La decoración ideada por François Grognard para los apartamentos de la duquesa de Alba en el palacio de Buenavista

HERRERO CARRETERO, Concha, MOLINA, Álvaro y VEGA, Jesusa

Casa de Velázquez, Madrid, 2020

ISBN: 978-84-9096-242-8

En 1785 el marqués de Ureña hablaba del beneficio de la anticomanía, que había entrado en España unos años antes y que podría llevar a regenerar el gusto y proporcionarle salud si lograba extenderse y afianzarse. Aludía a este término y lo entendía como la complacencia «por la imitación del antiguo». Si bien, su significado acabaría acotándose y reduciéndose a la inclinación por reunir objetos de otras épocas. Si la Antigüedad clásica poseía un valor preeminente entre los «pasados», muy especialmente lo tenía Grecia, que era el gran referente en sabiduría y amor por la belleza. También Roma, que retomó la antorcha, y antes el egregio Egipto y cuanto implicaba el Orientalismo. Por entonces se argumentaba que los logros sucesivos, que las civilizaciones habían ido transmitiendo, quedaban trabados como eslabones de una cadena.

En las últimas décadas del siglo XVIII, Francia tomó el relevo a Italia en las directrices artísticas. Desde antes, el país galo, con su hegemonía política y comercial, había marcado numerosas pautas en cuestiones de moda, diseño de manufacturas y decoración. Con Luis XIV, las reales fábricas fueron esenciales y modelo para otras cortes europeas, en cuanto a su funcionamiento y a lo que significaban en diseño de textiles y repertorios ornamentales y en la producción de enseres para interiores palaciegos de reyes y aristócratas. No obstante, Italia mantendría su protagonismo como lugar privilegiado donde el artista podía observar, disfrutar y encontrar obras maestras de tiempos diversos, que le sirvieran de estudio e inspiración.

En este contexto de primacía de lo francés en el gusto se sitúa François Grognard (Lyon, 1748-Fontenay-sous-Bois, 1823), agente comercial y diseñador, oriundo de una ciudad pujante por su industria textil. Vivió en España antes y después de la Revolución Francesa de 1789. Le afectaron las medidas adoptadas, tanto en 1791 con la Formación de matrículas de extranjeros residentes en estos reinos con distinción de transeúntes y domiciliados, como, en 1793, con la Real Provisión para el extrañamiento de los franceses no residentes en estos reinos. De modo que Grognard tuvo que abandonar España.

El título del libro La decoración ideada por François Grognard para los apartamentos de la duquesa de Alba en el palacio de Buenavista sintetiza bien el contenido. Concha Herrero Carretero, Álvaro Molina y Jesusa Vega analizan quién es Grognard y el proyecto del artista para adornar las habitaciones de verano del nuevo Palacio de Buenavista, un bien de interés cultural que hoy es cuartel general del Ejército de Tierra y que se construía en los años ochenta del Setecientos, en un ámbito que había tenido entre sus propietarios a los reyes. Se conservan diseños de Grognard, así como una serie de escritos, que constituyen las raíces sobre las que se articula el estudio que aquí se plantea, con profundo rigor e impecable metodología.

El libro no es una recopilación de trabajos. Se trata de un proyecto común, con lo que implica de diálogo y toma de decisiones, aunque cada investigador –todos de consolidada y excelente trayectoria– aborde aspectos concretos. Concha Herrero presenta al personaje en «El escritor y filántropo François Grognard en contexto». Muestra su imagen en el cuadro de Alexis Grognard fechado en los años ochenta, así como en el busto de Légendre-Héral y en el fisionotrazo de Edmé Quenedey, datados casi medio siglo después. El lienzo primero se diría que es un retrato epopéyico y descubre cómo era la apariencia de Grognard cuando estaba en España. Se dispone mirando al espectador, con calculada postura y distinguido y moderno atuendo, con influencias inglesas. Quizá se desee remarcar la dedicación del representado a los negocios, al poner sobre la mesa un sobre lacrado y barra de lacre, pliego de papel donde se ha escrito y libro –quizá de cuentas–. Grognard lleva bastón, tal vez, para denotar el control de las acciones para las que había sido comisionado. La carta en primer plano evoca las numerosas misivas conservadas del artista de Lyon. Concha Herrero reflexiona sobre todo ello y traza su personalidad a partir de datos dispersos. Habla de su vida, entorno familiar, viajes, trabajo como diseñador y agente para las sederías de Pernon, relaciones sociales en Madrid y Andalucía –particularmente con cónsules y comerciantes de Cádiz y Málaga–, salida de la península y trabajo para Napoleón I, así como de su pensamiento teórico a través de sus escritos y del extenso epistolario conservado.

En «Un sueño y doce cartas: el viaje de Grognard al palacio de Buenavista», Álvaro Molina va glosando las claves para interpretar las ideas y los diseños del artista lionés para la duquesa. Comenta los debates sobre la asignación a Pedro Arnal del proyecto del Palacio de Buenavista, en el contexto de renovación que vive Madrid y con atención al adorno de las viviendas nobiliarias. Se refiere a las críticas que recibió el trabajo de Grognard para la duquesa y al opúsculo que escribió utilizando el recurso de un sueño, factible de convertirse en realidad.

En el último estudio, «De colgaduras antiguas y modernas: nuevos gustos y artistas para el fin del siglo ilustrado», Jesusa Vega y Álvaro Molina demuestran que conocen bien el periodo ilustrado y los temas de apariencia y cotidianeidad. Abordaron juntos en 2004 la monografía Vestir la identidad, construir la apariencia. La cuestión del traje en la España del siglo XVIII, donde hablaron de indumentaria, pero también de civilización y de los espacios de sociabilidad. Estos últimos aspectos han estado presentes en otros trabajos suyos, como el actual. Es una línea de investigación compleja, que manifiesta mucho sobre las gentes, sus gustos y su manera de vivir. Valoran la información que la prensa ofrece y utilizan la datos hemerográficos para saber sobre los adornistas. Han elaborado útiles apéndices con noticias y anuncios diversos sobre este asunto, contenidos, fundamentalmente, en El Diario de Madrid. No se conoce bien cómo fue el ornamento que, sujeto a las modas y a la confortabilidad doméstica, animó pavimentos, paredes interiores y techos de edificios privados. En el caso de los muros, proliferaron los textiles, falsos mármoles y la arquitectura fingida, con sus efectos de sombras. Vega y Molina parten de comentarios de Ponz sobre la generalización de los adornos que sustituían a los cuadros. Buscan testimonios visuales que sirvan de referencia en ejemplos que persisten de enmarques de vanos y retablos, caso de obras del milanés Pablo Sirtori, y en puntuales diseños de otros artistas, como Pedro Cancio y el conservado en la Real Academia de San Fernando.

El libro incluye los escritos de Grognard. En los últimos tiempos no es frecuente encontrar publicaciones académicas que incorporen documentos, pese a la importancia que posee localizarlos, reunirlos, estudiarlos y poner al alcance del lector un material imprescindible. Disponer de una fuente primaria de consulta es esencial y más contextualizada y analizada. Por un lado, figuran dos textos de Grognard, con traducción de Greta C. Vega, efectuada con meticulosa precisión. Uno de los escritos À son Excellence Madame la duchesse d’Albe está fechado en 1790. El otro está constituido por doce cartas contenidas en Extrait d’un voyage pittoresque en Espagne en 1788, 1789 et 1790. Description d’une partie des Appartements du Palais de son excellence, monseiur le Duc D’Alba, à Madrid, publicado en 1792, pero las misivas son de 1790. Ambos opúsculos hablan de las ideas de Grognard sobre el adorno del Palacio de Buenavista. Además, se incorpora un epistolario en francés con setenta y cuatro misivas comerciales ordenadas por fechas que van de 1787 a 1801 y se conservan en la Bibliothèque municipale de Lyon. La mayoría van dirigidas a Camille Pernon, director de la manufactura de sedas de su nombre. La transcripción y notas del epistolario han sido preparadas por Concha Herrero. Se han compilado dibujos dispersos en colecciones privadas, así como otros conservados en el Victoria and Albert Museum, el Musée des Tissus et des Arts Décoratifs en Lyon, el Musée des Arts Décoratifs de París y el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid. Son particularmente importantes tales dibujos en tanto que, como acertadamente se indica en las palabras preliminares, apenas quedan testimonios de cómo era el adorno de interiores en la etapa ilustrada, fuera de los ámbitos destinados a los reyes.

Es modélico el glosario histórico de términos textiles elaborado por Concha Herrero, profunda conocedora del tema. Constituye un material muy útil, dada la especificidad y complejidad de un léxico, que ha experimentado cambios e incluye voces y expresiones en desuso y, a veces, de difícil traducción. El corpus lingüístico se ha hecho a partir de las palabras que constan en el epistolario, remitiendo a cada misiva donde se cita, de manera que se aprecie el sentido en que fueron empleadas. Se ha valido de diccionarios franceses antiguos y recientes y de otros libros esenciales como la Encyclopédie méthodique, para las definiciones en esta lengua. Para las voces en castellano, son constantes las llamadas a Terreros y al Diccionario de la Real Academia, en su edición de 1783. También hay referencias de la propia autora.

Si el nombre de Grognard había ido recuperando tímidamente un sitio, merced a estudios como el de Gastinel-Coural de 1990, y sus proyectos comenzaban a ser reconocidos, al ser incluidos en exposiciones como Conceber as artes decorativas, desenhos franceses do século XVIII con textos de Fuhring en la Fundación Gulbenkian en 2005, con la relevante aportación contenida en La decoración ideada por François Grognard para los apartamentos de la duquesa de Alba en el palacio de Buenavista, libro de cuidada edición, el artista se emplaza donde le corresponde. Se agradece, además, que la publicación esté disponible en OpenEditions Books [https://books.openedition.org/cvz/10582 Consulta 2/01/2021]. Pese a la reivindicación de la fuente primaria como principio de estudio –sean diseños del artista, escritos, cartas o la prensa de la época–, Concha Herrero, Álvaro Molina y Jesusa Vega no se quedan en los datos sino que trabajan y se aproximan a un momento complicado pero fascinante; una centuria que, como señalaba en 1770 Azara en el primer párrafo del prólogo al tratado del Mengs, quizá fuera «distinguido en la posteridad por el siglo de la inquietud».

Concepción Peña-Velasco

Universidad de Murcia