Pourquoi les fleurs. Un autre voyage en Italie

GRÉBERT, Marion

L’Atelier Contemporain - Essais sur l’art, Estrasburgo, 2025

EAN: 9782850351778

La rosa es sin porqué, florece porque florece, no está pendiente de sí misma, no se pregunta si alguien la ve.

Angelus Silesius (1657)

En uno de los seminarios en el Collège de France de su curso Comment vivre ensemble (1976-1977), Roland Barthes advertía la necesidad de abordar un «dossier des fleurs», un expediente de las flores que partiese de la cuestión: «¿por qué las flores?». Según Barthes, sería interesante escribir un libro enciclopédico sobre ellas, abordando su presencia en el arte –sobre todo en la pintura de flores–, su hermenéutica –analizando los códigos de lenguaje a ellas asociados– o su sociología –estudiando nuestros usos sociales de las flores–. A partir de esa pregunta formulada hace medio siglo, Marion Grébert no lanza directamente respuestas, sino que propone sugestivas reflexiones en este libro titulado: Pourquoi les fleurs. Un autre voyage en Italie, un ensayo elaborado durante una estancia como pensionada en la Villa Médici de Roma entre 2022 y 2023.

Grébert es doctora en Historia del Arte por la Universidad Paris-Sorbonne y fue autora de un ensayo basado en su tesis doctoral, titulado: Traverser l’invisible. Énigmes figuratives de Francesca Woodman et Vivian Maier, publicado por L’Atelier Contemporain, que fue objeto del premio André Malraux en 2022. En su segundo libro publicado por esta misma editorial, la autora propone un viaje por Italia explorando el motivo de la flor, desde la Antigüedad hasta el cine de Pasolini. Anuncia Grébert al comienzo del libro: «En Italia, siempre nos encontramos persiguiendo un pasado, el de otro y el de uno mismo».

El libro aborda temas variados y si hay un hilo conductor en el mismo sería cómo el arte nos permite comprender nuestra percepción de las flores, tanto en épocas pasadas como en el mundo actual. Recoge la autora las palabras de San Agustín, quien afirmaba que solo existe el presente de las cosas pasadas, de las presentes y de las futuras. La flor sería un símbolo de ese presente. Así lo explica Grébert en el texto introductorio La vitesse du regard. A partir de ahí, propone un viaje por evocadoras geografías, casi todas italianas, pero no exclusivamente. Comenzando por Roma, su relato continúa en Florencia, Bolonia, Arezzo o Asís, para alcanzar luego territorios más lejanos como Varsovia, Auschwitz o Atenas.

El recorrido propuesto no es cronológico, más bien parece responder a las reflexiones de la autora durante su año en la Villa Médici. Su trabajo se revela fruto de la exploración teórica y literaria en la biblioteca de la villa, sumada a la confrontación física con las obras de arte. Así, el libro traslada los pensamientos de su autora sobre la presencia de las flores en el arte italiano y, simultáneamente, conduce a un ejercicio de reflexión en el lector.

Por ejemplo, Grébert revela la importancia que la civilización romana concedía al cultivo de la flor. Parte de la idea del latinista Pierre Grimal de que los romanos son campesinos exiliados en la ciudad y explica cómo tenían la pretensión de trasladar la vegetación campestre a la urbe, prestando atención a flores salvajes como la margarita, la amapola o la violeta. Prueba de ello son los frescos de la villa de Livia en Prima Porta. En ellos se representa un jardín idealizado, bajo un cielo azul turquesa, en el que crecen las flores salvajes entre arbustos y árboles frutales como limoneros y naranjos. Livia era una de esas campesinas exiliadas en la urbe, una dama que cultivaba limones, granadas, higos.

Los saltos temporales en este ensayo son muy sugerentes y Grébert realiza una bella analogía con la propia actitud vital de Pasolini, quien, instalado en Roma, no dejó de buscar la relación con la naturaleza de su infancia y juventud en Friuli. Esto le llevó a mudarse sucesivamente hasta instalarse en una casa en el número 9 de vía Eufrates, donde vivió con su madre y pudo cultivar flores, como hacía de niño. El viaje de Grébert sigue, capítulos más adelante, hasta Ostia, donde existe un jardín dedicado a la memoria del cineasta en el lugar en el que fue asesinado en 1975.

Grébert se interroga también acerca de la notable presencia de flores en la pintura italiana del Trecento. Comenzando por Giotto, cuya Maestà di Ognissanti incluye a unos ángeles portando jarrones con lirios. Explica la autora cómo podríamos entender el Trencento como un periodo de eclosión floral. Cuando Giotto representa esas flores está trasladando a la tabla algo que ha visto desde niño, la floración en los campos entre Florencia y Vespignano. Grébert traza una genealogía de la utilización de la flor en el arte religioso italiano, desde Giotto hasta Botticelli pasando por Fra Angelico y Fra Filippo Lippi. La presencia, primero discreta y luego abundante, de flores en sus pinturas, sienta las bases de la naturaleza muerta de épocas posteriores.

Otras de las cuestiones que aborda es: ¿desde cuándo, la flor? Sin pretender dar una respuesta exhaustiva al origen de la flor en el arte, se retrotrae a los retratos a la encáustica de El Fayoum, pues vemos en algunos a los difuntos portando ramos de flores. Afirma Grébert cómo este gesto constituye una imagen sincrética perfecta de las culturas egipcia y romana en su concepción de la muerte y de la reunión de lo efímero, aquello que dura solo un día –como la flor– y la voluntad de lo eterno –el arte del retrato–.

El libro de Grébert también nos habla de la transformación en nuestra percepción del arte. Explica cómo para ella ha sido fundamental la contemplación directa de obras de arte durante su estancia en Italia. Durante un viaje a Padua, fue a contemplar los frescos de Giotto en la capilla Scrovegni. La autora revela cómo, la imposición de permanecer en la capilla solamente quince minutos anula la posibilidad de impregnarse del lugar. El turismo no solo transforma nuestras ciudades, también altera nuestras experiencias estéticas.

Por último, el texto aparece acompañado de una selección de imágenes de las obras de arte abordadas y de algunos de sus detalles. Estas fotografías enriquecen el discurso y deleitan al lector, quien termina el libro habiendo visto transformada su propia percepción de la flor.

Guillermo Juberías Gracia

Universidad de Oviedo