ISSN: 0212-5099
E-ISSN: 2695-7809
DOI: 10.24310/BAETICA.2022.vi42.15284
LA CONTROVERTIDA ALIANZA HISPANO-FRANCESA
DE 1627: RAZONES Y OBJETIVOS DETRÁS
DE LA CAMPAÑA DE SOCORRO
Álvaro Bueno Blanco*
Universidad Carlos III de Madrid
RESUMEN
Pese a que en la segunda mitad de la década de 1620 las relaciones entre la Monarquía Hispánica y Francia se encontraban ya deterioradas y los conflictos entre ambas, especialmente por la pugna por territorios europeos, amenazaban con el estallido de la guerra, en 1627 dejaron a un lado sus diferencias y firmaron un acuerdo de ayuda a la monarquía gala frente al ataque de Inglaterra. Este artículo analiza ese controvertido acuerdo, tratando de dilucidar las razones que subyacían detrás del mismo, cómo se llevó a cabo y las consecuencias que tuvo en el entendimiento entre las dos potencias.
PALABRAS CLAVE: diplomacia, relaciones hispano-francesas, armada, política exterior
Enviado: 23/08/2022 Aceptado: 10/10/2022
*abueno@hum.uc3m.es
ISSN: 0212-5099
E-ISSN: 2695-7809
DOI: 10.24310/BAETICA.2022.vi42.15284
THE CONTROVERSIAL HISPANIC-FRENCH
ALLIANCE OF 1627: REASONS AND OBJECTIVES
OF THE RELIEF CAMPAIGN
Álvaro Bueno Blanco*
Universidad Carlos III de Madrid
ABSTRACT
In the second half of the 1620’s the relationship between the Hispanic Monarchy and France were damaged and the confrontation between them both threatened with the outbreak of war. Despite that, in 1627 they put aside their differences and signed an agreement to help the French Monarchy against the English attack. This paper analyzes that controversial agreement, aiming to explain the reasons behind it, how it was developed and the consequences that it had between the two powers.
KEY WORDS: diplomacy, hispanic-french relationships, army, foreign policy
Send: 23/08/2022 Accepted: 10/10/202
*abueno@hum.uc3m.es
1. INTRODUCCIÓN
La Monarquía Hispánica y Francia fueron, durante buena parte de los siglos XVI y XVII1, las dos principales potencias de Europa2 y, en consecuencia, acérrimos rivales. No obstante, las constantes disputas, o, más bien, por el agotamiento provocado por las mismas, ambas potencias firmaron en 1598 la Paz de Vervins3, la cual dio inicio a un duradero período de paz de más de tres décadas4.
Sin embargo, como cabe esperar entre dos estados con intereses marcadamente contrapuestos, las relaciones hispano-francesas sufrieron numerosos altibajos a lo largo del tiempo que perduró la paz. La firma de Vervins, en un primer momento, supuso un alto al fuego, pero no un acercamiento de posturas pues los recelos mutuos eran muy notables en los años de cambio de siglo, viéndose la paz más como una necesidad por el agotamiento de las dos potencias que por un verdadero deseo de acercamiento5. Esa aproximación sí llegó tras la muerte de Enrique IV (1610) y el inicio de la regencia de María de Médicis, marcadamente prohispánica, y que hizo del acercamiento a la monarquía de Felipe III la piedra angular de su política exterior6. Los años en que la viuda del primer Borbón francés estuvo a cargo del gobierno galo (1610-1617) fueron los de mejores relaciones entre la Monarquía Hispánica y Francia en los siglos XVI y XVII, con un claro acercamiento de posturas que se vio culminado con las dobles bodas de 16157.
Sin embargo, la asunción de poder por parte de Luis XIII, que trajo consigo el alejamiento de su madre de las tareas de gobierno, supuso un nuevo viraje antihispánico y el inicio del deterioro de las relaciones entre los estados. En los primeros años de su reinado ese alejamiento de posturas fue, aún, moderado, pero a partir de la entrada en el gobierno del cardenal Richelieu (1624), prácticamente coincidente con el ascenso del conde duque de Olivares en el caso español8, comenzó el definitivo deterioro de las relaciones y la agonía de los términos firmados en Vervins hasta la definitiva declaración de guerra en 16359.
Por lo tanto, exceptuando los años que duró la regencia de María de Médicis, el período de paz estuvo marcado por una latente rivalidad, altibajos y recelos entre las que eran consideradas las dos principales potencias del momento. Pese a que no se llegó a romper el tratado en ningún momento antes de 1635, sí hubo enfrentamientos entre ambos estados y conflictos que a punto estuvieron de desatar una declaración de guerra formal.
Buena parte de las tensiones vinieron provocadas por la situación del norte de Italia, un territorio que fue el principal foco de confrontación durante todos los años que duró la paz. En esos años destacaron episodios como la Cuestión de Saluzzo10, el conflicto por la Valtelina11 o la guerra del Monferrato12, y fueron esos territorios los que marcaron el devenir de las relaciones entre Francia y la Monarquía Hispánica.
Sin embargo, pese al clima de creciente rivalidad imperante desde 1617 y a que desde la llegada de Richelieu al gobierno parecía irremediable el rompimiento de relaciones, en 1627, en plena escalada de tensión, ambas potencias dejaron momentáneamente aparcadas sus diferencias y firmaron un acuerdo de alianza contra Inglaterra. El gobierno británico preparó una armada para enviar a la costa francesa en ayuda de los hugonotes rebeldes al poder real, a lo que el gobierno de Luis XIII reaccionó buscando la ayuda de la Monarquía Hispánica, que accedió sin apenas reticencias.
Se trató de una unión extraña dado el momento que atravesaban las relaciones entre ambos estados y por cómo se comportaron los dos gobiernos, siendo complicado dilucidar tanto las razones como las intenciones verdaderas que tenían. Es considerado, de hecho, uno de los episodios más controvertidos y oscuros de la política exterior del conde duque de Olivares13.
En este trabajo pretendemos aproximarnos a la manera en que se negoció y se preparó la alianza; asimismo, explicaremos cómo se desarrolló la ayuda; y, por último, trataremos de exponer cómo afectó esta unión a las relaciones entre ambos estados y las consecuencias que tuvo. Todo ello con el objetivo de explicar, o aproximarnos, por qué se produjo ese acuerdo y cuáles eran las verdaderas intenciones de la Monarquía Hispánica.
2. «PARA QUE NUESTRA RELIGIÓN NO RECIBA DETRIMENTO». LAS NEGOCIACIONES PARA LA ALIANZA
En los primeros meses de 1627 comenzaron a llegar noticias, tanto a Francia como a la península ibérica, de que en Inglaterra se estaría preparando una numerosa flota que tendría como objetivo atacar las costas francesas. Concretamente, habría fijado el punto de ataque en La Rochelle, núcleo principal de los hugonotes que mostraban desobediencia a Luis XIII, y que en esos momentos habrían solicitado ayuda14 a sus correligionarios británicos para resistir la ofensiva realista ofreciendo a cambio ceder el control de la plaza a dominio británico15.
De ese modo, lo que en un primer momento era un conflicto interno francés heredero de las guerras de religión, se tornaba internacional, y no solo eso, también una cuestión religiosa a nivel europeo, como demuestra que incluso el papa transmitió cierta preocupación por que el ataque se llevara a cabo finalmente16. Desde el momento en que se tuvieron las primeras noticias de los planes ingleses, Luis XIII y Richelieu iniciaron los contactos con el gobierno de Felipe IV, tanto a través de los embajadores españoles en París como por medio del representante galo en Madrid, solicitando firmar una alianza antiinglesa por la que ambos estados se comprometían a conformar una armada conjunta que hiciera frente a los barcos británicos. El acercamiento de Francia a la Monarquía Hispánica se revistió de tintes religiosos, presentándose como una causa católica frente al protestantismo. Aunque no deja de resultar algo extraño que después de los múltiples conflictos en el norte de Italia y con Richelieu convencido, según los propios historiadores franceses, de tarde o temprano declarar la guerra a los Habsburgo los franceses recurrieran a sus vecinos españoles para esta cuestión. Habría, pues, que profundizar en el estudio de la motivación del gobierno galo y de las verdaderas causas detrás del ofrecimiento.
En Madrid la proposición pareció agradar y se transmitió al embajador en Francia, el marqués de Mirabel, que diera muestras de una absoluta predisposición de llevar a cabo la alianza17. En palabras del conde duque de Olivares: «que Mirabel muestre estimación por la oferta y que los franceses crean que tratamos con veras este negocio»18. No queremos dejar de destacar el término «crean», pues consideramos que es muy clarificador de cómo se desarrolló la cuestión de la ayuda, siempre priorizando la imagen transmitida a Francia y la impresión que allí se tuviera del gobierno español más que una preocupación profunda por el buen suceso de la ayuda, como se verá más adelante.
Lo cierto es que apenas hubo debate sobre la propuesta francesa y rápidamente se aceptó con buenos términos en la corte madrileña. Para mediados de mes se escribe a Mirabel que comunique que «tengo rota la guerra con Inglaterra» y que se ayudaría con todas las fuerzas que se acuerden, con la única condición de que en un futuro Francia no pudiera firmar alianzas con Inglaterra sin el consentimiento español. De hecho, en esa misma carta se encarga ya al embajador que formalice la alianza19.
Como se ve, en la Monarquía Hispánica hubo una rápida predisposición a aliarse con Francia y se plantearon para aceptar la oferta gala unos términos poco exigentes ‒y, probablemente, poco realistas pues no era esperable que Francia supeditara su política exterior al «permiso» de la corona hispánica‒, más aún si se tiene en cuenta que se trataba de un asunto cuya raíz era un conflicto interno. Así pues, ¿por qué emplear recursos, ya de por sí escasos debido a la multitud de frentes abiertos de la Monarquía Hispánica, en un conflicto que no afectaba directamente a los Habsburgo? Y más aún, ¿por qué destinar dichos recursos a solucionar un problema que podía debilitar a Francia y comprometer sus fuerzas ‒como de hecho así sucedía‒ limitando de esa forma su participación en la política europea?
Son preguntas de difícil respuesta pues, como ya hemos afirmado en la introducción, nos encontramos ante uno de los episodios más controvertidos de la política exterior hispánica del momento. Algunos autores han explicado la actitud española por la enfermedad tan grave que estaba atravesando en ese momento Luis XIII, que hacía que se temiera por su vida y, de confirmarse el fatal desenlace, provocaría el inicio de la regencia de Ana de Austria, lo que haría prioritario un acercamiento a la corona gala20. Sin embargo, aunque no discutimos que esa circunstancia también pudiera ser tenida en cuenta, consideramos que no explica por sí sola el episodio.
Una vez más, como fue tan habitual en la política exterior española de ese momento, las razones esgrimidas por la Monarquía Hispánica tenían que ver con la cuestión religiosa y la defensa del catolicismo. Ya mostramos anteriormente cómo, desde que llegaron las primeras noticias de las intenciones inglesas, se vio el conflicto como un riesgo para la religión católica que incluso preocupó al papa. No cabe duda de que un hipotético triunfo, o resurgimiento, de los hugonotes en Francia desequilibraría la balanza religiosa europea, algo de especial importancia dado el contexto del momento, en plena guerra de los Treinta Años, que dado que es considerada la última de las guerras de religión hacía aún más necesario frenar cualquier nuevo fortalecimiento del bando protestante.
Así, constantemente se hizo alusión a que la participación de la Monarquía Hispánica era en defensa del catolicismo. El conde duque de Olivares justificaba la necesidad de intervención por lo necesario que sería atajar «el daño que a la religión podría venir»21. Algo muy similar comunicaba Felipe IV a sus embajadores, a quienes indicaba que ofreciera al monarca francés la armada hispánica para socorrerle «por el peligro que podría correr nuestra sagrada religión»22. Incluso en las instrucciones que el soberano español entregó a don Fadrique de Toledo, a la postre capitán de la fuerza de socorro, se hacía mención a esos motivos religiosos que prácticamente obligaban al rey Habsburgo a intervenir:
Habiendo tenido noticia de que el rey de Inglaterra planea invadir Francia, y dado el riesgo que eso podría suponer para la religión católica si se junta con los hugonotes, y para que el mundo vea qué buen hermano del rey de Francia soy y que nuestra sagrada religión no reciba detrimento, parezco de acometer a aquel rey la ayuda23.
Era algo habitual que la Monarquía Hispánica presentara sus actuaciones en materia de política internacional en base a criterios religiosos para justificar sus estrategias. Sin embargo, aunque estos pudieran tener cierto peso, era habitual que hubiera otros motivos detrás de las decisiones. Consideramos que, de nuevo, así sucedió en el socorro a Francia de 1627, pues no parece suficiente motivación el miedo a un auge protestante para cambiar de forma tan radical las relaciones con un estado, mientras que debe entenderse desde la óptica de los constantes conflictos con Francia en el norte de Italia a los que ya hemos hecho referencia anteriormente.
Fueran unos u otros los motivos, muy pronto se firmó la capitulación entre el embajador francés y el conde duque de Olivares. En ella se acordaba la colaboración militar ‒marítima para ser más exactos‒ frente a la ofensiva inglesa por parte de las «coronas católica y cristianísima, continuando en su hermandad, amistad y buena correspondencia restablecida y acreditada de nuevo con la ejecución por las paces de Italia»24. Un acuerdo firmado el 22 de marzo y ratificado por Felipe IV el 20 de abril25.
Las cordialidades no cesaron con las firmas, pues la Monarquía Hispánica envió un embajador extraordinario a Francia, al marqués de Leganés, para que transmitiera a Luis XIII la alegría de Felipe IV por la unión de las dos coronas y para que ayudara en París al marqués de Mirabel a la gestión de la actuación conjunta de las armadas26.
Pero, pese a la rapidez en llegar a un acuerdo y los buenos términos del mismo, las relaciones hispano-francesas se encontraban, en ese 1627, en un momento de rápido empeoramiento, como ya hemos expuesto anteriormente, y esta alianza no hizo que se revirtiera la situación.
Desde el momento en el que se rubricó el acuerdo los recelos y la desconfianza se hicieron patentes a ambos lados de los Pirineos. Pero del mismo modo que hubo una rápida disposición al acuerdo, al mismo tiempo que se cerraban los términos comenzaron las primeras muestras de desconfianza en el gobierno hispánico. Incluso la infanta Isabel Clara Eugenia avisaba que, en su modo de ver, Francia no era de fiar, menos aún con el contexto político del momento, que hacía que una alianza de esa corona con Inglaterra se viera muy favorable. Felipe IV, a tenor de la opinión de su tía, dio instrucción al marqués de Mirabel de continuar adelante con el acuerdo pero que prestara especial atención a posibles cambios de opinión en el gobierno galo y, especialmente, a hipotéticas negociaciones con Inglaterra27.
También en la corte de París existían dudas sobre la implicación de la Monarquía y si, realmente, iba a proporcionar ayuda, según informó en numerosas ocasiones el marqués de Mirabel28. Ambas coronas temían que las intenciones de su aliada no fueran claras y que el objetivo principal no fuera, verdaderamente, el buen suceso de la ayuda. En cualquier caso, las dudas no hicieron que se diera marcha atrás en el plan pues, entre otras cosas, pronto se certificó el ataque británico.
3. PLANIFICACIÓN, PREPARACIÓN Y ENVÍO DEL SOCORRO
Lo que a comienzos de 1627 era una posibilidad se materializó a principios de verano, cuando la inteligencia hispánica informó de que Inglaterra había conseguido juntar 35 naves de guerra, más algunas otras embarcaciones de menor calado que se encargarían de transportar bastimentos, y que estaban ya listas para partir hacia La Rochelle29. Finalmente, las fuerzas inglesas capitaneadas por el duque de Buckingham partieron de Portsmouth el 4 de julio con un número de barcos muy superior al previsto en un primer momento. Según un aviso que llegó a Madrid habrían zarpado 14 barcos de la armada real, 40 de guerra particulares y más de una veintena de navíos con provisiones30.
A raíz de la noticia de que la armada inglesa estaba ya rumbo a Francia la necesidad de que partiera un socorro desde la península ibérica se volvió más acuciante. Así, las presiones al marqués de Mirabel para que transmitiera la necesidad de acelerar los preparativos fueron constantes, como el embajador plasmaba en las cartas que remitía a la corte madrileña31.
Los navíos ingleses llegaron a la costa de Francia en los últimos días de julio e iniciaron el ataque a la isla de Ré, un islote situado frente a La Rochelle, que sí permanecía fiel al rey32. Dado su reducido tamaño pretendían los ingleses que fuese una conquista rápida, sin embargo, según las informaciones que recibió el gobierno de la Monarquía Hispánica, sus defensores ‒cifrados en torno a 1.500 hombres‒ resistieron la ofensiva inicial y se hicieron fuertes tras los muros, dejando a los atacantes sin más alternativa para tomar la plaza que iniciar un asedio. Incluso, estarían consiguiendo romper el cerco inglés para introducir abastecimientos que les permitieran resistir durante más tiempo tras sus muros, si bien no parecía que eso fuera suficiente para que resistieran más que unos pocos meses33.
Lo acuciante de la situación, y la constante insistencia desde París, impulsaron a la Monarquía Hispánica al inicio de la preparación de las fuerzas de socorro. Pese a que en todo momento se partió de la premisa de que era necesario acudir a la ayuda como se había comprometido, la prioridad de la campaña fue, desde un primer momento y tal y como se demostró más tarde, asumir el menor riesgo posible para las fuerzas hispánicas. De esa forma, debatiendo el número de navíos que se debía enviar a La Rochelle, el Consejo de Estado planteó una fuerza que no dejara a la armada española sin barcos para defender sus costas, aún con el recuerdo de la derrota de la Gran Armada y sus consecuencias vivo en la memoria34. Por eso se pensó que era adecuado acudir a Francia con una veintena de buques, tal y como había ordenado a finales de junio Felipe IV.
Una cautela a la hora de mandar una fuerza demasiado numerosa que puede ahondar en las dudas que planteábamos en el apartado anterior sobre el grado de compromiso español con el buen éxito de la empresa.
El encargado de dirigir la operación sería don Antonio de Oquendo, en ese momento almirante general de la Armada del Mar Océano, a quien se encomendó que juntara en A Coruña 20 o 24 naves listas para acudir al socorro de Francia35. Oquendo, que en ese momento se encontraba en Cádiz, recibió la orden de partir hacia A Coruña con los barcos que tuviese disponibles y juntarse allí con las fuerzas de don Carlos de Ibarra, almirante de la Escuadra de Cantabria, hasta reunir 20 o 24 navíos con los que partir a Francia36.
Mientras se apremiaba a don Antonio de Oquendo para que iniciara los preparativos, las dos coronas acordaban algunos aspectos de la operación conjunta. Se decidió que las armadas española y francesa se juntasen en el golfo de Morbihán, en Bretaña, a tan solo cuatro horas navegando de la isla de Ré, y desde allí pusieran rumbo, de forma conjunta, hacia el fuerte asediado37. Asimismo, Francia notificó que el encargado de dirigir su flota sería el duque de Guisa, uno de los más distinguidos nobles de la corte francesa pues era nada menos que par de Francia, equivalente, grosso modo, a la Grandeza de España38.
Con Oquendo y Guisa al frente de sus respectivas escuadras estaba clara la jerarquía a seguir en la fuerza conjunta pues el francés, con un estatus social y un cargo superior, quedaría como el mando supremo de la armada de rescate. Sin embargo, en Madrid se proponía un cambio en la capitanía de los navíos españoles, no sustituyendo a don Antonio de Oquendo, sino colocando a una persona por encima de él. El escogido era don Fadrique de Toledo, marqués de Valdueza, quien en ese momento ostentaba el cargo de capitán general de la Armada del Mar Océano y, por lo tanto, era el superior inmediato de Oquendo39.
Ya en el consejo de estado en el que se decide que vaya Oquendo algunos, como el conde de Chinchón, plantean que debía ser don Fadrique, en su condición de capitán general, quien comandara las operaciones, aunque en ese momento no se atiende esa opinión40. Pero, lo que en julio era una voz prácticamente aislada, un mes después se veía como indispensable: «se mande a don Fadrique de Toledo que vaya a A Coruña y, supuesto que el socorro no se puede hacer por otra mano que la suya, se le mande que tenga junta la armada»41.
Es difícil aventurar las razones por las que no se escogió a don Fadrique en un primer momento, pues no se ha encontrado rastro en la documentación de una argumentación al respecto. La respuesta podría encontrarse en su propia situación personal, que haría que necesitara permanecer algún tiempo en Madrid. Y es que, en verano de 1627, estaba inmerso en asuntos como concluir los términos de su matrimonio con doña Elvira Ponce de León, hija de los duques de Arcos42. Ese era, sin duda, un asunto de gran preocupación para Valdueza pues, cuando se decide de manera definitiva su nombramiento, el conde duque de Olivares ordena que salga en los siguientes cuatro días y que retrase el enlace hasta su regreso, lo que parece corroborar que era uno de los frenos a su nombramiento y salida de la ciudad43.
Se ponía de esa forma la empresa de socorro en manos del que era, probablemente, el marino de más prestigio del momento, pues hacía apenas dos años que había logrado el mayor éxito de su carrera, y para muchos también el punto culminante de la política exterior de Olivares, con la recuperación de Salvador de Bahía frente a los holandeses. De hecho, se encomendó la misión a don Fadrique velando por el prestigio y el éxito de la misma en un nuevo esfuerzo de difundir la mejor imagen y actitud posibles, como se comunicó al propio general: «Su Majestad ha resuelto que venga en persona con la armada de su cargo para hacer mayor demostración de sus armas y asegurar el buen suceso»44.
Pero con el nombramiento de Valdueza se originó otro asunto que solucionar, el del mando de la fuerza conjunta. Quien comandaba las fuerzas galas, el duque de Guisa, era Par de Francia, lo cual, por estatus ‒don Fadrique no era Grande de España‒, hacía que debiera ser él quien mandara sobre la armada conjunta. No obstante, el marqués de Valdueza era uno de los marinos más reconocidos del momento y se encontraba, además, en uno de los momentos más exitosos de su carrera pues, como ya hemos mencionado, acababa de regresar de la empresa de Salvador de Bahía. Se creó, por lo tanto, una situación de prestigio social frente a prestigio militar que hubo que solucionar, cuando en un principio Guisa habría estado al mando si al frente de la armada española hubiera ido cualquier otro capitán, como sucedía cuando el mando iba a recaer en Oquendo.
Desde que se decidió el nombramiento de Valdueza Felipe IV comenzó a exigir que tuviera la misma capacidad de mando que Guisa, y así se lo hizo saber a sus embajadores para que lo negociaran45. El Consejo de Estado iba incluso más allá y opinaba que se debía exigir que fuera el marqués de Valdueza quien mandara sobre el francés46.
Aunque cabría esperar que la noticia del envío de un general de la fama de don Fadrique fuera bien acogida, en Francia creó gran sorpresa la designación de Valdueza pues consideraban que la elección de dos generales de esa talla podía ser, como de hecho fue, un foco de problemas y desavenencias. Pidieron, en previsión de que el duque de Guisa se negaría a aceptar una condición de igualdad con don Fadrique, que revocaran su nombramiento y fuera, finalmente, don Antonio de Oquendo quien dirigiera las operaciones pese a que eso pudiera implicar una reducción en los navíos con los que se acudiera47.
Finalmente, tras arduas negociaciones, se acordó que fuera un mando compartido entre los dos generales48. En nuestra opinión, el empeño español por que no fuera Guisa el mando supremo se explica por dos factores. Uno, por supuesto, sería una cuestión de prestigio, tanto de don Fadrique a nivel individual como de la Monarquía Hispánica que, aún, era posiblemente una potencia superior a Francia. El otro factor sería la desconfianza hacia la monarquía gala y sus verdaderas intenciones, pues habría el temor de que, ostentando el mando, emplearan a las naves españolas en las operaciones más arriesgadas mientras los barcos franceses permanecían en retaguardia.
Desencuentros como ese, que si bien fue resuelto dejó cierto resquemor en la corte francesa, son un buen termómetro del momento que vivían las relaciones entre ambos estados. La alianza había sido firmada en un momento de creciente tensión entre las dos potencias y esta volvía a aflorar con facilidad, evidenciando que más allá de esa campaña sería complicado mantener buenas relaciones.
Pero la situación creada por el mando de la armada conjunta no fue un hecho aislado, pues para verano, ya en pleno asedio inglés a la isla de Ré, los recelos continuaron creciendo en ambas cortes. Informaba el marqués de Mirabel que Richelieu había recibido muy fríamente la noticia de que ya se había dado orden de preparar la armada española, lo que se interpretó en el Consejo de Estado como una clara muestra de desconfianza de que verdaderamente fuera a tener lugar el envío de la ayuda49.
Sin discutir que esas suspicacias existieran entre las dos monarquías en todo momento por el hecho de ser rivales y el momento que atravesaban, lo cual parece evidente, no es menos cierto que las actuaciones tanto de Francia como de la Monarquía Hispánica justificaban, o, al menos, alimentaban ese escepticismo. Es precisamente por estos comportamientos, entre otras cuestiones, por lo que se considera un episodio lleno de claroscuros y difícil de analizar y explicar.
En lo que al gobierno español respecta, es cierto que dieron las órdenes para que se aprestara la fuerza de socorro en A Coruña, además, con un número de navíos nada desdeñable. Sin embargo, por un lado, el cumplimiento del mandado fue ralentizándose, como veremos a continuación, y, por otro, solo se había especificado que se juntara la flota, no que zarpara hacia Francia, lo que provocó una importante demora. Se escribió al marqués de Mirabel para que ofreciera la ayuda que se estaba juntando en las costas gallegas al gobierno francés, pero que esta no partiera hacia aguas galas a menos que Luis XIII solicitara el socorro50. Esto evidencia que los recelos hacia las intenciones hispánicas estaban fundamentados, ¿por qué volver a esperar que se solicitara una ayuda que ya se había pedido y se había acordado que acudiría?
Pero la situación en La Rochelle y la isla de Ré hizo que fueran insistentes los apremios que llegaban desde Francia para que se enviara la armada española51, lo cual anunció Felipe IV que sucedería en la segunda quincena de agosto, cuando partiría de A Coruña la fuerza de rescate compuesta por 24 o 26 navíos capitaneados por don Fadrique de Toledo52.
Sin embargo, pese a la constante insistencia francesa las fuerzas navales de Luis XIII no estaban mejor aprestadas que las del rey hispánico. Las diferentes flotas galas se hallaban aún sin juntarse a mediados del mes de septiembre, y hasta el día dos de ese mes no partió el duque de Guisa hacia Morbihán53. Todo ello, a pesar de las prisas que remitían a Madrid y a que habían afirmado que tendrían todo listo antes de que finalizase agosto54, pero que justificaban desde París por la facilidad que tendrían para reunir la armada55. Y no solo eso, las fuerzas que pensaba juntar Francia eran escasas y, desde luego, muy inferiores a las españolas. El propio Richelieu afirmaba que no creía poder aportar más de siete navíos de guerra y algunos barcos más de menor importancia, pero en París transmitían a sus embajadores que estaban seguros del éxito de la empresa si acudían las fuerzas hispánicas56. Esto podría hacer pensar que la esperanza francesa para el buen suceso de la operación militar pasaba por que la Monarquía Hispánica llevara el peso principal y, por lo tanto, asumiera mayores riesgos, lo cual era precisamente lo que temían en Madrid.
Mientras tanto, las semanas que pasaban con los preparativos parecían ser cruciales para el buen suceso de la operación de socorro a la isla de Ré, pues los servicios de inteligencia afirmaban que los ingleses, confiados en que no obtendrían respuesta naval, tenían desguarnecidas sus posiciones en el mar. Era por eso que los embajadores españoles en París instaban a que zarpara la armada cuanto antes, sin esperar a don Fadrique si era necesario57.
Pero, conocedores de la improbabilidad de que no se esperara a Valdueza, al mismo tiempo escribían al general apremiándole a su partida: «de la brevedad de la venida de Su Excelencia dependerá el buen suceso de la empresa […] lo que nos obliga a suplicar a Vuestra Excelencia que no se pierda una hora de tiempo en salir de ahí»58.
No solo el éxito militar parecía depender de la premura de don Fadrique en zarpar hacia Francia, también la estabilidad de la endeble alianza franco-francesa. En la corte de Francia se hizo manifiesto, y así se transmitió a Mirabel y Leganés, el malestar por la demora en el envío de la ayuda, lo que se suma al descontento de que fuera bajo el mando del marqués de Valdueza. Opinan los embajadores que cada vez son más los que se oponen a la alianza con la Monarquía Hispánica y que dan la razón a Richelieu, quien desde los primeros momentos se mostró receloso de la buena voluntad española59.
No cabe duda de que los embajadores en París sí parecían mostrar más prisa por que se realizara el socorro que el gobierno madrileño, como muestran las distintas misivas a las que ya hemos hecho referencia solicitando que la armada acudiera cuanto antes. En esa línea se enmarca una nueva carta del marqués de Leganés solicitando al monarca que ordenara que acudieran a Morbihán los barcos de Dunkerque mientras terminan los preparativos de la armada en A Coruña60. Esto, probablemente, es consecuencia de ver de primera mano cómo Richelieu y sus partidarios comenzaban a perder la paciencia y los buenos términos de la alianza pendían de un hilo. Una desconfianza que se podría ver acentuada si la isla de Ré capitulaba ante los invasores ingleses, lo cual podría pasar a lo largo del mes de septiembre, pues era el tiempo estimado de bastimentos que les quedaba61.
Finalmente, a finales de septiembre se tomó la resolución definitiva de reforzar la armada de socorro con los navíos de Dunkerque, 17 barcos capitaneados por Francisco de Ribera, y que debían juntarse a la fuerza que don Fadrique llevaría desde la península ibérica en Morbihán62. Desde el punto de vista del compromiso, la Monarquía Hispánica continuaba poniendo todo de su parte, pues prometía ya una ayuda de en torno a 40 navíos, si bien la puesta en marcha de dicho compromiso era lo que generaba más dudas.
A principios de septiembre ni don Fadrique había salido de Madrid hacia A Coruña63 ni Oquendo había hecho lo propio desde Cádiz64. Una circunstancia que aumenta la extrañeza de esta misión pues no era en absoluto habitual que se tardara tanto tiempo en comenzar el apresto de la flota, y, menos aún, que los generales tardaran en cumplir las órdenes. Sin embargo, no se puede apuntar a un retraso «permitido» por el gobierno pues toda la documentación refleja diversos avisos conminándoles a darse la mayor prisa posible.
Tampoco en Francia los preparativos eran muy veloces, pese a que Richelieu afirmaba que el día 8 de septiembre la flota francesa se encontraría ya en Morbihán65. Ese retraso, también, en el caso francés servía para que el Rey Católico justificara su propia demora, aduciendo que en esas condiciones debía obrar aún con más cuidado66. Esto muestra, una vez más, los recelos que se tenían hacia el gobierno de Luis XIII y el miedo a que su pretensión fuera que las fuerzas hispánicas, con poca o nula ayuda gala, fueran las que se enfrentaran a la armada británica.
Unos temores que el propio Felipe IV dejó por escrito. Escribía el rey a Fadrique que, si llegado a Francia descubría que la armada francesa no estaba preparada regresara a la península ibérica. No obstante, el monarca hacía hincapié en que había que acudir a la ayuda en cualquier caso y ya una vez en aguas francesas evaluar la situación, de esa forma se mostraba que él había cumplido con su parte, pese a que su homónimo galo no lo hubiera hecho67. Esto era lo que verdaderamente preocupaba al gobierno español, transmitir la imagen de que iban a llevar a cabo el socorro más que el buen suceso del mismo.
También se apuntó al marqués de Valdueza que solo debía presentar batalla si consideraba que las fuerzas de las armadas española y francesa juntas eran suficientes para vencer a Inglaterra, pero que no se arriesgara a una derrota68.
Mientras se dilucidaban estas cuestiones, la preparación de la armada de socorro seguía dilatándose y desde Francia no dejaban de llegar quejas por el retraso69, contantemente respondidas desde Madrid con tranquilizadoras palabras de que estaba próxima a partir. Sin embargo, el tono que usaban los gobernantes fue cambiando, de absoluta cordialidad frente a las primeras quejas a introducir algunos reproches como el ya mencionado de que Francia tampoco tenía lista su armada o que, quizás, el retraso era debido a las diligencias que se habían hecho para tratar de revocar el nombramiento de don Fadrique70. Un sentir que el propio conde duque de Olivares le transmitió al embajador francés en Madrid71. Como se ve, no solo la desconfianza iba creciendo, también la tensión entre ambas potencias.
Pese a todo ello, los preparativos continuaban su curso, si bien, como ya hemos mencionado, con dudosa celeridad. En los primeros días de octubre don Fadrique ya estaba en A Coruña y anunciaba que tan pronto llegara don Antonio de Oquendo desde Cádiz zarparían72. Pero, pese a que parecía ya próxima la marcha del marqués de Valdueza y a que en Francia el aprestamiento no estaba mucho más avanzado –para esa fecha únicamente ocho de los supuestos treinta navíos que iba a aportar la armada gala estaban listos–73, en la corte francesa comenzó a formarse un grupo cada vez más numeroso que estaba intentando influir en el rey, aprovechando la situación, para que rompiera la alianza, lo que ocurriría sin duda, a ojos del marqués de Mirabel, si no llegara a acudir el socorro74.
Así las cosas, la situación comenzó a cambiar para la Monarquía Hispánica. Pese a que en un primer momento se podría pensar que no estaban incómodos con el retraso del envío de la ayuda pues priorizaban minimizar el riesgo al que someterían a su armada, con la llegada del otoño las prisas comenzaron a aparecer en la corte madrileña. Desde un punto de vista moral, el propio Mirabel avisaba de que la reputación de la monarquía comenzaba a verse amenazada por la posibilidad de que no acudieran al socorro y faltaran a su palabra75. Y, desde un punto de vista práctico, la cercanía del invierno comenzaba a preocupar a los dirigentes hispánicos que no querían, bajo ningún concepto, que la armada hibernara fuera de aguas españolas, posiblemente por la preocupación de que las costas peninsulares quedaran desguarnecidas durante demasiado tiempo. Por ello se comunicó a don Fadrique que zarpara en cuanto le fuera posible, incluso sin esperar a Oquendo76, y que regresara antes de que cayera el invierno77.
Fruto del apremio, don Fadrique partió de A Coruña el 26 de noviembre rumbo a Morbihán78. Sin embargo, prácticamente al mismo tiempo que don Fadrique partía hacia Francia los galos conseguían romper el asedio en la isla de Ré y obligar a las fuerzas inglesas a la retirada. El gobernador del fuerte había logrado romper el cerco y, junto con los refuerzos reales, obligar a los británicos a huir79.
Rápidamente el gobierno francés hizo saber el éxito al español, con cartas a Felipe IV80 y al conde duque de Olivares81, si bien la victoria no alivió el malestar por la actuación española, como le hizo saber el embajador francés al valido del monarca hispánico82.
La nueva situación hizo que ya no se viera necesaria la presencia de don Fadrique y la armada en Francia, por lo que se remitió orden de que tan pronto llegara a Morbihán emprendiera el regreso. De esa forma podría pasar el invierno en A Coruña83. Don Fadrique llegó a Bretaña el 4 de diciembre, donde se juntó con las fuerzas del duque de Guisa y fueron juntos a la isla de Ré, donde llegaron el 13 de enero de 162884. Una vez reconocida la isla, se preparó para el regreso a Castilla, aunque tuvo que demorar su partida hasta el 2 de febrero debido a unos fuertes temporales. Luis XIII solicitó al marqués de Valdueza que dilatara su vuelta pues había tenido noticia de que iban a llegar provisiones a La Rochelle y quería contar con su ayuda para interceptarlos, pero don Fadrique se ciñó a las órdenes de su rey de retornar tan pronto como le fuera posible, y así lo hizo85.
Sin embargo, la opinión del marqués de Mirabel era que no debía regresar tan pronto, sino esperar a que el sitio de La Rochelle hubiera finalizado pues, de lo contrario, acrecentaría los recelos franceses que verían cómo había llegado tarde al socorro de la isla de Ré y regresaba antes de que finalizase el problema86. El embajador, probablemente, escribía influido por el clima de tensión hacia la Monarquía Hispánica que debía respirarse en ese momento en la corte francesa, pues el acuerdo entre ambas coronas era para la defensa frente a Inglaterra, mientras que el problema de La Rochelle, plaza fuerte de los hugonotes desobedientes a la autoridad real, era un problema interno de Francia.
Valdueza llegó al puerto de Santander el 14 de marzo, habiendo ya pasado lo más crudo del invierno, por lo que tampoco ese objetivo se cumplió con plenitud87. Finalizaba así una operación de socorro marcada por la desconfianza mutua de los dos aliados, en la que no hubo tiempo de presentar batalla y en la que no quedaba demasiado claro cuáles eran los objetivos de la Monarquía Hispánica. En cualquier caso, se trataba de una alianza que se podría volver contraproducente en cualquier momento, por lo que ambos países no quisieron entregarse por completo a la entente, al tiempo que trataban de evitar a toda costa una merma de sus fuerzas navales.
4. CONSECUENCIAS: DEL RESENTIMIENTO A UNA NUEVA ALIANZA
La manera en que la Monarquía Hispánica había gestionado la ayuda y que esta, finalmente, llegase después de que se consiguiera derrotar a la armada inglesa dejó un profundo descontento en la corte francesa88. Eso provocó, como hemos venido detallando en las páginas anteriores, un progresivo incremento de la tensión entre ambas coronas. Además, se entendía en Madrid que Francia buscaría una reconciliación con Inglaterra pues su objetivo primordial era, en ese momento, el buen suceso del asedio a La Rochelle para así acabar con la última disidencia interna a la que debían hacer frente Luis XIII y Richelieu89.
Sin embargo, pese a todo ello, las actuaciones francesas se alejaron mucho de lo que se esperaba en la corte española. En lugar de un notable enfriamiento y crecientes hostilidades que crearan una situación en la que la guerra pareciera más inminente que nunca, desde París lo que llegó fue una nueva oferta de alianza, en esta ocasión para plantear una invasión conjunta de Inglaterra.
Las primeras noticias de este ofrecimiento son a finales de 1627, aunque en este primer momento el gobierno hispánico con gran calma y prudencia con la convicción de que primero habría de regresar la armada antes de plantear ninguna nueva acción conjunta ‒recordemos la preocupación por que, por encima de todo, la península ibérica no quedara desguarnecida y las fuerzas españolas mermadas90‒. Si bien la alianza para la defensa de las costas francesas ya había creado cierta desconfianza en la Monarquía Hispánica, esta nueva oferta, para una campaña mucho más arriesgada, fue recibida aún con más recelo. Incluso don Fadrique de Toledo, conocedor de primera mano de la situación de la armada francesa, afirmó que le sorprendía la idea pues consideraba que Francia no tenía fuerzas suficientes para acometer esa empresa91.
Las conversaciones se retomaron cuando iba a llegar la primavera de 1628 cuando Richelieu propuso formalmente a los representantes españoles la idea que tenían de acometer conjuntamente esa operación, si bien es cierto que en París se planteaba como una obligación en virtud del acuerdo del año anterior, algo que no se pensaba así en Madrid92. Además, pese a las intenciones de unión, el ministro francés no desaprovechaba las conferencias con los embajadores para repetir el malestar francés por cómo se habían desarrollado los acontecimientos en 1627, aunque, en opinión del marqués de Mirabel, pareció darse por satisfecho con las explicaciones que se le proporcionaron93.
Pero si en el caso del año anterior la oferta fue acogida en Madrid con gran voluntad y las negociaciones se llevaron a cabo con rapidez, en esta ocasión las conversaciones se dilataron mucho, como cabría esperar dado el poco entendimiento de la alianza anterior y la desconfianza hacia Francia. Además, cada vez quedaba menos clara la postura del gobierno galo que, paralelamente al intento de alianza con la Monarquía Hispánica, había renovado los acuerdos con las Provincias Unidas94, lo que los dirigentes españoles veían del todo inaceptable y algo que tendrían que romper si querían formalizar una nueva unión hispano-francesa95.
Además, la situación cambió radicalmente para principios de junio cuando llegó un socorro inglés a La Rochelle, que se encontraba bajo el asedio de los ejércitos monárquicos. Así, las peticiones francesas ya no iban dirigidas hacia una invasión conjunta de las Islas Británicas sino hacia que la Monarquía Hispánica enviase un nuevo socorro. Pero en esta ocasión la respuesta española es un contundente no, reiterado, además, en diversas ocasiones96.
Lo que en el caso de 1627 se podía entrever, como era que lo que había detrás de las negociaciones era la preocupación por el estado del norte de Italia, en 1628 se afirma explícitamente. En primer lugar, el gobierno hispánico teme que las intenciones de Francia sean distraer a las fuerzas españolas de lo que está sucediendo al sur de los Alpes97, y, al tiempo que se reafirmaban en la negativa a enviar ayuda, se decidía que esos esfuerzos se concentraran en mandar refuerzos al gobernador de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba98.
Y, en segundo lugar, se trata abiertamente en las negociaciones con Francia, utilizando la posibilidad del socorro como moneda de cambio para solucionar la cuestión italiana. En diversas ocasiones se ordena al marqués de Mirabel que ofrezca la posibilidad del socorro, en concreto de veinte bajeles, a condición de que previamente el gobierno de Luis XIII acepte la capitulación sobre Mantua y Monferrato99. Estas condiciones hacen pensar que la verdadera preocupación detrás de las alianzas de 1627 y 1628 era la situación en Italia y que, en la segunda ocasión, los malos resultados de la primera ‒fundamentalmente en cuanto al entendimiento entre los estados‒, hicieron que se descubrieran las cartas y que se negociara directamente una cuestión, la ayuda, como consecuencia de la otra, el acuerdo en los problemas italianos.
No obstante, esas negociaciones apenas se llegaron a abordar pues el 30 de octubre de 1628 se comunicaba la victoria de las fuerzas reales sobre los rebeldes de La Rochelle100, provocando que, de nuevo, se dejara de necesitar la ayuda española. Esa fue la gran victoria de Richelieu, quien dirigió personalmente la campaña, y que culminó su política de solucionar los problemas internos antes de afrontar posibles campañas exteriores101. El favorito salió enormemente reforzado de esa guerra y eso le permitió eliminar a sus opositores en la corte en la conocida como Journée des Dupes de 1630, en la cual el cardenal consiguió imponerse al cardenal Bérulle, Michel de Marillac y demás miembros del partido devoto102. Así, sin disidencias ni en el territorio francés ni en el entorno cortesano el valido galo podía comenzar a preparar posibles campañas exteriores.
Por lo tanto, la victoria de Richelieu en La Rochelle fue una nefasta noticia para la Monarquía Hispánica pues no habían conseguido ninguno de los objetivos que tenían en las negociaciones con Francia y veían como su enemigo podía iniciar, como hizo, los preparativos para participar en las guerras europeas.
Además, la victoria francesa sucedió pocos meses después del inicio de la guerra de sucesión de Mantua, lo que complicaba aún más la situación en Italia. Esa contienda es considerada por algunos investigadores como el verdadero inicio de la decadencia hispánica, y el que supondrá, una vez Francia inicie su participación en el mismo, que el conde duque de Olivares abandone toda esperanza de que la monarquía gala pudiese permanecer neutral en la guerra de los Treinta Años y tuviese la certeza de que, más temprano que tarde, declararía la guerra103. El propio valido, como saca a la luz John Elliott, reconoció que fue este un conflicto que causó grandes desastres104.
5. CONCLUSIONES
Como planteábamos en la introducción y como se puede apreciar por el desarrollo de las negociaciones, la preparación y envío del socorro y los planteamientos posteriores, nos encontramos ante un episodio con múltiples claroscuros y con múltiples aspectos difíciles de explicar.
Sin entrar a valorar la conveniencia o no de la alianza con Francia, lo cual, creemos, no concierne a este trabajo, a juzgar por lo analizado en las páginas anteriores sí se puede esbozar cuáles fueron las razones de la Monarquía Hispánica para aceptar la petición de ayuda francesa. Nos encontramos ante un nuevo episodio, de entre los múltiples que tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XVII, en el que el gobierno español argumentó razones religiosas para justificar sus actuaciones (sin ir más lejos, la guerra de los Treinta Años se planteó como la última guerra de religión). Aquí entraba en juego la cuestión de la reputación, descuidada por el gobierno del duque de Lerma según sus críticos y del que Olivares sería adalid. Eso se puede apreciar por la constante repetición en los documentos oficiales de la obligación moral de Felipe IV de acudir al socorro de la isla de Ré velando por el bien del catolicismo, en tanto que adalid de la cristiandad.
Sin embargo, en la gran mayoría de las ocasiones, detrás de esa justificación religiosa se escondían cuestiones más pragmáticas. En este caso consideramos que no es aventurado afirmar que la actuación hispánica vino condicionada por la situación de Italia, como se deja entrever veladamente en el acuerdo de 1627 y como se explicita en las negociaciones para la alianza de 1628. El objetivo español era acercarse a Francia con la esperanza de que esta respetara los términos de las paces firmadas en 1626, como el Tratado de Monzón, y que no interviniera en la cuestión sucesoria de Mantua, consiguiendo así poner fin a la amenaza gala al dominio de la Monarquía Hispánica en el norte de Italia.
Con esos dos objetivos en mente, el religioso y el político, el gobierno de Felipe IV optó por una actitud de asumir los menores riesgos posibles. Dada la dilación en la marcha del socorro y las instrucciones que se dieron a Fadrique de actuar con máxima cautela queda claro que el éxito de la ayuda no era la prioridad última de la Monarquía Hispánica, si no que la preocupación era la imagen que se transmitía, como se llega a explicitar en documentos oficiales cuando se afirma que lo importante es que en Francia «crean que» va a llegar el socorro.
Esto era perfectamente compatible con los dos objetivos, pues, mientras se mantuviera la creencia de que se iba a acudir al socorro y, efectivamente, se partiera rumbo a aguas francesas, se transmitiría la imagen de que la Monarquía Hispánica estaba dispuesta a acudir en defensa de la religión católica. Asimismo, mientras Francia necesitara de la ayuda española se mantendría neutral en el norte de Italia ‒un motivo que puede estar detrás de la dilatación en la partida de la armada, pues no interesaba que se resolviera con rapidez‒, como se demostró posteriormente, pues no se retomaron los conflictos en el sur de los Alpes hasta que se solucionó el problema en La Rochelle y ya fue evidente que no habría colaboración hispano-francesa.
Sin embargo, el éxito de la estrategia española fue, en el mejor de los casos, efímero. Como los propios embajadores en París afirmaban, la reputación de la Monarquía Hispánica se vio dañada por no haber acudido a tiempo al socorro, más teniendo en cuenta el largo tiempo que duró el asedio. E, igualmente, si bien la situación en Italia vivió una relativa calma en 1627 y 1628, esta fue pasajera y en cuanto pudo Richelieu en persona fue hasta la Península Itálica para comandar las operaciones militares allí, por lo que únicamente fue una tregua pasajera.
Asimismo, este episodio fue el último de cierto entendimiento entre las dos coronas y desde su conclusión se inició el camino hacia la declaración de guerra de Francia a la Monarquía Hispánica que llegaría en 1635 cambiando el curso de la guerra en Europa y finalizando con el cambio en la hegemonía en el Viejo Continente.
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1. El presente trabajo forma parte del proyecto de tesis doctoral financiado por un contrato de Formación del Profesorado Universitario (FPU18/01356), del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, dirigido por el profesor David García Hernán.
2. En 1617 se publicó un escrito en el que se definía a ambas potencias como «los dos grandes luminares de la Tierra», lo que da idea de cómo, efectivamente, eran consideradas las dos mayores fuerzas de Europa. Biblioteca Nacional de España (BNE), R/5149. C. García, La oposición y conjunción de los dos grandes luminares de la Tierra, Rouen, 1617.
3. Sobre la Paz de Vervins cabría destacar algunos trabajos como J. F. Labourdette, J.P. Poussou y M. C. Vignal (2000). C. Vidal y F. Pilleboue (1998).
4. Para una mayor profundización en las relaciones hispano-francesas en este período recomendamos la consulta de: Y. M. Berce, Y. Durand y J. P. Le Flem (2000). F. Cosandey y I. Poutrin (2001). A. Dubet y J. J. Ruiz Ibáñez (2010). A. Hugon (2000); (2003); (2004) y (2008). J. J. Ruiz Ibáñez (2005) y (2013).
5. Esta primera década después de la firma del Tratado de Vervins ha sido bien estudiado en: A. Eiras Roel (1971). A. Hugon (2009). J. M. Hayden (1973).
6. J. F. Dubost (2011) y (2012).
7. M. J. del Río Barredo (2008).
8. El paralelismo entre las dos figuras ha sido tratado en J. H. Elliott (2017). Sobre el conde duque de Olivares, más allá de la clásica obra de G. Marañón (1975), recomendamos la consulta de M. Rivero Rodríguez (2017) y J. H. Elliott (2004). Para el favorito francés cabría destacar los trabajos de F. Hildesheimer (2004) y R. Knetch (2009).
9. L. Bély, J. Bérenguer y A. Corvisier (1991), 310-312.
10. J. L. Cano de Gardoqui (1962).
11. A. Borromeo (1998). A. Bueno Blanco (2020).
12. Los inicios del conflicto del Monferrato han sido bien estudiados en F. J. Álvarez García (2019).
13. J. H. Elliott (2004), 268.
14. Archivo General de Simancas (AGS), Estado (E), K-1444, n.º 12. Carta de Diego de Irarraga al conde duque, Burdeos, 19 de julio de 1627.
15. AGS, E, K-1435, n.º 1. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 2 de julio de 1627.
16. AGS, E, K-1458, n.º 10. Carta de Felipe IV al marqués de Mirabel, Madrid, 1627.
17. AGS, E, K-1458, n.º 31. Carta de Felipe IV al marqués de Mirabel, Madrid, 5 de marzo de 1627.
18. AGS, E, K-1434, n.º 51. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 25 de febrero de 1627.
19. AGS, E, K-1458, n.º 40. Carta de Felipe IV al marqués de Mirabel, Madrid, 18 de marzo de 1627.
20. A. Hugon (2004), p. 102.
21. AGS, E, K-1435, n.º 1. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 2 de julio de 1627.
22. AGS, E, K-1458, n.º 106. Carta de Felipe IV al marqués de Mirabel, Madrid, 6 de julio de 1627.
23. AGS, E, K-1458, n.º 139. Instrucciones a don Fadrique de Toledo, Madrid, 24 de agosto de 1627.
24. AGS, E, K-1458, n.º 42. Capitulación firmada por el conde duque de Olivares, Madrid, 22 de marzo de 1627.
25. AGS, E, K-1458, n.º 53. Ratificación de Felipe IV de lo acordado entre Olivares y el embajador de Francia, Madrid, 20 de abril de 1627.
26. AGS, E, K-1458, n.º 78. Instrucción a Diego Messía, marqués de Leganés, embajador extraordinario en Francia, Madrid, 15 de mayo de 1627. La figura de este embajador ha sido profundamente estudiada en F. Arroyo (2018).
27. AGS, E, K-1458, n.º 45. Carta de Felipe IV al marqués de Mirabel, Madrid, 11 de abril de 1627.
28. AGS, E, K-1458, n.º 152 y n.º 165, y K-1435, n.º 103.
29. AGS, E, K-1435, n.º 1. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 2 de julio de 1627.
30. AGS, E, K-1444, n.º 8. Avisos de la armada de Inglaterra, s. l., 18 de julio de 1627.
31. AGS, E, K-1444, n.º 14. Carta del marqués de Mirabel a Felipe IV, París, 20 de julio de 1627.
32. AGS, E, K-1435, n.º 14. Carta del marqués de Mirabel. París, 26 de julio de 1627.
33. AGS, E, K-1444, n.º 18. Aviso sobre la armada inglesa, s. l., 21 de julio de 1627. AGS, E, K-1435, n.º 43. Declaración de un testigo, s. l., s. f.
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38. AGS, E, K-1435, n.º 21. Carta de los marqueses de Mirabel y Leganés a Felipe IV, París, 3 de agosto de 1627.
39. Para profundizar en la figura de don Fadrique de Toledo, vide A. Bueno (2021).
40. AGS, E, K-1435, n.º 1. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 2 de julio de 1627.
41. AGS, E, K-1435, n.º 22. Consulta de la junta de represalias, para el rey, Madrid, 5 de agosto de 1627.
42. A. Bueno (2021), pp. 159-164.
43. AGS, E, K-1435, n.º 22. Consulta de la junta de represalias, para el rey, Madrid, 5 de agosto de 1627.
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53. AGS, E, K-1435, n.º 44. Relación del estado en que están los bajeles de Francia, s. l., septiembre de 1627.
54. AGS, E, K-1444, n.º 34ª. Carta de los marqueses de Mirabel y Leganés a Felipe IV, París, 23 de agosto de 1627.
55. AGS, E, K-1444, n.º 38. Carta de los marqueses de Mirabel y Leganés a don Fadrique, París, 30 de agosto de 1627.
56. AGS, E, K-1444, n.º 34ª. Carta de los marqueses de Mirabel y Leganés a Felipe IV, París, 23 de agosto de 1627.
57. AGS, E, K-1444, n.º 34ª. Carta de los marqueses de Mirabel y Leganés a Felipe IV, París, 23 de agosto de 1627.
58. AGS, E, K-1444, n.º 37. Carta de los marqueses de Mirabel y Leganés a don Fadrique, París, 31 de agosto de 1627.
59. AGS, E, K-1444, n.º 38. Carta de los marqueses de Mirabel y Leganés a don Fadrique, París, 30 de agosto de 1627.
60. AGS, E, K-1444, n.º 39. Carta del marqués de Leganés a Felipe IV, París, 31 de agosto de 1627.
61. AGS, E, K-1444, n.º 46. Carta del marqués de Mirabel a Felipe IV, París, 8 de septiembre de 1627.
62. AGS, E, K-1435, n.º 89. Carta de Francisco de Ribera, Dunkerque, 15 de octubre de 1627. AGS, E, K-1435, n.º 91. Carta del marqués de Leganés a Felipe IV, Bruselas, 17 de octubre de 1627.
63. AGS, E, K-1458, n.º 147. Carta de Juan de Villela a don Fadrique de Toledo, Madrid, 7 de septiembre de 1627.
64. AGS, E, K-1458, n.º 149. Carta del rey a los marqueses de Mirabel y Leganés, Madrid, 11 de septiembre de 1627.
65. AGS, E, K-1435, n.º 45. Carta de Richelieu al marqués de Mirabel, París, 1 de septiembre de 1627.
66. AGS, E, K-1458, n.º 152. Carta del rey a los marqueses de Mirabel y Leganés, Madrid, 12 de septiembre de 1627.
67. AGS, E, K-1458, n.º 155. Carta del rey a don Fadrique de Toledo. Madrid, 26 de septiembre de 1627.
68. AGS, E, K-1458, n.º 193. Carta del rey al marqués de Mirabel. Madrid, 14 de septiembre de 1627.
69. AGS, E, K-1435, n.º 63. Carta del padre Bérulle al conde de la Rochepot, Madrid, 19 de septiembre de 1627.
70. AGS, E, K-1435, n.º 64. Consulta de una junta particular, Madrid, 20 de septiembre de 1627.
71. AGS, E, K-1458, n.º 156. Carta del conde duque de Olivares al conde de la Rochepot, Madrid, 20 de septiembre de 1627.
72. AGS, E, K-1435, n.º 83. Carta de don Fadrique a Felipe IV, A Coruña, 12 de octubre de 1627.
73. AGS, E, K-1435, n.º 73. Declaración del reconocimiento de Morbihán, A Coruña, 3 de octubre de 1627.
74. AGS, E, K-1435, n.º 103. Carta del marqués de Mirabel a Felipe IV, París, 23 de octubre de 1627.
75. AGS, E, K-1435, n.º 102. Carta del marqués de Mirabel a Felipe IV, París, 23 de octubre de 1627.
76. AGS, E, K-1458, n.º 190. Carta del rey a don Fadrique de Toledo. Madrid, 14 de noviembre de 1627.
77. AGS, E, K-1458, n.º 168. Carta del rey a don Fadrique de Toledo. Madrid, 17 de octubre de 1627.
78. AGS, E, K-1458, n.º 203. Carta del rey a don Fadrique de Toledo. Madrid, 9 de diciembre de 1627.
79. AGS, E, K-1444, n.º 110. Relación, A Coruña, 24 de septiembre de 1627.
80. AGS, E, K-1435, n.º 123. Carta de Luis XIII a Felipe IV, Aytre, 20 de noviembre de 1627.
81. AGS, E, K-1435, n.º 124. Carta de Richelieu al conde duque de Olivares, La Rochelle, 21 de noviembre de 1627.
82. AGS, E, K-1435, n.º 131. Carta del conde duque de Olivares, Madrid, 28 de noviembre de 1627.
83. AGS, E, K-1435, n.º 147. Consulta de junta particular, Madrid, 6 de diciembre de 1627. AGS, E, K-1458, n.º 204. Carta de Felipe IV a don Fadrique de Toledo, Madrid, 9 de diciembre de 1627.
84. AGS, E, K-1481, n.º 18. Carta del marqués de Mirabel, París, 13 de enero de 1628.
85. AGS, E, K-1481, n.º 23. Carta del marqués de Mirabel a Juan de Ciriza, París, 7 de febrero de 1628.
86. AGS, E, K-1481, n.º 16. Carta del marqués de Mirabel, París, 9 de enero de 1628.
87. AGS, E, K-1481, n.º 26. Carta del marqués de Mirabel, París, 14 de marzo de 1628.
88. AGS, E, K-1481, n.º 57. Carta del marqués de Mirabel al conde duque de Olivares, París, 3 de mayo de 1628.
89. AGS, E, K-1435, n.º 141. Parecer de Olivares sobre el estado de las cosas de Europa, Madrid, 5 de diciembre de 1627.
90. AGS, E, K-1458, n.º 211. Carta del conde duque de Olivares al conde de la Rochepot, Madrid, 23 de diciembre de 1627.
91. AGS, E, K-1481, n.º 10. Carta de don Fadrique de Toledo al marqués de Mirabel, Madrid, 23 de diciembre de 1627.
92. AGS, E, K-1436, n.º 20. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 1 de marzo de 1628.
93. AGS, E, K-1481, n.º 69. Carta de Ramírez de Prado a Felipe IV, París, 15 de junio de 1628.
94. AGS, E, K-1481, n.º 12. Carta del marqués de Mirabel a Felipe IV, París, 1 de enero de 1628.
95. AGS, E, K-1481, n.º 69. Carta de Ramírez de Prado a Felipe IV, París, 15 de junio de 1628.
96. AGS, E, K-1436, n.º 41. Consulta de una junta particular, Madrid, 22 de junio de 1628.
97. AGS, E, K-1436, n.º 70. Consulta de una junta particular, Madrid, 23 de julio de 1628.
98. AGS, E, K-1436, n.º 81. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 1 de agosto de 1628.
99. AGS, E, K-1436, n.º 70. Consulta de una junta particular, Madrid, 23 de julio de 1628. AGS, E, K-1436, n.º 119. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 24 de octubre de 1628.
100. AGS, E, K-1436, n.º 123. Carta de Luis XIII a Felipe IV, París, 30 de octubre de 1628.
101. R. J. Knecht (2009), pp. 111-117.
102. Vide D. Bosco (1995) y B. Pierre (2012).
103. R. Stradling (1986), pp. 68-70.
104. J. H. Elliott (2017), p. 387.