ISSN: 0212-5099

E-ISSN: 2695-7809

DOI: 10.24310/BAETICA.2021.vi41.12193

LA REPERCUSIÓN SOBRE EL SURESTE ESPAÑOL

DE LAS FALLIDAS EXPEDICIONES CONTRA

ARGEL DE 1601 Y 1602

Francisco Velasco Hernández*

UNED (Centro asociado de Cartagena)

RESUMEN

Al comienzo del reinado del rey de Felipe III se organizaron dos expediciones navales contra Argel que resultaron un fiasco. Cuando las autoridades de la regencia norteafricana comprobaron el fracaso de estas dos «jornadas», reaccionaron sometiendo a una estrecha vigilancia a los puertos del Levante ibérico, al tiempo que las galeotas de Solimán Arráez y Morato Arráez llevaban a cabo una intensa depredación en el otoño de 1601 y en el verano de 1602. El territorio que sufrió ese duro castigo fue el sureste español en forma de desembarcos, asaltos a algunas poblaciones y la captura de numerosas embarcaciones mercantes en sus aguas.

Para la confección de este artículo nos hemos apoyado en la documentación de los Archivos General de Simancas (secciones de Estado y Guerra y Marina), Corona de Aragón (Consejo de Aragón) y municipales de Cartagena, Murcia y Lorca.

PALABRAS CLAVE: regencia de Argel, sureste español, reinado de Felipe III (España), corso berberisco, expediciones navales

Enviado: 19/03/2021 Aceptado: 11/06/2021

* fravelasco@cartagena.uned.es

THE IMPACT OF THE FAILED EXPEDITIONS AGAINST ALGIERS IN 1601 AND 1602 ON SOUTH-EASTERN SPAIN

Francisco Velasco Hernández*

UNED (Centro asociado de Cartagena)

ABSTRACT

At the beginning of the reign of King Philip III, two naval expeditions were organised against Algiers, both of which were unsuccessful. When the authorities of the North African regency saw the failure of these two «journeys», they reacted by keeping a close watch on the ports of the Iberian Levant, while the galleots of Suleiman Arráez and Morato Arráez carried out an intense depredation in the autumn of 1601 and the summer of 1602. The territory that suffered this harsh punishment was the Spanish southeast in the form of landings, raids on some towns and the capture of numerous merchant ships in its waters.

For the preparation of this paper, we have relied on the documentation preserved in the General Archives of Simancas (State and War and Navy sections), the Crown of Aragon (Council of Aragon) and the municipal archives of Cartagena, Murcia and Lorca.

KEY WORDS: regency of Algiers, southeast Spain, reign of Philip III (Spain), barbary corsairs, naval expeditions

Enviado: 19/03/2021 Aceptado: 11/06/2021

Cuando el joven rey Felipe III accede al trono en septiembre de 1598 la monarquía hispánica había conseguido un gran éxito diplomático al firmar cuatro meses antes la paz de Vervins con Francia. Esta paz fue solo el primer paso de una nueva estrategia no beligerante en Europa que se completó con los acuerdos con Inglaterra (Tratado de Londres, 1604) y las Provincias Unidas (Tregua de los Doce Años, 1609). Como consecuencia de ello, el reinado del nuevo Habsburgo conoció un dilatado período de sosiego bélico que ha sido tildado por la historiografía con el apelativo de pax hispanica1.

Sin embargo, en sus primeros años al frente del trono español, Felipe III mantuvo la actividad intervencionista de su padre, tanto en los conflictos que aún persistían, caso de Inglaterra (campaña de Kinsale) y Holanda (sitio de Ostende), como en la vieja lucha contra las regencias berberiscas. Fueron las llamadas «empresas de reputación», encaminadas a lograr objetivos concretos con el menor coste posible, al tiempo que elevaban el prestigio del joven monarca, según la estrategia diseñada por duque de Lerma2.

La conquista de Argel era una vieja asignatura pendiente. Allí había fracasado estrepitosamente su abuelo Carlos I en octubre de 1541 a pesar de estar acompañado por una poderosa armada y contar con el factor sorpresa a su favor. Felipe II no llegó a realizar ninguna expedición de conquista como había llevado a cabo el emperador, pero también se planteó el ataque a la metrópoli berberisca en más de una ocasión, sobre todo tras la victoria de Lepanto en 1571, de cuya batalla escapó con sus galeotas el beylerbey Euldj Alí, refugiándose en su guarida argelina. Juan de Austria salió a perseguirle con autorización de su hermano, pero no obtuvo un resultado satisfactorio. Finalmente concentró sus esfuerzos sobre Túnez, la que tomó en octubre de 15733. Poco tiempo después, las guerras con Inglaterra y las Provincias Unidas y la anexión de Portugal absorbieron todas las energías del imperio filipino por lo que el sueño de Argel quedó postergado para otro momento. Su hijo, Felipe III, intentaría en varias ocasiones rematar la faena que sus antepasados no pudieron concluir, pero, a pesar del empeño, tampoco lo pudo conseguir. A resultas de ello, la principal regencia berberisca permaneció tan pujante como siempre e incluso conoció un nuevo período de esplendor que se prolongó hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XVII.

Sin embargo, las campañas militares contra Argel provocaron una fuerte reacción en esta regencia, que buscó como en otras ocasiones vengarse en algún punto escogido de la geografía española. El deseo de venganza y la necesidad de vigilar los movimientos y el refugio de la armada cristiana (apostada en parte en Cartagena) llevó a sus corsarios hasta las costas del sureste, donde ejecutaron dos intensas campañas predatorias en los años de 1601 y 1602, a resultas de las cuales quedaron bloqueados los puertos de Cartagena y Alicante, se paralizó la navegación comercial en la zona, se produjeron asaltos a algunas localidades y fueron apresados numerosos vecinos.

1. LA CONCENTRACIÓN DE NAVÍOS DE GUERRA EN LOS PUERTOS IBÉRICOS AL COMIENZO DEL REINADO DE FELIPE III Y LAS «ALERTAS» BERBERISCAS

La logística de la campaña contra los ingleses en Kinsale (Irlanda) o la del trasporte de tropas por el «camino español» hacia Flandes para mantener el sitio de Ostende obligaron a concentrar un gran número de embarcaciones de guerra y de transporte en los puertos atlánticos (La Coruña, Lisboa y Cádiz) y mediterráneos (Málaga, Cartagena y Barcelona). En el caso de Kinsale, fueron 33 los galeones enviados en septiembre desde La Coruña al mando del almirante Brochero, además de otras diez naves de refuerzo que se remitieron tres meses después para salvar los daños causados por los temporales y la superioridad del ejército inglés4. Por lo que se refiere al frente flamenco fueron constantes los embarques de tropas procedentes de levas en el puerto de Cartagena con destino a los puertos italianos del Tirreno (Génova, La Spezia, Finale). Se utilizaron en este caso las escuadras de galeras de España, Génova, Nápoles y Sicilia.

La reunión de todas estas escuadras en determinados puertos despertó el recelo de las regencias berberiscas, sobre todo de Argel, siempre sensible a un hipotético castigo en sus principales puertos. Precisamente cuando se preparaba la expedición de Kinsale, el marino más destacado de esa regencia, Morato Arráez, merodeaba por la zona del Estrecho recabando información sobre el destino de la gran armada cristiana. Era esta una práctica muy asumida por los dirigentes argelinos que no olvidaban el pavor provocado por la gigantesca flota comandada por el emperador Carlos V cuando apareció frente al puerto de Argel el 21 de octubre de 1541. En aquella ocasión fueron los elementos (en forma de fuerte tempestad) los que salvaron a la urbe norteafricana de un terrible asalto y de su posible conquista por los españoles. La sorpresa entonces fue mayúscula y pilló a la ciudad desguarnecida y con su entonces beylerbey, Jeireddín Barbarroja, en Constantinopla5. Pero aprendieron la lección.

Desde entonces las autoridades de la regencia mantuvieron una alerta constante que vigilaba la concentración de escuadras cristianas en determinados puertos, así como su desplazamiento. De hecho, solían enviar avanzadillas con algunas galeotas para recoger información sobre ellas y era muy común que detuvieran embarcaciones mercantes cristianas procedentes de algunos puertos concretos a cuyos tripulantes sometían a un fuerte interrogatorio. Los documentos de la época le llaman a esto «tomar lengua» del enemigo y en su ejercicio se prodigaron generosamente los corsarios berberiscos. La prueba de que solían estar bien informados la tenemos, por ejemplo, en la declaración de un jenízaro apresado en Portmán (Cartagena) en 1587 tras un fallido asalto de Morato Arráez al campo cartagenero, que confesó que en Argel se sabía que «ay guerra en Ynglaterra y la armada ba allá con naues gruesas y galeones y galeazas, y que se dice que galeras no uan allá»6. Es decir, nueve meses antes de partir la Armada Invencible para el canal de La Mancha los corsarios berberiscos tenían cumplida información sobre la jornada de Inglaterra.

Aunque es verdad que la primera expedición contra Argel (verano de 1601) despistó totalmente a Morato Arráez debido al gran sigilo con el que Juan Andrea Doria organizó la salida de las escuadras de galeras de Génova, Nápoles, Sicilia y España y su reunión en Palma de Mallorca, en la siguiente ocasión estuvo más precavido y desde bien pronto partió del puerto argelino para conocer los nuevos planes navales de Felipe III, tal como informaban los espías españoles destacados en la ciudad magrebí:

en 4 de henero de 1602 leuantó Morat Arráyz una galera de 26 bancos, tirose mucha artillería; él y los demás arrayezes han pedido licencia para andar en corso y bolver aquí el primero de la primauera; no se lan dado, mas creo se la darán con escusa de andar a tomar lengua…7.

Y, de hecho, como veremos más adelante, Morato se trasladó en primer lugar a Mallorca, el punto de concentración final de las escuadras de galeras del año anterior. Fue aquí donde presupuso e intuyó que la armada reunida otra vez por el rey español se habría desecho, aunque eso no era cierto. Entonces marchó hasta el cabo Martín (Alicante) y de ahí a la costa norteafricana para informar sobre este particular a las autoridades de la regencia. Era el momento que esperaba para quedar libre e iniciar una nueva campaña depredadora.

2. EL MIEDO A MORATO ARRÁEZ

Murad Raïs, conocido por los españoles como Morato Arráez, es el último gran comandante de mar argelino del siglo XVI de una saga que se inicia con Oruç y Jeireddín Barbarroja, Salah Raïs, Sinán de Esmirna el Judío, Cachidiablo, Dragut y acaba con Euldj Alí. Era también renegado, como una buena parte de ellos, y había nacido en Albania, donde fue capturado y vendido después como esclavo en Argel. Allí fue comprado por Kara Alí, un corsario de segunda fila que pronto vio en el muchacho de 12 años, al que prohijó, una gran inteligencia y ambición, por lo que no tardó en concederle el mando de una galeota8. De esta forma participó en el sitio de Malta de 1565, primero bajo las órdenes de Turgut Reis (Dragut) y, posteriormente, de Euldj Alí (Ochali). En enero de 1578 ya estaba al mando como capitán o raïs de varias embarcaciones, con las que atacaba las costas españolas e italianas9.

En 1580, en uno de sus golpes más sagaces, capturó con solo dos galeotas dos galeras reales –una de ellas, la capitana‒ de la escuadra pontificia. Seis años después, en 1586, se atrevió a realizar lo que ningún otro argelino había hecho hasta entonces: cruzar el Atlántico y atacar por sorpresa la isla de Lanzarote, donde obtuvo un extraordinario botín en dinero y personas, entre las que se incluyeron la mujer y la hija del marqués de Lanzarote10. Con el traslado de Euldj Alí a Constantinopla y tras su muerte en 1587, Morato se convierte en jefe de la taifat al-raïs o taifa de arráeces argelina. Además, era dueño de varias galeotas, como nos señala Diego de Haedo, y ya en la década de los 90 fue nombrado «almirante» o capitán de Argel por las autoridades de la regencia11. Era, sin duda, el principal caudillo militar berberisco en la encrucijada de los siglos XVI al XVII12.

Morato no solo era una de las mayores preocupaciones del consejo de guerra de la corte española sino también de los gobernadores de las localidades costeras del sureste. Era bien conocido y temido por los diversos desembarcos y asaltos que había perpetrado en la década de los 80 en localidades como Callosa de Ensarriá, Mazarrón o Alumbres Nuevos de Cartagena, pero también por la captura de numerosas embarcaciones en sus mares, así como de un buen número de vecinos (pescadores, campesinos, torreros, etc.) que habían acabado en los mercados de esclavos de Tetuán, Argel o Túnez. Tal era el temor que despertaba este corsario en las costas mediterráneas que Felipe II decidió organizar en 1595 una expedición desde Cartagena en su búsqueda y captura con las galeras de España, pero sin ningún resultado13.

Dos años antes de la primera «jornada» de Argel se conocían en Cartagena varias cartas escritas por el vicario y por el capitán general de Orán informando sobre la llegada a Argel del almirante de la armada turca Sigala al frente de 60 galeras. Al parecer, trasladaban desde Constantinopla al nuevo bajá de la regencia, Bensifú. Pero tan preocupante como eso era la salida de ese puerto berberisco de Morato al frente de siete galeotas con un destino incierto, aunque se sospechaba que pudieran caer sobre algún pueblo litoral del sureste español14. No andaban muy desencaminadas las autoridades locales puesto que tres semanas después se dejaron ver sobre el cabo Tiñoso cuatro naves gruesas de remos, a las que se le sumaron otras dos más avistadas en Trapajuar15. El concejo cartagenero estaba convencido de que se trataba de una potente escuadra argelina de trece galeotas, a cuyo frente estaba Morato. Tanto la ciudad como el resto de la costa se pusieron en estado de máxima alerta y se reforzaron todos sus puntos estratégicos. Pero todo quedó en un susto, porque pasados los días la amenaza corsaria se disipó.

Hasta bien avanzado el año siguiente, concretamente a finales de julio de 1600, no se volvió a saber de Morato Arráez y de las escuadras argelinas. Había llegado un doble aviso: uno que trajo una saetía cristiana que informaba de la salida inminente de 16 naves de remo al mando del viejo corsario con destino a las costas del sureste, y otro del alcalde mayor de Guardamar comunicando la presencia en aquellas aguas de dos galeotas. Pero esta vez no provocaron un fuerte rebato ya que se encontraba en la zona la escuadra de galeras de España y se estaba a la espera de las escuadras de Nápoles y Sicilia, que no tardaron en llegar. Posiblemente por ello debieron de alejarse las naves argelinas hacia otros parajes. Sabemos por el soldado de Consuegra, Diego Galán, que Morato apareció a mediados de agosto con una escuadra de seis galeotas al norte de Calabria, donde saqueó la villa de Scalea, y lo intentó con la de Aieta, pero fue rechazado16.

Sin embargo, el almirante argelino no renunciaba a su tradicional visita a las costas del sureste y acabo mostrándose de nuevo al final del otoño. El 18 de noviembre fueron descubiertos cinco navíos de remos que habían desembarcado parte de su infantería y habían apresado a algunos vecinos en el campo de Cartagena. La noticia fue comunicada a los otros concejos de la costa y el marqués de los Vélez, capitán general del reino de Murcia, se apresuró a pedir al de Lorca que enviara una hueste de 200 soldados para socorrer a Mazarrón17. Aún a mediados de diciembre persistían estas galeotas en la costa y el día 19 pusieron gente en tierra cerca del cabo Tiñoso y asaltaron el caserío del regidor cartagenero Juan Calatayud, llevándose con ellos a tres personas además de cuatro pescadores que sorprendieron en su laúd18. Aunque no tardarían en marchar de vuelta a Argel, sorprende desde luego su tremenda osadía puesto que, no solo desafiaban a las escuadras cristianas acantonadas en la zona, sino también a los peligros del mar, ya que, como bien sabemos, el final del otoño es un período muy peligroso para navegar.

3. EL FRACASO DE LA PRIMERA «JORNADA» CONTRA ARGEL Y LA RESPUESTA CORSARIA EN EL SURESTE EN EL OTOÑO DE 1601

Buena parte de estas escuadras cristianas habían partido hacia sus bases en el Puerto de Santa María, Génova y Nápoles. La organización de la campaña de Kinsale acaparaba todos los preparativos navales para el nuevo año de 1601 y no estaba claro si las galeras también tendrían que participar en ella. Tampoco se descuidaba el escenario del norte de Italia, donde el duque de Saboya mantenía un fuerte pulso con el rey de Francia que había derivado en una guerra en la que España podía verse implicada. Todo ello aconsejaba que se mantuviesen acantonados varios tercios en el Milanesado y que las galeras de Génova y Nápoles estuvieran preparadas para intervenir. Finalmente, la llamada «cuestión del marquesado de Saluzzo» por el que pugnaban aquellos dos países se resolvió con el tratado de Lyon, a comienzos de 160119.

Pacificada la frontera francoitaliana, se estudió la posibilidad de darle ocupación a las numerosas tropas concentradas en Milán. En las reuniones del consejo de Estado con el rey se barajaron varias propuestas hasta que finalmente se decantaron por una «empresa» importante, que diera mayor gloria al joven monarca. No existía mejor «empresa de reputación» en el Mediterráneo que emprender una nueva «jornada de Argel», tal y como había llevado a cabo su abuelo sesenta años antes. El viejo almirante genovés, Juan Andrea Doria, fue encargado de planificar y coordinar los preparativos de una campaña que se organizaba con el máximo secreto. Doria, al igual que sus ancestros, había prestado excelentes servicios navales a la Corona española, como ocurrió en Lepanto, por lo que su autoridad era indiscutible, y más desde la cesión del marquesado de Finale20.

Para esta nueva expedición contra los infieles se contaba con las escuadras de galeras del Papado, así como las de España, Génova, Nápoles, Florencia y Sicilia, incluso también se ofrecieron las de Malta, aunque finalmente no intervinieron. Además de los tercios españoles acantonados en Milán, participarían otros establecidos en Nápoles, los que llegaran de la península Ibérica, además de un buen número de caballeros y soldados de distintas partes de Italia, muchos de ellos voluntarios.

El plan era sencillo: se trataba de embarcar en las galeras las diferentes tropas reclutadas en Italia y España, que se irían recogiendo en los principales puertos, para luego reunirse en Sicilia, desde donde navegarían hacia Mallorca en vez de hacia la costa africana con objeto de despistar a los marinos berberiscos, y, una vez reunidas en la bahía de Palma, partir todas juntas directamente hasta el puerto de Argel, donde se produciría el desembarco de la infantería cristiana. El total de galeras reunidas para la empresa fue de 60 y el número de soldados superó los 10.000.

Semejante contingente partió de Palma de Mallorca el 29 de agosto. A las ocho de la mañana del día siguiente se encontraban a escasas 60 millas de Argel21. Un Juan Andrea Doria demasiado precavido, empleó todo ese día y el siguiente en reconocer la costa africana buscando un punto de desembarco y esperando a las galeras que se habían quedado rezagadas. Perdió un tiempo precioso, pues la ciudad se encontraba bastante indefensa en ese momento al encontrarse fuera de ella la mayor parte de su milicia, ocupada en castigar a las tribus del interior o embarcada en las galeotas y fragatas de corso. El veterano marino genovés había acertado en una parte del plan: la de sorprender totalmente a los argelinos, pero dudaba a la hora de ejecutar la otra parte, la del desembarco en tierra. Cuando ya tenía tomada la decisión, a primera hora del día 1 de septiembre se levantó una pequeña tempestad seguida de una neblina que aconsejó al almirante italiano a desistir en la empresa. Reunió a todos sus oficiales y ordenó la vuelta a Mallorca. Una vez allí, mandó que se dispersaran las escuadras y regresaran a sus puertos de origen22.

Fue un fracaso con mayúsculas en el que todas las explicaciones vertidas por el viejo almirante resultaron huecas e incluso contraproducentes. Muchos de los mandos que le acompañaban en la «jornada» vertieron duras críticas contra el marino y no disimularon a la hora de hacérselas llegar al rey. Doria fue relevado del mando y ya nunca más se le encargaría otra campaña naval.

Es cierto que la guarnición de Argel habría sido totalmente sorprendida de producirse el desembarco. Desde mediados de junio, y como era costumbre, había salido de la ciudad la mayor parte de su ejército, estimado en siete u ocho mil hombres, con destino a las tierras del interior para forzar a las cabilas indígenas a pagar los tributos o «garama», indispensables para el mantenimiento de la abigarrada población argelina (cereales, ganados, dinero, etc.). También había partido otra gran parte de jenízaros y corsarios embarcados en las galeotas y fragatas para sus campañas de saqueo en Italia y España. El jefe de la taifa de arráeces, Morato Arráez, se encontraba en el área del cabo San Vicente (Portugal) al acecho de la Flota de Indias, cuya llegada se esperaba en cualquier momento23.

Todos tardaron en enterarse de la fallida expedición cristiana que podía haber tomado la ciudad. Parece ser que acabaron sabiéndolo gracias a dos moriscos valencianos que informaron a una escuadra corsaria que pasaba por la costa. Sea como fuere, lo cierto es que ante semejante susto los efectivos argelinos de mar y tierra comenzaron a regresar de forma apresurada hacia la urbe norteafricana. Fernández Duro señala que gracias a la fracasada «jornada» Morato tuvo que volver y desistir en su persecución a la Flota de Indias24. Sin embargo, sabemos que no fue directamente a Argel, sino que se detuvo en Larache, en cuyo puerto fueron despalmadas sus galeotas25.

A lo largo del mes de septiembre fueron volviendo al puerto argelino la mayor parte de sus efectivos navales. Incluso debieron de enviar algunas galeotas para vigilar el lugar de recalada de las galeras cristianas. Es muy probable que las dos galeras corsarias avistadas desde la torre de La Azohía (cerca de la entrada del puerto de Cartagena) el 15 de septiembre fueran una descubierta encaminada a saber si las galeras de España se encontraban fondeadas en dicho puerto. Y, en efecto, esas galeras se hallaban en él bajo el mando del conde de Buendía. Cuatro días después llegó un aviso a Lorca procedente de Almería en el que se constataba que habían sido descubiertos allí diez navíos de remo, de los que siete se aproximaban a la costa. Morato estaba de vuelta26. Un testimonio posterior nos lo confirma:

Dijo que dos moriscos del reino de Balencia… fueron a Argel y dixeron cómo en España se hacía armada contra Argel, que hasta entonces no se sauía en Argel nada, y luego se empeçó a poner en defensa, y el birrey de Argel enbió a llamar a los arráeces y cosarios que andaban en la mar y a los turcos que andaban en la tierra, e volvieron todos, y que el día que este confesante tiene dicho que salieron las dichas cinco galeotas, que fue después de reconocido que la armada estaba desecha por una galeota que llegó a Ybiça a reconocello y traxo lengua, e ese mismo día entraba Morato Arráez en Argel…

Por tanto, una vez comprobado por los marinos berberiscos que la gran armada cristiana se había desecho y que las diferentes escuadras habían vuelto a sus bases, comenzaron a preparar nuevos planes. Lo más lógico es que permanecieran durante el mes de octubre en Argel y en los puertos aledaños despalmando y reparando los desperfectos ocasionados en las travesías. También se abastecerían de los víveres y armas necesarios para la última campaña del año.

Comenzaba así la reacción de los corsarios argelinos contra el rey Felipe III. Uno de los lugares elegidos fue el sureste español, como veremos a continuación. El otro pudo ser el sur de Italia o las islas.

4. LAS GALEOTAS DE SOLIMÁN ARRÁEZ Y SU INTENSA ACTIVIDAD DEPREDADORA DESDE LAS ISLAS GROSA Y SANTA POLA (1601)

La campaña otoñal de una de las escuadras argelinas la conocemos con bastante detalle gracias a la confesión de un cautivo griego que había sido galeote espalder durante dieciocho años en las naves de Limani Arráez y de su hijo Solimán Arráez y que fue liberado cuando estas galeotas arribaron de vuelta al cabo de Gata. En Cartagena se le tomó testimonio por la justicia de la ciudad a principios de enero de 1602 y poco después por el marqués de los Vélez, adelantado del reino de Murcia27.

De su interrogatorio se desprende una rica información tanto de los corsarios, como de sus embarcaciones y movimientos. La escuadra, que partió de Argel en el mes de octubre, estaba formada por cinco galeotas grandes con más de cien soldados por embarcación. Iba comandada por Solimán Arráez como capitán de dos de ellas y le secundaban otros arráeces: Alerache, Jave Francés y Mamenco Arráez. Siguieron un itinerario muy repetido por los marinos de la media luna, desde Barbarroja a Euldj Alí (1561) o Morato Arráez (1587). Arrancaba este en Argel y llegaba en una primera travesía hasta las islas Habibas, al noroeste de Orán, donde se hacía una primera parada para despalmar. Desde allí se daba el salto a la Península, recalando en el cabo de Gata. Fue aquí donde dio inicio una nueva campaña por el litoral ibérico del sureste.

Aunque la comarca del cabo de Gata era un lugar prácticamente desierto, contaba con algunos pozos de agua potable y unas pocas torres de herencia nazarí. Nada más llegar dieron con una saetía francesa que transportaba bacalao y lienzos, a la que abordaron. Le quitaron los tejidos y raptaron a dos muchachos, mientras que al resto de la tripulación la dejaron seguir con la nave. Como el agua escaseaba a bordo, desembarcaron en Los Frailes y se abastecieron de algunos pozos cercanos a la playa. En este lugar permanecieron cinco o seis días hasta que la codicia les hizo salir una vez más a la mar: habían avistado otra saetía francesa a la que dieron caza en poco tiempo, robándole la mercancía y un muchacho que iba a bordo. También les informaron de que había galeras en el puerto de Cartagena y que pasaban a Poniente.

Fue en ese momento cuando decidieron seguir adelante con su plan, pues uno de sus objetivos era asaltar el pueblo alicantino de Callosa de Ensarriá. Con la máxima precaución pasaron a unas diez leguas mar adentro del puerto cartagenero hasta llegar a la isla de Santa Pola (actual Tabarca), donde iban a permanecer algo más de cuarenta días. Esta isla junto a la isla Grosa, situada frente a la Manga del Mar Menor, se convertirían en sus principales guaridas durante esa larga campaña. Al cabo de seis días decidieron llevar a cabo el ataque a Callosa. Como dijimos más arriba, contaban con la colaboración de dos moriscos de la tierra que habían ido a informar a las autoridades argelinas sobre la gran armada cristiana de Juan Andrea Doria y que regresaban a bordo de estas cinco galeras. Ellos les guiaron hasta la localidad alicantina, que fue sometida a un terrible saqueo, en el que capturaron también a 34 personas, en su mayoría niños y mujeres, y mataron a otros, entre ellos al alcaide de la torre. Lo curioso del caso es que Callosa ya había sido brutalmente asaltada a finales de julio de 1584 y no fue totalmente destruida gracias a la épica defensa que llevó a cabo desde el castillo Luisa de Moncada, esposa del virrey de Valencia. Pero, a diferencia de entonces, esta vez se actuó con diligencia y los 34 apresados pudieron ser liberados gracias a una alafia que se negoció en Alicante previo pago de 5.500 ducados28.

Solo con el suculento botín que habían conseguido podían plantearse la vuelta a Argel, pero decidieron porfiar. Se trasladaron de nuevo a la isla de Santa Pola y de ahí a su otro santuario: la isla Grosa, pues querían poner en práctica un nuevo plan con el que contaban. Se trataba de atacar algún caserío del campo de Cartagena y se habían fijado en la localidad de El Algar o en alguna aldea situada al otro lado del Mar Menor, para lo cual habían robado algunas barcas. Al parecer iba a bordo un renegado cartagenero que les haría de guía, pero el mal tiempo les impidió por dos veces conseguir su objetivo. Posiblemente por eso cambiaron de planes y decidieron intentarlo con un caserío de la costa de Orihuela, también dirigidos por el renegado cartagenero, pero se perdieron por los caminos y decidieron regresar, aunque con la raquítica presa de un cazador que había sido sorprendido.

Imagen 1. Campaña corsaria del otoño de 1601

Es aquí cuando se produce un cambio radical en su estrategia y deciden volver sobre sus pasos trasladándose de nuevo a la costa de Almería. El lugar elegido ahora fue Carboneras, donde existía una productiva almadraba en la que trabajaban los pescadores de la zona. Se trataba de sorprenderles en plena faena y capturarlos, pero al igual que en el Mar Menor el mal tiempo se lo impidió. Navegaron más allá del cabo de Gata y cerca de Almería pudieron apresar a dos hombres que recolectaban esparto.

Este escaso botín almeriense les impulsó de nuevo a poner rumbo hacia la costa alicantina y a recalar una vez más en la isla de Santa Pola. Esta nueva estancia en las islas de Santa Pola-Grosa fue la más productiva pues llevaron a cabo una intensa depredación de naves mercantes de todo tipo. Las autoridades valencianas, totalmente desbordadas, suplicaron al rey que pusiera remedio a tal atropello mandando algunas galeras a la zona. En pocos días capturaron una embarcación con lienzos cuya carga tomaron, además de tres muchachos y dos piezas de artillería. Lo mismo les ocurrió a otros cinco navíos de transporte y a uno genovés al que abordaron, y en el cual lucharon cuerpo a cuerpo con sus tripulantes hasta que un viento fuerte les obligó a dejarlo. Ese mercante italiano traía a bordo más de 120.000 ducados en mercancías29. Incluso tuvieron que pelear intensamente con las milicias de la costa que acudieron a ayudar a un bajel que era perseguido y encalló, tal como le explicaba el requeridor del partido de Alicante al conde de Benavente, virrey de Valencia:

En el día de oy, viniendo dos naues de las partes de Bretaña cargadas de trigo, les salieron las çinco galeotas que están en la ysla de Santa Pola y a las nueue horas de la mañana, poco más o menos, tomaron la una y la otra se vino defendiendo desde la ysla hasta la torre del Agua Amarga deste partido, y a las dos oras de la tarde, poco más, viendo que dichas galeotas la querían abordar, saltó la gente della en la barca y se salvó, excepto un grumete que se quedó en dicha nave, al qual cautivaron, y, por ocasión de haberse salido la gente de la naue y de no hauer persona que la guiase, se encalló en la arena, de tal suerte no pudiéndola sacar los enemigos con la façilidad que ellos pensauan le dieron cabo, y estando las galeotas de boga arrancada para desencallarla, allegamos el gouernador y yo con muchísimos mosqueteros y con dos pieças de artillería chica que se trujeron en dos carros, y fue tanta la batería que se les dio con dichos mosquetes y con dichas pieças que, a quatro cañonaços que les tiró la una pieca, dejaron la nave y se fueron algún tanto maltratados, según se a entendido. La gente que se ha saluado de dicha naue son diez y nueve o veinte personas. La gente desta ciudad, anssí de a caballo como de a pie a quedado libre y sin ningún daño, aunque ha sido milagro porque, además de los muchos mosquetassos que tiraron desde las galeotas, entraron veinte turcos o más en dicha nave a nado por no poder llegar las galeotas a ella de miedo de nuestra gente, y dispararon dos pieças de artillería de las que estauan a la proa de la nave, y gloria a Dios de una manera ni otra no han hecho mal ninguno…30.

Después de este enfrentamiento con las milicias alicantinas y tras atacar la torre de Pinet, en la que apresaron a los guardas que la custodiaban31, volvieron a la isla Grosa. En pocos días atraparon dos saetías francesas que iban de Cartagena para Alicante y salieron tras otra a la que no pudieron capturar, pues embarrancó en tierra. Pero tuvieron más suerte con otra nave, también francesa, que transportaba azúcar y a la que le quitaron la mitad de la carga. Seis días después divisaron una nueva embarcación que venía de Marsella con clavos, canela, nueces moscadas y almendras, a la que le tomaron todo, y lo mismo a otro navío de Flandes cargado de maderas.

Parecía que el botín conseguido a lo largo de estos casi dos meses en aguas del sureste era suficiente, por lo que se plantearon el regreso a Argel siguiendo la costa murciana y almeriense hasta el cabo de Gata. Pero antes de dar el salto definitivo al litoral norteafricano hicieron varias correrías en los pueblos ribereños, tal como nos confirma la carta que el concejo de Cartagena escribió al rey el 15 de diciembre de 1601:

Señor: Quarenta días a que ynquietan esta costa çinco galeotas gruesas y seis bergantines en dos esquadras, haciendo en ella notables daños, desde el cauo Martín al cauo de Gata, como son auer saqueado a Callosa, lugar del Reyno de Balençia, y cautiuado en él mucha cantidad de mugeres y niños, y en el este muerto y preso doze escuderos que acudieron al socorro de una torre, la qual auían tomado y muerto al alcayde della y colgádolo de una almena; y en el término desta çiudad los çinco nauíos, tomaron tres naues y una saetía que uenían deste puerto, y el domingo, que se contaron nueue deste, tomaron una de las guardas de Castiltiñós y degollaron una manada de ganado cabrío en la Ysla Plana, y el martes pasado los çinco nauíos mataron en las Águilas, término de Lorca, nueue soldados y cautiuaron doze de una quadrilla que allí sustentaban los ganados y degollaron dos mill caueças de ganado; esto es demás de muchos acometimientos que an hecho en Almería y hazen oy en el término y puntas del puerto desta çiudad; a parecido dar quenta de todo a V. Magd., a quien umildemente suplicamos sea V. Magd. seruido de mandar que una esquadra de galeras dé buelta por esta costa y la limpie y castigue el atreuimiento de estos moros que oy están en ella…32.

Es decir, llevaron a cabo diversos desembarcos en los términos de Cartagena (en cabo Tiñoso e isla Plana) y Lorca (Águilas), en los cuales apresaron a un guarda de las torres y a algunos soldados, además de matar a otros con los que se enfrentaron y degollar varias manadas de ganado cabrío y ovino. Pero lo que no conocían los munícipes cartageneros es que una vez en territorio almeriense lo intentaron de nuevo sin éxito con los pescadores de la almadraba de Carboneras hasta que recalaron en el cabo de Gata y dieron el salto definitivo a la costa africana.

5. LA NUEVA «JORNADA» CONTRA ARGEL DE 1602

Ante el fracaso de la experiencia anterior, a comienzos de la primavera de 1602 se volvió a valorar la posibilidad de una nueva «empresa de reputación». En la reunión del consejo de Estado de 11 de abril se estudiaron las tres alternativas más viables: Irlanda, Inglaterra y Argel33. El adelantado de Castilla y el almirante Diego Brochero apostaban por una intervención en el Atlántico con las escuadras de galeras, por lo que se decidió concentrarlas en el Puerto de Santa María. El hecho de que estuvieran allí también servía para disuadir a los ingleses a la hora realizar algún ataque contra las costas españolas en represalia por la intervención en Irlanda.

Todo ello obligaba a trasladar hasta el golfo de Cádiz las escuadras de Génova, Nápoles, Sicilia y España. Era una operación complicada y, como ya pasó otras veces, su venida se demoró más de la cuenta y con ello la posibilidad de trasladarlas al Mar del Norte, pues la llegada del mal tiempo hizo que su viaje fuese muy peligroso. Fue entonces cuando se decidió cambiar de planes y se empezó a valorar la propuesta del rey de Cuco de un nuevo intento sobre Argel, en el que los indígenas norteafricanos atacarían la ciudad corsaria por el interior con el apoyo desde el mar de las escuadras cristianas trasladadas hasta allí.

Tal como se había decidido, en los meses de julio y agosto fueron llegando las diversas escuadras de galeras al golfo de Cádiz. Se ordenó también a las autoridades de las ciudades litorales que apoyaran la logística de la campaña, aportando hombres, armas y vituallas. En Sevilla, por ejemplo, se embargaron algunas naves y se formaron varias compañías. Lo mismo en Cartagena, donde el proveedor requisó ciertas embarcaciones y el concejo debatió sobre la petición del rey de una compañía de 150 infantes a embarcar en las galeras de Nápoles34. También Lorca recibió una petición similar35, al igual que Murcia. En este último caso, se incorporaron asimismo la milicia de Caravaca y dos compañías murcianas semiprivadas36. Del mismo modo, el reino de Valencia colaboró generosamente con un tercio de infantería y alguna caballería37, al igual que el de Mallorca38.

Semejante entusiasmo militar no disimulaba que en este caso el elemento sorpresa, tan bien manejado en la campaña del año anterior, no estaba del lado del rey católico. En Argel estaban bien advertidos de la movilización de tropas y embarcaciones de guerra en los puertos españoles. Felipe III supo a través de sus espías en la metrópoli corsaria que desde el 12 de abril estaban llegando noticias sobre la preparación de una gran armada para atacarles. La más preocupante fue la que habían recibido de un mensajero enviado por los mercaderes de Fez que comunicó el 30 de abril que las fragatas de Tetuán habían capturado un navío de aviso español en el que incautaron una carta del rey de Cuco dirigida al monarca Habsburgo con los planes para atacar Argel39.

Las autoridades de la regencia (el bajá y el diván), siempre recelosas, enviaron a sus corsarios a distintos puntos para comprobar la certidumbre de esas noticias. Diversas galeotas se desplegaron por las costas italianas, las islas de Córcega y Baleares y el litoral español para recabar información sobre las escuadras enemigas. Como veremos después, Morato fue el encargado de explorar las costas valencianas, murcianas y andaluzas para «tomar lengua» del movimiento de las galeras cristianas.

Aun a sabiendas de esto, Felipe III ordenó la salida de sus escuadras el 3 de septiembre de 1602. Tal como estaba previsto, embocaron el Estrecho y fueron recogiendo tropas y embarcaciones en Málaga y Cartagena hasta llegar a Mallorca. El contingente agrupaba unas 52 galeras y otras naves de transporte, un número casi similar al de la campaña anterior. También como en 1601 se enviaron bergantines exploradores a la costa africana, pero en este caso confirmaron lo que se temía: tanto Argel como Bugía estaban totalmente preparadas para repeler un ataque que esperaban desde hacía tiempo. Habían reunido en algunos casos hasta 20.000 soldados con los que defenderse, además de reforzar sus murallas y fortificaciones40. Eran a todos los efectos ciudades inexpugnables, muy difíciles de sorprender.

Tampoco lo avanzado de la estación y la llegada del otoño aconsejaban exponer a un gran peligro a las escuadras. Además, los informes que llegaban sobre el reino de Cuco hablaban de que los moros estaban en situación crítica y llevaban un doble juego con respecto a Argel y España41. El resultado final, por tanto, fue el mismo que el del año anterior: la expedición se paralizaba, la armada se disolvía y retornaban muchas de sus unidades a invernar a Cartagena, a la vez que otras se volvían para sus puertos de origen42. Una vez más, la ansiada «empresa de reputación» había fracasado y la idea de volver a intentarlo sobre Argel se retrasó a años posteriores, como en 1603, 1605 o en 1618-1621 (con colaboración de la armada inglesa43).

6. LA RESPUESTA DE MORATO ARRÁEZ EN EL LITORAL MEDITERRÁNEO ESPAÑOL (1602)

Ya hemos señalado más arriba cómo Morato fue uno de los encargados por el diván y el bajá de la regencia para que partiera con sus galeotas en busca de información sobre la armada que preparaba el rey Habsburgo contra Argel. A comienzos del verano de 1602 el corsario había salido a la mar con una escuadra de nueve galeras y 1.400 hombres de pelea para explorar las costas españolas y averiguar el paradero de la flota cristiana. Dos renegados, uno de origen italiano y otro francés, que se escaparon en Escombreras de las galeotas argelinas, confirmaban ante el corregidor de Cartagena este hecho:

Salió Morato de Argel con mill y quatroçientos turcos y tiempo tasado, dentro del qual auía de bolver, auiendo nueua que auía armada sobre Argel, con pena de que si no lo hiziese le mandaría cortar la caueça el gran turco, y a su muger e hijos, y le tomaría su azienda, y para que esto fuesse más firme, benía juramentado el capitán de los genízaros para que el día que tuuiesen lengua zierta de la armada hiziese bolber a Morato, lo qual cumpliese con pena de la vida. Y no allando nueua que la armada fuesse para Argel pudiesse navegar un mes buscando galima44.

Decidió iniciar su obligado rastreo por Mallorca, el lugar donde el año anterior se había reunido la armada de Juan Andrea Doria antes de partir hacia el puerto berberisco. Cerca de Ibiza divisaron una nave de Niza a la que abordaron él y su hermano con dos galeotas, tras cañonearla durante un tiempo. Su patrón, llamado Honorato Bandeto, fue sometido a un intenso interrogatorio sobre la armada cristiana y les informó con todo detalle de su composición, número de galeras y destino. Lo mismo confirmó el capitán de otra nave francesa que fue detenida poco después, aunque en este caso les indicó que habían tomado la derrota de Cataluña45. Apenas hacía dos semanas que había aparecido en el puerto ibicenco de Portmany la escuadra de galeras genovesa mandada por Carlo Doria (el hijo del viejo almirante Juan Andrea) en su viaje hacia la bahía de Cádiz. Llegaba con cierto retraso, pues se había visto forzada a refugiarse en Ibiza tras un temporal que le sobrevino en su travesía hacia Denia.

La información aportada por el capitán del mercante francés no era correcta, puesto que Morato no fue a Cataluña, sino a la costa africana para dar cuenta de la información que había recabado. Según los dos renegados fugados en Escombreras, las galeotas de Morato pusieron rumbo a Mostaghanem, desde donde despacharon un correo por tierra a Argel con el que avisaban de que las galeras cristianas iban hacia Cádiz, pero no con el objetivo de atacar el puerto magrebí. En esto se equivocaba Morato, puesto que, como sabemos, la armada del rey partió de aquella bahía el 3 de septiembre con el propósito de caer sobre Argel. De Mostaghanem se desplazaron al río de Tremecén para conocer la situación en la que se encontraban las cabilas hostiles, aunque no permaneció allí mucho tiempo, temeroso de un posible ataque. Decidió despalmar en las islas Chafarinas y poco después dio orden de partir hacia la costa española.

Pero esta vez no navegó hasta el cabo de Gata sino hasta Málaga, adonde llegó la primera semana de agosto. Según el cronista Luis Cabrera de Córdoba llevaba el doble propósito de conocer las intenciones de la armada reunida en Cádiz ‒según le estaba ordenado‒ y capturar al obispo malacitano Tomás de Borja en unas huertas donde acostumbraba a salir a recrearse, pero «erró el tiro porque se tuvo aviso de su venida en la ciudad»46. Posiblemente por ese motivo desembarcó con 600 soldados en la cala del Moral, a dos leguas de la ciudad. De ahí puso rumbo a Benagalbón, un pueblo de cincuenta casas situado a media legua. Pero la caballería de Málaga les cortó el paso y se enfrentó con ellos, obligándoles a reembarcar. Hubo pérdidas por ambas partes: once turcos en el caso de los invasores y ocho personas en el caso de los paisanos, siete de ellos que estaban en una venta y otro que hacía de guarda en la torre del Cantal (los fugados de Escombreras hablaron de veinte apresados, no ocho)47. Marcharon entonces a la costa de Poniente y fondearon junto al Arroyo de la Miel, próximo a la villa de Benalmádena, que contaba por entonces con unas treinta casas. De nuevo fueron interceptados por la milicia malagueña con sus tropas de caballería e infantería y una vez más les obligaron desistir de su empeño48. Fue entonces cuando pusieron las proas hacia la costa almeriense.

Pero no se detuvieron allí mucho tiempo. Dos o tres días después llegaron a la costa murciana. Las autoridades de este reino estaban prevenidas ante las noticias que llegaban sobre la presencia del corsario con varias galeotas en el espacio litoral de Denia-Mallorca y desde el 3 de agosto situaron una posta a mitad de camino entre Murcia y Cartagena para avisar de la posible llegada de los argelinos49. Para más prevención, el corregidor Diego de Sandoval, que hacía las veces de adelantado por ausencia de su titular, el marqués de los Vélez, se trasladó el día 7 con 300 hombres procedentes de Totana, Alhama y Librilla a Cartagena y Mazarrón para organizar su defensa. Había dejado ordenado a los concejos de Lorca y Murcia que tuvieran aprestados 300 y 600 soldados, respectivamente, listos para intervenir en donde se les llamase50.

Finalmente, Sandoval decidió montar su cuerpo de guardia en Mazarrón, adonde llegó el día 8, «por ser la parte más flaca». Una vez más escribió a Murcia para que mandase a Cartagena los 600 soldados de la compañía del capitán Antonio de Aliaga. Hubo ciertas reticencias por parte del concejo murciano a la hora de enviar su milicia y, tras debatirlo, ordenó la salida de 300 hombres armados.

Imagen 2. Campaña de Morato Arráez en 1602

Tal como se sospechaba, Morato arribó a la costa murciana el día 11 de agosto. Traía como idea asaltar la almadraba de Cope y capturar el mayor número posible de pescadores. Pero se le cruzaron tres saetías en su camino: dos francesas y una catalana. Con la aproximación de las galeotas, los tripulantes de las saetías las abandonaron y se pusieron a salvo en tierra, refugiándose en la torre situada en ese cabo. La noticia del desembarco corsario cerca de la torre llegó con celeridad a Lorca con uno de sus guardas. El concejo de esta ciudad, reunido en sesión extraordinaria, decidió enviar una tropa de socorro a ese lugar y poner a todos los vecinos en armas51.

La tropa no llegó a las inmediaciones de Cope hasta la madrugada del día siguiente. No habían descubierto al enemigo por ningún lado, pero la imprudencia de sus dos capitanes, los regidores Juan Felices Quiñones y Luis Felices de Ureta, los llevó a adelantarse con la caballería y algunos soldados de a pie hasta los mismos muros de la torre. No muy lejos de ella permanecían emboscados los jenízaros de las galeotas, que, al verlos llegar, se precipitaron sobre ellos obligándoles a refugiarse en la torre. Según la fuente, se trataba de más de mil soldados provistos de armas y escalas para acceder al interior del fortín. A pesar de la desigualdad de fuerzas, se produjo un breve combate en el que murieron seis cristianos y posiblemente algunos asaltantes. Finalmente tuvieron que rendirse. Fueron apresadas unas sesenta personas, entre ellas los soldados y los dos capitanes de Lorca, varios vecinos de Mazarrón, gente de la almadraba y algunos de los tripulantes de las tres saetías que embarrancaron52.

El corregidor apunta también un detalle muy interesante que nos ayuda a entender el motivo de un desembarco con numerosos efectivos para tomar tan solo una pequeña torre: al parecer, los primeros refugiados del fortín costero habían despertado el interés de los corsarios al dispararles con una pieza de artillería cuando pasaban con sus galeotas cerca de ella53. Ese desafío pudo herirles en su orgullo y precipitar su bajada a tierra. El resto de la tropa de refuerzo que venía de Lorca apenas pudo hacer nada para ayudarles, dada su inferioridad y la escasez de armamento con el que contaban (acudió al socorro de la torre con 130 hombres y 15 caballos «mal armados y municionados»). Pero el asalto no quedó solo en eso. Una vez trasladados los presos a las galeotas, los corsarios cañonearon la torre desde el mar, la incendiaron y le sustrajeron su artillería y demás útiles. Tal fue el ensañamiento de los argelinos con esta torre litoral (muy mal diseñada, pues estaba hecha al mismo nivel del mar), que quedó destruida e inservible durante décadas y en más de una ocasión se apostó por abandonarla definitivamente.

Morato Arráez no estuvo mucho tiempo en Cope. Al día siguiente, 13 de agosto, se trasladó hacia Cartagena y a las dos horas de la tarde fondeó al otro lado del puerto, en Escombreras. Su propósito era negociar el rescate de los apresados en la torre costera lorquina. Las alafias o rescates de cautivos eran relativamente frecuentes en las costas andaluzas, murcianas y valencianas, pero requerían de enorme prudencia, celeridad y ciertas habilidades diplomáticas54. Por eso el corregidor marchó rápidamente hacia allí desde Mazarrón. El corsario, una vez echada el ancla en Escombreras, alzó «bandera de seguro y rescate», que fue correspondida por el corregidor enviando una fragata para tratar del asunto. Morato explicó a los emisarios locales que tenía concertada la liberación de los dos regidores de Lorca mediante el pago de 1.700 ducados más otros «derechos de bandera»55. Y, en efecto, el concejo lorquino había acordado en sesión extraordinaria reunir hasta 2.000 ducados procedentes de sus rentas o de préstamos de alcabalas, que devolverían en el plazo de un mes56.

Con este acuerdo de los munícipes, se entablaron negociaciones entre los corsarios y los enviados del corregidor a lo largo de los días 13 y 14. Morato exigía una elevada cantidad por los regidores lorquinos (1.000 ducados por cada uno) dado de que se trataba de personas de calidad. En ese tira y afloja, las autoridades locales consiguieron que los argelinos rebajaran lo pedido por cada uno de ellos hasta 500 ducados, sin que sepamos realmente cuánto llegaron a exigir por el resto de individuos aprehendidos (posiblemente 700 u 800 ducados). Pero, a pesar de que se negoció intensamente, los resultados fueron escasamente satisfactorios, pues sólo fueron liberadas cinco personas, de las cuales cuatro eran de Cartagena y una última forastera. A diferencia del año anterior en Alicante, donde las negociaciones si condujeron a buen puerto y se liberaron 34 mujeres y niños, en Escombreras los tratos entre autoridades y corsarios no cuajaron y las galeotas acabaron marchando a Argel con casi todo su botín al completo.

Con todo, había un detalle que no escapaba al corregidor ni a los capitanes cartageneros. Según la confesión de los renegados que habían huido de las galeotas argelinas, los corsarios llevaban sin hacer aguada más de una semana y estaban muy escasos de provisiones. Necesitaban buscar un pozo de agua potable con el que rellenar sus botas o «pipas» de agua. El hecho de que las galeotas fuesen tan rápidas y escurridizas se debía precisamente a la ausencia de todo aquello que pudiera ser un lastre para ellas57. Por eso iban muy ligeras de provisiones de «agua y boca», las cuales conseguían en los numerosos desembarcos que hacían en tierra (de los pozos y manantiales litorales o de los rebaños de ovejas trashumantes que pastaban cerca de la costa). Abandonado Portmán, los únicos lugares que les quedaban para repostar agua potable en su navegación hacia Levante eran cabo de Palos y El Galán (La Manga del Mar Menor).

Era la última oportunidad que tenían las tropas terrestres para combatir a los corsarios. Así, el corregidor partió hacia cabo de Palos con 700 soldados de Murcia y Cartagena. Enseguida descubrieron a algunos turcos apostados en Las Amoladeras (cabo de Palos) reconociendo el terrero, a los cuales obligaron a volver rápidamente a las galeotas. El Galán era el último recurso que les quedaba a los argelinos para abastecerse de agua. Pero eso lo sabían bien las autoridades locales, curtidas durante muchos años en numerosas escaramuzas en torno a las pozas y manantiales de la costa. De forma sigilosa y por la orilla situada hacia al Mar Menor parte de las milicias se trasladaron por la noche hasta El Galán convencidas de que a la mañana siguiente Morato Arráez intentaría aprovisionarse de agua. Y en efecto acertaron.

Al amanecer de ese día 15 las galeotas berberiscas comenzaron a desembarcar a algunos hombres con barriles para rellenarlos de agua potable. Pero en tierra fueron recibidos a arcabuzazos y no tuvieron más remedio que subir de nuevo a sus barcas para volver a las naves de remo, dejando detrás algunos de los barriles que portaban58.

No se iba a rendir tan pronto el veterano corsario. Con su astucia de siempre, intentó engañar a las bisoñas milicias con una maniobra evasiva retirándose dos millas mar adentro. Cuando pensaba que se habrían creído su partida definitiva, envió dos tropas separadas con varias barcas: unas al Galán y las otras a Calnegre, con la idea de atrapar entre dos fuegos al enemigo. Pero esta estrategia fue descubierta por el corregidor, que respondió enviando un fuerte contingente a Calnegre, el cual «le ynpidió el desembarcar la gente a arcabuçaços, hiriéndole alguna gente». Después de esto no le quedaba otra posibilidad a Morato que abandonar su intento. Decidió entonces reembarcar sus tropas de forma definitiva y poner rumbo hacia Levante, entrando ya en territorio alicantino, donde fue divisado a la altura de Guardamar en la tarde de ese día 1559.

Pero a esas alturas Morato ya había alcanzado los dos principales objetivos con los que se había hecho a la mar. Había conseguido informarse de los movimientos y del posible destino de la armada cristiana orquestada por el joven rey Habsburgo y también había obtenido otro éxito personal logrando un botín nada desdeñable. Con esos dos objetivos alcanzados debió de partir rápidamente para Argel, porque, como vimos más atrás, tenía el «tiempo tasado».

7. CONCLUSIONES

La política intervencionista de los primeros años del reinado de Felipe III se focalizó en tres escenarios diferentes: Irlanda, Flandes y Argel. Se pretendía llevar a cabo campañas de prestigio de escasa duración y con el menor coste posible. El objetivo final era labrar un prestigio personal al nuevo monarca que pudiera ser comparable al de su abuelo o al de su padre. De esos tres escenarios, el que mejor ofrecía esas posibilidades era Argel: una campaña corta, un gasto asumible y una reputación internacional inmejorable. Por ese motivo la conquista el viejo bastión corsario se convirtió en una especie de obsesión que no acabó con las fracasadas campañas de 1601 y 1602. De nuevo se pensó en él para el año 1603 con la ayuda del reino de Cuco60 y, sobre todo, se planificó una elaborada «jornada secreta» desde 1616, que se convirtió en realidad a partir de 1618, pero que finalmente quedó postergada por la entrada de España en la guerra de los Treinta Años61.

En verdad, la mejor oportunidad para sorprender este puerto berberisco y tomarlo se dio en la campaña de 1601, pero la excesiva prudencia del almirante Juan Andrea Doria, a cuyo cargo estaba la armada de 60 galeras cristianas, malogró una ocasión inmejorable, pues la ciudad se encontraba prácticamente desguarnecida y sus navíos de guerra muy lejos de su base. Como reacción a esta expedición y a la que se organizaría al año siguiente, las autoridades de la regencia berberisca decidieron poner en alerta a todas sus escuadras y vigilar aquellos puertos españoles, donde se pudiera concentrar la armada del rey católico, como Cádiz, Málaga, Cartagena o Palma de Mallorca. El acecho a la ensenada cartagenera y a su espacio litoral facilitó que se repitieran los desembarcos de las escuadras de Solimán y Morato Arráez en el otoño de 1601 y en el verano de 1602.

Indirectamente, el sureste ibérico acaparó buena parte del interés de los corsarios en ese momento por varios motivos: era el punto más cercano a Argel (unas 200 millas desde Alicante o Cartagena) y desde el que, en caso de aprieto, en poco más de un día de navegación se estaba de vuelta; una parte de la armada cristiana estaba fondeada en Cartagena en 1601 y se le podía seguir de cerca (las galeras de España y alguna otra escuadra italiana); también en la expedición de 1602 era una estación de recalada para embarcar las tropas de asalto, las municiones y los víveres del resto de escuadras; por último, ofrecía una posición inmejorable dentro de la principal ruta marítima que comunicaba el tráfico de mercancías entre el Mediterráneo y el Atlántico. Además, tanto Alicante como Cartagena vivían una época de intensa actividad portuaria con arribada de numerosas embarcaciones mercantes. Todos estos factores hacían que el sureste fuera un lugar inmejorable para llevar a cabo una intensa depredación a la vez que se vigilaba al enemigo.

De alguna manera, la razias de 1601 y 1602 repetían el modelo de otros exitosos asaltos a las costas españolas peninsulares e insulares, como los llevados a cabo por Barbarroja en Gibraltar (1539), Salah Rais en Guardamar y Vinaroz (1543 y 1545), Dragut en Cullera (1550), Mustafá Piali en Ciudadela de Menorca (1558), Euldj Alí en Cartagena y Sóller de Mallorca (1561), Said Ed Dhogali en Cuevas de Almanzora (1573), Morato Arráez en Lanzarote (1586), Tabac Arráez en Lanzarote (1618) o Alí Bitchín en Calpe (1637), todos ellos bien conocidos.

Pero, aunque hasta ahí entrara todo dentro de lo previsible, lo que no se entiende es la impunidad con la que actuaron estas escuadras de galeotas en el otoño de 1601 y en el verano de 1602 sin que encontraran ningún tipo de oposición, ni siquiera desde el puerto que se suponía era una las principales bases navales de la Monarquía Hispánica. De hecho, el concejo de Cartagena llegó a ofrecer en el otoño de 1601 unos 400 soldados de refuerzo al conde de Buendía, capitán general de las diez galeras de España que estaban fondeadas en su puerto, para salir al encuentro de las cinco galeotas corsarias, pero el noble español rehusó la ayuda y no hizo nada por perseguirlas62. Semejante despropósito fue comunicado a Felipe III por los munícipes cartageneros a través de su confesor, fray Gaspar de Córdoba.

Al final, las localidades del sureste fueron protagonistas involuntarias de dos campañas de acoso corsario motivadas por la reacción que provocaron las expediciones navales del joven rey español, que buscaba ganarse una «reputación» ante el resto de monarcas europeos. Como vemos, el corso berberisco no daba tregua y las costas mediterráneas dominadas por los Habsburgo ofrecían excelentes oportunidades, como la que aquí se dio a comienzos del XVII.

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