La Ciudad Herida. Una nueva propuesta de lectura
de la ciudad. Del 2D histórico al 3D como propuesta
de innovación

Teresa Sauret

Universidad de Málaga

tsauret@uma.es

Resumen: Las incesantes agresiones que sufre la ciudad actual en aras de criterios bélicos, económicos o políticos, que no solo la destruyen sino que infringen sistemáticamente «heridas» que eliminan o modifican sustancialmente sus señas de identidad, hacen obligado replantearse las tradicionales lecturas de las ciudades, en clave de imagen de proyección y, desde una propuesta de innovación metodológica, acercarse a ella no desde esa lectura lineal y en horizontal habitual sino entendiéndola como un todo tridimensional cargado de significaciones múltiples, que abstraídas y seleccionadas desde sus constantes, definen su identidad. A partir de ahí, detectar las heridas producidas, denunciarlas y establecer estrategias para eliminarlas y prevenirlas.

Esta es la táctica que planteo y, a modo de estudio de caso, la aplico a la ciudad de Málaga como campo de experimentación y asignación de la metodología propuesta que, por inédita, se enmarca en las estrategias de innovación aplicadas al patrimonio.

Palabras clave: Patrimonio; Ciudad; Identidades; Heridas.

The Wounded City. A New Proposal for Reading the City. From Historical 2D to 3D as an Innovation Proposal

Abstract: The incessant aggressions that the present-day city suffers for the sake of military, economic or political criteria, which not only destroy it but also systematically inflict «wounds» that eliminate or substantially modify its signs of identity, make it necessary to rethink the traditional representation of cities, by focussing on projecting the image as a whole. An innovative, methodological proposal would approach it by understanding it as a three-dimensional whole and not merely through the customary linear and horizontal reading. A city must be understood to have multiple meanings which, when abstracted and selected from its constants, define its identity. At this point, the injuries inflicted will be detected and reported and strategies established to eliminate and prevent them.

I propose this strategy and apply it as a case study to the city of Malaga as a field of experimentation and assignment of the proposed methodology which, due to its unprecedented nature, is part of the innovation strategies applied to heritage.

Keywords: Heritage; City; Identities; Wounds.

Entre mayo y octubre del 2015 imágenes impactantes, un video de apenas ochenta segundos, nos ofrecían los estragos sufridos en la ciudad histórica de Palmira, en Siria, por parte del Estado Islámico y en mayo de 2022 otras nos inundaban con la aniquilación de Mariúpol en Ucrania por parte del ejército ruso, imágenes que nos metían de lleno en los horrores de la guerra. Ambos lugares son ejemplos de dos modelos de ciudad diferentes, una despoblada por ser un sitio arqueológico de más de 2.000 años, la otra llena de vida y actividad hasta el momento de su aniquilación.

Si nos acercamos a estos hechos desde una lectura patrimonial, de un patrimonio agredido, las reacciones han sido diferentes. En la primera, las instituciones internacionales responsables del tutelaje del patrimonio cultural (UNESCO, ONU, INTERPOL mediante la aplicación de las operaciones Pandora y Athena), dispusieron una serie de intervenciones para establecer medidas legales que impidieran el expolio, dispersión y destrucción del patrimonio cultural. Destacan entre ellas la promulgada el 24 de marzo de 2017 en la que se aprobó por unanimidad la Resolución 2347 por centrarse exclusivamente en el patrimonio cultural y los mecanismos que hay que desarrollar para mantener su seguridad ampliando las medidas adoptadas en la Convención de La Haya de 1954 y sus dos Protocolos para la Protección de Bienes Culturales en caso de conflictos armados, la Convención de 1970 sobre las medidas a adoptar para prohibir e impedir la importación, exportación y transferencia de propiedad Ilícitas de bienes culturales y la Convención sobre la protección del Patrimonio Cultural y Natural de 1972, fomentándose, de esta manera, una nueva conciencia sobre la importancia que se le debe otorgar al patrimonio cultural en el ámbito de la seguridad. Pero estamos hablando de patrimonio cultural y lo que se determina como tal. Palmira, sin duda, pertenece a esta categoría, sin embargo, en la segunda ciudad aludida, Mariúpol, y citamos esta por ser un caso de recientísima actualidad y especial ensañamiento por parte de las fuerzas invasoras, la mayor preocupación, y muy comprensible, es la reconstrucción para su habitabilidad, como un ente del desarrollo de la vida y del ciudadano. Las instituciones gubernamentales han estimado un coste de 13.000 millones de euros, una duración aproximada de 10 años para la reconstrucción y una habitabilidad de 220.000 personas para que las condiciones sean dignas, según ha indicado el alcalde de Mariúpol, Vadym Boichenko, y se publica en el diario The Kiev Independent. Y no es que su patrimonio cultural destruido haya sido obviado; entre los 152 bienes dañados parcial o totalmente por la guerra, el Teatro Nacional de Mariúpol se contempla y sin duda habrá más ejemplos destacables, pero de lo que se habla es de habitabilidad digna y con ello se pone la mirada en dirección a la ciudad en tanto es el espacio de, y para, el ciudadano.

Estos ejemplos nos dan el pie para pensar sobre las repercusiones que padecen las ciudades cuando por una u otra circunstancias se le infringen heridas, no ya de destrucción masiva, de aniquilación, sino rasguños continuos que acumulados deterioran la esencialidad del lugar. Porque aquí y ahora quiero plantear una nueva metodología de estudio de la ciudad, en tanto entendida como un ente con capacidad de valorarse en su conjunto como una unidad patrimonial única en sí misma.

La propuesta se engarza con el proyecto Patrimonio Herido, un programa de formación y acción ciudadana para la salvaguarda del patrimonio en riesgo por iniciativa de iArthis_Lab en el marco de TransUMA y TransUMA-Tech1.

Las reflexiones y planteamientos que desarrollaré a continuación, debido al marco editorial en donde se exponen, no pretende ser más que eso, un punto de arranque que ayude a replantearnos la lectura de la ciudad y la construcción de su imagen de proyección; tiempo habrá a desarrollos más amplios si se considera necesario.

La tradición visual nos ha enseñado la ciudad en formato 2D, esto es, perspectivas de sus perfiles en horizontal o desde el cielo a vista de pájaro, que las corografías o la geografía junto a descripciones literarias, concretaron, pero eso es lo de menos, lo importante es que fueron creadas bajo intereses de los poderes institucionales o económicos que forzaron al resultado final de la artificiosidad, reñida las más de las veces con la realidad, porque se definían las identidades en función de intereses muy concretos y eso que las corografías aspiraban a realizar retratos. Sus teóricos definían su función: «pintar un verdadero retrato de los lugares que describe, según requería un artista» y «nadie lo representa debidamente sino es un artista» (Kagan, 1986: 43); «el corógrafo es un buen artista, en concreto pintor» (Kagan, 1986: 43).

Dos componentes básicos fijaban el resultado: retratar la ciudad pero desde la mirada externa de un creativo, preferentemente pintor. Si nos ajustamos al primer factor, el retrato lo que aspira es a captar los rasgos únicos, exclusivos y definitorios del lugar, lo que no implica literalidad, máxime cuando se exige la mirada del pintor, externa y no exenta de interpretación a la que se le puede sumar evocación y recuerdo en clave emocional. Y así surge un glosario de elementos, sin duda definitorios y únicos de cada lugar, representados y puestos ahí como llamadas publicitarias que actúen para atraer, porque de lo que se ha tratado siempre es de vender el lugar, da igual si para publicitar el poder del comitente que ordena la imagen y domina ese espacio o para utilizarla como recurso de desarrollo sostenible del territorio.

En modo display las individualidades significativas actúan de identificadoras y en su sucesión ofertan el perfil del lugar que se define como identitario. Pero, como decía más arriba, la tradición, de la palabra a la imagen, han proyectado imágenes de la ciudad que no estaban exentas de ficción porque se construyen from outside en el doble sentido de ser perfiles/vistas tomadas desde el exterior y en horizontal o a vista de pájaro y en cierta manera ad hoc al ser determinadas sus identidades en función de intereses muy concretos y siempre ajenos a la realidad de ese espacio.

¿Cómo detectar en ellas las «heridas» infringidas?, ¿cómo nos pueden servir para evitarlas?, difícil tarea.

Por ello proponemos, en principio, entender la ciudad como un ente en tanto tiene una materialidad física real pero a la vez se construye desde el imaginario, de lo que es a lo que puede ser. Tan real es lo que es y se ve, como lo que se siente y se es tanto por lo que está como por lo perdido, al marcar esto una evolución con la que hay que contar para ir creciendo en la variabilidad de las nuevas o transformadas identidades. Un ente vivo.

No nos alejemos del guion original: ciudad-identidad-heridas. Las señas de identidad del lugar, de cada lugar, las hace únicas y ese factor de valoración las conciben merecedoras de mantenerlas y conservarlas, como objetos únicos, tal cual un bien patrimonial que exige por su idiosincrasia, un tratamiento especial, una mirada diferente, no lineal, sino tridimensional, porque si el mundo, la Tierra, fuera un museo, las ciudades serían piezas expuestas de la colección, y así habría que entenderlas como objetos tridimensionales las cuales, como la Test Site de Carten Hoeller, podamos recorrerlas y conocerlas desde dentro. En el fondo, esta postura conlleva la propuesta de democratizar la mirada y la comprensión de las ciudades, porque quiero romper con esa tradicional lectura de un lugar en donde la jerarquización del monumento es el concepto para resaltar los valores de esa ciudad: edificios castrenses (castillos), religiosos (iglesias), áulicos (palacios) o plazas según la imagen de la ciudad fuera patrocinada por Estado o Iglesia. Cúpulas, torres, murallas, plazas… nos hacen identificar a Roma, París, Florencia o Neuschwanstein… en función de esos criterios, pero todos sabemos que Roma es más que San Pedro, París más que la Torre Eiffel e incluso Nueva York más que Manhattan.

Por lo tanto, planteamos comprender la ciudad como un espacio en donde viven los seres humanos y con ello introducimos otre elemento de desjerarquización: el ciudadano, porque él, con el uso, la construye cada día y establece nuevos signos determinadores de su personalidad haciéndola única e irrepetible.

Como diría Martienssen para la ciudad griega: la ciudad (Atenas) «tenía más de persona que de lugar» (1967: 31) de ahí la imposibilidad de representarla por partes sino como una unidad indivisible sugerida en el todo.

En una drástica síntesis diríamos que no son solo elementos físicos sino también su uso. Si tradicionalmente edificios y tramas primaban casi en exclusividad, hoy importa casi más cómo se usan. Urbanistas y arquitectos actuales, como señala Giedion (1979: 337 y ss.), tratan de poner la ciudad moderna al servicio de su usuario para que este consiga la aspiración actual de alcanzar calidad de vida, bienestar (concepto que va más allá de la pasada aspiración del confort) y eso lleva a contar con la facilidad y rapidez del movimiento, también con la economización del tiempo, que lleva a sectorizar la ciudad y planificar la circulación con eficacia y comodidad.

Pero el ciudadano urbanita no solo trabaja, descansa o disfruta en la ciudad, esto daría lugar a tres sectores de espacios muy determinados: áreas laborales, de descanso, y de ocio. Todos sabemos que han surgido la city (actividad laboral), los espacios dormitorios (descanso) y los macro complejos de ocio (parques y áreas de ocio), pero en la ciudad tradicional o histórica, por regla general estas tres funciones se solapan en un mismo territorio y adaptarlos a las nuevas necesidades han provocado bruscas intervenciones por las adaptaciones que han ido desfigurando algunas de las históricas señas de identidad de ese espacio/ciudad y es ahí donde empezamos a hablar de «heridas».

Pero estas heridas no son solo aquellas que han sido provocadas por la adaptación: destruir para eliminar, las peores vienen por el «transformar».

El hoy, y me estoy refiriendo al más puro instante, todo lo mueve la economía, el comprar y vender, y la ciudad se ha convertido en un producto en el que estas transacciones se llevan a cabo con fruición. Porque si la ciudad se vende bien atrae economía (supuestamente) y para vender se necesita una buena imagen.

Habrá a quien le interese la histórica pero también los que busquen la de la más rabiosa actualidad para entenderla como el más favorable espacio para usarse. O el que busque la fusión entre ambas. En cualquier caso se tiene claro que la actual imagen de la ciudad hay que crearla y sus señas de identidad saquearlas de su realidad física y emocional.

De esas imágenes en 2D históricas, ha surgido, como después de la Ilustración vino el Romanticismo, un especial interés por concretar sus aspectos materiales simbolizados por los sensoriales, y proyectos de investigación y foros académicos leen la ciudad en clave de los cinco sentidos. Bueno, fue original cuando se aplicó por primera vez, por ejemplo, en el MUPAM de 2007 al 2013, pero la velocidad con que se difumina lo que se ve, oye, huele, gusta o palpa convierte esta opción en demasiado intangible, cuando no obsoleta, lo que plantea un cierto «populismo» en su mantenimiento que invita a iniciar otros caminos.

Si queremos frenar las heridas que deterioran los significantes definitorios de un territorio tenemos que ir más allá en la determinación de esos signos significantes por los que ese lugar mantiene a lo largo del tiempo la categoría de unicidad, lo que a la postre es lo que da la justificación de Permanecer.

Como decían los griegos de la Antigüedad, una ciudad son sus habitantes, aunque haya ciudades ad hoc (como Brasilia por ejemplo, de ahí su fracaso como ente vivo), lo normal es lo contrario. El hombre escoge el espacio según unas características, físicas las más de las veces, que lo hace idóneo para su uso, y a partir de ahí, se rellena. Esta colmatación son los testigos de su historia y para lo que ha servido y justificado su existencia y permanencia. Los que han perdurado es el resultado del descarte de lo transitorio para quedarse con lo permanente, con significación de personalidad e identidad que han superado el tiempo y los cambios.

Lo primero que hay que hacer para «definir» es «conocer». No vale la imagen ad hoc, esas construcciones de parques temáticos que en esa fruición por atraer y vender hacen vestir a sus habitantes con trajes populares verdaderos o imaginarios. Hay que «sumergirse» en la ciudad, analizarla/vivirla, con la razón y también con la emoción.

¿De qué nos sirve declarar una ciudad como «barroca», por ejemplo, si esos testimonios están tan degradados que lo que se impone es su abandono, por lo tanto la imagen de decadencia y desidia?, y de eso hay mucho en Italia, sin ir más lejos.

Cada lugar «invita» por algo: clima/geografía-cultura/patrimonio (gastronomía incluida), son los dos pilares fundamentales, que no siempre van unidos. Quien pone en duda que Burdeos es la ciudad del vino, de hecho se ha encapsulado esa imagen en un centro de interpretación que invita desde su excepcional y simbólica arquitectura al contenido y la forma de contarlo de su interior. Pero Burdeos es mucho más: arte, cultura, museos y productos de excelencia asumidos como suyos, como las ostras de Arcachon sin ir más lejos.

¿Qué quiero decir con esto?, que determinar las claves de identidad de un lugar no es nada fácil. El proceso podría ser el ejercicio de abstracción. Como decía Picasso, «entorna los ojos y quédate con la esencia de las formas». De la suma de detalles se concretan los determinantes. Nueva York no es solo Manhattan pero Nueva York es Manhattan y Manhattan no son solo los rascacielos, es también el ruido ensordecedor de las sirenas de ambulancias y coches de policía, el olor insoportable a fritanga de los puestos callejeros de comida, el que despide las pilas de bolsas de basura a la espera de ser recogidas que se agolpan en las calles o el que se asoma desde las rejillas de las calles como respiraderos del inframundo del subsuelo. Pero todo eso se disuelve ante la magnitud de la iluminación de sus rascacielos, los inmensos anuncios luminosos y el infinito número de ventanas iluminadas desde el atardecer con luz eléctrica como símbolo de consumo, gasto, PODER. Eso es Nueva York.

Pues, en función de lo que defina el lugar todo aquello que lo altere constituirán «heridas», a eliminar o prevenir. Es verdad que deberían ser las instituciones públicas las encargadas de evitarlas, hacer que las normativas se apliquen y que funcionen correctamente los servicios establecidos para ello, las más de las veces gestionados por un personal inadecuado por falta de especialización en las materias a proteger, pero también se podría crear un recurso en donde se denuncien las heridas, a modo del proyecto como el que nos trae a esta reflexión, pero extendido a una oficialidad más allá de la académica en la que el ciudadano tenga un papel activo.

Qué entendemos por «herir»: aquello que desvirtúe e impida ver y comprender correctamente: violaciones de tramas históricas, restauraciones inadecuadas, pantallas físicas, inaccesibilidad, alteraciones lumínicas y cromáticas, elementos técnicos/tecnológicos tan visibles que constituyan una agresión violenta de la percepción adecuada, estoy pensando en los cableados por las fachadas, en el bosque de antenas en los tejados… como el olor a anhídrido carbónico por el tubo de escape de los vehículos en calles en donde el jazmín inunda balcones y patios. Mil gestos inadecuados que construyen en las ciudades itinerarios de pasos perdidos, heridas que difuminan las señas de identidad del lugar.

A modo de estudio de caso, con la intención de ser más didácticos, proponemos la lectura de Málaga para aplicar esta propuesta, ya que en su momento, entre 2007-2013, el Museo del Patrimonio Municipal (MUPAM) tuvo su justificación en difundir los valores identitarios de la ciudad.

Para dar a conocer y difundir la ciudad en su esencia tuvimos que concretar sus claves definitorias, que determinamos sobre tres parámetros: su particularidad medioambiental, excepcionalidad histórica y singularidad cultural.

Una ciudad es un lugar, físico en primera instancia. La bahía de Málaga se encuentra en el itinerario hacia las columnas de Hércules y la mítica Tartessos. Las fuentes clásicas han determinado la fundación de Cádiz ochenta años después de la Guerra de Troya, entre 1000-1200 años a. C. Teniendo en cuenta que la navegación de la época era de cabotaje, es de suponer que la escala en la bahía en donde se fundó Málaga, fuera parada de fenicios en su itinerario hacia la después fundada Cádiz. Los restos arqueológicos de Malaka nos dan una cronología de alrededor de 2800 años según las últimas y muy recientes investigaciones obtenidas en el Cerro del Villar, fundación en paralelo a la Malaka del Cerro de la Alcazaba, por no hablar de la cerámica de pintura negra halladas bajo el actual Museo Picasso en viviendas adosadas a las murallas de la citada Malaka, datadas en el 2800 a. C.

La citada bahía, que acogería a los navegantes fenicios, constituía un territorio protegido por unas montañas que cerraban el espacio como una hoya que la protegía de los vientos del norte y creaban un microclima que aportaba temperaturas suaves e invitaba a los fenicios a asentarse en este lugar, no deshabitado por cierto, pues en el margen derecho del río Guadalmedina vivía población íbera. Lo que quiero decir es que las condiciones físico-climáticas fueron el primer determinante del espacio geográfico y que desde entonces ha constituido el primer signo identificador del lugar, una excepcionalidad que ha sido poetizada a lo largo de la historia hasta llegar a ser nominada como «Ciudad del Paraíso».

Estas condiciones paradisíacas produjeron una luz especial, por la incidencia de los rayos del sol, su reverberar en el mar y la limpieza de sus cielos y una fertilidad excepcional en la flora que se manifiesta en un colorido intenso y explosión de olores embriagantes, todo motivado por la benignidad de las temperaturas, una pluviometría suficiente y un mar con temperaturas muy benignas que invitan todo el año a sumergirse en sus aguas.

El clima fue el primer signo de identidad del lugar y por él la ciudad se vendió al exterior a partir de las primeras décadas del siglo XX, porque antes, y durante siglos, sin desechar esas favorables condiciones climáticas, fenicios, griegos, romanos, bizantinos, árabes y castellanos, también valoraron su situación estratégica en el Mediterráneo sur, escala hacia el oeste a las rutas del cobre y la plata y punto defensivo ante las amenazas del norte de África, lo que hizo que interesara como apeadero a rutas comerciales y espacio estratégico defensivo desde el punto de vista militar.

Las consecuencias físicas fueron su puerto, eminentemente comercial y los elementos defensivos que generó: murallas y fortalezas principalmente, y la primera en el cerro de la Alcazaba y después en el de Gibralfaro.

Las primeras vistas de Málaga, en 2D, definen estas claves identitarias, miradas externas desde el mar (la accesibilidad por tierra ha estado dificultada hasta bien entrado el siglo XX y salvada por ejecución de la autovía de Las Pedrizas en 1973).

Estos intereses se llevan al texto y a la imagen con descripciones de viajeros que atisban a la ciudad desde el mar e imágenes en las que los perfiles en horizontal lo marcan el puerto y las fortalezas de Alcazaba-Gibralfaro.

Su identidad se fija como ciudad comercial de Fenicia a Roma, no olvidemos su excepcionalidad en la fabricación y comercialización del garum, a la de castrense, al servicio de la Corona en la Edad Moderna por sus condiciones estratégicos defensivas. En el siglo XIX la industrialización reconvierte su imagen y las altas chimeneas de los emporios industriales de los Heredia, Loring, Larios…, se añaden a los iconos tradicionales del puerto, fortalezas y catedral. Ningún ejemplo mejor para entenderla que La alegoría de Málaga de Bernardo Ferrándiz (Museo de Málaga) para el techo del Teatro Cervantes.

Esta primera seña identitaria de la ciudad: excepcionalidad física-medioambiental materializada por iconos físicos monumentales, trae como consecuencia un nuevo signo identitario inmaterial, el de la tolerancia, por ser tierra de acogida. A lo largo de los siglos Málaga es tierra de admisión, de todas las latitudes, signos y razas, de hecho, los apellidos extranjeros se han hecho sinónimo de lo malagueño, por no citar los ojos azules o verdes y los cabellos rubios que identifican al malagueño actual original. Hoy constituyen las colonias de finlandeses, alemanes e ingleses más numerosas del sur de España, por hablar solo de europeos. Pero lo que la significa es que por sistema, todos somos bien acogidos e implementados en el vivir cotidiano. Yo diría que el carácter afable y acogedor del malagueño es una fuerte seña de identidad del lugar.

Pero si hablamos de signos identitarios de lugar también tenemos que señalar su excepcionalidad histórica, actualmente documentada con fiabilidad entre 2900 y 2800 años, que han significado a la ciudad mediante sucesos históricos de especial relevancia para el país y el mundo en general y con personajes del mundo de la cultura, historia, política y el arte de una gran significación histórica. En su devenir milenario se ha generado, en el plano patrimonial, restos y monumentos fenicios, griegos, romanos, visigodos (expuestos como testigos en el Museo de Málaga), árabes y castellanos desde 1487 a la actualidad, como testigos de esa excepcionalidad histórica, por antigua y relevante. Muestras físicas que han jerarquizado y monumentalizado su trama urbana.

Como consecuencia de lo anterior Málaga se identifica también por su singularidad cultural. Bastaría con citar a Picasso, muy vendido desde 1988, o los verdiales, los tangos de Málaga o la malagueña si hablamos de cante, el espeto y el gazpachuelo en gastronomía, personalidades como Ibn Gabirol, Giner de los Ríos, Cánovas del Castillo, el marqués de Salamanca, Bernardo de Gálvez…, la lista sería demasiado larga, pero no me refiero tanto a personajes que aportaron mucho y bueno a la humanidad sino a esa capacidad de haber mantenido en el tiempo esencias de sus raíces, como la jábega fenicia sin ir más lejos, el arte de trabajar la uva produciendo vinos de una calidad, variedad y sabor únicos, el uso de la almendra en la gastronomía de raíces árabes y la valentía para ensayar de nuevo la receta del garum. También la capacidad de fusionar con otras culturas traídas por esos asentamientos constantes de gentes de otros lares que llegan a Málaga, y se quedan.

Todo ello ha dado lugar, hoy, a una ciudad rica en experiencias visuales y emocionales, provocadas por una adaptación de la ciudad a los tiempos, enriqueciendo y convirtiendo identificaciones tradicionales con otras nuevas y creando una nueva imagen de Málaga. No voy a hablar de la apuesta por la innovación, que está proyectando una ciudad referente de la revolución tecnológica, que también, pero esa apuesta, siempre de la ciudad y de sus ciudadanos por estar abiertos al exterior, no solo como ciudad de acogida como hemos referido, sino también de acogida de nuevas ideas e intereses que la hacen mirar siempre al futuro, han reconvertido sus perfiles y su imagen.

Hasta hace muy poco Málaga era una ciudad de sol y para el sol y playa, culmen de ocio y tradicional se había hecho el dicho de la ciudad de las mil tabernas y una sola librería. En 1970 tuvo Universidad, como tantas otras ciudades, andaluzas o nacionales en general, y no se conformó con enseñar y difundir el conocimiento, que también, sino que se propuso ser un referente del conocimiento a través de la cultura, primero haciendo una puesta en valor de su patrimonio cultural y desbancar aquel: ¿y en Málaga qué hay que ver?, después de sus colecciones llegando a convertirse en una ciudad de museos. Hoy día Málaga llama, y vende, por su clima, constante histórica, pero también por su cultura y por su esencia entendida como hospitalaria y tolerante, al fin y al cabo, lo de siempre, pero ahora conscientemente trabajado, vendido y exportado como imagen.

¿Pero a costa de qué?, de «heridas». Hablemos ahora de ellas.

En esta trilogía básica que he perfilado, la excelencia medioambiental fue brutalmente herida en 1487 y por los Reyes Católicos. Un sistema de asedio para la toma de la ciudad basado en la tala de árboles y quema de cultivos desforestaron la Hoya, esto unido a las sistemáticas lluvias torrenciales provocaron crecidas incontrolables del Guadalmedina que trajeron inundaciones, epidemias, hambre y destrucción. Herida que periódicamente se abre aún en nuestros días. A ello hay que unirle la especulación urbanística que se ha producido en la zona desde que Málaga se convirtió en la capital de la Costa del Sol y en donde antes había zonas verdes hay ahora urbanizaciones; sin duda esta falta de masa forestal desaparecida ahuyenta las lluvias y el proceso de desertización se está haciendo imparable con un significativo aumento de la temperatura.

En cuanto a la excepcionalidad histórica, por su amplitud, ha generado testimonios de diferentes culturas de una muy singular importancia.

La Tumba del guerrero en el Museo de Málaga es testimonio de la presencia de mercenarios griegos, y comerciantes también sin duda, en la Málaga fenicia, dudo que el visitante del museo llegue a entender lo que significa su presencia en la determinación de una seña identitaria del lugar; joyas, ídolos y objetos muebles egipcios en los ajuares de las tumbas de las múltiples necrópolis localizadas y estudiadas hablan de una actividad basada en el intercambio que fortalece la idiosincrasia del lugar a favor de la multiculturalidad, pero ¡¡¡qué mal contado está este valor tan importante!!! Podemos hablar de herida (profunda) en cuanto a museología y museografía se refiere, pero también de una falta de puesta en valor de estos testigos históricos, sometidos a confusos criterios de visibilización; restos traducidos en piletas de garum fenicio y romano, trozos de lienzos y torres de murallas, de viviendas, de necrópolis, de malecones de puertos, de vías, teatros, termas… que del subsuelo a la superficie crean unos senderos perdidos (silenciados) de la ciudad que fue en tiempo pretéritos. No quiero decir que haya que exhumarlo todo, pero tampoco que sea olvidado por planchas de cemento que hieren de muerte al bien, por su olvido eterno y por el daño físico que se le pueda hacer.

No era necesario que el único baño árabe del siglo X que había en Málaga, en un muy aceptable estado, situado en el Palacio de Buenavista, fuera herido de muerte por el hormigón dispuesto encima para poder habilitar sobre él una terraza con cafetería para solaz del visitante del que iba a ser el Museo Picasso. En función de qué criterio se jerarquiza un bien por encima del otro cuando se pueden conciliar si el ejercicio del correcto tutelaje del bien se hace por especialistas competentes.

Se trata de trabajar el resto como testigo que reafirme la unicidad del lugar, su singularidad y excepcionalidad, se le hiere si no se entiende, por lo que fue y por lo que significa y es ahora.

En este sentido entiendo como una herida grave la falta de una estructura informativa (y didáctica) que visibilice el resto histórico y los procesos históricos en cuanto a patrimonio se refiere. Esos senderos históricos perdidos, de las Málaga ocultas por las superposiciones, que permanecen olvidadas por enterradas y no contadas. El SILENCIO, como herida.

Según la RAE, cultura es: «Conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época». Málaga es lo que es por lo que fue, el conjunto de ideas, tradiciones, costumbres que le dieron carácter y se merma su unicidad en cuanto algunas de estas desaparecen, se olvidan o se transforman. Herida está cuando ya no hueles la madera de las barricas que conservaban como joyas sus vinos, no se oye el pregón del cenachero o no te puedes perder en el laberinto de sus calles que aun sin su literalidad, el callejero era el testimonio de un modelo urbanístico medieval. Desde que se decidió hacer la plaza de las Flores desapareció la calle Siete Revueltas, ni el nombre queda en el callejero y con ello la pérdida de la memoria de una Málaga musulmana. Herida de muerte es esa nueva tendencia de cambiar el nombre de las calles y hacer desaparecer a personajes que fueron significantes de la ciudad por otros que suenan a una internacionalización mal entendida.

Que habrá hecho Carlos Haes para que su calle se llame ahora Córdoba y le hayan trasladado al sector del Hospital Civil para nominar un pequeño pasaje, al menos sigue presente en el callejero, otros muchos personajes que significaron a la ciudad han desaparecido a veces por el nombre de algún concejal que se supone que algo hizo en los cuatro años que ejerció (si llegaron) como tal y prefiero no citar nombres.

Se hiere cuando se transita sin percibir, ese desinterés provoca olvidos y ausencias. Desapariciones. Aquellos rincones en donde antes había alegría y vida por sus macetas y flores en las ventanas, puertas o patios y ahora hay abandono y cochambre, espacios que se eluden por su degradación o incomodidad. Se hiere cuando las ausencias te producen desolación, desconcierto y desconocimiento. Cuantas veces se «baja a Málaga»2 y te sientes un extraño, porque ya no la reconoces, y no es porque el cambio haya sido negativo sino porque ha perdido aquellos elementos que estaban ahí constituyendo significantes, porque la interculturalidad, la diversidad imbricada con tradición y unicidad, se ha reinventado en una internacionalidad mal entendida, como cualquier ciudad del mundo, pero para globalizarla y en cierta manera hacerla perder su personalidad.

La estrategia no es esa, es evolucionar del hoy hacia el mañana pero con ciencia y conciencia, estableciendo estrategias patrimoniales que mantengan los identificadores del lugar, los enriquezcan aportando nuevas claves acordes con la evolución en el tiempo y hagan permanecer su valor de ÚNICA procurando no herirla.

Notas

1 Nuria Rodríguez Ortega, catedrática de Historia del Arte de la UMA es la coordinadora de TransUMA, laboratorio de competencias transdisciplinares de la Universidad de Málaga y la Red Docente de Excelencia TransUMA-Tech. Como directora del grupo de investigación iArtHis_Lab Laboratorio de investigación, innovación y formación centrado en el estudio de la cultura artística desde perspectivas digitales, computacionales y tecno-críticas puso en marcha el proyecto de innovación docente Patrimonio Herido que lidera Antonio Cruces.

2 «Bajar a Málaga» es una frase acuñada por los habitantes de los barrios exteriores al centro histórico, que para el malagueño es lo que sigue siendo Málaga, o denominándose Málaga.

Bibliografía

GIEDION, Sigfried (1979), Espacio, tiempo y arquitectura, Ed. Dossant, Madrid.

KAGAN, Richard L. (1986), Ciudades del siglo de oro. Las vistas españolas de Anton van den Wyngaerde, Ed. El Viso, Madrid.

MARTIENSSEN, Rex Distin (1967), La idea del espacio en la arquitectura griega, Nueva Visión, Buenos Aires.