Máscaras mortuorias. Historia del rostro ante la muerte

LÓPEZ DE MUNAIN, Gorka

Sans Soleil Ediciones,Vitoria-Gasteiz & Buenos Aires, 2018

ISBN: 978-84-947354-9-3

Las actitudes del ser humano hacia la muerte o el final de su existencia terrena constituyen un tópico académico de larga trayectoria en todos los campos del saber. Un análisis de la presencia de su estudio en la Academia desvelaría otras preocupaciones, las de la elite intelectual hacia un fenómeno que tampoco le resulta ajeno. Las diferentes formas de aproximación a los comportamientos ante la muerte en tiempos pretéritos dejan ver las innovaciones metodológicas que desarrolla cada disciplina con el fin de comprender el propio fenómeno.

En efecto, el trabajo de López de Munain, fruto de su tesis doctoral Una genealogía de la máscara mortuoria. Tiempo, imagen, presencia (Universitat de Barcelona, 2017), se inserta en una nueva corriente de estudios donde tienen cabida una amplia perspectiva metodológica que aúna los estudios de cultura visual y teoría de la imagen y que debiera ser más propia de este momento académico de lo que en ocasiones resulta.

La monografía propone una reconstrucción de la historia en occidente de una práctica concreta: la objetualización del rostro muerto. Un material que la historia del arte no siempre ha abordado de la forma más apropiada ya que, en cierto modo, el historiador se enfrenta a la fascinación de analizar el último rostro de tal o cual personaje. No es más que un efecto colateral del poder de las imágenes al que nos exponemos.

Desde los prolegómenos del trabajo, López de Munain asienta las premisas con las que encara el estudio: el valor que confiere a las máscaras el contacto directo con el finado, el «poder de presencia» que este gesto les reviste, su constitución en vera efigie y su capacidad de activación en circunstancias diversas a las que fueron creadas. Las premisas ponen de relieve que la perspectiva de análisis desborda el acercamiento formalista o historicista a estos objetos y se fija como máxima «analizar cómo, desde épocas remotas, el rostro ha ocupado un lugar de privilegio en la cultura visual de la muerte». Ahora bien, no queda libre de la paradoja del historiador que se dispone a escribir una Historia de… consciente de que el material dispuesto –las imágenes– son, en sus propias palabras, «ecos o fulgores repentinos de una historia anacrónica que huye de los principios y de los finales, y que se agarra a un presente inestable».

El texto se articula en tres grandes bloques, el primero Rostro, máscara y muerte se centra en disponer el sustrato teórico que recorre el estudio. Desde el referente que marcan los trabajos de E. Gombrich sobre el poder de los rasgos fisonómicos, la cara, y su imagen, la máscara, hasta los últimos trabajos de H. Belting que defienden el rol de esta como medium y que ha causado el cambio de interpretación del rostro y su representación.

Una vez planteado el enfoque, el segundo capítulo de la monografía se centra en los primeros testimonios conservados y sus proyecciones hasta el comienzo de la etapa moderna. El título Huellas de la ausencia avanza ya aspectos sobre la percepción y el significado dado a estos materiales, condicionados por la propia técnica por la que se generan: la presión de un cuerpo sobre una superficie.

El autor rastrea el origen en el que esta rudimentaria práctica de impresión se liga a la idea de presencia. Uno de estos primeros testimonios lo encuentra en los moldes con imágenes de las divinidades, en los cilindros de Oriente Próximo o en los sellos de la tradición grecorromana, donde el elemento figurado se convierte en su propia presencia. De esta forma, López de Munain introduce un nuevo elemento a la discusión como es la tensión entre la materia y el gesto, un aspecto que emergerá con frecuencia en el discurso general. Las características de los materiales, la cera y yeso, aparecen como garantes de la fidelidad absoluta del molde y el gesto que captura la expresión más inmediata y absoluta.

Es esta captación de los rasgos de los individuos otra de las preocupaciones constantes en la producción y que quedaba garantizada por la propia técnica basada en la «semejanza por contacto». Para ahondar en la reflexión el autor se sirve de los planteamientos más recientes propuestos por Didi-Huberman y Dominic Olariu acerca del uso y el significado de estos primeros moldes.

Desde ahí se da entrada a un amplio apartado dedicado a tratar las imagines maiorum, una de las formas más típicas y tópicas de estos materiales y no por ello mejor conocido. El autor no duda de la función memorial, genealógica y representativa de los retratos romanos, si bien, muestra ciertas reservas a que estos les concedieran un valor extraordinario al hecho de obtenerlos en el momento de la muerte. Es más, que fueran utilizadas como soporte para la representación en vida de la persona induce a López de Munain a establecer una clara diferencia entre «máscaras mortuorias» y «procesos técnicos post mortem» con la intención de visibilizar la diferencia del fin y, por lo tanto, del significado con el que fueron creadas.

Otra de las prácticas propias de este periodo que trata es la introducción de estas representaciones dentro de las variadas prácticas rituales romanas, donde se señala un nuevo valor: la sustitución del efigiado. Precisamente, una función que se mantendrá vigente en determinados contextos del periodo medieval, poniendo en entredicho los tradicionales limites historiográficos.

Para finalizar este apartado dedicado a la Antigüedad, el autor atiende a un conjunto de moldes infantiles que aparecen vinculados a espacios de enterramiento. La singularidad del conjunto y de los lugares donde se encuentran le llevan a interpretarlos como los moldes realizados para la obtención de la máscara y que, dotados de presencia por contacto, llevó a los progenitores a inhumarlos junto al cuerpo, ante la imposibilidad de deshacerse de ellos como un residuo común. Una manifestación más del mencionado poder de las imágenes.

Las prácticas funerarias del siglo XIII francés le permiten desmontar algunos tópicos historiográficos del periodo medieval. La utilización de máscaras y maniquíes cerúleos del muerto sobre los ataúdes o catafalcos de los monarcas le dan pie a disertar acerca de la pervivencia de estas prácticas y a marcar la comunión de estas con el planteamiento que define la existencia de «los dos cuerpos del rey», de Ernst Kantorowicz. Tras un repaso a la ritualidad medieval en torno a la muerte, donde los cuidados por la conservación del cuerpo juegan un papel fundamental, López de Munain trata el fenómeno de estos vaciados a partir de las propuestas iniciales de E. Mâle, Julius von Schlosser o Joseph Pohl.

Las nuevas ideas humanistas, el hombre italiano se sitúa en el centro de las renovadas premisas de la creación artística, de forma que el uso y las funciones de la huella facial sirve de soporte a los artistas. El autor hace un repaso a la presencia de esta técnica en la tratadística renacentista, confirmando el cambio de funciones y de significado. La variedad de testimonios le permite abordar las múltiples aristas en el uso de las matrices para la configuración del retrato moderno. Uno de los casos más significativos en España es el del Cardenal Tavera, de quien se conserva la máscara mortuoria y sobre la que trabajaron dos eminentes artistas del periodo: Alonso de Berruguete en su sepulcro de la iglesia del hospital toledano y el retrato que realiza El Greco, conservado en la misma institución.

El caso de san Ignacio de Loyola le sirve unos párrafos más adelante para adentrarse en la creación de la vera efigie a partir de su máscara, un fenómeno donde la devoción de los coetáneos por el santo vasco fue esencial. La sacralización del rostro es una de las pruebas que soportan el discurso metodológico del autor que propone entenderlas «más allá de los usos con los que fueron concebidas y, sobre todo, que deben estudiarse anacrónicamente, atendiendo a todos aquellos instantes en los que emergen para dotarse de nuevos significados».

Para cerrar el apartado dedicado a la primera etapa de la modernidad se centra en la recuperación del retrato en los términos clásicos de las imagines maiorum, principalmente como ejemplo de conducta para el nuevo ciudadano, siguiendo las premisas de A. Warburg. El paradigma de estas prácticas aparece, no en vano, en Florencia con los simulacros en cera de los más ilustres personajes en el Chiostrino de la iglesia de Santissima Annunziata. Se consagra de esta forma un uso, el de la sustitución, que se mantiene prácticamente hasta la actualidad, según afirma el autor.

El último capítulo de la monografía parte de los cambios sociales, espirituales y culturales ligados a la Ilustración en relación con la muerte en el siglo XVIII. El ensayo sitúa ahí el punto de inflexión en la trayectoria dado que su uso y funciones se regirán bajo parámetros notablemente diferenciados. A esto se une el nuevo estatus del artista y el estudio del natural donde la presencia de estos moldes fue esencial, como dejan ver la amplia producción que representa a los artistas en el momento de la creación. Estas imágenes le permiten realizar un detallado recorrido por el significado de las escenas de taller atestadas de secciones corporales y miembros inconexos.

Seguidamente, centra la atención en una nueva función que se configura en torno a los moldes de cera como es el desarrollo de la práctica científica, cuyo paradigma se sitúa en las «venus anatómicas», donde ciencia y tradición clásica se confabulan para una dar lugar a una obra genuina.

Una constante en este tercer bloque que aflora en los diferentes casos tratados es el coleccionismo de las máscaras, bien particular o institucional. El autor dedica un amplio apartado al comienzo de este proceso de fetichización del objeto, del rostro, a partir del fenómeno de la Iconnue de la Seine que le sirve para abordar los nuevos factores que contribuyen a la fascinación por estos rostros de la muerte: la fotografía y la prensa.

Otro de los factores de las transformaciones en los usos y significados de las máscaras mortuorias es el desarrollo de El estudio del rostro: fisiognomia, frenología y criminalística. En este contexto pone de relieve el interés concreto por estas imágenes finales que, en palabras de un distinguido coleccionista: «lo que la vida hace fugitivo, la muerte detiene. Lo que era indefinible se define». A esa melancolía romántica que recorre la época, según el autor, se añade el culto al genio y a las personalidades que perdurará en los siglos sucesivos. El recorrido por los casos de Géricault, Kant, Beethoven, Rousseau, Marat o Napoleón le dan pie para analizar los pormenores de un fenómeno variable y en continua mutación.

La monografía concluye con una estimulante reflexión sobre los estudios de este fenómeno en la península ibérica, pues los primeros testimonios que recoge se remontan al caso del cardenal Tavera, al del antipapa Gil Sánchez Muñoz Cambo o la Beata Mariana de Jesús. El autor evidencia la falta de estudios de estas prácticas en España, más allá del célebre, por fetichizado, caso de Gaudí. No obstante, demuestra el potencial de algunos de los casos conocidos como el de Mariano Fortuny, Blasco Ibáñez, Fransec Macià, incluso en el mundo militar, con el ejemplo de los generales Las Heras y Francisco Franco.

En el ensayo de López de Munain fluctúan en tensión dos de las preocupaciones constantes a lo largo de la trayectoria de hombre y de la Academia: el rostro y la muerte. Proporcionando un renovado punto de vista en el que confluyen diversas perspectivas, esenciales para comprender los restos materiales de un proceso existencial para el ser humano.

Jorge Jiménez López

Universidad de Salamanca