Homenaje a Pierre Aubenque

Tribute to Pierre Aubenque

Diego Ruiz de Assín Sintas

Universidad de Alcalá de Henares (España)

Fecha de envío: 25-07-2022

Fecha de aceptación: 04-11-2022

DOI: 10.24310/Claridadescrf.v15i2.15159

Pierre Aubenque foi um dos grandes intelectuais franceses da metade final do século passado, representante por excelência de um estilo de erudição e análise filosófica cuja profundidade e elegância a atual atarefada filosofia acadêmica, obcecada com artigos e citações Google, mal é capaz de reconhecer.

De Àvila Zingano, M. A.

Comunicado de fallecimiento del Departamento de Filosofía

de la Universidad de São Paulo, Brasil (27/2/2020).

Pierre Aubenque falleció el 23 de febrero del año 2020. La noticia de su muerte irrumpía semanas antes de finalizar la traducción al castellano de una compilación de sus mejores artículos sobre Aristóteles, un proyecto que el autor aguardaba con ilusión1. Hombre sereno y tranquilo, mantuvo hasta sus últimos días una jovial naturalidad, siendo así que, en conversaciones previas al último encuentro mantenido, manifestó de la manera siguiente su disposición favorable a la cita: «¡Tengo 90 años! Sin embargo, aún puedo hablar». Aquel modo de responder a la indiscreción de dos investigadores españoles no era fruto de una concesión pasajera, sino que daba cuenta realmente de aquello que Pierre Aubenque más apreciaba: dialogar con los demás, dando pie a encuentros donde poder discutir e intercambiar opiniones2. El hecho bastante inusual de que una disposición como esta prevalezca a lo largo de una vida, permite hoy discernir, transcurrido el lapso de la misma, los rasgos definidos de una pasión, pero también de un coraje: un singular equilibrio que ciertas personas alcanzan en sus intervenciones de obra y de palabra, lo que en verdad resulta tan extraño que apenas somos capaces de reconocerlo. Por ejemplo, la cordialidad que acompañaba a Aubenque en sus intervenciones, su actitud afable y desprendida para con el interlocutor, no tenía nada de condescendiente: con la misma prontitud que reía, matizaba algún aspecto de la intervención, como si distanciarse del asunto en el diálogo equivaliese a malograr aquella apuesta por la lucidez que nace con ocasión de cada encuentro, empresa conjunta, cuyo horizonte abierto se esforzaba siempre en preservar. En todo caso, y esto era manifiesto en la discusión en vivo, su palabra venía acompañada de una franqueza inconfundible, de forma que uno tenía la sensación de conocer de toda la vida a la persona con la que llevaba apenas un rato conversando. Con independencia de cuales fueran las cualidades personales que alimentaban tal impresión, lo cierto es que esta cercanía, esta «calidez humana»3, se conjugaba con una inteligencia poco común, tan atenta al seguimiento del discurso que se preocupaba menos de exponer su propio pensamiento que de captar la ocasión que nace de una pausa, aprovechando para despejar de lugares comunes la discusión con una mezcla de resolución y espontaneidad que solo puede proceder de la confianza en expresar la propia opinión ante los demás. Sin duda, aquella facilidad para compartir, examinar o transitar hacia distintos puntos de vista era en buena medida adquirida, y retiene bien la desenvoltura con la que Pierre Aubenque se conducía entre opiniones, ya fueran de índole académica o no. Y aun cuando en su caso la actividad filosófica pudo jugar un papel en este aprendizaje, no es precisamente en sus obras donde habría que buscar esta fuente, sino que es más bien con ocasión de determinados momentos de su vida, a propósito de ciertos actos, que estamos llamados a reconocer los rasgos del hombre que fue.

Nuestra dificultad para discernir y captar adecuadamente el significado de tales episodios aumenta allí donde la mayor parte de una vida se desarrolla, como en el caso de Aubenque, en el seno del ámbito académico, dado que aquí la calidad de las intervenciones es juzgada conforme a criterios como el mayor o menor conocimiento del tema, la coherencia argumentativa, la innovación o relevancia de un planteamiento, etc., en definitiva: razones que, a la luz del intelecto, bastarían para reconocer el alcance de determinada aportación en el seno de una actividad intelectual. Incluso cuando tratamos la obra de un pensador —caso singular en el que ninguno de los criterios anteriores contiene el rasgo decisivo—, se hace preciso un mínimo de familiaridad con el asunto de que se ocupa, así como una adecuada perspectiva histórica, a fin de ganar profundidad y distinguir el significado de su trabajo en relación con otros autores a quienes responde. Ahora bien, comprender el pensamiento de un autor no implica necesariamente una perspectiva favorable cuando se trata de saber quién fue o cómo vivió. En cierto modo, el discurso que mantenemos sobre las cosas en el plano teórico se muestra tan orientado a su inteligibilidad como refractario a las circunstancias en las que el propio yo aparece. Por eso, en el ámbito académico en particular, tal vez de forma más acentuada que en otras esferas, a menudo reina cierta opacidad entre lo que el discurso es capaz de expresar y lo que de esa persona deja transmitir, opacidad que se presenta como resultado de la coerción que el propio objeto ejerce sobre la actividad reflexiva, condición que permite orientar y adecuar nuestro discurso sobre las cosas. Con todo, en las intervenciones y ponencias de Pierre Aubenque era fácil advertir cómo tales rigideces se desvanecían, pues era como si la naturalidad, la accesibilidad o la predisposición al diálogo se colaran en un medio poco acostumbrado a asistir a esa combinación de lucidez y proximidad, dejando ver que la erudición no implica exhibición de maestría en una materia determinada, y donde la claridad expositiva puede progresar en un sentido que no da la espalda a la experiencia que de las cosas tienen los hombres.

Tal es el recuerdo que conservamos y, de alguna manera, nos gustaría compartir, en memoria de Pierre Aubenque, filósofo profundamente respetado y hombre de una integridad extraordinaria, cuyo paso por el mundo dejó muestras de un coraje y una dedicación que bien podrían ser ejemplo en nuestro tiempo. En realidad, es una situación paradójica que nosotros, que como estudiantes hemos conocido a Aubenque principalmente a través de su obra, nos atrevamos a ofrecer algunos rasgos sobre el hombre que fue, pues a tal efecto habrá muchos que estarían mejor capacitados para hacerlo4. No obstante, lo cierto es que su fallecimiento ha sobrevenido justo en plena expansión de la pandemia que asoló, a comienzos de año 2020, el continente europeo, lo cual explica en parte la escasa repercusión que ha tenido la noticia de su pérdida, incluso en su propio país, Francia. Esta coincidencia puramente fortuita abre paso, sin embargo, a una reflexión que incide de algún modo en su figura, si bien lo hace de manera meramente retrospectiva.

La conmoción que ha supuesto la primera pandemia con carácter global, así como la transformación repentina de múltiples ámbitos e instituciones por donde transcurría nuestra vida cotidiana, obliga a cuestionarse si no asistimos a un escenario previo a un cambio de etapa, como si en cuestión de semanas fuéramos testigos de un punto de inflexión similar a los que acontecen en la historia en contadas ocasiones, hallándonos inmersos en un tiempo que altera súbitamente las condiciones más elementales y cuyos cambios e implicaciones parecieran incorporar nuevos desafíos e incertidumbres al ya de por sí precario equilibrio que caracteriza a las sociedades modernas. El hecho de que la muerte de nuestro autor haya coincidido con esta circunstancia contribuye por momentos a asentar la impresión de que P. Aubenque era un hombre perteneciente a otra época: a finales de 2019, cumpliéndose la década de las redes sociales y de las plataformas de cursos online, el profesor que recibió a dos jóvenes traductores en su domicilio esperó pacientemente en la puerta apoyado en su bastón durante el largo tiempo que llevó encontrar su apartamento, acostumbraba a vestir corbata incluso cuando no salía de casa y solía tratar de «vous» a sus colegas en los debates aun cuando el interlocutor lo tuteara5. Pero, si bien la elegancia como el estilo evocaba el talante de otro tiempo, ello no significa que P. Aubenque estuviera perfectamente adaptado al siglo que le tocó vivir, pues, en verdad, pocos periodos históricos han concentrado mayores cambios políticos y sociales a gran escala como el siglo XX. Lo extraordinario de este profesor de filosofía antigua es que, aun sin encabezar ninguna de las vanguardias y movimientos intelectuales que recorrieron la segunda mitad del siglo XX, llegara a mantener, por un lado, una comprensión tan nítida respecto de cada una de estas como para criticarlas o defenderlas según les fueran dirigidas críticas injustas, y, por otro lado, lograra de hecho un compromiso tal con la actividad académica que le llevaría a transitar por muchos y muy diferentes ambientes con un entusiasmo y una presencia que le valieron el reconocimiento discreto de la mayor parte de sus colegas6.

A pesar de que Pierre Aubenque no era proclive a contar episodios de su vida personal, tendremos por bien hacer a grandes rasgos un repaso de algunos aspectos biográficos que nos han parecido significativos.

Hijo de maestros de escuela, Pierre Aubenque nació en una localidad próxima a Toulouse, ciudad en la que cursaría sus estudios de secundaria en el instituto Pierre de Fermat. Sería en este centro donde, además de aprender griego, latín y alemán, vería consolidar su interés por la filosofía, orientándose en particular hacia Aristóteles. Tal y como recordaba el propio autor, la predilección por Aristóteles le llegaría de forma prematura al verse alentado por un profesor de filosofía de instituto, quién emplazaba a los estudiantes a profundizar en torno a este clásico de la antigüedad, persuadido como estaba de la ausencia de estudios relevantes en el aristotelismo contemporáneo; con todo —reconocía entre risas Aubenque—, «su lectura era tomista». Tras preparar el examen de acceso, y con poco menos de 18 años, P. Aubenque obtendría el ingreso en la Escuela Normal Superior (ENS), institución en la que compartiría formación con futuros ilustres del pensamiento francés como M. Foucault. Hacia finales de los 40 del siglo pasado, la ENS estaba presidida por el influjo del existencialismo de J. P. Sartre —lo que se traducía en un retorno a los primeros trabajos de Husserl— y por la atracción que ejercían el pensamiento y la personalidad de L. Althusser7. Poco después de obtener una beca de la Fondation Thiers, Aubenque compaginó sus investigaciones con el inicio de su carrera docente, primero como maestro de conferencias y posteriormente como profesor en las Universidades de Montpellier, Bensançon y Marsella. Sería precisamente durante la etapa en Bensançon, a comienzos de la década de los 60 del pasado siglo, que pudo concluir, con espacio de apenas un año y medio entre ambas, sus dos obras más reconocidas: El problema del ser en Aristóteles y La prudencia en Aristóteles8.

La primera de ellas, traducida a varios idiomas y objeto de continuas reediciones, fue de hecho su tesis doctoral. En este ensayo, Aubenque propone nada menos que remontarse a los esfuerzos iniciales que dieron forma al proyecto aristotélico de una ontología, cuyo carácter aproximativo, aporético, de nuevo vislumbrado, planteaba un doble problema: por un lado, desde el punto de vista histórico, el aristotelismo se había desarrollado a partir de un corpus cohesionado y firmemente establecido, el cual alejado progresivamente de ciertas implicaciones que sustentan el pensamiento de Aristóteles en sus diversas investigaciones, dificultaba la interpretación de una obra que no llegaba a exponer de manera acabada y unívoca la parte fundamental de su filosofía: la Metafísica. Por otro lado, se imponía, frente a la orientación eminentemente técnica que había presidido el debate acerca de la ausencia de unidad en la obra empírica de Aristóteles por parte de tantos filólogos y especialistas en el siglo XX, la necesidad de ofrecer una respuesta filosófica que tomara en consideración la problemática misma presente en los textos disponibles, es decir: un comentario que aproximara los conflictos y tensiones que recorren la obra metafísica de Aristóteles sin mitigar su alcance, lo que pasaba por abordar el significado de ese otro modo de progresar que —en ausencia del orden propiamente demostrativo— pone en práctica Aristóteles a propósito de cuestiones recurrentes —por no resueltas—, y que apuntan a una apertura existente en el fondo mismo de su pensamiento. La apuesta de Aubenque en su planteamiento de partida de El Problema del ser en Aristóteles consistirá en reconducir algunos de estos interrogantes atendiendo al modo dialéctico de proceder que tanto caracteriza a Aristóteles, lo que permitirá remontar las distintas reflexiones del propio Aristóteles, así como las ramificaciones postreras del aristotelismo, en dirección al nudo mismo del que derivan ambas vertientes del problema. La incierta situación a la que se ha visto abocado el aristotelismo en su desarrollo histórico arraiga en las dificultades de interpretación que plantean los enunciados aparentemente equívocos de la Metafísica, especialmente en lo referido a la búsqueda y constitución de una «ciencia del ser en cuanto ser»9. Pero entonces, la tenacidad con la que semejante discrepancia ha perdurado en el corazón del pensamiento de Aristóteles emerge ahora, alejada de artificios y añadidos, bajo el eco de una antigua invitación: la tarea de reiniciar, en tanto que intérpretes contemporáneos de Aristóteles, una problemática que, no por casualidad, sino por una razón específica, se nos presenta como históricamente constituida. En esa distancia infinita que se interpone entre nosotros y la obra de Aristóteles, la llamada expresa a la interpretación supone ya iniciarse en el redescubrimiento de lo que la propia tradición aristotélica —antigua o moderna— ha olvidado de los problemas que Aristóteles fue el primero en formular. Y dado que los planteamientos y respuestas aproximativas de Aristóteles sobre el ser conforman el verdadero inicio de la tradición metafísica occidental, nada llama tanto la atención como el escaso aprecio que los intérpretes concedieron a una cuestión realmente singular, precisamente aquella a la que el mismo Aristóteles nos remite una y otra vez en los distintos desarrollos que conforman la Metafísica: «¿qué es el ser?». Se trata de una pregunta que, incluso habiendo sido explícitamente formulada por Aristóteles en diversos momentos clave de su obra, había quedado silenciada por la tradición, cuyo programa se fraguó a partir de una interpretación sistemática y acabada de la ontología aristotélica en tanto que elemento vertebrador del conjunto de su filosofía. Sin ignorar las motivaciones que habrían podido alentar a una interpretación unificadora y sistemática por parte de los intérpretes, Aubenque ensayará un tipo de respuesta que es en sí mismo aristotélico, allí donde la naturaleza del asunto tratado impide partir de un principio establecido con carácter positivo: en el caso singular del ser en cuanto ser, el propio examen de la cuestión se confunde con determinadas asunciones preliminares que orientan nuestra aproximación misma al problema, de modo que las distintas respuestas ofrecidas por Aristóteles no remiten a una intuición o evidencia última que permita deducir ordenadamente —y por tanto, cumplir adecuadamente— el programa esbozado en aquella problemática inicial. Al contrario, pareciera que las investigaciones metafísicas de Aristóteles, al mismo tiempo que recorren las dificultades y apuran distintas respuestas, no llegaran a presentar un supuesto fundamento, o, cuando menos, no de manera terminante. Tras siglos de exégesis aristotélica, acuciaba entre los intérpretes contemporáneos la exigencia ofrecer una aclaración que saliera al paso de los errores de la escolástica, pero esta aclaración, en el caso de Aubenque, aguarda a la exploración previa de posibles razones filosóficas, siendo en torno a estas que deben acomodarse las incógnitas y los descubrimientos relativos al devenir histórico de la obra de Aristóteles. De ese modo, parece posible adecuar toda una serie de cuestiones acreditadas sobre el fondo de una aproximación que, en lo fundamental, no se aparta del problema tal y como fuera formulado por Aristóteles, ofreciendo así una dirección suficientemente precisa como para devolver a los textos el protagonismo perdido en los debates y tendencias que se venían desarrollando en torno a aspectos consagrados del aristotelismo. Procurando en todo momento una lectura imparcial, el trabajo de Aubenque abrirá paso al redescubrimiento de toda una vertiente de la filosofía aristotélica que fue relegada de manera sistemática por la tradición: a saber, el modo aporético de avanzar razonando que guía la investigación efectiva de Aristóteles acerca de un sinfín de cuestiones, lo que explica tanto la presencia problemática de la dialéctica en su obra la Metafísica, como la extrañeza que sintieron los intérpretes en el momento de clasificar y nombrar sus escritos bajo ese mismo nombre, ya que entendieron que ni el modo de argumentar ni el contenido de los textos se correspondía con el programa anunciado por el mismo Aristóteles en su intención de establecer una Filosofía primera. Es por tanto el problema mismo en Aristóteles el que indica el camino hacia un modo diferente de entender el aristotelismo, una vía sorprendente y paradójica a la vez, ya que la atenta consideración a los problemas de interpretación implicará, con motivo de la metafísica precisamente, y tras siglos de comentarios, la restitución de la cuestión del lenguaje al lugar que le corresponde en el seno de esta problemática, logrando así dotar de un nuevo impulso a la hermenéutica aristotélica más allá de las soluciones tradicionales. Publicado en un momento en que el aristotelismo acusaba cierta dependencia de una lectura platónica, este intento suponía casi tanto como confrontar buena parte de la tradición metafísica a la luz de los textos del que fuera su iniciador. El ensayo no tardaría en despertar el interés de expertos dentro y fuera de Francia, donde pocos dudaron de que representaba un auténtico giro en el modo de entender el aristotelismo10.

Al cabo de un año, saldría a la luz el trabajo monográfico La prudencia en Aristóteles, que, de nuevo por su original planteamiento y claridad expositiva, se hizo imprescindible en la década de l960, manteniendo hasta el día de hoy la extraña condición de ser un estudio clásico sobre el tema. La conclusión de esta segunda obra debió suponer algo así como un cierre de ciclo, pues P. Aubenque ya no escribiría más libros. Sucesivas contribuciones aparecerán, a partir de entonces, bajo la forma de artículos sobre diversas temáticas, siendo consagrados la mayor parte de ellos a la filosofía antigua y a la metafísica. Mas ni siquiera la calidad y variedad de estos escritos habría de hacer sombra a la otra gran constante que, en el marco de este repaso, distingue de un modo peculiar la carrera académica del autor, dada la enorme relevancia que P. Aubenque siempre confirió a aspectos quizá menos visibles, como la docencia universitaria. Así, el tesón con el que se implicó en los cursos regulares en distintas universidades, su colaboración en un sinfín de estudios, el referente que fue para generaciones de estudiantes, sumado a la participación en infinidad de congresos y seminarios, quedan como muestra de una entrega ejemplar que dejó huella en los sitios más dispares. De esto nos ocuparemos a continuación. Para concluir esta mirada fugaz a su trayectoria, tan solo añadir que casi medio siglo después de la aparición de su último libro se presentarían dos publicaciones tardías, las cuales recogen, por un lado, una compilación de sus artículos más importantes sobre Aristóteles, y por otro, una serie de conferencias impartidas sobre la «deconstrucción», ambas disponibles en castellano11.

Más allá de recordar a grandes rasgos la trayectoria académica por la que discurrió la vida de Pierre Aubenque, nos interesa subrayar el hecho de que la mayor parte de estas intervenciones dejaron a su paso la impresión de un colega que mantuvo un compromiso extraordinario con la profesión, con la tarea académica, y todo ello ante la extrañeza de que estas como otras participaciones en el máximo nivel académico procedieran de una persona tan humilde como cercana, cuya natural e inconfundible espontaneidad le llevó a tratar de igual manera a todo el mundo con independencia de su cargo o posición académica. No resulta siempre evidente que quienes desarrollan su carrera en el medio universitario sean capaces de guardar tal proporción entre el buen sentido y la máxima exigencia docente e investigadora. Aproximar durante más de medio siglo lo segundo, sin perder de vista lo primero, no hubiera sido posible sin buenas dosis de coraje. Para comprender esto, no es preciso recurrir a las convicciones del autor, como tampoco es especialmente relevante extenderse en los motivos y razones que, a lo largo de su vida, llevaron a P. Aubenque a posicionarse a favor de cambios y reformas en el seno de una universidad tan rígida y hermética como la que encontrara de estudiante. De tales compromisos en pro de una apertura y modernización de la universidad dan suficiente cuenta los muchos esfuerzos colaborativos en los que se involucró, tanto desde las instituciones como por mediación de iniciativas independientes12. Por el contrario, nada nos acerca tanto al carácter independiente que presidió su paso por el mundo como aquellos raros momentos en los que su actitud, por lo general serena y relajada, le llevaba a adoptar un posicionamiento tan marcado como significativo, precisamente en escenarios y situaciones en los que nadie aparentemente podía esperar reprobación ni desencuentro alguno.

A fin de recordar aquella faceta de P. Aubenque que, bien visible en sus intervenciones académicas, podría no obstante pasar desapercibida en el entorno en que se movió, nos proponemos rememorar cuatro episodios o anécdotas que nos han parecido significativos.

El primero de estos sucesos refleja a su manera el interés que P. Aubenque ponía en los muchos eventos universitarios de los que tomó parte. Se trata de un recuerdo que conservamos de un congreso internacional sobre las categorías de Aristóteles celebrado en la Universidad Complutense de Madrid, en cuya sesión inaugural, con el salón de actos abarrotado, quedó clara la muy distinta concepción de las categorías aristotélicas que tenía P. Aubenque en relación con las tesis que venía de exponer el organizador del congreso. Aquel choque de posiciones encontradas y elegantemente defendidas era sin duda la tónica habitual, pues era fácil constatar que la lectura que P. Aubenque hacía de Aristóteles era muy diferente de la mayoría de sus colegas. Aun así, Aubenque siempre solía participar activamente, ya fuera preguntando a los ponentes ya participando en los turnos de debate, a los que contribuía por lo general con observaciones de carácter crítico. Así, durante una de las sesiones del congreso, ya a puerta cerrada, y alrededor de una enorme mesa redonda ocupada por profesores y expertos internacionales, podía verse a P. Aubenque siguiendo con tal concentración la exposición que estaba teniendo lugar en ese momento que llegaba a mantener los ojos cerrados durante largos segundos, a fin de no perder el hilo de aquella elocución. Pues bien, no recordamos qué afirmación motivó su intervención en medio del turno de aquella disertación plagada de expresiones germanas y símbolos góticos, pero sí damos fe de que prorrumpió con tal énfasis que dejó al ponente —catedrático que explicaba una construcción ciertamente barroca de las categorías aristotélicas— como al resto de la mesa, muestras fehacientes de su profunda desaprobación. Es posible que esta reacción no fuera tan arbitraria como parece. Todo indica que, a pesar de su carácter tranquilo y de su gusto por el debate, P. Aubenque, respetado profesor que transitó por todos los «salones» de la filosofía desde mediados del siglo XX, actuaba en tales contextos de un modo mucho menos indulgente con el exceso de sofisticación teórica que con respecto a otro tipo de errores. Incurrir en afirmaciones superficiales en el tratamiento de las grandes cuestiones de la filosofía encontraría a buen seguro una respuesta firme por su parte —véase su contestación a la interpretación gramatical de las categorías aristotélicas de E. Beneviste13—, mas el exceso de aparatosidad en tales cuestiones le resultaba tan desalentador que, llegado el caso, obtenía una abierta reprobación de su parte14.

Trataremos de ilustrar a partir de un nuevo ejemplo, si bien desde otro ángulo, esta actitud independiente con la que P. Aubenque se movió en el ambiente académico. Cuenta J. Derrida en sus memorias como la mañana en que acudió a defender su tesis doctoral a la facultad de la Sorbona, encontró la sala donde se iba a celebrar su defensa tan atestada de estudiantes, curiosos y seguidores que apenas era posible entrar. En verdad, este ambiente de gran expectación era de esperar, pues el filósofo francés se presentó a la defensa de la thèse d’État relativamente tarde en su carrera, cuando era ya una eminencia y gozaba de enorme prestigio en el mundo académico e intelectual. Entre los miembros del tribunal de evaluación estaban, entre otros, P. Aubenque y E. Levinas. Pues bien, evocando aquel episodio, una célebre biografía de Derrida hará una referencia sucinta a la actitud de P. Aubenque en medio de aquel escenario, donde, según el testimonio citado, se mostraba «visiblemente molesto con la celebridad del candidato y por la multitud que se había apiñado en la sala»15. Así, cuando llegó el momento de pronunciar el discurso de apertura del acto, Aubenque tomó la palabra para anunciar ásperamente que «se disponía desde ese mismo momento a actuar sin vacilaciones en calidad de juez, y ello conforme a los criterios académicos en vigor»16. No pudo contrastar más esta fría y distante inauguración del acto con la «generosa» bienvenida que, en el turno siguiente, E. Levinas dedicó al público y al candidato, viendo justificada cierta omisión de «los tradicionales rituales» en vista de aquella «ceremonia excepcional», habida cuenta de la relevancia del aspirante. Por descontado, no se pretende insinuar, con esta referencia al distinto modo de proceder de sendos jueces ante aquella situación extraordinaria, que una u otra actitud fuera incompatible con el criterio imparcial de los miembros del tribunal. En cambio, esta divergencia en cuanto al tono de la intervención nos parece significativa por cuanto atañe, en primer lugar, a la manera de conducirse respecto de la apariencia que debe presidir el acto. Así, cabe pensar que lo que incomodaba a P. Aubenque, aquello que —según el testimonio citado— le generaba cierto reparo, no era el temor a que la sobreabundancia desordenada de público influyera en el veredicto del tribunal, sino el temor a que la apariencia misma que debía guardar el evento se viera turbada, haciéndolo parecer otra cosa. No había por tanto en aquella respuesta un gusto particular por el reglamento, como tampoco desapego por parte de Aubenque hacia el candidato o hacia el público allí presente; sin duda era un enfado, pero un enfado acorde a la percepción de un desequilibrio igualmente visible, el cual afectaba directamente a la conducción del evento. Digamos que la apariencia guarda aquí una relación tan estrecha con la realidad que, en su afecto —o mejor dicho, en su modo de hacerse visible—, traduce adecuadamente la razón de ser de la situación misma.

Por otra parte, P. Aubenque no solo era buen amigo de aquel «célebre» candidato de la Sorbona, sino que ambos tenían a su vez en gran estima el trabajo del otro17. Será P. Aubenque precisamente quien, un año después de la defensa de la thèse d’État, animaría a J. Derrida a venir a España por primera vez. Se trataba de la participación en aquel «experimento irrepetible» (F. Savater) que supusieron los primeros años del conocido como campus de Zorroaga, vinculado a la Universidad de San Sebastián. Nacida en plena transición a la democracia a finales de los años 70, su facultad de Filosofía, dirigida por V. Gómez Pin, fue desde su arranque un centro abierto e independiente que supo atraerse el interés tanto de profesores como de intelectuales de toda índole. Ahora bien, el paso de P. Aubenque por la facultad «más utópica y atípica» (F. de Azúa) no consistió en impartir unas sesiones puntuales en alguno de los congresos que formaban parte de aquella «aventura» (R. Valls)18. Muestra del compromiso y fidelidad que tanto definían a P. Aubenque es el hecho de que impartiera, en aquellas «aulas desvencijadas» (F. Savater), en aquel rincón situado en un alto del barrio de Amara, un centro tan alejado de los focos que al principio no despertó ni los recelos de las autoridades ni el influjo de ETA, cursos semestrales durante varios años, dirigiendo tesis doctorales, y manteniendo en todo caso una continuidad tal que le llevaba a viajar cada semana en tren desde París. Este como otros ejemplos no dan sino una remota idea de la especial sintonía que, desde muy temprano, y por tantísimos años, pareció unir el destino de P. Aubenque a este país del sur de Europa, España. Lo cierto es que desde la llegada de la democracia visitaría de manera recurrente nuestro país, siendo muchísimas las universidades españolas que efectivamente pudieron contar con su presencia —ya fuera impartiendo cursos regulares, bien tutelando largas jornadas de trabajo en seminarios—, dejando tras de sí muestras notables de entrega y dedicación, algo de lo que, por cierto, también fueron testigos numerosas universidades en América Latina, donde su legado sigue presente en países como Argentina, Chile, Venezuela o Brasil.

Con esta suerte de recuerdo elaborado a partir de anécdotas y episodios no se ha pretendido otra cosa que evocar, a partir de determinados actos singulares en su vida, ciertos rasgos que nos aproximan al hombre que fue19. Tales rasgos, que tan poco nos dicen sobre el contenido del pensamiento de P. Aubenque, son en cambio reveladores del buen hacer de quien consagró gran parte de su vida a una esfera como el ámbito académico. Y aun cuando la actividad en este terreno se desarrolla en la distancia de la vida pública, ello no exime a la universidad de combatir cierta indiferencia respecto de su propia memoria, error que no solo constituye un síntoma preocupante en cuanto a su falta de tino para los asuntos humanos, sino que a menudo puede resultar en falta moral, muy en especial cuando se pliega ante situaciones que le incumben en primer lugar. Aubenque nunca dejó de combatir esta especie de ceguera que a menudo se impone en el medio en que se movió, el mundo académico, un ámbito en particular donde la distancia que precisa la reflexión puede tornarse en «esa tentación de absoluto que no es sino la forma más sutil de desprecio del hombre»20. Alejado de todo protagonismo y combatiendo la presunción de cierto lenguaje característico, P. Aubenque nunca dejó de defender la universidad. No serían pocas las ocasiones en que esta última habría de recordarle que el ámbito académico —lo que incluye también a la filosofía—, no es ni puede ser ajeno a cuanto sucede en el mundo. Pero es precisamente en virtud de esta condición que cualquiera puede, tal y como hiciera Aubenque, aprender poco a poco a sostener el propio punto de vista ante los demás, así como a ejercer la crítica sin caer en el rencor o el reproche.

En verdad, tras la incitación de Pierre Aubenque a la prudencia no cabe entender tanto un alejamiento de la filosofía como un llamamiento a que el filósofo reconozca los límites que encuentra también cuando hace filosofía. Esta disposición que —sin rehuir el horizonte de la acción— se sitúa a medio camino entre la aspiración intelectual y la experiencia que del mundo tienen los hombres, puede adoptar, según el caso, vías de manifestación que nada deben al lenguaje filosófico. De ahí quizá que, al menos en una ocasión, Aubenque trajera a colación un suceso enmarcado en su propia vida, el cual, por más que venga expresado en un tono de lo más humilde, es narrado casi a su pesar. La mención a aquel suceso vendría motivada por la publicación de un libro que, hacia mediados de los años 80 del siglo pasado, trató de suscitar, una vez más, la polémica en torno a Heidegger y el nazismo. Si esta última anécdota se nos antoja significativa, es debido a que es extraída, como en bruto, directamente del ámbito universitario, y sin embargo llega a procurar un tipo de saber que se cultiva más en la experiencia que en los libros. Por esta razón, acaso no provenga sino de «situaciones límite»21, en las que inquietudes básicas para la reflexión devienen —inesperadamente— en un posicionamiento comprometido en el mundo, llegando a tomar parte en iniciativas más bien alejadas de los quehaceres que habitualmente definen al mundo académico, y ejemplificando de ese modo un desacuerdo que se hace públicamente visible. De ahí que, al venir presionada por una deriva inherente a cierto proselitismo en el interior de instituciones en principio independientes, se nos presente tan efímera en cuanto a la posibilidad de orientar cambios políticos como valiosa para la reflexión en general. Contribuye por tanto a recordarnos, pese a todo, que el ámbito académico, en determinadas situaciones, cuando la esfera pública y las instituciones nos sitúan al borde del desahucio civil y moral, está en condiciones de ser uno de los pocos reductos donde el sentido común puede hacerse oír.

En torno a 1948, coincidiendo con su etapa de formación en la ENS, P. Aubenque hizo frecuentes viajes a Friburgo interesado por la filosofía de M. Heidegger. En aquel tiempo, Heidegger se encontraba suspendido por las autoridades francesas de ocupación y estaba inhabilitado para dar clase en la Universidad. Nada menos que tres décadas más tarde, y ante la propagación de la enésima polémica reabierta sobre la avenencia de Heidegger con el nazismo, Aubenque se verá obligado a recordar cuál era de hecho, poco después de la guerra, la reacción en las aulas de Friburgo ante el silencio forzado al que se impuso al filósofo alemán:

Pero durante este tiempo, en la Universidad, cada vez que Max Müller, víctima del nazismo, pronunciaba en su curso el nombre de Heidegger, excusándose casi de hablar en su lugar, se producía en la sala, mediante un breve golpear en los pupitres, una manifestación de simpatía por el hombre entonces humillado, de reconocimiento hacia el pensador, a la vez que de impaciencia para con los militares que ejercían lo que todos nosotros teníamos entonces por una intolerable censura. Los pocos franceses que había allí no se quedaban a la zaga de este género de manifestación. Sabíamos, sin embargo, todos, franceses y alemanes, que Heidegger había sido nazi: ¿por qué otra razón iba a haber sido suspendido? Y no era preciso tomarse mucho trabajo para recoger algunos ecos todavía vivos del famoso rectorado. ¿Era la inconsciencia de la juventud lo que nos hacía entonces tan indiferentes a este aspecto? No lo creo. A través del extraordinario público de veteranos, de lisiados, de expulsados, de supervivientes de no se sabía qué matanzas que frecuentaban entonces las aulas, era una visión global y directa de Alemania lo que nos disuadía de hacer de Heidegger un caso particular y, en algún sentido, ejemplar. Heidegger era un pensador de Alemania: el problema que nos planteaba era el mismo que nos planteaban los alemanes con quienes nos codeábamos todos los días, en su mayoría más bien simpáticos, y, sin embargo, tan colectivamente comprometidos. Nos pusimos, pues, a leer a Heidegger in absentia, dejando para después la cuestión de saber por qué un tan gran pensador no había escapado al error colectivo22.

El testimonio que venimos de reproducir es narrado a propósito de un artículo en el que P. Aubenque se ve obligado a salir en defensa del nombre y la filosofía de M. Heidegger, ambos puestos en entredicho por un libro que, mejor o peor documentado, parecía faltarle precisamente aquella orientación que impide que, al tratar de los asuntos humanos, caigamos en el mayor de los despropósitos. El libro en cuestión, como el artículo de Aubenque, datan de mediados de los años 80 del pasado siglo, 10 años después de la muerte de Heidegger y 40 años después de la primera vez que Aubenque se encontrara con el filósofo alemán. Cabe pues reconocer a P. Aubenque, entre aquellas virtudes que se ejercitan con el auxilio del tiempo, una actitud más que le honra, la cual quedará ligada a su memoria: la fidelidad. P. Aubenque logró mantener encuentros regulares con M. Heidegger durante su periodo de estudiante, lo que daría inicio a una relación amistosa que se mantendría a lo largo de los años. Ya como profesor, Aubenque no solo no disimularía su reconocimiento hacia el pensamiento de Heidegger, sino que trató en varias ocasiones de que el filósofo alemán asistiera como conferenciante a la Universidad de la Sorbona, donde el interés por parte de estudiantes e investigadores era patente. En todas y cada una de las ocasiones, tales solicitudes serían rechazadas desde la universidad de París. A pesar de estos y otros impedimentos, parece que fue posible organizar un seminario medio clandestino en una institución ajena a la universidad para que tal encuentro llegara finalmente a tener lugar. Los desencuentros ocasionales a los que hubo de hacer frente Aubenque con motivo del desprecio a la figura de Heidegger resultan tanto o más significativos por cuanto provienen de alguien que ni pensaba ni actuaba como heideggeriano, ya que, según un especialista en aquel periodo, Aubenque «[supo] también tomar distancia con respecto a los heideggerianos franceses»23.

Hemos traído a colación algunas de estas controversias a fin de recordar cómo P. Aubenque, quien nunca dejó de expresar sus opiniones —fueran o no controvertidas—, debió hacer frente a distintas situaciones que le surgieron al paso en su vida en la universidad, y sin embargo nunca hizo de ello causa alguna ni buscó un protagonismo innecesario. Por lo que respecta a los asuntos humanos, su carácter templado le situaba en las antípodas del rol socialmente proactivo que tanto caracteriza al intelectual francés del siglo XX, de quién a su vez le distinguía un alejamiento significativo en cuanto a hacer valer sus opiniones a partir de posicionamientos filosóficos, manifiestamente deudores de tal o cual corriente de pensamiento. ¿No es acaso esta sabiduría difícil, capaz tomar de la experiencia el criterio que ninguna verdad definitiva puede arrogarse, la que mejor puede preservar —en determinadas situaciones— nuestras acciones de la desmesura, un precario equilibrio que, dado el curso abierto que presenta la acción del hombre, puede ayudar tanto a no incurrir en la arrogancia como a no ceder frente a la desesperación, dos caras de una desidia que crece rampante hoy en el mundo? Si la filosofía de P. Aubenque logró mantener un discurso coherente respecto del hombre, esto es, libre de las justificaciones parciales que a menudo proyecta el pensamiento contemplativo, es porque le preocupaba tanto penetrar los fundamentos teóricos como reconocer los límites dentro de los cuales el conocimiento riguroso, allí donde no le asiste una noción de verdad absoluta, puede seguir progresando, decidiendo él mismo sobre lo que resulta solo plausible y dejando de ese modo abierta la intervención a otra vertiente del espíritu, acaso más próxima a aquello que de nosotros depende. Sabemos hoy más que nunca que este tipo de sabiduría no se adquiere en el cultivo de talentos forjados en espacios compartimentados, como tampoco deriva de especialidades cuyo criterio técnico sería posteriormente aplicable a una realidad que en ningún caso tiene por qué ajustarse a sus procedimientos: depende, antes bien, de capacidades que se ejercitan entre hombres y se actualizan en el juicio, esto es, de capacidades que siendo consustanciales a la libertad, pueden infundir cierto compromiso en el mundo.

No hay duda de que tal compromiso continúa siendo un misterio casi desconocido para nosotros. Por lo demás, ni Aristóteles ni la metafísica parecen ajustarse a la demanda apremiante de respuestas en un mundo atenazado por diversos cambios y desafíos inéditos. Y, sin embargo, por lo que respecta a las posibilidades que ofrece el pensamiento, la decisión de Pierre Aubenque de ocuparse infatigablemente de cuestionar los “lugares comunes” no deja de presentarse tan significativa teóricamente hablando como sugerente a la hora de recabar una visión global de las cosas, acaso también en medio de los desafíos de hoy24.

Su nombre, así como su obra —la cual desde hace décadas ocupa un lugar insigne dentro del aristotelismo—, quizá no sean muy recordados en su país, en contraste con la notoriedad que alcanzaron tantos filósofos compatriotas de su generación. Y sin embargo, en lo que concierne a aquellas apuestas y decisiones que marcarán el rumbo de la filosofía del siglo XX, Aubenque se anticiparía, paradójicamente, a la mayoría de sus colegas: basta repasar las temáticas de algunos de sus artículos para comprobar que no rehuyó ninguno de los grandes debates intelectuales de su tiempo: se ocupó —críticamente en todos los casos— del marxismo en los años 50, de la interpretación gramatical de las categorías, así como del estructuralismo en los años 60 y 70; volvió en numerosas ocasiones la mirada sobre la filosofía analítica —desde sus primeros representantes, hasta la obra de Quine—, ocupándose a su vez del debate que se dirimía en los años 30 entre neokantismo y hermenéutica; no dejó de hacer consideraciones sobre la deconstrucción —un modo de aproximación del que fue de hecho pionero en su país, al haber fijado como tarea «desaprender a Aristóteles»25—; contribuyó a desmantelar la moderna idea de dialéctica, cuyo destino, puede decirse hoy, está en buena medida despejado de la sombra que proyectaba en su tiempo el hegelianismo; qué decir de la metafísica y de la dignidad de la filosofía práctica, cuestiones todas ellas que tienen hoy un estatus muy distinto del que tenían a mediados del siglo XX, en buena medida gracias a los trabajos de Aubenque; defendió —como hemos recordado— a Heidegger de nuevos ataques en los años 80, participó del debate entre comunitaristas y liberales en la década de los 90, y así un largo etcétera.

Por extraño que parezca, esta visión tan nítida del clima intelectual de su tiempo venía en buena parte favorecida por una familiaridad con el pasado: fundamentalmente, por un conocimiento de la historia de la filosofía, pero también de la historia a secas. Esto resulta tan plausible y raro a la vez como decir que P. Aubenque, concernido por los problemas y desafíos a los que estaba llamada a responder la filosofía contemporánea, abogara, en una época atravesada de tantas escuelas e ideologías prometedoras, por una vuelta decidida a Aristóteles. Más allá del acierto de sus tesis sobre Aristóteles —que siguen sin ser rebatidas tras más de 60 años vigentes—, nos interesa subrayar el hecho de que aquel interés genuino por el pasado desborda en todo caso la mera erudición: uno no deja de ser contemporáneo cuando decide remontar críticamente el pasado y la tradición a fin de esclarecer aquellos conceptos fundamentales que han dado forma, con el paso del tiempo, a nuestro marco actual de pensamiento. Esta posición ecuánime, y en cierto modo desprendida para con los asuntos diarios, ejemplifica la extraordinaria desenvoltura de Aubenque para enfrentar múltiples cuestiones de su tiempo en general, y todo ello sin cejar —a lo largo de tantos años de su vida— en una perspectiva que, a contracorriente del pasado y la tradición, habría de recordarnos la relevancia de un debate filosófico considerable: la decisión de esclarecer, de entre todas las filosofías y corrientes posibles, el aristotelismo en particular.

Ninguna otra corriente de pensamiento ha puesto a tal punto de manifiesto que en la interpretación de obras filosóficas se juegan cuestiones fundamentales. En la actualidad, y en parte gracias al trabajo de Aubenque, sabemos un poco mejor que esta labor interpretativa está llamada a alcanzar una dignidad propia, dignidad que no deriva en este caso de ninguna verdad que quepa deducir de algún principio superior, como tampoco de ninguna promesa situada al final de una búsqueda histórica que es inacabable por definición. Así las cosas, el ejemplo de su trabajo nos recuerda que a nadie más que a nosotros corresponde la tarea inherentemente crítica de actualizar mediante el juicio una valoración retrospectiva, que no deja de ser, en cierto modo, selectiva. Hoy más que nunca resultan manifiestos ciertos excesos sistematizantes que la tradición exegética atribuyó directamente a Aristóteles, situación que permite quizá llevar a cabo una interpretación en mayor medida imparcial, aunque no inocua: «la historia de la filosofía no puede dejar de reconocer el filosofar detrás de las filosofías; entonces ella misma se convierte en un acto filosófico»26. En este sentido, reanudar el pensamiento de Aristóteles exige, como dijera Aubenque, una «prolongación» del pensamiento del filósofo que se estudia, un ejercicio interpretativo que difícilmente podría comenzar a partir de criterios estrictos de «objetividad», y menos aún allí donde el contenido mismo de la metafísica aristotélica retiene en su desarrollo la impronta de un descubrimiento decisivo: la constatación de que el ser no significa de manera unívoca. En virtud de este reconocimiento, toda interpretación al respecto implica ya —y tal es la grandeza del gesto de Aubenque— un paso que reincide en aquella prefiguración inicial desde la que han tomado su curso las distintas corrientes del aristotelismo, cuyo desarrollo histórico, por más que parezca agotado, permite una y otra vez reencontrar elementos que invitan a un diálogo posible. Esta apertura inscrita en el interior de la ontología aristotélica debe mucho a cierta vía interpretativa que ha sabido reencontrar, en las posibilidades que ofrecen la negación y la diferencia ontológica, un tipo de aproximación de cuyo empleo problemático ya tenemos constancia en otros momentos de la historia de la metafísica, y que —tal y como muestra Aubenque—, retrotrae su función y significado a dificultades que Aristóteles fuera el primero en alumbrar. Con todo, llama la atención que, precisamente cuando los ecos de esta actitud parecen haber inspirado a tantos filósofos contemporáneos en un momento histórico decisivo para la metafísica cuya función más reconocida pasa hoy por cuestionar los elementos constitutivos sobre los que se ha asentado la ontología en su devenir histórico—, esto es, en el mismo momento en que se apela a «deconstruir» esta evolución histórica en busca de lo novedoso que late tras los supuestos menos formulados, la palabra de Aubenque nos incite, en cambio, a seguir la siguiente recomendación: no dejar de confrontar, a fin de precisar el sentido de cuestiones tan largamente debatidas, los silencios del propio estagirita. Abordar la cuestión del ser en Aristóteles pasaría entonces por buscar, en medio de este terreno problemático, las trazas de aquel compromiso inicial, lo que compele a su vez a elegir, en medio de esa diversidad, y bajo la sola responsabilidad del intérprete, aquellas sendas que, habiendo sido sucesivamente emprendidas y descartadas en nuestra tradición, permitan reconocer —tal vez hoy mejor que en otro tiempo— la originalidad que subyace al comienzo aristotélico.

Si, llegados al último tramo de este modesto homenaje, cupiera decir una palabra respecto del legado que supone la obra filosófica de este gran metafísico contemporáneo, sin duda sería oportuno hacerlo con una cita de Aristóteles. Este fragmento, que mantiene viva su significación pese al paso de los siglos, refleja, en el caso de Aubenque, una apuesta por preservar cierto modo sutil de enfrentar los problemas de la filosofía: concernido por volver a los discursos enunciados por otros pensadores anteriores, sería capaz, sin embargo, de hablar con voz propia sobre un buen número de cuestiones, contribuyendo así a aquel viraje difícil hacia el que transitará la filosofía de mediados del s. XX. «Responsable único de la decisión que adopte, no tendrá otra esperanza que “razonar, en algunos puntos, mejor que sus antecesores y, en otros, no razonar peor”»27.

Ampliado por este excepcional comentarista, el fragmento en cuestión acaso esté en condiciones de facilitar la orientación mínima que precisa todo pensamiento, aun cuando la ausencia de salidas claras o soluciones definitivas parezca sugerir que a nadie más que a nosotros corresponde, en última instancia, hallar el modo de enfrentar los desafíos de nuestro tiempo.

Referencias bibliográficas:

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Diego Ruiz de Assín Sintas es licenciado en sociología en la Universidad Complutense de Madrid, es actualmente investigador en filosofía.

Líneas de investigación:

Aristóteles, P. Aubenque, H. Arendt.

Publicaciones recientes:

- Estudio introductorio del libro Problemas aristotélicos: lenguaje, dialéctica y hermenéutica de P. Aubenque (Encuentro 2021).

Correo: druizass@gmail.com


1. Aubenque, P.: Problemas aristotélicos. Lenguaje, dialéctica y hermenéutica, Madrid, Encuentro, 2021. Traducción que corresponde a la primera sección de Aubenque, P.: Problèmes aristotéliciens. Philosophie théorique, t. I, París, Vrin, 2009.

2. Pierre Aubenque residía desde hace años a las afueras de París, en Versalles. El apartamento de la residencia donde vivía junto a su mujer era escenario de frecuentes visitas de profesores, antiguos colegas, discípulos y amigos.

3. Tomamos esta expresión de H. Arendt aun a sabiendas de que el sentido preciso que adopta esta expresión en su obra resulta significativo por relación a un contexto que nada tiene que ver con el nuestro.

4. Tiempo después de haber concluido nuestro artículo, aparecieron publicadas en distintas revistas breves reseñas o notas necrológicas con motivo de la muerte de P. Aubenque. Algunos de estos testimonios proceden de discípulos y colegas que formaron parte del círculo del autor a lo largo de tantos largos años. Véase en especial Brague, R. «Nécrologie», Les études philosophiques, 141, 2022-2, pp. 105-107; Brague, R. «Nécrologie», Revue philosophique de la France et de l’étranger, 46, 2021-1, pp. 145-146.

5. Esta discrepancia en el trato puede observarse en algunos debates mantenidos con su colega francés J. Brunschwig, reproducidos en Aubenque, P.: Problèmes aristotéliciens, op. cit., pp. 147-152.

6. De entre los testimonios que cabría aducir en defensa de esta afirmación, hay dos que nos han llamado la atención por su concisión y singular acierto en relación a la figura de Pierre Aubenque. Ambas citas nos ofrecen —cada una a su manera— una idea de la alta estima que tanto el trabajo como la personalidad de Aubenque llegaron a despertar en determinados círculos académicos fuera de Francia, país en el que nunca obtuvo un reconocimiento equiparable al de otros autores de la filosofía francesa de la última mitad del s. XX. El primer fragmento corresponde a un comentario de M. de Gandillac, quien recoge de manera escueta el singular perfil académico de nuestro autor: «De los pocos franceses “llamados” a impartir Aristóteles en Alemania» (De Gandillac, M.: Le siècle traversé. Souvenirs de neuf décennies, París, Albin Michel, 1998, p. 293). El segundo testimonio no es sino el extracto de un excepcional comunicado de fallecimiento publicado por el departamento de Filosofía de una universidad latinoamericana, una nota departamental que no dudó en honrar, con una muestra discreta de afecto y reconocimiento, la memoria del profesor recientemente fallecido: «Pierre Aubenque fue uno de los grandes intelectuales franceses de mitad del siglo pasado, representante por excelencia de un estilo de erudición y análisis filosófico cuya profundidad y elegancia la actual –y atareada– filosofía académica, obcecada con artículos y citaciones de Google, difícilmente es capaz de reconocer». De Àvila Zingano, M. A.: «Nota de falecimento» del Departamento de filosofía de la Universidad de São Paulo, publicado el 27 de febrero de 2020. [En línea], disponible en: URL: http://filosofia.fflch.usp.br/node/2291.

7. Sobre la influencia de Sartre por aquella época en la ENS, véase Baring, E.: The Young Derrida and French Philosophy, 1945–1968, Cambridge, Cambridge University Press, 2011, p. 105, donde se menciona entre otros a P. Aubenque. En relación a L. Althousser, nos remitimos al breve comentario de J- Gourinat, B.: «Pierre Aubenque»Philosophie Antique, Annonces en pré-publication, publicado el 27 de abril de 2020. [En línea], disponible en: URL: http://journals.openedition.org/philosant/3562. DOI: https://doi.org/10.4000/philosant.3562.

8. Aubenque, P.: El problema del ser en Aristóteles, Madrid, Escolar y Mayo, 2008; Aubenque, P.: La prudencia en Aristóteles, Buenos Aires, Las Cuarenta, 2010.

9. Aristóteles: Metafísica, IV, I, 1003 a 21.

10. Para una bibliografía extendida de las reacciones suscitadas ante las tesis defendidas en El problema del ser en Aristóteles, véase: Baghdassarian, F. «Métaphysique y negation chez Pierre Aubenque», Les études philosophiques, 141, 2022-2, p. 57, n. 2; Guyomarc’h, G. «Aubenque et la tradition aristotélicienne», Les études philosophiques, 141, 2022-2, p. 69, n. 1.

11. Aubenque, P.: Problemas aristotélicos. Lenguaje, dialéctica y hermenéutica, op. cit.; Aubenque, P.: ¿Hay que deconstruir la metafísica?, Madrid, Encuentro, 2012.

12. A petición de sus colegas, Pierre Aubenque accedió a hacerse cargo del decanato de la facultad en la Universidad de Hamburgo en los tumultuosos años de 1968-1969, véase: Brague, R. «Nécrologie», Les études philosophiques, op. cit., p. 106. En cuanto a su contribución crítica en medios y publicaciones: Aubenque, P., et al.: Para que la universidad no muera, Madrid, Rialp, 1980; Aubenque, P.: «Pour une reforme des Facultés de Lettres», Les Cahiers de la République, 50, 1962, p. 942; reproducido en Esprit, 5-6, pp. 1092-1106.

13. Aubenque, P.: Problemas aristotélicos, op. cit., pp. 54-58, donde el autor dedica un anexo a refutar el curioso resurgimiento que supone, cerca de un siglo después de las tesis de Trendelenburg, el intento por validar —con base en la lingüística contemporánea— una aproximación gramatical a las categorías de Aristóteles.

14. En palabras de un investigador español: «Sabía reconocer lo que debía a sus antecesores, y también, cuando debía, exponía con honestidad las opiniones que no podía compartir o incluso que debía refutar». Zamora Calvo, J. M.: «Pierre Aubenque (1929-2020), el profesor prudente», Revista de Hispanismo Filosófico, 25, 2020, pp. 213-217 (216-217).

15. Peeters, B.: Derrida, Méjico, Fondo de Cultura Económico, 2013.

16. La traducción del pasaje es nuestra. Peeters, B.: Derrida, París, Flammarion, 2010, pp. 391-392. Trad. esp. Villalba, G., Peeters, B.: op. cit., 2013, p. 385.

17. Respecto de la inspiración que Derrida encontrara en la obra de Aubenque, véase Derrida, J.: De la gramatología, Méjico, Siglo XXI, p. 17 n. 6. En el caso de Aubenque, solía evocar con gran respeto y admiración la obra de Derrida, a quien incluía entre «aquellos pensadores que, intentando superar la metafísica desde el interior [de la metafísica], son hoy los verdaderos metafísicos» (la mención corresponde al discurso de investidura de Aubenque impartido con ocasión de su nombramiento como Doctor honoris causa por la Universidad de Santiago de Compostela, celebrado el 9 de diciembre de 1998. Aubenque, P.: ¿Pódese falar hoxe da fin da metafísica? [video], USC TV Mediateca, publicado el 10 de septiembre de 2010. [En línea], disponible en: URL: http://tv.usc.es/mmobj/index/file_id/1498). Para una interpretación más ajustada sobre las implicaciones del pensamiento de Derrida en el marco de la metafísica contemporánea, véase Aubenque, P.: ¿Hay que desconstruir la metafísica?, op. cit., pp. 69-82.

18. Alfaro, E.: «Zorroaga, la academia en medio del infierno», El país, 4/1/2004. [En línea], disponible en: https://elpais.com/diario/2004/01/04/domingo/1073191959_850215.html.

19. Rémi Brague, en la parte final de una breve recensión o nota necrológica, tiene a bien compartir dos anécdotas más que ilustran la nobleza de carácter de P. Aubenque, ofreciendo un vivo recuerdo de su persona. Brague, R. «Nécrologie», Les études philosophiques, op. cit., p. 107.

20. Aubenque, P.: «Philosophie et Idéologie», Archives de philosophie, vol. 22, 1959, pp. 483-520 (519).

21. Tal expresión fue acuñada por K. Jaspers, Arendt, H.: La vida del espíritu, Barcelona, Paidós, 2002, p. 214.

22. Aubenque, P.: «Otra vez Heidegger y el nazismo», Revista de Filosofía, 1, 1987, pp. 157-170 (168).

23. Janicaud, D.: Heidegger en France, t. I, Récit, París, Albin Michel, 2005, p. 279 y p. 492, donde se indica por lo demás que P. Aubenque «se mostró poco heideggeriano en su tesis». Citado por Guyomarc’h, G. «Aubenque et la tradition aristotélicienne», op. cit., p. 79.

24. No hace tanto tiempo, hacia mediados de los 80 del pasado siglo, todavía había espacio en la prensa nacional para hacerse eco de un congreso sobre Aristóteles al que habrían acudido unos 200 asistentes. Arroyo, F.: «200 personas asistieron a un seminario en Santiago de Compostela», El país, 20/6/1986. [En línea], disponible en: https://elpais.com/diario/1986/05/20/cultura/516924014_850215.html.

25. Aubenque, P.: El problema del ser en Aristóteles, op. cit., p. 11.

26. Aubenque, P.: «Sí y no», en B. Cassin (ed.), Nuestros griegos y sus modernos: estrategias contemporáneas de apropiación de la Antigüedad, Buenos Aires, Manantial, 1994, p. 23.

27. Aubenque, P.: El problema del ser en Aristóteles, op. cit., p. 84.

Resumen

Recientemente fallecido, Pierre Aubenque consagró la mayor parte de su trayectoria a la interpretación del aristotelismo. Su apuesta por reconsiderar el sentido y la función de la metafísica aristotélica ha puesto de relieve la dignidad inherente a la tarea del historiador de la filosofía, cuya aproximación crítica al pasado exige la actualización de un singular compromiso intelectual. La nítida visión que tenía de los desafíos a los que debía responder la filosofía del s. XX, la participación en múltiples debates y su entrega a la docencsia universitaria, reaparecen hoy bajo los rasgos de un coraje bien reconocible en sus intervenciones.

Palabras claves

P. Aubenque; aristotelismo; metafísica; filosofía del siglo XX; universidad.

Abstract

Professor Aubenque, recently deceased, devoted most of his academic research to interpret aristotelianism. His firm commitment to go back over the sense and function of Aristotle’s metaphysics has brought to light the significant task of the historian of philosophy, whose critical approach to the past requires a distinctive intellectual engagement. Professor Aubenque’s lucid view of the concerns that XXth Century philosophy was expected to respond, together with his dedication to university teaching and academic debate, give evidence of certain courage, which specific features have become visible today.

Keywords

P. Aubenque; aristotelianism; metaphysics; 20th century philosophy; university.

Claridades. Revista de filosofía 15/2 (2023), pp. 235-260.

ISSN: 1889-6855 ISSN-e: 1989-3787 DL.: PM 1131-2009

Asociación para la promoción de la Filosofía y la Cultura en Málaga (FICUM)