Plano de la Alameda de México de Alexandre D’Arcourt (1771). Una visión histórica, artística y cultural

PÉREZ BERTRUY, Ramona Isabel

Zapopan (México), ACAMPA, Academia Mexicana de Paisaje, A.C, 2022

ISBN: 978-607-97707-5-4

Aunque con precedentes en el siglo XVI, el siglo XVIII es el de las alamedas en el urbanismo hispano. Muchas ciudades españolas e hispanoamericanas se dotan con este importante equipamiento, que se consideraba esencial para el divertimento de los ciudadanos y para la mejora de la salud, ya que se pensaba que la vegetación eliminaba los miasmas, que podían producir enfermedades y epidemias. Las urbes del Antiguo Régimen no tenían jardines ni espacios donde construirlos, por lo que se escogen espacios libres ubicados en las afueras para situar estas amplias superficies plantadas con arboledas, inicialmente álamos, de donde proviene su nombre, y adornadas con fuentes, esculturas de piedra y de terracota, bancos, y arquitecturas. Son obras que se sitúan en la disputa entre ingenieros militares y arquitectos formados en las nuevas academias de Bellas Artes en la segunda mitad del siglo XVIII. La Alameda de México es la primera y la más importante de las alamedas construidas en algunas de las ciudades de los virreinatos hispanos: Querétaro. La Habana, Lima, Arequipa, Santiago de Chile, etc.

El estudio publicado por la profesora Pérez Bertruy se enmarca precisamente en estas preocupaciones y novedades, que la Ilustración aporta a las ciudades hispanas de América. Partiendo de un amplio conocimiento de los jardines mexicanos, su investigación ha llevado a cabo una profunda investigación en archivos y museos mexicanos y españoles para elaborar un discurso coherente sobre la figura del ingeniero militar Alexandre D’Arcourt, el autor del plano de la Alameda de México, firmado en 1771 y que sirvió para la realización de la Alameda. D’Arcourt fue uno de los numerosos administradores e ingenieros militares europeos enrolados en el Imperio español, que realizaron importantes actividades en los virreinatos hispanos. El plano fue realizado a instancias del virrey marqués de Croix y está formado por «un espléndido dibujo a color en tinta y acuarela, que mide 40 centímetros de alto por 98 de ancho, hecho sobre un papel de pulpa de trapo, se encuentra hoy día bajo el resguardo del Archivo Histórico de la Ciudad de México Carlos Sigüenza y Góngora».

El estudio se inicia con una contextualización de la figura de Alexandre D’Arcourt, que continúa los pasos de su padre Nicolás, formado como ingeniero en la Academia de Matemáticas de Bruselas y que tras participar en la Guerra de Sucesión trabaja en las fortificaciones de Pamplona, Fuenterrabía, Hondarribia, Castellciutat, Valencia y Girona. A continuación, analiza la formación y la carrera profesional de su hijo, Alexandre, que muy joven ingresó en la Academia Militar de Barcelona y que con posterioridad participó como ingeniero voluntario en Italia en la guerra para expulsar a los austriacos de las posesiones españolas de Italia. A su regreso a España trabajaría en las fortalezas de Cataluña y Galicia, acumulando ascensos en su carrera militar hasta el grado de coronel, con el que llega al puerto de Veracruz el 18 de junio de 1768. D’Arcourt se integró en la infantería extranjera, formada por militares provenientes de Ultonia, Saboya y Flandes, durante el virreinato del marqués de Croix, que se caracterizó por una importante actividad en la aplicación de las reformas borbónicas junto al malagueño José de Gálvez: Real Hacienda, creación de las intendencias, expulsión de los jesuitas, IV Concilio Provincial Mexicano, estanco del tabaco, Lotería Real, etc.

En 1770, un año antes de que el marqués de Croix solicitara su retiro al frente del virreinato, encarga a D’Arcourt y al ingeniero Nicolás Lafora la realización del Plano de la Imperial Corte de México (75), que incluía los ocho cuarteles mayores de la ciudad de México, las parroquias, las capillas y los lugares importantes. Ese mismo año se inician los trabajos de ampliación de la Alameda, que era el único paseo de la capital. Con estos trabajos la Alameda se va a convertir en un espacio rectangular, para lo que se integran las plazuelas de Santa Isabel y San Diego, y una parte de las calles de Tacuba y del Calvario, aumentando en casi el doble la superficie. Alexandre D’Arcourt recibió el encargo de dirigir los trabajos y de trazar el plano, iniciándose las labores en enero de 1771.

La nueva Alameda ocuparía una superficie de 121.147 ½ varas cuadradas, 532 varas ½ de largo, unos 442 metros, por 227 ½ varas de ancho, 189 metros. En las esquinas habría cuatro portadas de mampostería de piedra y ladrillo más otra principal para coches, jinetes y peatones por la calle del Calvario, hoy avenida Juárez. Las calzadas perimetrales se destinarían a los carruajes y las internas a los peatones. El trazado tendría forma de X con 24 parterres triangulares, siete glorietas internas y doce externas, que concluían en la plazoleta principal con cuatro fuentes menores adornadas con sillas de cantería labrada. La idea del virrey era convertir esta obra en la más importante de su administración, aunque no pudo verla terminada, ya que el 22 de septiembre de 1771 partió para España, dejando en las arcas públicas el remanente de cuatro mil pesos, cantidad insuficiente para su finalización, ya que quedaban numerosos trabajos por realizar, entre ellos la cerca perimetral con dos varas de alto, que rodearía todo el conjunto.

La conclusión de esta importante obra del ornato urbano de México sería llevada a cabo por el nuevo virrey Frey Antonio María Bucareli y Ursúa (1771-1779). El 13 de septiembre de 1776 concluyeron los trabajos de la nueva alameda, que se adornó con un conjunto de esculturas mitológicas: Hércules, Tritón, Ganimedes, Arión y Glauco. El estudio se completa con otros planos posteriores, descripciones como la de Juan de Viera, así como con un cuadro del Banco Nacional de México, que presenta una perspectiva del jardín con diversos personajes y carruajes, y que nos permite ver las ubicaciones de las esculturas sobre las distintas fuentes.

Como indica la profesora Pérez Bertruy, la Alameda de México, proyectada con los modelos del jardín barroco francés con paseos paralelos, en cruz y diagonales formando encrucijadas, ha conservado este trazado hasta nuestros días, a pesar de las numerosas transformaciones habidas en los siglos posteriores. Es un patrimonio que se debe conservar.

Otro de los aspectos analizados corresponde a la producción técnica y artística del plano, realizado siguiendo las normas imperantes en cuanto al dibujo, las escalas, la orientación, el empleo de símbolos geométricos y el uso del color, que lo convierten en un plano normalizado y relacionado con las técnicas imperantes en las grandes escuelas de arquitectura e ingeniería de Europa, utilizadas en los planos oficiales de la monarquía española. Siguiendo este modelo, el plano se acompaña con notas aclaratorias y una leyenda explicativa. El plano es un manuscrito pintado a mano con tinta y acuarela (o coloreado a la aguada), realizado a una escala de 100 varas castellanas, 98 cm de ancho por 40 cm de alto. El plano es hoy un documento histórico, que forma parte del patrimonio documental de México y «una obra que es emblemática para la capital mexicana como un bien cultural de la nación».

El estudio se completa con los archivos históricos consultados en España y en México, así como con las referencias bibliográficas utilizadas.

José Miguel Morales Folguera

Universidad de Málaga