La Puerta del Perdón de la catedral de Toledo y la imagen del Green Man

José Javier Barranquero Contento

Universidad de Castilla-La Mancha

josejavier.barranquero@alu.uclm.es

El rostro humano del que surgen ramas o tallos es una de las múltiples variantes de ese motivo iconográfico denominado Green Man por la historiografía anglosajona. Como ya demostró Kathleen Basford este tipo de imágenes provienen del mundo clásico y fueron asimiladas por los maestros medievales, que las utilizaron en multitud de edificios (Basford, 1978).

Las distintas propuestas que han ido surgiendo en torno a su posible significado quedaron perfectamente resumidas por Janetta Rebold Benton en su estudio de las gárgolas medievales. Tal y como afirma esta profesora estadounidense, tradicionalmente se ha considerado que estamos ante elementos paganos que fueron asimilados por el cristianismo, elementos que suelen interpretarse como símbolos de la fertilidad, la naturaleza y el renacimiento, aunque también podrían ser representaciones de la lujuria o de cualquiera de los siete pecados capitales (Rebold, 1997: 77).

Como ya hemos dicho, estos motivos alcanzaron una enorme difusión y la catedral de Toledo no es ajena a esta tendencia. Sin ir más lejos, la portada central de la fachada de los pies, conocida como la del Perdón, alberga doce rostros de este tipo que se disponen en la parte baja de las jambas, tal como ocurre con los famosos hombres verdes de las portadas de la catedral de León. En nuestro caso, las representaciones aparecen bajo el apostolado, decorando las enjutas de los arcos apuntados que recorren el primer cuerpo de la estructura, por lo que permanecen alineadas con las esculturas de los apóstoles [1].

La mayor parte de los rostros poseen tres tallos, uno que surge de la boca, elemento que en algunos casos se ha perdido, conservándose tan solo las hojas que lo remataban, y otros dos que nacen de las orejas, pero hay un par de representaciones que no responden a este modelo. Se trata de las imágenes que podemos ver en la primera enjuta de cada jamba, que solo presentan dos. Una particularidad que estaría condicionada por el espacio en el que se labraron, ya que esta enjuta es de menores dimensiones que el resto, pero además el primer rostro de la jamba izquierda posee otra peculiaridad, y es que el tallo que debía surgir de su boca nace por debajo de la barbilla.

Las imágenes presentan rasgos faciales muy distintos. Podemos ver representaciones de aspecto infantil, que curiosamente se concentran en la jamba izquierda, hombres adultos, dotados de barba y melena, y también dos mujeres, una en la jamba izquierda y otra en la derecha. Las expresiones también varían, desde el aspecto patético del rostro barbado que aparece en la tercera enjuta de la jamba derecha, hasta la mueca grotesca del que ocupa el quinto lugar en ese mismo lado.

Esta diversidad se extrapola también a los elementos vegetales ya que los tallos pueden presentar hojas o contar también con frutos e incluso con flores. No obstante, lo más importante es que nos encontramos, al menos, con ocho especies distintas, lo que otorga una enorme riqueza al conjunto. No obstante, identificar algunas, especialmente aquellas que solo tienen hojas, resulta extremadamente difícil, ya sea por tratarse de representaciones convencionales, de carácter esquemático, o por tener un aspecto que puede ser compatible con varias especies distintas.

El primer rostro de la jamba izquierda [2] presenta dos tallos rematados por sendas hojas lobuladas que podrían ser una recreación esquemática de las que tienen los robles si no fuera porque terminan de forma puntiaguda. Las ramas de la imagen que podemos ver en segundo lugar poseen tres hojas de perfil cordado de aspecto mucho más naturalista que las anteriores. Se trataría de hojas de hiedra que tienen un formato muy similar a varios de los ejemplos que recogió Ana María Quiñones en su trabajo sobre la ornamentación vegetal (Quiñones, 1995: 82-90). Los tallos que surgen del rostro que viene a continuación se corresponden con una herbácea de hojas dentadas compuestas por tres foliolos que terminan de forma puntiaguda por lo que podría tratarse de apio o perejil. La imagen que aparece en cuarto lugar presenta dos hojas de encina, o de una especie similar, y una bellota por cada tallo, mientras que la siguiente muestra tres hojas de parra y cuatro racimos de uvas, dos que nacen del tallo de la boca y otro de cada una de las ramas que salen de sus orejas.

La última escultura de la jamba izquierda, que para más señas es una de las dos representaciones femeninas que alberga el conjunto, posee un carácter muy especial ya que es la única imagen que cuenta con una flor. Se trata de una especie de grandes pétalos con forma de rosácea que surge del tallo de la boca, acompañada por unas hojas alargadas de bordes dentados muy acusados. Las ramas que salen de las orejas muestran unas hojas de forma ovada y, además, presentan varios frutos, los de la derecha están muy deteriorados, pero uno de los que aparece a la izquierda no y, por su aspecto redondeado y forma polidrupa, pensamos que se trata de una mora. A tenor del distinto aspecto que presentan las hojas del tallo de la boca con respecto a las de las orejas, podría argumentarse que estamos ante dos especies distintas, pero es más lógico pensar que se trata de la representación de una zarzamora que nos muestra tanto la flor como el fruto, una especie que además se caracteriza por presentar hojas de formato muy variado.

Las ramas que surgen del primer rostro de la jamba derecha [3] están muy deterioradas, por lo que resulta bastante difícil identificar sus hojas, pero las que nacen de la boca tienen un gran parecido con las que podemos ver en el tercer rostro de la jamba izquierda. La imagen que aparece a continuación es la más esquemática de todo el conjunto y las hojas que rematan los tallos, de forma cordada, serían una versión mucho más convencional de las hojas de hiedra que hemos visto en el segundo rostro de la jamba opuesta. La representación que vemos en tercer lugar muestra tres tallos terminados en hojas de gran tamaño que están acompañadas por otras mucho más pequeñas y lanceoladas, a modo de vainas o folículos, que albergan dos filas de pequeños frutos o semillas. A juzgar por estas hojas de pequeño tamaño, podríamos estar ante algún tipo de leguminosa, aunque es muy difícil precisar la variedad concreta. Lo único cierto es que nos volvemos a encontrar con una planta similar surgiendo de la representación que aparece en quinta posición, con la diferencia de que las vainas solo presentan una hilera de semillas. La imagen que ocupa el cuarto lugar cuenta con unos pequeños frutos redondos agrupados de tres en tres. Los tallos que los unían a las ramas que surgen del rostro se han perdido, pero por su forma y disposición recuerdan poderosamente a las bayas del acebo o a otros frutos similares.

Finalmente, el sexto y último rostro presenta otros tres sarmientos de vid. Las hojas que surgen de ellos no tienen los lóbulos tan marcados como los de la representación anterior, pero volvemos a encontrarnos con cuatro pequeños racimos de uvas que se disponen de la misma forma, uno por cada sarmiento que surge de las orejas y dos enmarcando la hoja central que nace de la boca, detalles que nos han servido para determinar que estamos de nuevo ante esta especie vegetal.

La vinculación que se establece entre las imágenes que acabamos de describir y los apóstoles es evidente no solo por el lugar que ocupan, sino también por el propio aspecto que presentan, una vinculación que nos ayuda a interpretarlas. El hecho de que los tallos surjan de la boca y las orejas, dos órganos vinculados con la palabra, sería una clara alusión a la predicación, es decir a la tarea que se convirtió en la principal misión de los apóstoles, ya que fueron los primeros encargados de difundir las enseñanzas de Cristo. Las plantas serían, por tanto, una metáfora del poder vivificante y regenerador del evangelio, y el sentido simbólico de la mayor parte de las especies vegetales que surgen de los rostros reforzaría esta idea. Este sería el caso de la vid que suele utilizarse como símbolo de carácter eucarístico, y como tal la volvemos a encontrar en el mainel de la portada, donde aparece la figura de Cristo.

La hiedra también tendría un sentido positivo. San Isidoro afirma en sus Etimologías que «la hiedra (hedera) tiene esta denominación porque se adhiere (adhaerere) a los árboles por los que trepa» y acto seguido recoge una cita de Virgilio que asocia esta planta con el triunfo, al afirmar «entrelazarte la hiedra entre los laureles, símbolo de la victoria». Por si esto fuera poco, el hispalense concede a esta planta poder terapéutico contra las consecuencias negativas de uno de los vicios más comunes entre los hombres, defendiendo que «sirve de antídoto contra la embriaguez si el que ha bebido se corona de hiedra» (Isidoro de Sevilla, 2004: 1197). Por otra parte, Ana María Quiñones sostiene que en el románico esta especie sería un símbolo de la inmortalidad y la eternidad, e incluso podía hacer alusión a la fidelidad (1995: 84).

Las bellotas, como veremos más adelante, pueden tener un significado peyorativo, pero también están vinculadas con la alimentación y, por tanto, con la supervivencia de los humanos. Si recurrimos otra vez a san Isidoro nos encontramos con que «la encina (ilex) deriva su nombre de electus (escogido), pues el fruto de este árbol fue el primero que los hombres escogieron para su manutención». De la misma forma afirma que «el haya y el carrasco son árboles que producen bellotas; y se opina que recibieron tales nombres porque antaño los hombres se alimentaron de su fruto, lo consumieron como manjar y lo utilizaron como sustento». En resumen, el santo sostiene que «antes de que se comenzasen a utilizar los cereales, los hombres primitivos se alimentaron con bellotas» (Isidoro de Sevilla, 2004: 1177).

La zarzamora, por su parte, también poseía un carácter positivo que estaba vinculado con el sustento y, al mismo tiempo, con la protección frente a determinados animales negativos. San Isidoro afirmaba al respecto que «existe una morera silvestre que produce un fruto con el que remedían los pastores, en medio de la soledad, su hambre y su penuria». Añadiendo a continuación que «se dice que sus hojas, puestas encima de una serpiente, le causan la muerte» (Isidoro de Sevilla, 2004: 1177).

Llegados a este punto convendría señalar que el hecho de que varias especies estén relacionadas con la alimentación, ya sea de los primeros hombres o de aquellos que llevan una vida solitaria como los pastores, también sería una alusión metafórica al papel de los apóstoles como difusores del mensaje de Cristo, ya que la palabra de Dios sería un alimento espiritual para las almas.

Las representaciones que acabamos de analizar no son las únicas de este tipo que alberga la portada. Las jambas nos proporcionan otros tres rostros que también estarían vinculados con la vegetación y que, como los anteriores, se labraron en el primer cuerpo de la estructura [4]. Sin ir más lejos, el intradós del último arco apuntado de la jamba izquierda alberga una cara de rasgos humanos que posee dos grandes cuernos, lo que sin duda le confiere un aspecto diabólico. Además, y a diferencia de las anteriores, presenta un único tallo que surge de su boca, tallo del que nacen varias hojas de roble y dos bellotas que permanecen unidas por el pedúnculo.

Las otras dos representaciones se labraron en la moldura que enmarca el primer cuerpo de la portada e ilustran un concepto complemente distinto al resto de las imágenes que hemos visto debido a la relación que mantienen con los elementos de carácter vegetal. Y es que los tallos no parecen surgir de su boca, sino que dan la impresión de estar mordiéndolos. La representación que aparece en la jamba izquierda no deja lugar a dudas. Se trata de un pequeño rostro humano de orejas puntiagudas que aferra con la boca el tallo, dejando visible parte del mismo.

El rostro de la jamba derecha nos plantea más problemas de interpretación. La imagen se labró en el ángulo que forma la moldura y posee rasgos monstruosos. Sus orejas también son puntiagudas, pero a diferencia de la anterior posee barba y melena. No obstante, lo más llamativo de esta representación es la mueca que adopta su boca, que nos permite ver los dientes. De las comisuras de sus labios surgen sendos tallos que se prolongan generando la ornamentación vegetal que recorre todo el enmarque, pero si tenemos en cuenta que el rostro mantiene los dientes apretados parece más lógico pensar que las ramas no nacen de sus fauces, sino que en realidad se trata de un solo tallo y este ser lo está mordiendo.

Las tres imágenes que acabamos de describir nos proporcionan una visión completamente distinta de este motivo iconográfico, ya que estaríamos ante representaciones con un marcado carácter negativo. Una posibilidad que fue defendida en su momento por Kathleen Basford, apoyándose para ello en la peculiar iconografía de algunas imágenes y en las palabras de Rabano Mauro, que aportaban una visión negativa de la vegetación (Basford, 1978: 12).

Como ya hemos visto, el rostro con cuernos de la jamba izquierda sería una representación diabólica que está vinculada curiosamente con una especie que produce bellotas, el roble. Esta asociación puede resultar extraña pero lo cierto es que san Isidoro no solo atribuyó connotaciones positivas a las bellotas, sino también negativas. Concretamente, cuando habló del alcornoque hace referencia a que «se le denomina suberies porque su fruto lo comen los cerdos (sues edunt), pues sirve de alimento a los puercos, no a los hombres» y, además, afirma que se llama así al árbol «suberies, como si se dijera subedies (comida rastrera)» (Isidoro de Sevilla, 2004: 1177). La imagen que estamos analizando reproduciría esta idea, vinculándola eso sí a una especie distinta.

De la misma forma las dos representaciones que muerden los tallos tendrían un carácter destructor que nos remite a esas bocas zoomorfas que hacen las veces de puerta del infierno y que fagocitan a los condenados, tal y como podemos contemplar en el tímpano de la portada contigua, la del Juicio Final.

Bibliografía

BASFORD, Kathleen (1978), The Green Man, D. S. Brewer, Cambridge.

ISIDORO DE SEVILLA (2004), Etimologías, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.

REBOLD BENTON, Janetta (1997), Holy terrors. Gargoyles on medieval buildings, Abbeville, Nueva York.

QUIÑONES, Ana María (1995), El simbolismo vegetal en el arte medieval. La flora esculpida en la Alta y Plena Edad Media europea y su carácter simbólico, Encuentro, Madrid.