Una «Biiga» Mossi de Burkina Faso en las colecciones del Museo de Culturas del Mundo (Barcelona)*

José Fenoll Cascales

Universidad de Murcia

jose.fenollc@um.es

Introducción

Dentro de la diversidad de museos que se da en los límites de la península ibérica, los museos étnicos suponen una tipología no muy extensa y prolífica (Jiménez-Blanco, 2013: 143). Aunque la mayor parte de estos museos conserva importantes colecciones de arte africano, no todos albergan piezas procedentes de países como Burkina Faso. De hecho, si se realizase un recuento, pronto se atisbaría que son la excepción. No es preciso señalar que el pasado colonial de España en África tuvo una naturaleza geográfica muy distinta a la de otros países europeos como Alemania, Francia, Portugal o Reino Unido, y que, como resultado de este condicionante, las colecciones públicas de arte africano que se conservan en España distan mucho de las custodiadas por las citadas potencias Occidentales. No es objetivo de este texto realizar una historia del coleccionismo de arte africano en España, ni analizar cuáles han sido las causas, motivos o intereses de este acto. Por ello, bastará con apuntar a lo ya dicho: que el origen de las piezas africanas que a día de hoy se exponen en museos públicos y privados de nuestro país proceden en su mayoría de donaciones o cesiones de importantes colecciones particulares (Pujol, 2003; Hasta, 2012; Zabalbeascoa, 1998).

A partir de esta consideración, se ha de señalar que el número de piezas provenientes de Burkina Faso conservadas en las colecciones de los Museos Estatales no superan la docena y que, en total, no ha sido posible contar con más de quince ejemplares en las colecciones publicadas de toda España1. Esta ausencia de piezas burkinesas en nuestro país ha tenido como resultado una aparejada inexistencia de bibliografía en castellano sobre el arte tribal de este país subsahariano, lo que lleva, por tanto, al desconocimiento general de la nutrida y rica producción artística de etnias como los Mossi, los Bwa o los Bobo-Fin. De acuerdo con esta premisa, el presente trabajo pretende arrojar luz sobre este asunto a través del estudio de una pieza procedente de la colección Folch que custodia el Museo de Culturas del Mundo de Barcelona.

Burkina Faso

Es un Estado sin litoral situado en África Occidental con una extensión de 274 200 km². Se trata de un país plano, sin elevados accidentes geográficos y con biomas que se extienden desde el desierto semiárido hasta la sabana arbolada (Pigeonnière y Jomni, 1998). Su red hidrográfica está configurada en torno a la cuenca del río Volta y sus afluentes más importantes son el Volta Blanco, el Volta Rojo y el Volta Negro. En la actualidad, hace frontera con hasta seis países: Malí, Níger, Benín, Togo, Ghana y Costa de Marfil (Pigeonnière y Jomni, 1998). En lo que a población se refiere, Burkina Faso comprende más de sesenta grupos étnicos diferentes, los cuales resulta imposible de tratar en el presente trabajo debido a su extensión. Por tanto, es pertinente centrarse únicamente en los Mossi, que son el grupo étnico más grande de Burkina Faso, cuya formación abarca al menos a la mitad de la población del país. Hablan el mòoré, una lengua voltaica que los relaciona culturalmente con otras etnias de los países vecinos como los Lobi o los Dogón (D. Roy, 2015: 7). Su arte tiene dos raigambres marcadas, la política (llevada a cabo principalmente por el subgrupo Nakomsé) y la espiritual (característica de los Nyonyosé) (D. Roy, 2015: 10), siendo esta última donde habría de enmarcar la muñeca Mossi procedente de la colección Folch.

La colección Folch

Esta colección es el resultado de los objetos adquiridos por Albert Folch i Russiñol (1922- 1988) a lo largo de sus viajes por todo el mundo. Aficionado a la etnografía, había heredado la pasión por el coleccionismo de su padre. Inició su propia colección en los viajes realizados durante su servicio militar al África colonial española (Roma y Vals, 1998: 149). Dicha colección fue creciendo con las diversas expediciones que realizó alrededor del globo entre los años 60 y 80. Sin embargo, Folch no solo coleccionó los objetos, sino que también estudió las diversas piezas de su colección en varias monografías (Roma y Vals, 1998: 151). El origen y procedencia de los objetos que integran la colección Folch es muy variado, comprendiendo así diversas localizaciones de Asia, Oceanía, América del Sur y África. No obstante, si se centra el caso en Burkina Faso, nuestra búsqueda solo dará como resultado el hallazgo de tres piezas, entre ellas la muñeca Mossi que es objeto de este estudio.

MEB CF 4331. Muñeca Mossi, «Yariga Biiga» [1]

Realizada a partir de una única pieza de madera, está tallada y policromada con una densa pátina oscura. Representa a una mujer de la tribu Mossi en sus 33 cm de altura, 5,5 cm de anchura y 9,5 cm de profundidad. Su rostro está ligeramente esbozado con dos líneas incisas horizontales para cada ojo y otra línea en la misma dirección, pero con mayor profundidad para señalar la boca. Sobre ella, la nariz se esboza con un par de incisiones en el estrecho rostro cóncavo de la figura. La cabeza en conjunto tiene forma discoidal debido al peinado en forma de cresta con el que está rematada esta muñeca femenina. Sus orejas se conciben con prismas de triángulos isósceles añadidos a ambos lados de la cabeza y decorados con líneas paralelas en ángulos obtusos. Sostiene la testa un cuello cilíndrico sin ningún tipo de decoración, que ejerce de conexión con el torso, en el que destacan los marcados pechos pendulares. Sobre las mamas, se encuentra una línea horizontal de la que nace una decoración en zigzag, la cual no consiste en tan solo una decoración baladí, sino que es la representación de las características escarificaciones que portaban las mujeres de la tribu en esta zona de su cuerpo (D. Roy, 2015: 59). El resto de la figura se concibe con un único cilindro bitroncocónico en el que se marca el vientre abombado y las piernas de la mujer. Desde debajo del pecho surgen tres líneas verticales que recorren el resto del cuerpo hasta la peana y, tres líneas horizontales que se encuentran con sus opuestas a la altura del ombligo, lugar desde el que irradian estas incisiones que también representarían escarificaciones en la zona del abdomen, típicas entre las mujeres Mossi (D. Roy, 1981: 47). La totalidad de la figura descansa sobre una base, también cilíndrica, pero de mayor diámetro que el resto del cuerpo.

Formalmente, son varios los paralelos que se pueden señalar para esta pieza, como la muñeca procedente de la colección Stanley del Museo de Arte de la Universidad de Iowa (D. Roy, 2015: 119; n.º de inventario: x1986.419) o la conservada en el MET de Nueva York (n.º de inventario: 1991.363). En ambos casos, se trata de muñecas realizadas en la región de Boulsa [2] y salta a la vista que el ejemplar de la colección Folch está realizado en este mismo estilo, por lo que todo indica que también procede de esta región burkinesa. D. Roy (1981: 50) apuntó que entre 1970 y 1980 una parte importante de las muñecas adscribibles a este estilo coleccionadas en Occidente se realizaron en la aldea de Bonam por Somyogede Koudougou (a quien puede atribuirse la confección de esta muñeca). Un artífice que aprendió el trabajo de la talla de su padre Zimwomdya Koudougou, escultor al que debió de pertenecer otro nutrido conjunto de muñecas en el estilo de Boulsa.

Sobre estas singulares muñecas Mossi se ha escrito extensamente. La primera fuente a través de la cual se tiene constancia de ellas es de 1921, en un texto del misionero Eugène Manguin (1921: 37). Aunque el estudio más distendido sobre estas tallas hasta la fecha es el realizado por Meurer (1964). En lo referente a los usos de este objeto, todo queda implícito en su denominación: son muñecas. Estos juguetes de uso femenino representan a una mujer adulta, pero al que las niñas cuidan como si de su propio hijo se tratase, portándolas en su espalda o en su cintura, tal y como las madres llevan a sus niños recién nacidos (Meurer, 1964: 28).

No obstante, lo usos y significados de estas piezas son distintos en cada área y, en algunas ocasiones, no se entienden como meros juguetes. Por ejemplo, en Koupéla son tratadas como si fuesen verdaderos niños y se tiene la creencia de que si las jóvenes maltratan a sus «Biiga» cuando se reproduzcan, darán a luz a niños enfermos o que estos morirán de manera prematura (D. Roy, 1981: 48). Estas muñecas las compran las madres para sus hijas, quienes las adornan con distintos materiales. Días antes de que las adolescentes se casen, llevan a su muñeca sobre la espalda al mercado local, allí la intercambian por algo de paja y antes de deshacerse de ella le pregunta si su primogénito será niño o niña. Entonces se le da un nombre propio a la muñeca, puesto que el poder emanado de este acto permitirá a la nueva pareja concebir un niño con cierta rapidez (Meurer, 1964: 30).

En otros lugares como Yatenga, las niñas suelen tener varias muñecas y cuando se casan se llevan su favorita a su nueva casa. Si estas mujeres tuviesen dificultades para tener un niño, se les aconseja llevar a una de sus «Biiga» atada a la falda, puesto que con ellas atraerán al espíritu del niño al mundo de los padres (D. Roy, 2015: 60, con bibliografía). Además, también previenen que el niño, una vez se encuentre en el mundo terrenal, no se vea atraído a volver al mundo de los espíritus (D. Roy, 1981: 49). No obstante, hay poblados en los que, tras el parto, se tiene que bañar a la talla de madera antes de poder bañar al propio niño, puesto que las muñecas son consideradas como los primeros hijos que han tenido las niñas (D. Roy, 1981: 48) y, en algunas ocasiones, incluso se les ofrece las primeras gotas de leche materna (Lallemand, 1973: 241). Otra función destacada de las «Biiga» es su utilización como exvoto. En estos casos, cuando una mujer ha estado varios años casada y no ha conseguido tener un hijo, viste, adorna y porta siempre una de estas muñecas, representando así el deseo de alumbrar un hijo (Segy, 1972: 38). Si la mujer que estaba utilizando la muñeca en este sentido muere durante el parto, se procede a quemar la «Biiga», mientras que si es el infante el que muere, la muñeca se les da a los niños para que jueguen con ella, puesto que se considera que no ha funcionado de la manera ritual que se esperaba de ella (Lallemand 1973: 242).

Sin embargo, y como se ha apuntado antes, no a todas las muñecas se les asocia una carga simbólica y muchos padres las adoptan como meros juguetes para sus niñas. En estos casos, el paralelismo con el concepto de juguete en el mundo Occidental es obvio, puesto que el objeto es tratado y adornado como una proyección de lo que la niña quiere ser en el futuro, como enunció D. Roy (2015: 61): «No son más que una suerte de “Barbies”».

Conclusiones

En definitiva, frente a esa idea que se tiene desde Occidente del arte africano como un arte homogéneo (Willet, 2003: 9), esta muñeca Mossi (como el resto de arte africano) demuestra la imposible sistematización categórica para el uso de estos elementos culturales, puesto que tienen tantas aproximaciones como poblados existen. En efecto, estas «Biiga» son objetos de forma compartida, pero con significados absolutamente plurales. En este caso, a través del análisis estilístico de la pieza, se ha podido deducir que el ejemplar procedente de la Colección Folch proviene de la región de Boulsa, donde podría haber sido realizada por Somyogede Koudougou, datos desconocidos en la bibliografía hasta la fecha.

A modo de conclusión, con este trabajo se puede apuntar que España goza de un rico patrimonio africano que merece ser estudiado ya no solo para conocerlo y disfrutarlo cultural, estética y antropológicamente, sino también para aprender de él, de su historia y de sus valores. Realizar este ejercicio nos hará descubrir que aún quedan objetos e imágenes en los que reside la magia y que solo a través de su estudio podremos poner en verdadero valor su significado y destino. Entendiendo asimismo cómo han llegado estos objetos a nuestras colecciones desde sus países de origen, en este caso desde Burkina Faso. De esta forma, al comprender el objeto, entenderemos un poco mejor a la sociedad y al individuo que lo creó, pero también al coleccionista que quiso hacerse con él. Todo eso es, en definitiva, lo que se ha intentado vislumbrar sobre estas líneas.

Notas

* El autor agradece a Alba Barberá Hurtado el asesoramiento y revisión técnica de este trabajo.

1 No somos ajenos a las al menos nueve piezas que posee el Museo Nacional de Antropología (Madrid) de otras tribus de Burkina Faso como los Lobi y los Bobo. Piezas con n.º de inventario: CE2000/2/19; CE4052; CE4054; CE2000/2/16; CE2000/2/18; CE2000/2/17; CE20015; CE20018; CE20249.

Bibliografía

D. ROY, Christopher (1981), «Mossi Dolls», African Arts, vol. 14, n.º 4 (Aug. 1981), pp. 47-51.

D. ROY, Christopher (2015), Mossi, 5 Continents Editions, Milán.

HASTA, Elisa (2012), «África en España: La Colección de Arte Africano de la Fundación Alberto Jiménez-Arellano Alonso de Valladolid», ASRI. Arte y Sociedad, Revista de Investigación, n.º 1.

LALLEMAND, Suzanne (1973), «Symbolisme des poupbes et acceptation de la maternit6 chez les Mossi», Objets et Mondes, n.º 13, vol. 4, pp. 235-246.

LEREBOURS PIGEONNIÈRE, Anne y JOMNI, Sylvie (1998), Atlas du Burkina Faso, Les Éditions J.A., París.

MANGIN, Eugène (1921), Les Mossi: Essai sur les usages et coutumes du people mossi au Soudan occidental, Augustin Challamel, París.

MEURER, Leonhard (1964), «Kindepupchen der Mossi in Obervolta», Tribus, n.º 13, pp. 25-30.

PUJOL CÁNOVAS, Fernando (2003), África: colecciones privadas Barcelona, Fundación Francisco Godia, Barcelona.

ROMA, Josefina y VALLS, Agustina (1998), «El museu de la fundació Folch», Revista d’etnologia de Catalunya, n.º 13, pp. 149-151.

SEGY, Ladislas (1972), «The Mossi Doll: An Archetypal Fertility Symbol», Tribus, n.º 21, pp. 35-68.

WILLET, Frank (2003), African Art, Thames and Hudson, Nueva York.