicaciones más tardías como La sociedad del espectáculo. Ya se ha comentado que, según Debord, los sujetos de la sociedad del siglo XX ignoran el poder que sobre ellos ejerce el espectáculo, concebido como una esfera que refleja y recrudece el dominio sobre sus vidas de un sistema productivo que administra tanto las horas que sacrifican al trabajo y la producción como cualquier otro tiempo de vida para su vuelco en el consumo. Pero en la medida en que el espectáculo les induce a interiorizar la convergencia entre goce y posesión de mercancías, tampoco se percatan de la «miseria» (SE: 63) o empobrecimiento vital que trae consigo esa forma de existencia impelida a incrementar sin fin su fabricación y las operaciones de compra-venta que la espolean. Esta miseria inadvertida se cifra para Debord en el falseamiento de todas las dimensiones de la vida, ya que tras el triunfo de la idea de felicidad que promueve el espectáculo discurre una existencia a la que la profusión de mercancías ha expropiado de su tiempo vital, a su vez convertido en «tiempo-mercancía» para su rentabilización económica y privado de decisión sobre las acciones que han de llenarlo (cf. SE: 159; 161). En esta vida cargada de necesidades procedentes del sistema económico, pero que los individuos se atribuyen como esencialmente propias (cf. SE: 51)6, los medios de entretenimiento ofrecen un presunto disfrute que difícilmente puede nacer de la banalidad de sus productos y de la repetición disfrazada de diferencia que pauta su elaboración (cf. SE: 59)7. Además, al predominio del aislamiento y la ausencia de comunicación entre semejantes, sustituida por la información que unilateralmente diseminan los mass media (cf. SE: 28), se suma el que la red de imágenes del espectáculo, en su diversidad de facetas, se ha adueñado del lenguaje y sus conceptos, lo cual impide a los sujetos dar nombre siquiera a la indigencia vital que dicha red expande o a cualquier experiencia no prevista en su seno (cf. SE: 122; 157). En definitiva, Debord describe una vida cuyo empleo, rebajado a «seudo-uso» (SE: 49) o uso falseado, ha quedado de lado a lado limitado por los cauces que marca el espectáculo, a los que el individuo se entrega pasivamente renunciando al gobierno de su propia existencia.

Tal y como subrayan algunos de los artículos publicados en Internationale Situationniste, un signo del estrechamiento de la conciencia que involucra esa indigencia, así como de la insatisfacción solapada y reprimida que arrastra, radica en que si bien los avances tecnológicos ocasionados por el capitalismo facilitan la paulatina supresión del trabajo al reemplazar al trabajador por la máquina, en los asalariados de la sociedad espectacular se constata una actitud de rechazo hacia la automatización de la producción. Esta actitud delata para los situacionistas un temor a contar con más horas de vida fuera del puesto de trabajo, cuyo incremento se anticipa como un «abismo» angustiante sólo susceptible de ser tapado «multiplicando pseudojuegos banales de bricolaje» (IS, 1: 24). En este sentimiento localizan el corolario de una educación de sesgo tecnológico tendente al troquelado para la adecuación al trabajo productivo: al no potenciar el desarrollo de más capacidades que las económicamente lucrativas, esta educación acarrearía no sólo el trasvase de las actitudes mecánicas y rutinarias del trabajo al tiempo de ocio, sino también una atrofia de la creatividad por la que los individuos únicamente demandan en ese tiempo de ocio ser distraídos o entretenidos por las fuentes variopintas de diversión que les procura el espectáculo. En lo que respecta a esta demanda los situacionistas declaran del trabajador de la sociedad espectacular: «Ese hombre está perdido, casi le asusta un mayor tiempo de ocio. Preferiría hacer horas extraordinarias» (IS, 8: 49). Con ello aluden a que su vida más allá del trabajo ha sido colonizada por lo que califican de un «ocio aburrido» (IS, 1: 16): al prevalecer en él la pasividad contemplativa, las horas de ocio se han vaciado de toda actividad sustancial que deje su poso en el recuerdo, por lo que de su vivencia, más que verdadero goce, se destila una difusa sensación de tedio no elevada a conciencia que se exteriorizaría en la aversión de las clases trabajadoras a la eventual prolongación de ese tiempo sin trabajo.

En esta coyuntura los miembros de la IS advierten un importante escollo para el resurgimiento de un proyecto revolucionario conducente al desmontaje del régimen de producción capitalista. Como es sabido, en la primera irrupción en el siglo XIX de este proyecto, cuyos fundamentos teóricos se establecen en la obra de Marx, se alentaba al proletariado a iniciar un proceso que debía culminar con la apropiación colectiva de los medios productivos pertenecientes a la burguesía para su puesta al servicio de la liberación de los seres humanos de las coerciones del capitalismo. En vistas de este posible horizonte, las condiciones de miseria material del proletariado y sus jornadas de trabajo de insufrible duración propiciaron el relativo calado de las ideas de Marx en esta clase social, así como sus intentos fracasados de llevar a la práctica el proyecto revolucionario. Pero en la segunda mitad del siglo XX las circunstancias se han transformado drásticamente frente a las de aquella época: a pesar del gradual incremento de la explotación, consecuencia del crecimiento de la productividad que comporta el uso de tecnología cada vez más avanzada, el acortamiento de la jornada laboral y la constante incitación al consumo han anulado todo deseo de suprimir el trabajo en las clases trabajadoras, que incluso se resisten a su hipotética abolición.

Tras esta resistencia latiría la respuesta no explícita a un interrogante que los situacionistas vinculan al tema de la dominación de la naturaleza. El empeño por conocer y controlar las leyes naturales que da lugar al progreso tecnológico reposa sobre el afán de desligar la satisfacción de las necesidades del ser humano de la esclavitud del trabajo. Pero ante la perspectiva de una alteración esencial de la estructura social que, promoviendo un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, exonerara definitivamente a los asalariados de la exigencia de trabajar, se revela que el problema de «la dominación de la naturaleza contiene la cuestión “¿para hacer qué?”» (IS, 8: 4). Según la IS, los trabajadores de la segunda mitad del siglo XX, de verse confrontados con esta pregunta, se decantarían por el mantenimiento del orden social vigente invocando el supuesto disfrute que colma su tiempo de ocio y, probablemente, alegando su conformidad con el modo de vida que, de forma encubierta, les prescriben los imperativos económicos. Pues en virtud del moldeado que tales imperativos imprimen en los individuos, carecen de la facultad de imaginar a qué dedicarían las horas sustraídas al trabajo al margen de comprar mercancías o distracciones suministradas por la industria del entretenimiento. De ahí que rehúsen la ampliación de un tiempo de ocio al que el consumo y los pasatiempos banales han robado todo asomo de pasión y entusiasmo y tras el que se esconde un hastío inconscientemente velado8. Por tanto, en ausencia del deseo de las clases trabajadoras de erradicar el trabajo asalariado, la reactivación del «proyecto proletario de la sociedad sin clases» (IS, 11: 66), solidario del arranque de un proceso revolucionario por el que los medios productivos llegaran a ser propiedad del colectivo social, semeja de todo punto inviable.

Ante este aparente callejón sin salida y en aras de desencadenar la emergencia de un nuevo proyecto revolucionario, el objetivo clave de la IS estribará en «reinventar la revolución» (IS, 6: 3) recurriendo a una estrategia en la que se observan dos vertientes íntimamente entrelazadas. La vertiente que cabría denominar negativa será la de la crítica que, en sus publicaciones, los situacionistas pronuncian contra la sociedad espectacular para desenmascarar sus múltiples contradicciones, entre ellas la «nueva pobreza» (IS, 7: 16) o pobreza vital que ha implantado en la existencia cotidiana de los individuos. Esta vertiente se condensa en la consigna de «destruir, por todos los medios hiper-políticos, la idea burguesa de la felicidad» (RcS: XI) que difunde el espectáculo, equivalente a la adquisición siempre renovada de mercancías y productos para el entretenimiento. Pero esta labor destructiva estaría para la IS desprovista de toda efectividad si no se lleva a término en conjunción con una vertiente afirmativa que, como se formula en el «Informe» fundacional, consiste en contraponer «otros modos de vida deseables» (RcS: XI) a la vida alienada y menguada en sus potencialidades que instaura el capitalismo. Así, la IS reivindica que «la dominación acrecentada de la naturaleza», lograda con el imparable perfeccionamiento tecnológico de la producción, «permite y precisa el empleo de posibilidades superiores de construcción de la vida» (IS, 1: 29)9. Pero que tales posibilidades se encuentren algún día a disposición de los individuos de la sociedad espectacular depende tanto de que se recobren deseos aplastados o reprimidos bajo sus condiciones opresivas (cf. IS, 5: 9) como de la definición de «nuevos deseos en relación con las posibilidades de hoy» (RcS: VIII). O, en otras palabras: deseos sin oportunidad de aflorar en los lindes de la vida de trabajo y consumo que dicta la subsistencia del capitalismo, pero cuyo cumplimiento se tornaría factible con el control colectivo, consciente y racional de los medios productivos engendrados en el curso de su historia. A partir de la definición de tales deseos, los situacionistas se proponen «esbozar la imagen de una vida más dichosa» (IS, 3: 37) en contraste con la que se desenvuelve bajo el reinado de la mercancía y las imágenes mistificadoras que apremian de continuo a su compra. La vertiente afirmativa de su estrategia confluye entonces con la tarea de propagar «otra idea de felicidad» (IS, 2: 10) alternativa a su interpretación burguesa, interpretación que, a juicio de la IS, habría sido tácitamente aceptada por la izquierda política y sería en parte causante de la desarticulación del movimiento obrero en los países industrializados.

Sin embargo, en contra de lo que sugieren estas aserciones, los escritos de la IS desisten de toda tentativa de dotar de un contenido a esa noción distinta de la felicidad, o a la vida más dichosa cuya imagen se quiere bosquejar, así como de especificar qué clase de actividades o factores configurarían un modo de existencia hacia el que se inclinara el deseo del proletariado del siglo XX. Más bien, la originalidad de esta organización se asienta sobre su pretensión de mostrar a los individuos, por medio de un proceder experimental cuya exposición centra de entrada sus intereses teóricos (cf. IS, 1: 20), una forma de vivir tan alejada de la mecanicidad del trabajo como del vacío maquillado del tiempo de ocio. Si a esta pretensión de índole práctica parece subyacer la creencia de que el rostro de una vida deseable no se deja subsumir en conceptos, de ello se deduce que sólo su vislumbre, que encierra el de las posibilidades inmanentes a la cotidianidad de una vida que haya trascendido las constricciones del régimen capitalista, habrá de llevar al proletariado a evaluar su vida actual como insoportable (cf. IS, 2: 10) y despertará su deseo de conquistar un empleo diferente de la misma, aún por descubrir. Un deseo que, según los situacionistas, acabaría empujando a esta clase social a la superación de su realidad existencial por medio de la acción revolucionaria.

3. El proyecto de la IS: la construcción de situaciones

Iluminar de manera experimental las posibilidades vitales que depara la evolución técnica una vez desprendida del capitalismo pasará para la IS por la puesta en obra de un conjunto de intervenciones que gravitan en torno al proyecto de construcción de situaciones que da nombre a este movimiento. De acuerdo con la idea de brindar a los asalariados el atisbo de un modo de vivir que los anime a romper con la lógica capitalista, la construcción de situaciones busca provocar «una experiencia de vida cotidiana libre» (IS, 7: 13) en tanto que emancipada de los hábitos y compensaciones de la producción y el consumo enajenados10. Con tal fin, este proyecto se enmarca en un primer momento en el del «urbanismo unitario» y engloba tanto la práctica de las técnicas de la «deriva» (dérive) y el «desvío» o «tergiversación» (détournement) como una crítica de la visión tradicional del arte que aboga por la desaparición de sus productos. Pero, como se comprobará en lo que sigue, la determinación del proyecto de construcción de situaciones y de los diversos aspectos que entraña se verá lastrada por numerosas imprecisiones y lagunas conceptuales que, paradójicamente, harán de dicho proyecto, nuclear en la fundación de la IS e imprescindible para sus miembros en la empresa de reinventar la revolución, la parte más endeble y teóricamente insuficiente de su producción intelectual.

En el primer número de Internationale Situationniste la «situación construida» se presenta como un «momento de la vida construido concreta y deliberadamente por medio de la organización colectiva de un ambiente unitario y de un juego de acontecimientos» (IS, 1: 13). Esta presentación denota que —tal y como se puntualizaba ya en el «Informe»— las intervenciones planeadas por la IS atañen a dos facetas de la existencia de las que se predica una constante interacción e influencia recíproca: por una parte, el marco material en el que transcurre la vida; por otra, los comportamientos, actitudes y emociones que se despliegan en ese contexto material, parcialmente condicionante de las conductas y pasiones humanas (cf. RcS: VIII; IS, 1: 6-8). El concepto de «ambiente» de la situación construida incluye así una dimensión física cuya «organización colectiva» apunta a una alteración del entorno proclive a originar ciertos comportamientos y estados de ánimo.

Esta premisa justifica que la construcción de situaciones entronque con el urbanismo unitario como horizonte último de transformación del escenario material de la vida. En el «Informe» esta transformación se programa en términos de una remodelación integral del espacio urbano que afectaría no sólo a la arquitectura de los edificios o al diseño de su ordenación y de las vías urbanas, sino también a los sonidos que se escucharían en los barrios, a los sistemas lumínicos y a las formas de «distribución de las diferentes variedades de bebidas o de alimentos» (RcS: IX). Si esta remodelación se orienta a estimular gestos y actuaciones dispares de los requeridos por la economía capitalista, su consumación acaecería con la construcción de ciudades experimentales (cf. IS, 1: 19) y, en última instancia, de una «ciudad situacionista» (RcS: IX). Pero puesto que los textos de la IS asumen que todavía está por investigar cómo el entorno repercute sobre la conducta —asunto del que se haría cargo la «psicogeografía» (cf. IS, 2: 13-17)—, las primeras fases de ejecución de este proyecto que, por su envergadura económica y política, se prevé impracticable con anterioridad al triunfo de un proceso revolucionario se emplazan en un trabajo de «experimentación mediante intervenciones concretas en el urbanismo» (RcS: IX) cuyas particularidades no se explicitan.

Al avanzar en el tiempo, esta concepción preliminar del urbanismo unitario se reduce, por un lado, a la confección de planos y maquetas de ciudades experimentales o futuras que den a ver el espacio urbano como «el terreno de un juego participativo» (IS, 3: 13) y, por otro, al estudio de usos alternativos de la ciudad que fomenten un comportamiento lúdico. El énfasis recae con ello sobre el valor eminentemente crítico del urbanismo unitario frente al urbanismo imperante, basado en preceptos utilitarios que hacen de las ciudades «cementerios de hormigón armado», en cuyos espacios públicos «las grandes masas de población están condenadas a morirse de aburrimiento» (IS, 3: 37). De suerte que, entre 1957 y 1962 –año en que este aspecto del programa revolucionario de los situacionistas decae en sus publicaciones11–, el urbanismo unitario vira desde su primera versión como un ambicioso plan de reforma radical del medio urbano hacia su comprensión como un ejercicio crítico dirigido a suscitar, a través de la imaginación de otras conformaciones posibles del mismo, el deseo de «otra ciudad para otra vida» (IS, 3: 37): una ciudad en cuyo diseño trasluzca la imagen de una forma de habitarla y transitarla que deje atrás el empleo automatizado de la vida en la sociedad espectacular. No obstante, con este viraje se diluye la conexión inicialmente introducida entre el urbanismo unitario y el proyecto de construcción de situaciones, dada la alteración del marco material de la vida que, en virtud de la definición de este último, tal construcción debe conllevar.

La referencia al juego tanto en la caracterización de la situación construida como en el contexto de la tematización del urbanismo unitario enraíza en la ya señalada intención de la IS de aunar la actuación sobre el medio físico con la modificación de las conductas de los individuos. Conforme se estipula en el «Informe» fundacional, la acción transformadora del comportamiento intrínseca a la construcción de situaciones ha de producirse mediante la «invención de juegos de una esencia nueva» que amplíen o prolonguen «la parte no mediocre de la vida» (RcS: IX), que se compondría de experiencias memorables en sustitución de aquéllas cuya vacuidad las lleva a hundirse en el olvido. Con esta estrategia los situacionistas persiguen «arrojar nuevas fuerzas en la batalla del ocio» (RcS: IX), esto es, fuerzas que pugnen por liberar el tiempo excedente de la jornada laboral de su apropiación mercantil a través de la industria del entretenimiento, cuyas distracciones representarían fuentes de embrutecimiento que refuerzan la adhesión de las clases trabajadoras al modo de vida impuesto por el capitalismo y promueven su despolitización. En este sentido, estos nuevos juegos aspiran a ofrecer a los individuos la intuición de la «riqueza inexplotada» (IS, 6: 23) de la vida cotidiana, que alberga una potencial inversión del tiempo en actividades de naturaleza apenas entrevista en la selva de estériles divertimentos que promociona la sociedad espectacular.

De la «esencia nueva» del juego situacionista los textos de la IS mencionan dos rasgos negativos: su apartamiento de toda forma de competición y la negación de su separación de la vida ordinaria, que circunscribe el juego a un intervalo de duración finita que lo aísla del resto de acciones diarias (cf. RcS: IX). Pues con el lema de que el juego «ha de invadir la vida entera» (IS, 1: 10) los situacionistas plantean una visión de la imbricación entre ambos según la cual la propia vida estaría llamada a aparecer como un juego, a saber: como el juego de su libre construcción o creación (cf. IS, 4: 36). Al hilo de esta visión, toda situación a construir se perfila como la «realización de un juego superior» que se traduce en una «provocación a ese juego que constituye la esencia humana» (IS, 4: 36). Pero más allá de la invitación al juego de la deriva (cf. IS, 3: 14) y del carácter lúdico que se asigna al desvío (cf. IS, 3: 10), los textos de la IS no dejan constancia de la invención de ningún otro juego, ni se detienen a detallar qué ingredientes de la situación construida acreditarían su identificación con un juego o en qué se concretaría su superioridad frente a otros. Esta limitación se extiende al carácter lúdico que los situacionistas atribuyen tanto al proceso de libre creación de la propia vida como a la esencia del ser humano, meramente afirmados en sus escritos sin más dilucidación ulterior12.

Ya pergeñado y practicado por algunos miembros de la Internacional Letrista13, el juego de la deriva remite en las publicaciones de la IS a una «técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos» (IS, 2: 19) que se distancia de toda noción preconcebida del viaje y el paseo. La faceta lúdica de esta técnica residiría en su utilización intencionada de un determinado entorno urbanístico a partir de principios diferentes de los que asiduamente pautan los trayectos efectuados por él: a lo largo de aproximadamente un día, un individuo o grupo de individuos recorre el trazado urbano sin más fin o motivación que «dejarse llevar por las solicitaciones del terreno y los encuentros que a él corresponden» (IS, 2: 19). Si ese caminar sin meta favorece la contemplación atenta de los lugares por los que se circula y de los individuos que los ocupan, la deriva se hace valer como un medio para el desarrollo de la psicogeografía y el urbanismo unitario, al conceder a quienes la practican una experiencia de observación del impacto del entorno sobre su conducta y estados anímicos susceptible de fundamentar la construcción de nuevos escenarios. Por lo demás, que el «Informe» fundacional de la IS sentencie que «lo que cambie nuestra manera de ver las calles es más importante que lo que cambie nuestra manera de ver la pintura» (RcS: XI) revela en esta técnica una peculiar vivencia del medio urbano que, modificando la mirada cotidiana sobre él, inspiraría —al igual que las maquetas diseñadas por el urbanismo unitario— la imaginación y el deseo de otras formas de poblarlo pertenecientes a un modo de vivir distinto del ya conocido. Sin embargo, la reflexión sobre la deriva se suspende a partir de 1960 sin que los textos de la IS lleguen a aclarar su función en el proyecto de construcción de situaciones ni a abundar en lo específico de su condición lúdica.

En contraste con la deriva, la teorización sobre la técnica del desvío se mantiene hasta los últimos números de Internationale Situationniste. En el de 1959, esta técnica, calificada también de juego y ya empleada por Lautréamont y otros movimientos de vanguardia de la época, se describe como un procedimiento de «reutilización de elementos artísticos preexistentes en una nueva unidad» (IS, 3: 10) que se regiría por dos leyes básicas: en primer término, el elemento artístico reutilizado pierde su relevancia como original y, con ella, el valor que se le adjudica como obra de factura única e indisolublemente vinculada al artista que lo ha creado; por otra parte, su reutilización junto con otros elementos da lugar a un nuevo conjunto significativo en el que el elemento desviado adquiere un sentido igualmente nuevo frente al que poseía inicialmente. Esta operación no sólo supone el enriquecimiento de la entidad desviada —en la que conviven el antiguo sentido, presente en un segundo plano, con el obtenido por medio del desvío—, sino que los situacionistas registran en ella un recurso de fácil empleo e inagotable por las múltiples posibilidades de reutilización de cada elemento desviado. Pero la IS defiende ante todo la aplicación del desvío como un juego de negación del valor del arte para el presente que lo reutiliza (cf. IS, 3: 10) que preludiaría el nacimiento de una forma de expresión creativa superior a aquélla en la que se inscribía el elemento desviado.

Partiendo de esta idea, el desvío se postula como una técnica de contestación al orden cultural dominante (cf. IS, 3, 11) que, apropiándose de sus productos, los subvierte al emplearlos como armas contra el mismo para la crítica revolucionaria. Como se relata en este número de 1959, la técnica del desvío habría sido ya practicada por los situacionistas en la pintura, la literatura y el cine14, aunque su uso podría ampliarse a cualquier aspecto de la vida cotidiana. Por ejemplo, el número de 1966 de Internationale Situationniste incorpora el prefacio para un diccionario situacionista nunca publicado –quizá por esencialmente irrealizable– que desviaría críticamente los conceptos del lenguaje oponiendo a su significado corriente, siempre ideológico en tanto que establecido por las instancias de poder, aquél que haría notar su carácter deformante y mistificador (IS, 10: 50 y ss.)15. Asimismo, los situacionistas destacan el «desvío arquitectónico» (IS, 3: 13) inherente a la deriva como técnica que convierte los territorios diseñados por la normatividad capitalista en un espacio lúdico. Apelando a estas prácticas, la técnica del desvío se asocia escuetamente con la construcción de situaciones (IS, 5: 9), por lo que cabe conjeturar que ésta involucraría el uso desviado de elementos materiales ya existentes para generar nuevos ambientes. Pues, una vez más, los textos de la IS eluden dar indicaciones precisas acerca de la manera en que esta técnica habría de aplicarse en el contexto de una situación construida.

Por último, en su vertiente más próxima al ámbito de lo artístico, el juego de desvalorización del desvío conecta con la voluntad de la IS de eliminar el arte como esfera especializada y segregada del resto de actividades humanas. Según sus publicaciones, en el siglo XX se asiste a la aniquilación de la fuerza crítica de los productos de las vanguardias artísticas, pronto trocados en mercancía a través de una estrategia que los situacionistas designan como su «recuperación» por parte del régimen socioeconómico al que intentaban combatir (cf. RcS: III y s.; IS, 8: 12 y ss.). Bajo este prisma, la IS se instituye como una «vanguardia anti-vanguardista» que, lejos de dar a luz obras de arte forjadas con nuevas técnicas y modos de plasmación, propugna la necesidad de renunciar a su creación: tanto para evitar su mercantilización y utilización contra-revolucionaria como porque la restauración de su potencial revolucionario demanda «disolver el arte en el tiempo vivido» (IS, 8: 16) mediante una integración de la actividad artística en el seno de la vida diaria que la destine a «producirnos a nosotros mismos y no cosas que no nos sirvan» (IS, 1: 21). Sobre esta base, los situacionistas insisten, incurriendo en una aparente paradoja, en que la realización del arte exige su supresión (cf. IS, 3: 30-31; IS, 4: 4; IS, 9: 41-42), ya que sólo su liquidación como obra sacralizada del artista permitiría la materialización del arte en las acciones más triviales de la vida cotidiana16.

Esta singular perspectiva descansa sobre la convicción de la IS de que en todo ser humano anida un deseo de crear que permanece aletargado en una existencia administrada por la producción económica y las distracciones del tiempo de ocio (cf. IS, 1: 24). La construcción de situaciones implicará entonces la confección de ambientes que reaviven ese espíritu de creación adormecido (cf. IS, 2: 32) o, como se dice en otro lugar, que inciten «a responder creativamente» no para elaborar objetos, sino para «aportar a toda acción, cualquiera que sea, un comportamiento creativo» (IS, 8: 50). Además de conducir al desvanecimiento de la obra de arte, esta infiltración de la conducta creadora en cualquier acto vital sembraría el germen para que en cada individuo brote el deseo de llegar a ser «artista» en una acepción del término ya ajena a la concepción clásica del arte y de raigambre nietzscheana: aquella en la que la obra de arte a crear se solapa con «la construcción de la propia vida» (IS, 4: 38) gracias al uso de una libertad tenazmente reprimida por la sociedad espectacular y por el dominio de la mercancía que se encubre tras ella. Pero tampoco en este caso los textos de la IS entran a analizar en qué se cifra esa conducta creadora que las situaciones construidas quieren propiciar, qué componentes contribuirían en ellas a este cometido o cuál sería la relación de esta conducta con el juego, igualmente ligado al libre diseño de la propia existencia.

La gravedad de las deficiencias que se han ido reseñando tanto en la tematización del proyecto de construcción de situaciones como en la conceptualización de las nociones y técnicas que envuelve se evidencia en el hecho de que, a partir de éstas, resulta imposible delimitar de forma inequívoca qué escenarios, juegos o comportamientos creativos articularían una situación construida, o siquiera ilustrar con un simple ejemplo qué entienden los situacionistas por tal situación17. Probablemente, este problema vendría a explicar que en 1963, seis años después de la fundación de la IS, sus miembros reconozcan que esta organización «está aún lejos de haber creado situaciones» (IS, 8: 22) pese a haber creado situacionistas y que la situación capaz de originar conductas creativas «no existe» (IS, 8: 50) porque todavía no ha sido construida18. También que, a partir de esta fecha, el abordaje de los contenidos del proyecto de construcción de situaciones pierda peso en los escritos de la IS y, junto a la crítica de las contradicciones de la sociedad espectacular, se incrementen las reflexiones sobre la cuestión de la revolución y su potencial resurgimiento ya sin conexión expresa con dicho proyecto. En lo relativo a este tema, en el último número de Internationale Situationniste, publicado en 1969 y consagrado casi en su totalidad a los acontecimientos de Mayo del 68, se alude a «la situación revolucionaria» (IS, 12: 8) que, en esos días, habría impulsado a los obreros a aventurarse a una huelga salvaje. Que estas palabras se resalten en cursivas parece atestiguar que el término «situación» figura en ellas como equivalente del concepto de situación acuñado por los situacionistas. Sólo que con la nada desdeñable diferencia de que la hipotética situación revolucionaria ocurrida en Mayo del 68 no habría sido una situación deliberadamente construida por la IS: se trata, en su opinión, de una situación creada —entre otros factores— «por las nuevas formas de sabotaje en la universidad» (IS, 12: 8), en las que los miembros de este movimiento participaron muy activamente, aunque también precedida por la labor teórica que habían llevado a cabo desde 1957.

Por esta razón, los sucesos de Mayo del 68 y los que acaecerían en los años siguientes brindan la ocasión de examinar si, pese a las incuestionables omisiones teóricas del proyecto de construcción de situaciones y la consecuente falta de su puesta en práctica, los textos de la IS tuvieron alguna repercusión en la sociedad de su tiempo; y, ante una respuesta positiva a esta pregunta, de ponderar si tal repercusión se dio en la dirección trazada por su pretensión de reinventar la revolución.

4. La crítica en actos de Mayo del 68 y la influencia situacionista

A partir de 1961 las publicaciones de la IS inciden sobre un asunto que irá cobrando una importancia creciente: la proliferación en diversos países del mundo occidental de fenómenos que los situacionistas interpretan como expresiones de descontento y malestar con el modo de vivir prescrito por el capitalismo. El primero de ellos es la denominada «crisis de la juventud» (IS, 6: 13), estudiada en aquellos años como origen de la formación de bandas juveniles que mostraban su rechazo al orden social con conductas rayanas en la delincuencia o netamente delictivas, así como de la comisión de actos de violencia y vandalismo protagonizados por jóvenes sin motivación explícitamente política. A esta crisis juvenil se agregan revueltas y huelgas de trabajadores en fábricas, improvisadas y también desprovistas de un propósito definido, en las que la IS divisa manifestaciones de rebeldía contra facetas opresoras de la organización de la vida en la sociedad capitalista (cf. IS, 7: 10 y ss.). Según los situacionistas, estos fenómenos darían noticia de que la insatisfacción y el tedio subyacentes al ideal de felicidad a través del consumo comenzaban a despuntar, cristalizando en actos de contestación espontánea al régimen socioeconómico.

En atención a estos fenómenos, y sin abandonar su empeño por promover el deseo de otra vida en la que la tecnología se alíe con «la imaginación de lo que puede hacerse» (IS, 7: 17) más allá de su empleo capitalista, buena parte de los textos de la IS se focalizan desde este momento en la cuestión acerca de su papel frente a ellos. Ante todo porque, por más que señalen su aislamiento y carencia de toda perspectiva de futuro a causa de la inexistencia de un proyecto revolucionario global que los vertebre, la IS leerá en estos actos de contestación irreflexiva y esporádica «signos precursores» (IS, 7: 12) de la potencial formación de un nuevo movimiento revolucionario. En consonancia con esta lectura, su consideración como prácticas o «críticas en actos» que, sin saberlo, «buscan su teoría» (IS, 8: 10), lleva a los situacionistas a arrogarse la tarea de devenir «los teóricos de la nueva contestación» (IS, 8: 13) con el fin de canalizar el malestar que exteriorizan tales fenómenos hacia la emergencia de un renovado proyecto revolucionario. De esta tarea formaría parte tanto la aportación de conocimientos y herramientas conceptuales «que pongan en claro las crisis y los deseos latentes tal como son vividos por las personas» (IS, 8: 13), como la coordinación de estos actos dispersos de negación, facilitando el encuentro de quienes intervenían en ellos. Por eso, en 1967 la IS ubica su objetivo en «unir la crítica teórica de la sociedad moderna con la crítica en actos de esta misma sociedad» (IS, 11: 32), en la que los situacionistas acabarán por localizar el anuncio indiscutible de la venida de una nueva época revolucionaria (cf. IS, 10: 48). O, como lo formula Debord en La sociedad del espectáculo, del «segundo asalto del proletariado contra la sociedad de clases» (SE: 115). Pero el que ese mismo año planeen vías de actuación para entrelazar la crítica teórica con la praxis contestataria —como la aplicación de la técnica del desvío a fotonovelas y carteles publicitarios o la creación de comics situacionistas (cf. IS, 11: 32-34)— delata que, al margen de su trabajo teórico y de la redacción en 1966 del panfleto Sobre la miseria del medio estudiantil a petición de un grupo de estudiantes de la Universidad de Estrasburgo (cf. IS, 11: 23-31)19, la IS apenas había desplegado acciones concretas para la consecución de esta meta.

Su paso a la acción llegaría con los sucesos de Mayo del 68 y, fundamentalmente, con la constitución, junto al grupo de estudiantes autodenominados Enragés, del «Consejo para el Mantenimiento de las Ocupaciones». Este Consejo ocupa los edificios del Instituto Nacional de Pedagogía y, con la colaboración de los obreros de imprentas igualmente ocupadas, edita y hace circular carteles, cómics y varios textos, algunos de ellos en tiradas de más de 200.000 ejemplares. En esos escritos se instaba a los trabajadores a persistir en las ocupaciones de fábricas iniciadas el 14 de mayo y a la formación de Consejos obreros que, a través de una democracia plena, «se conviertan en el único poder deliberativo y ejecutivo de todo el territorio nacional» para que el conjunto de los trabajadores recobre «el control sobre todos los aspectos de su vida» (Knabb, 1992: 442-3). El 30 de mayo, día en que De Gaulle comunica su permanencia en el gobierno y convoca elecciones legislativas, el Consejo para el Mantenimiento de las Ocupaciones lanza un último «Llamamiento a todos los trabajadores», exhortándoles de nuevo a la «toma directa de la economía» (Knabb, 1992: 444)20 en un país paralizado por las huelgas.

El largo artículo sobre los acontecimientos de Mayo del 68 que abre el número de 1969 de Internationale Situationniste viene presidido por un significativo título: «El comienzo de una época». En efecto, en él se sostiene que el movimiento de las ocupaciones de ese convulso mes de mayo no sólo representó «el mayor momento revolucionario que haya conocido Francia desde la Comuna de París», sino que, a pesar de su fracaso, marcaría la primera fase de la reaparición del movimiento proletario moderno, «en vías de constituirse en todos los países de forma acabada» (IS, 12: 3). Los situacionistas se jactan de haber augurado la irrupción de este acontecimiento revolucionario, masivamente juzgado de imprevisto y sorpresivo, gracias a que sus análisis de la sociedad espectacular les habrían hecho patentes sus contradicciones estructurales y la presencia en ella de condiciones para la eventual implantación de una nueva forma de organización social (cf. IS, 12: 4). Pero en este texto se subraya a su vez la relevancia de las publicaciones de la IS en el arranque de los sucesos de Mayo del 68, para los situacionistas refrendada por la utilización de frases de los libros publicados en 1967 por Debord y Vaneigem —La sociedad del espectáculo y Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones— en las pintadas que durante el mes de mayo decoraron los muros de tantos edificios de París (cf. IS, 12: 18).

A este respecto, estiman que la experiencia que supuso el movimiento de las ocupaciones y las circunstancias que lo acompañaron trasluciría la asunción e interiorización de las críticas e ideas por las que la IS abogaba desde su fundación. Pues en dicho movimiento los situacionistas perciben: un regreso del proletariado como clase histórica en la que se verían reflejados la mayoría de los asalariados; un conato de abolición de las clases sociales, el trabajo explotado y la propiedad; la crítica generalizada de las alienaciones vitales que trae consigo la producción capitalista, que habría excitado el deseo de diálogo y la reivindicación del juego y la fiesta; y, también, la manifestación de una tajante repulsa a toda clase de especialización, autoridad, aparato de poder e incluso del arte (cf. IS, 12: 3-4). En suma, un movimiento inducido por el desprecio de amplias capas de población parisina —trabajadores, funcionarios, estudiantes, parados— hacia el modo de vida en el que se hallaban instalados antes de los primeros incidentes que lo desataron. Desde esta óptica, valoran el movimiento de las ocupaciones como el efecto del tenaz esfuerzo de la IS por alumbrar aquellos aspectos de la sociedad moderna sobre los que debía proyectarse todo acto de contestación eficaz y comentan que en Mayo del 68 «muchas personas hicieron lo que nosotros escribimos» (IS, 12: 5), ya que sus publicaciones habrían animado o al menos reforzado algunas formas de la revuelta.

No obstante, si en el llamamiento del 30 de mayo se indicaba que al movimiento revolucionario de las ocupaciones «ya no le falta más que la conciencia de lo que él ya ha hecho para poseer realmente esa revolución» (Knabb, 1992: 443), poco más de un año después los situacionistas emplazan la causa de su fracaso en la carencia de esa conciencia que, de haber existido, habría permitido a los trabajadores apropiarse del significado revolucionario de sus acciones y del horizonte que debía guiar su continuidad. Esa falta de conciencia provendría de que el proletariado no disponía de los conocimientos teóricos y organizativos que definen los objetivos de su lucha social contra el orden capitalista (cf. IS, 12: 8), de manera que «la mayoría de los trabajadores no había comprendido el sentido total de su propio movimiento y nadie podía hacerlo en su lugar» (IS, 12: 12). Esta conclusión justifica que, además de enumerar los errores cometidos en Mayo del 68 e invocar la necesidad de emprender una crítica constructiva del movimiento de las ocupaciones que establezca las bases para «inaugurar la práctica de la nueva época» (IS, 12: 7), al término del texto de 1969 se ofrezcan algunas directrices —a todas luces escasas— acerca del camino a seguir por la clase obrera, de antemano evaluado como «largo y difícil» (IS, 12: 31): la formación de Consejos de trabajadores revolucionarios y la adopción frente a esta tarea de una perspectiva internacional ajustada tanto al carácter internacional de la revolución proletaria como a la resonancia que, según los situacionistas, el movimiento de las ocupaciones habría tenido en múltiples países, sustanciada en sucesivas protestas de estudiantes y trabajadores (cf. IS, 12: 31 y ss.).

Si esta serie de actos de contestación que, tras los acontecimientos de Mayo del 68, se producían en México, Checoslovaquia o Reino Unido sustentaba la creencia de la IS en la apertura de un nuevo período revolucionario, en 1971 esta creencia no sólo permanecía intacta, sino que, en función de ella, se había acentuado su convicción sobre el influjo de sus publicaciones en el inicio de esa etapa y en las huelgas y disturbios que seguían desarrollándose en diferentes puntos del planeta. En el texto «Tesis sobre la Internacional Situacionista y su tiempo», Debord se pronuncia sobre la «hegemonía» (Debord-Sanguinetti, 1998: 13) ganada por las ideas de la IS y su prevalencia en el renacimiento del movimiento revolucionario moderno. Pues en él anota que «en todas partes» (Debord-Sanguinetti, 1998: 13-14) se observa un calado difuso de tales ideas que las identificaría con la teoría misma del proletariado. Esto obedecería a que, aun cuando los situacionistas se habrían limitado a enunciar «las ideas que ya estaban forzosamente en las cabezas proletarias», con tal enunciación habrían contribuido a «activarlas, así como a hacer posible, además de la crítica teórica, la crítica en actos decidida a hacer del tiempo su tiempo» (Debord-Sanguinetti, 1998: 14). De acuerdo con esta apreciación, Debord atribuye a las masas un deseo revolucionario, fruto de la penetración en ellas de la producción teórica de la IS, al tiempo que una demanda generalizada de la supresión del trabajo asalariado. Y haciendo gala de un inusitado optimismo, proclama que si bien el espectáculo pondría en juego todas sus armas para censurar ese deseo y el proyecto revolucionario que habría desencadenado, la teoría revolucionaria, en unidad con la crítica en actos realizada por el proletariado, ha «creado una brecha imposible de tapar por la censura espectacular» (Debord-Sanguinetti, 1998: 14). Una brecha que impediría en lo venidero el encubrimiento del nuevo ímpetu revolucionario o su aplastamiento y represión en las conciencias de las clases trabajadoras.

En estas reflexiones posteriores a Mayo del 68 se advierten palmarias inconsistencias que conviene poner de relieve. A tenor de lo expuesto cabe argumentar que de la negativa de la IS a otorgar un carácter revolucionario a las revueltas de comienzos de los años sesenta por su espontaneidad y falta de conciencia se deduce una negación pareja del carácter revolucionario del movimiento de las ocupaciones, para los situacionistas tan espontáneo como esos fenómenos al no responder a un proyecto revolucionario que, enraizado en el conocimiento de la misión histórica del proletariado, se dirigiera al desmantelamiento del régimen de producción capitalista. Pero incluso si se acepta la calificación de revolucionario del movimiento de las ocupaciones por tratarse, como recalcan los situacionistas, de «una interrupción esencial del orden socioeconómico dominante y de la aparición de nuevas formas y concepciones de la vida real» (IS, 12: 13), se plantean serias dificultades a la hora de conceder que las ideas de la IS se encontraran en su origen del modo en que los situacionistas lo creían. En principio, no parece improbable que, conforme a los hechos que relatan los situacionistas, la vertiente crítica de su producción teórica, concentrada en el desvelamiento de la enajenación de la sociedad espectacular, tuviera alguna influencia en el arranque del movimiento de las ocupaciones. Pero resulta de todo punto problemático admitir que la puesta en marcha de este movimiento estuviera alentada por el deseo de otra vida posible que la IS buscaba engendrar mediante la construcción de situaciones que, tal y como sus miembros reconocieron, nunca fueron construidas.

En línea con este razonamiento, y al igual que en algunos pasajes del texto de 1969, en el comunicado del 30 de mayo de 1968 se declaraba que el movimiento de las ocupaciones había logrado llevar «a casi todos los sectores de la población a desear un cambio de vida» (Knabb, 1995: 443). De ello se desprende, contradictoriamente con lo afirmado en otros momentos del escrito de 1969, que no habrían sido las publicaciones de la IS, sino la «situación revolucionaria» creada durante esas semanas —y, como ya se puntualizó, no construida por esta formación— lo que, con la transitoria suspensión del orden establecido y las experiencias vitales que propició, habría generado el atisbo de una forma de vivir por fin liberada de las constricciones y espejismos del sistema capitalista. Ahora bien, el triunfo de De Gaulle en las elecciones legislativas del 30 de junio vendría a demostrar que el deseo de una vida alternativa hipotéticamente provocado por los acontecimientos de Mayo del 68, o bien habría despertado de manera fugaz y sin la solidez necesaria para pervivir más allá de unas pocas semanas, o bien no habría sido en modo alguno un deseo socialmente generalizado.

5. A modo de conclusión: ¿la revolución «recuperada»?

Estas objeciones invitan a pensar que, al contrario de lo defendido por los situacionistas, en las huelgas y actos de protesta de las clases trabajadoras que se propagaron por varios continentes a lo largo de los años setenta no latía un espíritu revolucionario cimentado sobre un firme afán de ruptura con el capitalismo. Pues por más que las noticias sobre lo sucedido en Francia en Mayo del 68 hicieran aflorar actitudes de rebeldía en las clases trabajadoras que desembocaron en movimientos de contestación y reivindicaciones laborales, los textos recogidos en el último número de Internationale Situationniste denuncian la visión en extremo deformada sobre tales sucesos transmitida por los principales medios de comunicación (cf. IS, 12: 55 y ss.), que habrían recurrido a las habituales estrategias de ocultación de la realidad que los situacionistas habían analizado valiéndose de la noción de espectáculo21. De ahí que no semeje verosímil que las acciones de protesta ocurridas en otros países derivaran del anhelo de otra forma de vivir a la que, sin la experiencia de primera mano del espacio de libertad instaurado por el movimiento de las ocupaciones, sus habitantes nunca se habían asomado. Como tampoco que tales acciones fueran consecuencia del eco de las publicaciones de la IS y su interpretación revolucionaria de los acontecimientos de Mayo del 68, cuyo efecto no podía superar al de los mass media. Por ello se impone más bien la sospecha de que, lejos de aspirar a la erradicación del trabajo, en estas protestas tan sólo se luchaba por la mejora de los derechos laborales de las clases trabajadoras22.

La evolución de la década de los setenta, que culmina con la ascensión al poder de postulados neoliberales y, a partir de entonces, con su gradual incorporación a las agendas políticas, tendería también a desmentir el presunto impacto social de la posición crítica de la IS. Atendiendo a algunos de sus aspectos, la ofensiva neoliberal puede concebirse como una respuesta dotada de la contundencia y dureza que, en aquellos años, requerían la represión y disolución de las revueltas de los trabajadores. Pero los partidos que se adhirieron a la teoría neoliberal consiguieron gobernar en países con democracias consolidadas y, por tanto, gracias al apoyo mayoritario de sectores de la población integrados, en proporciones variables, por las clases trabajadoras. En relación con ello, se ha de reparar en que parte de su triunfo político se debió al uso de consignas y reclamos que, separados de su contexto, recuerdan a los esgrimidos en ciertos textos situacionistas de amplia difusión. En concreto, en su Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, Raoul Vaneigem insiste en que el eventual acaecimiento de la revolución social precisa de una subjetividad radicalizada que, de manera incondicional, apueste por su libre voluntad individual y por la conquista de una espontaneidad creadora para su autorrealización personal (cf. Vaneigem, 2018: 58; 224-25; 230 y ss.). Ciertamente, esta comprensión del individuo se encuadra en el libro de Vaneigem en un ejercicio de desmontaje de las alienaciones del mundo capitalista que adopta el enfoque esencial de la IS. Pero no deja de guardar una notoria cercanía con la exaltación neoliberal de la libertad del individuo, así como con el axioma de que su autorrealización en ausencia de injerencias estatales constituiría el motor tanto de su prosperidad particular como de la del conjunto de la sociedad23.

Nada habría de extrañar que algunas de las ideas propugnadas por la IS, desgajadas de sus invectivas contra el capitalismo y la sociedad espectacular, se utilizaran en provecho de una ideología que terminaría recrudeciendo las formas de opresión del capitalismo que este movimiento atacó con sin par lucidez. Por el contrario, una de sus tareas más destacadas se cifró en poner al descubierto los diversos mecanismos con los que cualquier acción de contestación al poder, práctica o teórica, es objeto de una recuperación en aras de su neutralización y empleo para el sostenimiento de ese mismo poder. Sin embargo, los situacionistas apenas previeron que su producción teórica corría idéntico riesgo de ser recuperada y privada de su potencial crítico24. Sin duda, los miembros de la IS fueron capaces de detectar, con excepcional claridad, las instancias que anulaban toda intención transformadora del orden socioeconómico en una época en la que se abría la posibilidad de una vida ajena a la coerción del trabajo y la obligación del consumo. Pero la relativa ceguera de este movimiento acerca de su propio influjo sobre la sociedad de su tiempo tal vez proceda de que nunca llegó a cobrar conciencia de las debilidades de su proyecto para dar un vuelco revolucionario a esta situación. Más de cincuenta años después, los dispositivos de enmascaramiento inherentes al espectáculo han multiplicado exponencialmente su eficacia hasta el punto de liquidar todo pensamiento revolucionario. Transcurridas esas décadas, el problema que motivó la formación de la IS sigue vigente, junto al reto, quién sabe si ya inalcanzable, de suscitar el deseo de otra vida.

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Paloma Martínez es Doctora en Filosofía por la Universidad de Valencia y Profesora Contratada Doctor en el Departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid.

Líneas de investigación:

Ontología; Filosofía contemporánea; Heidegger; Marx; Benjamin.

Publicaciones recientes:

- (2023): «Moda, novedad y utopía. Sobre la concepción dialéctica de la moda en Walter Benjamin», Tópicos. Revista de Filosofía, 66 (may-agos), pp. 229-263.

- (2022): «El tiempo que se ha vuelto libre. Maquinismo y cambio tecnológico», Sociología Histórica, 12, pp. 163-196.

- (2022): «El lugar de la Crítica del juicio en el pensamiento de Heidegger: Hölderlin y el decir de lo sagrado», Universitas Philosophica, 79 (39), pp. 95-123.

Correo: palomamartinezm@filos.ucm.es


1. En las citas del texto de Debord La Société du espectacle (SE) no se señalará el número de página de la edición francesa referenciada en la bibliografía, sino el número de la tesis a la que pertenece la frase citada.

2. Esta interpretación del concepto de ideología que lo hace derivar del carácter fetichista que Marx atribuye a la mercancía en El capital, en lo esencial coincidente con la definición de este término en sus textos más tempranos, ha sido planteada, entre otros, por Lukács (cf. 1975: 114 y ss.), Korsch (cf. 1975: 126 y ss.; 275) y Martínez Marzoa (cf. 1983: 105 y ss.).

3. La idea de que, a fin de estimular su compra, las mercancías son revestidas y, en cierto sentido, suplantadas por las imágenes que los medios publicitarios proyectan sobre ellas había sido ya sugerida por Benjamin a través de la conexión que, en el Passagenwerk (cf. 1991: 274, 1210, 1250), establece entre el recurso retórico de la alegoría, la publicidad y el carácter fetichista de la mercancía. Pues así como el proceder alegórico consiste en la asignación arbitraria de significados a las cosas que acaban prevaleciendo sobre la cosa misma, también las imágenes del espectáculo confieren a las mercancías significaciones o valores sociales que se convierten en el verdadero objeto de deseo que se satisface con su adquisición (cf. Martínez Matías, 2021: 122).

4. Los precedentes de esta singular formación en el dadaísmo y el letrismo, su proceso de fundación por la integración de grupos diversos de vanguardia y los rasgos esenciales de su intrahistoria y evolución, marcada por frecuentes escisiones y «purgas», han sido objeto de numerosos estudios realizados desde perspectivas muy dispares, entre ellos Gray (cf. 1998: 1-6, 67-72 y 134-36), Marcus (cf. 2019: 382 y ss.) y Home (cf. 1991: 8-49).

5. Los textos publicados en la revista Internationale Situationniste se citarán con las siglas IS, junto al número de la misma en el que figuran y el número de página.

6. Se trata de aquellas necesidades que en El hombre unidimensional, publicado en 1964, Marcuse había valorado como «falsas» por hallarse determinadas por poderes externos al individuo sobre los que éste carecería de todo control. En este sentido, Marcuse considera que aun cuando tales necesidades «se hayan convertido en algo propio del individuo» al ser «reproducidas y fortificadas por las condiciones de su existencia» y, en consecuencia, el individuo «se identifique con ellas y se encuentre a sí mismo en su satisfacción», a esta satisfacción, cuya búsqueda orienta la vida de los individuos, subyace una heteronomía inadvertida que sólo tendría por efecto la «euforia dentro de la infelicidad» (2002: 7).

7. También en la reflexión que, a mediados de los años cuarenta, Horkheimer y Adorno despliegan en el ensayo «La industria cultural» sobre la degradación de los productos culturales, causada por su conversión en mercancías destinadas al entretenimiento y la distracción de las masas, se llama la atención sobre la homogeneización que sufren tales productos a raíz de su fabricación empresarial. Según se examina en este texto, en la fabricación de los productos culturales imperan procedimientos esquemáticos y estandarizados en los que la introducción de diferencias entre ellos con el objetivo de atraer a distintos nichos de consumidores se desliza hacia el terreno de la pura apariencia. Por eso, Horkheimer y Adorno afirman que el resultado de esta diferenciación mecánica y artificiosa radica en que los productos de la industria cultural, a pesar de su diversidad aparente, «se revelan, en todo caso, como lo mismo» (1995: 131).

8. Pocos años antes, en 1956, Fromm había apuntado a una idea similar aunque en un contexto distinto. Así, en relación con los procesos de aceleración que, en la sociedad capitalista, trae consigo la integración de la tecnología tanto en la actividad productiva como en los medios de transporte, Fromm acusa una impregnación de los valores económicos en los valores que se aplican sobre la vida cotidiana por la cual cualquier forma de ahorro del tiempo es evaluada positivamente. Y a este respecto añade: «El hombre moderno piensa que pierde algo –tiempo– cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana –salvo matarlo–» (1987: 107).

9. Con este planteamiento la IS se sitúa claramente a favor del desarrollo tecnológico y la automatización de la producción para la supresión del trabajo y en contra de quienes habrían desgajado la dominación técnica de la naturaleza del proyecto revolucionario por no percibir en ella más que una fuente de alienación social y reificación del trabajo humano. Puesto que, para la IS, éste sería el caso del grupo Socialisme ou Barbarie (cf. IS, 8: 3-4), no resulta convincente la tesis de Home según la cual «la IS adoptó de lleno las ideas de S ou B» y «nunca fue capaz de romper con los presupuestos políticos» (1991: 32) de este movimiento. Por otra parte, a las críticas recibidas por la IS a raíz del nexo que establece entre progreso tecnológico y eliminación del trabajo –por ejemplo, en Barrot-Aufheben (cf. 2013: 41 y 67)– cabe oponer la perspectiva de Mandel (cf. 1979: 194 y ss.), para quien es el propio régimen capitalista el que, a fin de asegurar las tasas de ganancia que permiten su sostenimiento, pone freno a la plena automatización de la producción posibilitada por los avances tecnológicos, impidiendo así la liberación del ser humano del trabajo. En esta misma dirección había señalado Marcuse en 1964 al subrayar que, en el capitalismo avanzado, el embrutecimiento y la esclavización que involucra la supeditación del trabajador al funcionamiento de la maquinaria y la producción mecanizada es «expresión de la automatización detenida, parcial, de la coexistencia de secciones automáticas, semiautomatizadas y no automatizadas dentro de la misma fábrica» (2002: 27).

10. Entre esas compensaciones se encuentra un aspecto de la sociedad de la segunda mitad del siglo XX que los situacionistas no tematizan: el nacimiento y consolidación de lo que se ha dado en llamar el Estado del bienestar. Su emergencia fue la consecuencia de la implementación de una serie de medidas gubernamentales de intervención en la economía dirigidas a garantizar el pleno empleo y a incrementar el salario social de los trabajadores por medio de la creación de una cartera de servicios públicos que asegurara la cobertura de sus necesidades básicas, como el cuidado de la salud, la educación o el derecho a la vivienda. Los factores que propiciaron la institución del Estado del bienestar, las transformaciones que originó en el mundo del trabajo y su paulatino deterioro a partir de mediados de los años sesenta han sido estudiados, entre otros, por Harvey (cf. 2012: 147 y ss.).

11. La paulatina desaparición de la reflexión sobre esta dimensión del proyecto de construcción de situaciones se debería al abandono de la IS de los miembros más directamente comprometidos con ella. Entre ellos destacan los antiguos fundadores del movimiento CoBrA: Constant Nieuwenhius, a quien se atribuye la idea original del urbanismo unitario (cf. Home, 2002: 49) y que deja la formación en 1960, y Asger Jorn, quien presenta su dimisión en 1961. Sobre su papel en la IS y sus propuestas en el campo de la arquitectura y el urbanismo, ver Miller (2017) y Wollen (2001).

12. El único referente de la noción de juego que aparece en las publicaciones de los situacionistas es Huizinga, autor del libro Homo ludens. El juego y la cultura, publicado en 1938. No obstante, de este libro sólo se traen a colación la concepción del juego como actividad separada de la vida corriente capaz de alcanzar una perfección inviable en ésta, idea que la IS rechaza, y la consideración de Huizinga de que de la noción de juego no está excluida la posibilidad de llevarlo a cabo con «una seriedad extrema», que los situacionistas vinculan al hecho de que la propia organización que representa la IS pudiera aparecer ante la opinión pública, en algunos aspectos, «como un gran juego» (IS, 1: 10).

13. La Internacional Letrista (IL) se constituye en 1952 como escisión del Letrismo o Movimiento Letrista, iniciado por Isidore Isou y Gabriel Pomerand en torno a 1946 con el propósito de emprender una revolución de la poesía –valorada como la máxima expresión de la creatividad humana– cuyos antecedentes se hallarían en el dadaísmo y el surrealismo. Distanciándose del Letrismo, la IL se decanta en sus publicaciones –la más relevante el boletín informativo Potlatch, que edita 29 números entre 1954 y 1957– por emprender una revolución cultural que conduzca a la superación del arte y que adopta la perspectiva político-revolucionaria que en 1957 suscita la fundación de la IS. A ella contribuyeron miembros destacados de la IL como Debord –que se había adherido al Letrismo en 1951– y Michelle Bernstein. Sobre las circunstancias concretas del surgimiento de la IL, así como sobre la relación y diferencias entre estos tres movimientos, puede consultarse la bibliografía indicada en la nota 4, especialmente Marcus (cf. 2019: 270 y ss.).

14. Como ejemplos de aplicación de la técnica del desvío se mencionan las pinturas modificadas de Asger Jorn, el libro Mémoires, creado por Debord y Jorn en el invierno de 1957-58 a partir de lo que el primero llama «elementos prefabricados», los bocetos de Constant Nieuwenhius para esculturas desviadas y el documental de Debord Sur le passage de quelques personnes à travers une assez courte unité de temps, estrenado en 1959. Una exposición del contenido y factura del libro Memoires, así como del documental de Debord, puede encontrarse en Marcus (cf. 2019: 181 y ss.).

15. En su interesante reflexión sobre el lugar y significado de la técnica del desvío en los textos de la IS, Percia plantea que el objetivo de este diccionario consiste en una destrucción sistemática del lenguaje del poder que, al mismo tiempo, busca liberar sus virtualidades para nombrar aquellas experiencias que escapan a o atentan contra su dominio. Pero en la medida en que lenguaje del poder espectacular permea todo discurso, comunicación y relato, el proyectado diccionario constituiría en sí mismo «una obra sin acabamiento posible» (2019: 13) al proponer una práctica desestabilizante siempre actual y actualizable y, por tanto, abocada a una «productividad sin fin» (14). Por su parte, Marcus (cf. 2019: 186 y ss.) ha profundizado sobre la técnica del desvío como ejercicio de «terrorismo intelectual» en su conexión con la devaluación del arte.

16. Enfatizando esta tesis de la IS sobre el arte afirma Debord en La sociedad del espectáculo: «El dadaísmo ha querido suprimir el arte sin realizarlo; y el surrealismo ha querido realizar el arte sin suprimirlo. La posición crítica elaborada después por los situacionistas mostró que la supresión y la realización del arte son los aspectos inseparables de una misma superación del arte» (SE: 191). No obstante, tal y como expone Home (1991: 39 y ss.), esta visión del destino del arte no fue unánime durante los primeros años de la IS y dio lugar a diversas rupturas, escisiones y expulsiones de miembros de este movimiento que culminan con la fundación en 1962 de la 2º Internacional Situacionista, liderada por el pintor danés Jørgen Nash. Por su parte, Jappe (2014: 95-149) ha analizado las razones que sustentan la pretensión situacionista de suprimir el arte como vía para su realización en contraste con la posición de Adorno. Pues aun cuando Adorno formula un diagnóstico sobre las contradicciones de la sociedad capitalista en lo esencial coincidente con el de Debord y la IS, defiende la autonomía del arte y su pervivencia como esfera separada del resto de actividades humanas al ubicar en esa separación la condición de posibilidad de la crítica de la sociedad que ejercen los productos artísticos.

17. Refiriéndose a la lógica que se destila de las publicaciones de la Internacional Letrista, sobre todo en el caso del boletín Potlatch, Marcus acusa la existencia de «unas lagunas que no se pueden llenar» y añade que «lo primero que sentimos al leer Potlatch hoy en día (…) es confusión» (2019: 431). Esta misma observación se deja extrapolar, al menos en los aspectos aquí señalados, al proyecto de construcción de situaciones de la IS, ya propuesto por la Internacional Letrista y al cual Marcus alude como «la inexplicada “creación de situaciones”» (429) para subrayar su deficiente teorización. A modo de ejemplo de otras críticas vertidas sobre los planteamientos de la IS, no siempre fundadas sobre una correcta lectura y comprensión de sus escritos, cabe mencionar las contenidas en Barrot-Aufheben (2013) y la efectuada por Perniola (cf. 2008: 151 y ss.).

18. Estas afirmaciones desmienten la hipótesis, sugerida por Perniola (cf. 2008: 33) y sostenida por otros estudiosos de la IS como Mayos (cf. 2015: 60), de que las proyecciones en salas cinematográficas de las películas realizadas por Debord –tanto antes de la fundación de esta organización como durante su tiempo de vigencia y con posterioridad a su disolución– conformarían en sí mismas una «situación construida». Pues a pesar de que la imprecisión de algunas observaciones sobre el cine de la IS podría dar pie a esta interpretación, el acontecimiento que representan tales proyecciones no cumple con algunos de los requisitos clave que la IS determina para la idea de la «situación construida», entre ellos, la participación activa en la construcción de la situación de todos los sujetos que intervienen en ella (cf. RcS: X; IS, 1: 12).

19. No obstante, se ha de señalar que este panfleto, del cual se editaron inicialmente 10.000 ejemplares, fue traducido en 1967 a doce idiomas y alcanzó una amplia difusión tanto en Francia como en Estados Unidos. Acompañado del escándalo que supuso la ocupación de la Universidad de Estrasburgo por parte de los estudiantes, el texto escrito por Khayati daría a conocer internacionalmente a la IS, en especial entre los estudiantes de izquierdas, y suscita su posterior alianza con los Enragés, lectores de la revista Internationale Situationniste, en los sucesos de Mayo del 68. La importancia de este panfleto en la historia de la IS ha sido puesta de relieve por Gray (cf. 1998: 68-69) y Marcus (cf. 2019: 449 y ss.).

20. Un relato pormenorizado sobre la participación de la IS en el movimiento de las ocupaciones se encuentra en el texto de Vienet (1968). Por otra parte, los escritos citados de entre los firmados por el Consejo para el Mantenimiento de las Ocupaciones son «Pour le pouvoir des conseils ouvriers», del 22 de mayo y «Adresse à tous les travailleurs», del 30 de mayo. Pese a que su referencia es la de la traducción inglesa de la antología de Knabb que figura en la bibliografía, fotografías legibles de los panfletos originales se proporcionan en la web: https://mai68inenglish.com/

21. Bajo el título «Juicios escogidos que conciernen a la IS clasificados según su motivación dominante», en el último número de Internationale Situationniste se ofrece un conjunto de notas de prensa escritas durante ese mes de mayo y en los meses posteriores que evidenciarían tales estrategias de ocultación de la realidad, explicitadas en el texto «El comienzo de una época». Entre ellas, la alusión sistemática a los «acontecimientos» –que no revolución– de Mayo del 68 (cf. IS 12: 13), el silenciamiento del número real de muertes que se produjeron durante las revueltas (cf. 14), la minimización del papel desempeñado en ellas por la IS (cf. 18-19) o el falseamiento que implicó la presentación ante la opinión pública de Mayo del 68 como un movimiento principalmente estudiantil (cf. 7). Según los situacionistas, estas tácticas de manipulación y desinformación pretendían encubrir el carácter revolucionario tanto de la huelga salvaje protagonizada por los trabajadores como de las ocupaciones de fábricas y centros de trabajo que acompañaron a la paralización de la producción (cf. IS 12: 7 y ss.).

22. Esta interpretación se desprende de los análisis de Boltanski y Chiapelli (cf. 2002: 241 y ss.), quienes, apoyándose en abundante bibliografía, descartan la naturaleza revolucionaria de las protestas y acciones de los trabajadores tanto en Mayo del 68 como en los años posteriores. Boltanski y Chiapelli reconocen que Mayo del 68 puso de manifiesto un momento de crisis profunda del capitalismo de amplias repercusiones, patentes en los cuatro millones de jornadas de huelga que tuvieron lugar en el mundo en el período comprendido entre 1971 y 1975. Pero aun cuando constatan –atendiendo principalmente a la situación en Francia– que en las luchas obreras se apelaba a la explotación que ejerce el capitalismo y a la necesidad de construir una sociedad sin clases ni jerarquías, al tiempo que resaltan la proliferación a partir de Mayo del 68 de diferentes formas de sabotaje de los trabajadores en sus centros laborales, consideran que estos fenómenos no serían sino la expresión de un rechazo de las clases trabajadoras a sus condiciones de trabajo, a su dilatada exclusión de los beneficios del capital y a las formas de autoridad que imperaban en el ámbito empresarial.

23. Si bien Perniola (cf. 2008: 131 y ss.) defiende que la subjetividad radical tematizada por Vaneigem se aleja de la concepción clásica del individuo, en Barrot-Aufheben (cf. 2013: 80) se advierte del peligro de degeneración de esta propuesta en el individualismo burgués. A este respecto son bien conocidas las lecturas de los sucesos de Mayo del 68 llevadas a término por autores como Gilles Lipovetsky, Luc Ferry y Alain Renaut, que han emplazado en ellos el germen del individualismo narcisista que poco más tarde sería ideológicamente explotado por el neoliberalismo. Desde una perspectiva pareja, Boltanski y Chiapelli (cf. 2002: 293 y ss.) han argumentado que la crítica a la autoridad ejercida en Mayo del 68 habría contribuido, en los años posteriores, a la atomización de los trabajadores y a la imposición de condiciones de «flexibilidad» laboral que han dado lugar a su mayor precarización. Para una panorámica general sobre tales lecturas y otras interpretaciones alternativas de Mayo del 68, consultar Gómez Albarello (2020).

24. Estos procesos de recuperación se han focalizado fundamentalmente sobre la obra de Debord, como muestran Minguet Medina y Tapia Martín (2014) a propósito de su declaración en 2009, en el período de gobierno de Sarkozy, como «Tesoro Nacional» de Francia, o Barrot-Aufheben (cf. 2013: 125 y ss.), que denuncia la tergiversación del concepto debordiano de espectáculo en los textos de Baudrillard.

Resumen

Partiendo del diagnóstico presentado por Guy Debord en La sociedad del espectáculo sobre la negación y falsificación de la vida que tiene lugar en las sociedades del capitalismo tardío, este ensayo pretende analizar algunos aspectos esenciales de la llamada Internacional Situacionista. Para ello, se examina el problema político que los situacionistas advierten en su tiempo histórico, consistente en el conformismo de las clases trabajadoras respecto a las condiciones de trabajo y consumo que impone el capitalismo, así como su pretensión de incitarlas a la acción revolucionaria mediante el proyecto de construcción de situaciones. Una vez expuestos los diferentes aspectos de este proyecto y las deficiencias que se detectan en su teorización, se reflexiona sobre el posible influjo de la Internacional Situacionista en la sociedad de su época desde la valoración de su percepción y expectativas en torno a los acontecimientos de mayo del 68.

Palabras claves

Internacional Situacionista; Debord; mercancía; espectáculo; ocio; deseo; revolución; Marx

Abstract

Starting from the diagnosis presented by Guy Debord in The Society of the Spectacle on the denial and falsification of life that takes place in late capitalism societies, this essay aims to analyze some essential aspects of the so-called Situationist International. To do so, the political problem that the situationists notice in their historical time —which lies in the conformism of the working classes with the conditions of work and consumption imposed by capitalism— is examined as well as their purpose to encourage them to revolutionary action through the project of construction of situations. Once the different aspects of this project and the shortcomings detected in its theorization have been exposed, we reflect on the possible influence of the Situationist International in the society of its time based on the assessment of its perception and expectations regarding the events of May’68.

Keywords

Situationist International; Debord; commodity; spectacle; leisure; desire; revolution; marx

Claridades. Revista de filosofía 15/2 (2023), pp. 37-73.

ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009

Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)